sábado, 29 de junio de 2019

Así fue la verbena de San Juan, 2019



Este año la verbena de San Juan, me encontró muy lejos de mi entorno habitual, podría decirse, que de viaje promocional y, la verdad, que fue del canto de un duro, que no me partieran la cara, a añicos de los más pequeños y a manos de un ruso llamado Sergei que prefiero no recordar.
Por hacer las cosas como dice la canción de Frank Sinatra. El clásico y precioso «My way». «A mi manera». 

De esa manera, como te imaginas, podría haber quedado. Del mismo modo te explico el desarrollo de como acontecieron los hechos y normalmente difieren tan poco de si es correcto o no; que fue un susto de los que el «Kremlin», suele promocionar con pajoleros.

Cuando te dejas llevar por los demás y viendo que no estás de acuerdo con los detalles que se presentan callas, pensando «no pasará nada», y en esos veinte milisegundos siguientes no reaccionas. A reglón seguido o poco más allá, es donde suelen producirse las consecuencias.
Miedo, para manchar los pantalones, quizás sea exagerado pensarlo, porque esa sensación no llegó a tanto. Pero si la tesitura, no hubiese llevado la urgencia de la aparición del «toro de fuego», hubiéramos tenido un problema.

En el caso que nos ocupa fue al «My way de mi amigo Antonio» que es de esos que tira la piedra y luego esconde la mano, dejándote la papa caliente a ti, para que resuelvas como siempre.
Sin más y no me extenderé demasiado para relatar que, fue el Santo de los bautizos, el que nos libró de la quema.

San Juan, nos amparó; gracias a las llamas candentes que desprendía el astado disparando pólvora por sus tuétanos, nos libró de la bronca y de posteriores afrentas punitivas.
Había terminado la cena en el Cien Balcones, hotel digno, limpio y cómodo, central en la población y sobre todo funcional. El postre recuerdo que era helado de vainilla, con troche de melón al Oporto, servido dentro de una taza magenta que hacía sobresalir la exquisitez del fresco bocado.
El café o las infusiones creímos que si nos lo tomábamos fuera de las instalaciones del hotel, nos supondría mejor distracción, ya que el pueblo hervía en fiestas del Corpus Christi, sumadas a las de la clásica verbena del Juan Bautista.

Estaba todo a rebosar, y mira, no sabiendo de que iba la cosa, encontramos en la plaza una mesa libre y ni corto ni perezoso la utilizamos, sin pensar que la habían dejado tan solo treinta segundos antes, porque los vecinos conocen su tradición y saben que el toro embiste, aunque sea de lata. 

Ufanos como dos imberbes, entramos en el bar, correspondiente a las mesas libres de la franja y nadie nos atendía, tampoco había tanta gente en la barra, como para ni tan siquiera mirarnos. Yo insistía educado—Oye, estamos en la mesa de la plaza, ponnos unas tónicas y unas hierbas infusión. Respuesta ninguna nos dio el ruso. Como queriendo ignorarnos, que de hecho así era, nos supo extranjeros, o como mínimo foráneos, que pensó—: A estos les hago esperarse y amargarse.

Dos intentos más hice y de buenas a primeras me respondió con su cara singular de persona non grata y no es que fuera feo, que no. Era desagradable y me espetó—Te esperas y no tengas prisa, que yo, estoy aquí toda la tarde y no me quejo.
Ya no hubo respuesta, por parte de Antonio, que salió como un obús de la barra de aquel baratillo. 

Me lo miré y ahí debí frenarle y hacerle entrar en razón, constatar un acto de paciencia y moldear al nervioso amigo. Salí tras él y entramos en el bar contiguo. Yo; tras de él, mientras nuestros acompañantes ya estaban acomodados en la mesa de la plaza, perteneciente al Bar Patricks, sin conocer el gesto horroroso que había protagonizado Antonio.
Oye tío, la mesa donde estamos sentados es del bar que nos hemos pirado, tendremos problemas, seguros, este tío tiene malas pulgas y unos brazos de hierro, para decirle algo que no le guste.

