miércoles, 16 de octubre de 2019

Pregunta por Renata.





Volvió de sus vacaciones más alegre y cansado que un sonajero, lo había pasado de mil amores con amigos, compañeros y otra gente que conoció en aquel viaje tan exótico a las islas Malvinas. Desconectado casi de la cotidianidad y la vorágine de Europa. 
Al cabo de las semanas del final de aquella andanza tan prolongada, el Ministerio de Marina y Pesca, le mandó una nueva invitación para el Certamen Anual, en Torrevieja, para que volviera a dar una charla de Previsión sobre las diferentes especies marinas.
Tuvo tal encanto en el viaje inicial, que jamás pensó fuera a disfrutarlo de semejante manera, y le quedara grabado de tal forma, que lo recordaba a menudo.
« Perdido entre la inmensidad del mar, quiso ir a parar a disfrutar de sus días de asueto, con la idea de recabar estudios para el proyecto que soportaba en España, y aprovechando el Simposio, que fue invitado, eligió el lugar sin dudar» 

Situadas en el Océano Atlántico—Las Malvinas—,a mas de quinientos kilómetros de las costas sudamericanas de Argentina. O sea, donde Cristo dio el último aliento, «Si lo comparamos desde, donde se encontraba, normalmente, que era en la Alpujarra Granadina Española»
Un paraíso aún por descubrir, perfecto para él, que se dedicaba como ingeniero de procesos y acciones marinas, al estudio de la fauna marítima y a la biodiversidad de los mares.
Desde Europa hasta Argentina fueron en avión, con las líneas regulares de la tierra de Gardel, y desde ahí, ya en Buenos Aires, viajaron como pudieron, con vuelos de cercanías, transporte por carretera y autobús, hasta llegar muy al sur de la nación, casi a la Patagonia, en la ciudad de Rio Gallego y cuando tomaron el descanso necesario y, se acopiaron de alimentos y de servicios de infraestructura. Ayudados por y con los marinos de la zona, y en sus embarcaciones de vela, llegaron hasta las Malvinas. 

Archipiélago dividido en dos grandes islas, «a parte de cuantos islotes puedas imaginar», y estas dos grandes dimensiones de tierra, rodeadas de agua por todos sitios, se llaman La Gran Malvina, la que bordearon por su costa sur sin detenerse, hasta llegar a la Isla Soledad, para recabar en su ciudad mas importante: Puerto Argentino Stanley.
Era noche cerrada, cuando desembarcaron en Stanley y pronto llevaron todos los enseres a un hotel rural, que estaba junto a la playa, que lo regentaba Renata; una joven y guapa mujer Cordobesa—nacida en la ciudad de la Córdoba, Argentina—, encantadora a la que en cuanto llego Graciliano, se prendó de ella. Por el porte y por el agrado al recibirle, al ser de una singularidad exquisita, que le llegó muy dentro al viajero recién llegado.
Bajaron todo el fato que llevaban y traían de la embarcación, los navegantes que le transportaron desde Rio Gallego, con el bergantín. Al acabar su cometido, los ayudantes del transporte, se despidieron de Graciliano, dejándole en Puerto Stanley a su suerte.
Una vez se acomodó en una de las estancias de aquella pensión, y pudo descansar de la fortísima singladura, bajó a cenar al cuco salón comedor de pescadores, ocupando una de las mesas que daban a las cristaleras quedaban al mar. 

El cenador, era una especie de vallado, de planteles autóctonos hechos de palos llegados desde el mar, atados entre ellos con ese tipo de plantas tipo hiedra, que abrazaban aquel cercado. Lugar donde estaban situados las mesas del comedor externo, donde sirvieron una abundante bandeja de pescado, que acabó con el hambre transportada por el español, que llegaba al Atlántico Sur.
Aquella residencia rural, no estaba demasiado ocupada, por lo que tan solo fueron tres personas, las que cenaron cerca del explorador licenciado.
El salón se vació a medida que pasaban las horas, y al cabo, tan solo quedó como residuo el recién hospedado, en aquella mesa con vistas a la playa.
Renata se acercó, interesándose por la cena y por su acomodo en el Argentino, que es como se denominaba el alojamiento.

