Volvió
de sus vacaciones más alegre y cansado que un sonajero, lo había
pasado de mil amores con amigos, compañeros y otra gente que conoció
en aquel viaje tan exótico a las islas Malvinas. Desconectado casi
de la cotidianidad y la vorágine de Europa.
Al cabo de las semanas
del final de aquella andanza tan prolongada, el Ministerio de Marina
y Pesca, le mandó una nueva invitación para el Certamen Anual, en
Torrevieja, para que volviera a dar una charla de Previsión sobre
las diferentes especies marinas.
Tuvo
tal encanto en el viaje inicial, que jamás pensó fuera a
disfrutarlo de semejante manera, y le quedara grabado de tal forma,
que lo recordaba a menudo.
«
Perdido
entre la inmensidad del mar, quiso ir a parar a disfrutar de sus días
de asueto, con la idea de recabar estudios para el proyecto que
soportaba en España, y aprovechando el Simposio, que fue invitado,
eligió el lugar sin dudar»
Situadas
en el Océano Atlántico—Las Malvinas—,a mas de quinientos
kilómetros de las costas sudamericanas de Argentina. O sea, donde
Cristo dio el último aliento, «Si lo comparamos desde, donde se
encontraba, normalmente, que era en la Alpujarra Granadina Española»
Un
paraíso aún por descubrir, perfecto para él, que se dedicaba como
ingeniero de procesos y acciones marinas, al estudio de la fauna
marítima y a la biodiversidad de los mares.
Desde
Europa hasta Argentina fueron en avión, con las líneas regulares de
la tierra de Gardel, y desde ahí, ya en Buenos Aires, viajaron como
pudieron, con vuelos de cercanías, transporte por carretera y
autobús, hasta llegar muy al sur de la nación, casi a la Patagonia,
en la ciudad de Rio Gallego y cuando tomaron el descanso necesario y,
se acopiaron de alimentos y de servicios de infraestructura. Ayudados
por y con los marinos de la zona, y en sus embarcaciones de vela,
llegaron hasta las Malvinas.
Archipiélago
dividido en dos grandes islas, «a parte de cuantos islotes puedas
imaginar», y estas dos grandes dimensiones de tierra, rodeadas de
agua por todos sitios, se llaman La Gran Malvina, la que bordearon
por su costa sur sin detenerse, hasta llegar a la Isla Soledad, para
recabar en su ciudad mas importante: Puerto Argentino Stanley.
Era
noche cerrada, cuando desembarcaron en Stanley y pronto llevaron
todos los enseres a un hotel rural, que estaba junto a la playa, que
lo regentaba Renata; una joven y guapa mujer Cordobesa—nacida en la
ciudad de la Córdoba, Argentina—, encantadora a la que en cuanto
llego Graciliano, se prendó de ella. Por el porte y por el agrado al
recibirle, al ser de una singularidad exquisita, que le llegó muy
dentro al viajero recién llegado.
Bajaron
todo el fato que llevaban y traían de la embarcación, los
navegantes que le transportaron desde Rio Gallego, con el bergantín.
Al acabar su cometido, los ayudantes del transporte, se despidieron
de Graciliano, dejándole en Puerto Stanley a su suerte.
Una
vez se acomodó en una de las estancias de aquella pensión, y pudo
descansar de la fortísima singladura, bajó a cenar al cuco salón
comedor de pescadores, ocupando una de las mesas que daban a las
cristaleras quedaban al mar.
El
cenador, era una especie de vallado, de planteles autóctonos hechos
de palos llegados desde el mar, atados entre ellos con ese tipo de
plantas tipo hiedra, que abrazaban aquel cercado. Lugar donde estaban
situados las mesas del comedor externo, donde sirvieron una abundante
bandeja de pescado, que acabó con el hambre transportada por el
español, que llegaba al Atlántico Sur.
Aquella
residencia rural, no estaba demasiado ocupada, por lo que tan solo
fueron tres personas, las que cenaron cerca del explorador
licenciado.
El
salón se vació a medida que pasaban las horas, y al cabo, tan solo
quedó como residuo el recién hospedado, en aquella mesa con vistas
a la playa.
Renata
se acercó, interesándose por la cena y por su acomodo en el
Argentino, que es como se denominaba el alojamiento.
—Si,
muchas gracias, estoy muy a gusto, después de la paliza de viaje que
soporto desde que salí de mi tierra.
—Viene
para quedarse mucho tiempo—interrogó Renata, con sutileza
—Pues,
depende y verá; por qué lo digo, vengo a una Convención que se
celebra en esta villa, donde hablaremos de todas las vicisitudes de
la existencia de la vida marina. Para las diversas clases de
cetáceos, y demás presencias.