Nada, ni cuenta, con tanto lío, ni se enterará. Dejádmelo a mí, y veréis como lo encauzo, que se joda y que atienda a los clientes, como debe hacer. Una atención al público, no es eso. ¡Que se vaya a la puta mierda! —Acabó presumiendo Antonio.
Dejé de cavilar y me dije ¡Que sea lo que Dios quiera! Ahora me voy a discutir con mi amigo, después del «tablazo en su orgullo» que se ha dado con el ruso y pensé—« que en vez de venir de vacaciones, parece que se ofende por el mal humor y nefasta educación de un negado».

Pedimos, lo que nos apetecía y fuimos a sentarnos en aquella mesa maldita.
El mocetón ruso, salió a comprobar, imagino si ya llegaba la hora de la pólvora, cuando nos vio acomodados, solos en aquella mesa, sin nadie más, por el inminente paso del carrusel de chispas y se acercó. Al principio no nos relacionó, pero cuando leyó la marca de refrescos que había sobre la mesa, nos miró y ¡Claro, que nos conoció! Mi amigo Antonio, hacía unos segundos que disimulado, corría sin destino.

Han de marcharse, de aquí de inmediato. Viene el toro de fuego, ¿Dónde han comprado estas bebidas?—Preguntó fuera de sí. 

¿No saben que estas bebidas son de la competencia?—¡Cómo vamos a saberlo—Pues por la indicación en el tablero, que está escrito claramente.

No dio tiempo a más, de un potente manotazo, nos arrancó la mesa, retirándola un metro. Recogió los envases de los refrescos y la taza del té al limón y las arrojó con mucha rabia al jardín, destrozándose la loza de la infusión.
Mientras con malos modos y con amenazas, nos despedía aquel mocetón, con ganas de estamparnos contra la fuente de la plaza, como había hecho con las latas de refresco.

La verbena, podía haber sido sonada, por la intransigencia de todos. La dejadez mía, por permitirlo y la suerte del Santo Juan el Bautista, que siempre nos ampara.
Antonio, se refugió en una esquina, temblando y cuando aparecimos, sacó pecho y fanfarroneó, dándonos escusas baratas y rajando de los maleducados. Hasta que le dijimos—Otro día, lo piensas, ¡Valiente!
A todo esto el toro, de fuego daba señales de pólvora quemada.





Ver otras publicaciones de Sant Juan.
















Broche Darocense.








La monjita de la Parroquia de Santa María, comenzó pidiendo un poco de orden, y silencio. Dentro de la iglesia.
Nos miraba desde el altar, sorprendida y alterada al ver que habíamos acaparado el espacio y con un ruido de mercaderes, deshacíamos el curso desacelerado de la oración de los vecinos, que allí recluidos en sus reposos, alterábamos la sordina del lugar.
Aquellos turistas inadvertidos, habían entrado en el oratorio, como un elefante en una cacharrería. ¡Lástima| Sin más.
Preocupación por mantener el mínimo resuello, en los repechos por las callejas de la Ciudad, de la fuente de los veinte caños.
Charlando por los descosidos, sin escuchar las respuestas de los demás, como en la tasca Continental, o el súper mercado del barrio, ¡Vergonzoso!
No parecían fueran a visitar un santuario, por las formas que presentaban y el vocerío exhalado.

En muchos de ellos, de los excursionistas, debe ser norma, porque en el último Museo visitado se comportaron del mismo guiso, y a pesar de llamarles la atención tres veces, porque no se escuchaban las palabras de la ponente. Hacían caso omiso a los reproches, sin ceder un ápice en sus graciosos y chabacanos comentarios..