Si, muchas gracias, estoy muy a gusto, después de la paliza de viaje que soporto desde que salí de mi tierra.
Viene para quedarse mucho tiempo—interrogó Renata, con sutileza
Pues, depende y verá; por qué lo digo, vengo a una Convención que se celebra en esta villa, donde hablaremos de todas las vicisitudes de la existencia de la vida marina. Para las diversas clases de cetáceos, y demás presencias.
Evitando lleguen a escasear estas protegidas familias marinas; en estas aguas tan frías y cómo; se las arreglan los cachalotes, las ballenas y los pingüinos, a la hora de fecundar. Dado que los estudios que poseemos, dan registros esquilmados, sobre la población de todos estos nadadores, que por lo visto, en alguna de las especies, ya suenan las alarmas, por el exterminio de la pesca sin control y por su escasa reproducción.

Algo he oído sobre el tema, y lleva usted razón, todas las camas de este sector han quedado ocupadas desde hace tres semanas—Sin más que decir, para entretener a Graciliano, Renata concluyó—Pues macanudo, si no desea nada más, le dejo descansar
Un detalle quisiera pedirle, mañana cuando lleguen las muchachas del servicio, quisiera entregarles el traje que he traído desde España, para que le den un lavado y planchado, porque con los avatares del trayecto, viene como si se tratara de un trapajo para el desecho.
No será dificultoso, yo misma se lo retiraré del armario y le daré tratamiento, aquí en este establecimiento, tan solo estoy yo, y tres hermanas que llevamos como podemos, el negocio.
¡Ah! Pues muchas gracias, por su amabilidad, aunque fíjese—le anunció con mucha cautela—que la miro a usted, y parece, como si la conociera, por haberla visto en España. No sé dónde pero—perdone, por favor—dijo, con educación. La observo y a usted la tengo vista, por mi barriada, en la Cope de Granada. Aunque igual usted tenga una doble, muy exacta que llega a confundirse.
Ambos rieron y Renata, se despidió del cliente, para entrar en las dependencias de la cocina del hotel.
A la mañana siguiente, cuando Graciliano se duchaba con agua helada venida de las instalaciones del complejo, notó que se abría la puerta de su habitación y entraba Renata, sin ningún tipo de precaución, abría el armario y recogía aquel traje negro de la talla 50, que miró detenidamente, hasta que comenzó a doblarlo para retirarlo y darle limpieza. Repasó las camisas y tomó una mal doblada, para retirarla además con el vestido para a su vez incluirla en el lote de lavado. 

Entre la rendija de la puerta del baño, Graciliano pudo ver como se afanaba la doncella, para recoger, aquello que habían pactado la noche anterior, y dejó de tener prisa, para observarla con detenimiento. Cómo olía la camisa retirada de la percha, y la americana del traje, cuando se la acercó a sus nasales.
Atraída quizás—pensó Graciliano—«por un olor intenso y desagradable»
Un ruido, o trepidación debió alertar a Renata, y darse cuenta que Graciliano, no había salido aún de su aposento y pronto, quiso ponerse en marcha.
Se había sentado a los pies de la cama, olisqueando la ropa, hasta que puso los pies en polvorosa.
Los días pasaron, la Cumbre de Asistencia a la Fauna Marina, se celebró, y todo fue como una seda, dándose circunstancias para los seres vivos del mar, que en próximos lustros, darían sus necesarias previsiones.

Graciliano, volvió a encontrarse con Renata, para la despedida, después de haber paseado por la playa una noche y reír hasta altas horas de la madrugada austral y entender que les separaba un mundo y una distancia.
A su vez, Graciliano, volvió a solicitar la ayuda de Renata, para que mandara de nuevo a lavar aquel traje y camisa, antes de partir hacia su país.
Se había manchado con cierta salsa, que le cayó en las solapas de la americana, y quiso llevarse la prenda limpia. A lo que la empleada del Hotel Americano, accedió.
El trayecto de retorno había sido, si cabe mas cansado que el de ida. Hasta que no llegó a Buenos Aires, le llegaron a ocurrir mil cosas, entre ellas, volverse hacia Las Malvinas y quedarse con Renata, para siempre.
El avión de Air Europa, aterrizó en Barajas, y desde ahí aún tuvo que tomar otro vuelo hacia su destino.

Los días de ocupación fueron ocupando el tiempo de Graciliano, hasta que el Instituto de Marina y Pesca, por mediación de su secretaria de asuntos oficiales, lo invitaron a la Convención Anual de Pesca en Torrevieja.
Invitación que acepto de buen grado.
Llegado el día, Graciliano, sacó su traje del armario y al ir a colocarse la americana, en uno de los bolsillos, encontró una nota, muy doblada que tenía escrito: Cuando llegues a Torrevieja, al Hotel Americano, pregunta por Renata Castagna Tintoretto, por si debes volver a mandar a regenerar tu traje.





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