Evitando
lleguen a escasear estas protegidas familias marinas; en estas aguas
tan frías y cómo; se las arreglan los cachalotes, las ballenas y
los pingüinos, a la hora de fecundar. Dado que los estudios que
poseemos, dan registros esquilmados, sobre la población de todos
estos nadadores, que por lo visto, en alguna de las especies, ya
suenan las alarmas, por el exterminio de la pesca sin control y por
su escasa reproducción.
—Algo
he oído sobre el tema, y lleva usted razón, todas las camas de este
sector han quedado ocupadas desde hace tres semanas—Sin más que
decir, para entretener a Graciliano, Renata concluyó—Pues
macanudo, si no desea nada más, le dejo descansar
—Un
detalle quisiera pedirle, mañana cuando lleguen las muchachas del
servicio, quisiera entregarles el traje que he traído desde España,
para que le den un lavado y planchado, porque con los avatares del
trayecto, viene como si se tratara de un trapajo para el desecho.
—No
será dificultoso, yo misma se lo retiraré del armario y le daré
tratamiento, aquí en este establecimiento, tan solo estoy yo, y tres
hermanas que llevamos como podemos, el negocio.
—¡Ah!
Pues muchas gracias, por su amabilidad, aunque fíjese—le anunció
con mucha cautela—que la miro a usted, y parece, como si la
conociera, por haberla visto en España. No sé dónde pero—perdone,
por favor—dijo, con educación. La observo y a usted la tengo
vista, por mi barriada, en la Cope de Granada. Aunque igual usted
tenga una doble, muy exacta que llega a confundirse.
Ambos
rieron y Renata, se despidió del cliente, para entrar en las
dependencias de la cocina del hotel.
A
la mañana siguiente, cuando Graciliano se duchaba con agua helada
venida de las instalaciones del complejo, notó que se abría la
puerta de su habitación y entraba Renata, sin ningún tipo de
precaución, abría el armario y recogía aquel traje negro de la
talla 50, que miró detenidamente, hasta que comenzó a doblarlo para
retirarlo y darle limpieza. Repasó las camisas y tomó una mal
doblada, para retirarla además con el vestido para a su vez
incluirla en el lote de lavado.
Entre
la rendija de la puerta del baño, Graciliano pudo ver como se
afanaba la doncella, para recoger, aquello que habían pactado la
noche anterior, y dejó de tener prisa, para observarla con
detenimiento. Cómo olía la camisa retirada de la percha, y la
americana del traje, cuando se la acercó a sus nasales.
Atraída
quizás—pensó Graciliano—«por un olor intenso y desagradable»
Un
ruido, o trepidación debió alertar a Renata, y darse cuenta que
Graciliano, no había salido aún de su aposento y pronto, quiso
ponerse en marcha.
Se
había sentado a los pies de la cama, olisqueando la ropa, hasta que
puso los pies en polvorosa.
Los
días pasaron, la Cumbre de Asistencia a la Fauna Marina, se celebró,
y todo fue como una seda, dándose circunstancias para los seres
vivos del mar, que en próximos lustros, darían sus necesarias
previsiones.
Graciliano,
volvió a encontrarse con Renata, para la despedida, después de
haber paseado por la playa una noche y reír hasta altas horas de la
madrugada austral y entender que les separaba un mundo y una
distancia.
A
su vez, Graciliano, volvió a solicitar la ayuda de Renata, para que
mandara de nuevo a lavar aquel traje y camisa, antes de partir hacia
su país.
Se
había manchado con cierta salsa, que le cayó en las solapas de la
americana, y quiso llevarse la prenda limpia. A lo que la empleada
del Hotel Americano, accedió.
El
trayecto de retorno había sido, si cabe mas cansado que el de ida.
Hasta que no llegó a Buenos Aires, le llegaron a ocurrir mil cosas,
entre ellas, volverse hacia Las Malvinas y quedarse con Renata, para
siempre.
El
avión de Air Europa, aterrizó en Barajas, y desde ahí aún tuvo
que tomar otro vuelo hacia su destino.
Los
días de ocupación fueron ocupando el tiempo de Graciliano, hasta
que el Instituto de Marina y Pesca, por mediación de su secretaria
de asuntos oficiales, lo invitaron a la Convención Anual de Pesca en
Torrevieja.
Invitación
que acepto de buen grado.
Llegado
el día, Graciliano, sacó su traje del armario y al ir a colocarse
la americana, en uno de los bolsillos, encontró una nota, muy
doblada que tenía escrito: Cuando llegues a Torrevieja, al Hotel
Americano, pregunta
por Renata Castagna Tintoretto, por si
debes volver a mandar a regenerar tu traje.
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