Los caballeros sin despojarse del sombrero que llevaban, sin descubrirse la cabeza, que como mínimo en la más escueta regla de urbanidad, se refleja.
Exactamente igual, que cuando entran en un restaurante a comer, siguen en la mesa, con la gorra puesta, es inaudito la poca educación del mundo. Del que tampoco me excluyo y a veces tengo algo de esa responsabilidad.

Uno puede ser más o menos simpático, más o menos educado y más o menos creyente, o incluso ¡Nada! Pero ¡sí es exigible!, un mínimo de formación y si vas a blasfemar o dejar muestras de tu corta enseñanza; es preferible que te quedes en la calle y no entres en el restaurante, en el ambulatorio o en la capilla, y permitas a aquellos que lo respetan y guardan se sientan cómodos y desapercibidos.

Y el silencio llegó; nos sentamos a escuchar la explicación, que nos regalaba aquella religiosa, a falta de guía en la excursión.

El 23 de febrero del año 1239, las tropas del ejercito Darocense, junto con las huestes de Teruel y los batallones de Calatayud, estaban dispuestos a conquistar a los Sarracenos, en el castillo de Chio, en Luchente, provincia de Valencia.
El Mosén de Daroca, que según dicen los escritos se llamaba: Mateo Martínez, celebraba entonces el Culto y un ataque sorpresa del ejercito Musulmán, obligó a suspender el oficio, teniendo que ocultar el sacerdote las Hostias, ya consagradas, bajo unas piedras del monte, donde estaban ponderando el acto litúrgico.

Rechazando el ataque y dejando aquellas hordas islámicas completamente vencidas, por todos los aguerridos soldados de la ribera del Jiloca, los darocenses, junto a los turolenses y los batalladores bilbilitanos.
Cuando volvió el cura, de la batalla y fue a recoger aquellas formas guardadas bajos aquellos pedruscos, encontraron las seis Hostias empapadas en sangre y adheridas a los Corporales, tapados con la hijuela que reservaba de la suciedad, el contenido del tesoro. Llamado por los Cristianos «Cuerpo de Cristo»

Dicen los vecinos del lugar. Aquellos que creen en los milagros; que han de respetarse las creencias. Por ello después de la batalla y el asalto al Castillo, todas las partes cristianas, al notar el milagro, querían llevarse los Corporales, a su pueblo.
En vista qué, no llegaban a un acuerdo, para custodiar en el futuro, aquellos tesoros, decidieron entre todos.
Colocar sobre una mula los Corporales, resguardados como correspondía y la dejaron andar días y días, dándole de comer y beber y que ella, libremente, circulara hacia donde Dios la iluminara.


La borrica seguía legua tras legua caminante por los barbechos, hasta que llegó a Daroca, y un 7 de marzo de 1239. Se detuvo frente a la Puerta Fondonera, cayendo fulminante, exhausta y feliz, muriendo reventada de cansancio, tras haber cumplido un designio divino.
Desde entonces se conservan, Los llamados Corporales. El Relicario del Misterio, en la Ciudad de Daroca.
«Este suceso fue con sus diferentes matices, expuesto por la monja desconocida» .
Aquí se reproduce, según quedó en mi memoria y así es como he tratado de reflejarlo. En lo que han de disculparme, por si hubiera «errata cantata» 









jueves, 27 de junio de 2019

La ciudad de los siete, séptimos.



Menudo madrugón tuve que darle a mi «body», para poder llegar a subir a la hora prevista al «bus broad», que nos llevaría; por supuesto, muy dormidos, a más de uno, a las Fiestas de San Juan. En la ciudad aragonesa de Daroca. 

Donde además, de encantarse con las Fiestas del Bautista, también coincidían y se celebraban las fiestas del Corpus Christi.
En la noche anterior, para darle algún alivio a mi apariencia, me retiré bastante temprano, para lo que suele ser costumbre en mi usanza. Ya que entre la hora de separación de actividad y el entreacto de desconexión, lo adelanté en más de dos horas y aun, así, no hubo manera de pegar ojo.


Conté todas las historias fabulosas de mi espiritual, mentalmente desde la piltra, tendido a discreción y sin tabúes de censura. Transcurrieron en secuencia, todas las alucinaciones más fantásticas, de mi historia futura. Circulando sin límites viales; a una velocidad, comparable a la del «gamo herido». 

Hasta que el desfallecimiento, me desvinculó de la realidad y quedé roto, cual juguete dañado.
La diana estaba fijada en el despertador a las cuatro de la madrugada. Lo que en América se dice: Las cuatro AM, «antes del meridiano», que fue cuando levanté del viscoelástico, mi vanidad.
Destrozado por la astenia y debilidad, del falso sueño. 

El cansancio pretendía hacer grieta en mí debilidad, seduciéndome para que me abandonara tan solo unos instantes y traicionar mi puntualidad ya contrastada.
La ducha reparadora y la rutina «One», que es el nombre que le doy, en el idioma de «Shakespeare», a toda la repetición exacta, que proceso cada mañana, sin menos cabo. 

Ingerí mis pastillas de la tensión y pude afeitarme con precaución evitando rebanarme la cara, con esas cuchillas inteligentes, que no necesitan presión para dibujarte un rasguño en el rostro.

Una indumentaria fresca marcó el arranque de salida hacia una despreocupación ilimitada.
Cuando llegué a la plaza, de donde parten todos los buses de las excursiones, ya había gente esperando. 

Madrugadores de pro, con sus párpados deformados, por el escaso descanso que disfrutaron.
El tono de su voz, tampoco daba para jugar con la escala de solfeo. A otros que fueron más que algunos, les había pasado «lo mismo que a mí», y aunque sea nombre de un bolero. Es coincidente, con lo que trato de explicitar y absuélvanme, si no lo consigo. 

¡Es así! Al llegar saludé y sin dejarme decir nada más; me preguntaron a renglón seguido
¿Has dormido?—A lo que respondí, como ya saben ustedes.

Estos amigos, por no perder el bus, ya ni siquiera se acostaron. No se metieron en la cama y aguantaron encima del sofá, viendo cine de los años negros, muy ameno.
Al poco, el transporte colectivo llegó, muy a su hora y fuimos cargando maletas en sus intestinos automáticos, que situados en las bodegas del ómnibus, bajo los asientos de los pasajeros, permanecen, tan en silencio como si no «hubiesen roto un plato» 

No voy a hacer una descripción literal de cuanto mis ojos pudieron ver a lo largo y ancho de todos los días de viaje, aunque es verdad, que mis facultades muy abiertas, a Dios gracias; supieron entender situaciones de todo tipo y envergadura.

Unas acertadas y otras no tanto, pero eso es «harina de otro costal» y como decía aquel político que nos caía tan bien a todos y que, con razón denostamos «ahora no toca».
Buen viaje de tirón, tres horas hasta llegar a Alfajarín, donde el café es caldo arábigo, de sucedáneos de Borneo. Lo equivalente a una purga.

Desayunamos en veinte y pocos minutos y lo principal, para los incontinentes, descargaron sus vejigas que ya apretadas cantaban aquello de «si me muevo me meo».
Seguimos viaje tranquilo y disfrutando de lo que se escuchaba a lo lejos. De todo, menos exactitudes, pero eso lo lleva el tumulto de personas.

Nos dieron la «room» la habitación y pudimos disfrutarla antes de salir, por la tarde y después de comer.
En todos los lugares, ahorran mano de obra y ¡pues eso!

No estaban preparadas cuando llegamos, y nos regalaron una excusa francamente ridícula, ¡Luego si!, la entregaron al punto. Siendo una bendición del cielo, poder desparramarse sobre un colchón en busca de un rato de siesta, antes de volver a salir, con el guía que nos esperaba para poder enseñarnos la bella ciudad de Daroca.


El amigo Alfredo Vallespin, que nos hizo de guía accidental y muy preciso por cierto, ya que la ciudad estaba de fiestas y los encargados y empleados del departamento de Cultura, libraban por tal motivo. Con lo cual no había personal preparado para tal fin. 

Así que ni corto ni perezoso Alfredo, un amigo de Fructuoso García, persona grata, que estuvo entre los años 1980 y 1986 en la ciudad, residiendo y trabajando, nos puso el dato al abasto, de forma magistral y acompañándonos por la city de Daroca, nos embriagamos de tanta historia y enjundia maravillosa, que se veía en cuanto mirabas alrededor.

Muy serio nos dijo al comienzo de su locución, unos detalles que jamás había escuchado y no será porque no he puesto interés en todo lo que me rodea.

¡Ya verán, les cuento a mi manera! El resumen de lo que me llegó por parte de Alfredo, para guardarlo muy a gusto, entre las certidumbres diarias que también existen.

Dejando aquí y ahora, mi opinión y pasando a describir, como cronista de mi Bloguer, sucintas sentencias, de las cuales si quieren profundizar, pueden hacerlo desde el propio Google, que les dará mucha más información que la que yo les voy a dejar en este instante.





Los siete sietes, mas o menos, Adolfo, me los contó de esta guisa:










7 iglesias.-. Santa María, San Andrés, San Juan, San Martín de la Parra, San Pedro, San Miguel, Santiago.    Durante 700 años, existieron siete iglesias parroquiales.






7 Conventos Escolapios.

7 ermitas.










7 Fuentes.

7 plazas.

7 Puertas.

7 Molinos.





Como podrán observar, pueden recabar más liturgia y cultura, desde las páginas del Ayuntamiento de la preciosa ciudad de Daroca, a la cual les remito









Fotos y narración escrita:
Emilio Moreno

Datos de la ciudad: 
Guía Alfredo Vallespin, vecino de Daroca
y Google.com

miércoles, 26 de junio de 2019

Millagrum Obesindo





La empresa Pharmestetik, promocionaba e impulsaba al mercado, su nuevo compuesto. El milagroso y específico preparado, dirigido a los más orondos y enjundiosos ciudadanos.

El nuevo fármaco que podrán recetar los facultativos; Millagrum Obesindo. El famoso medicamento antiobesidad que salía al mercado después de haber estado varios años bajos los controles de la Agencia Europea del Medicamento, y ahora ya dispuesto y analizado en más de once mil pacientes, de edades comprendidas entre los treinta y cincuenta y cinco años, y con el noventa y tres por ciento de éxito en los resultados. Se podría despachar en las farmacias, con receta médica.
Diez años antes buscaban voluntarios, sanos y fuertes, con tendencias a engordar, para hacer una prueba piloto, que tan solo duraría, según el patrocinio; cinco días. —así lo promocionaron los farmacéuticos del laboratorio. 

En la cual, a los voluntarios, no estaba previsto hacerles ingerir, ningún preparado que no fuesen los previstos, por los responsables de la agencia que lo vigilaba. Ni transfusiones, ni mejunjes tragados por vía oral.
Nada que pudiera invertir la salud de los espontáneos que se sometieran al test y que tan solo la pasarían aquellos, que su salud fuese de hierro, prácticamente.

Manolo Cambizares, estaba pasando por mal momento económico, se había quedado inscrito en las oficinas del Instituto del trabajo, o sea, en el paro. La empresa donde trabajaba, desde hacía catorce años, dedicada a la fabricación de toda clase de maquinas tragaperras, para los salones recreativos y mecanismos para el juego en general y casinos, cerraba las puertas y despedía a cuantos trabajaban en ella. 

Aquella entidad lúdica, de juegos permitidos y desgarro de salud en los ludópatas, tahúres de barra del bar, y de apuestas benéficas sociales, daba el cerrojazo.
Dejando a todos los empleados, en el borde de la crisis. Sin saber dónde ni a quien recurrir, para poder sacar a su familia adelante.

Fue una mañana muy temprano, cuando recorría la ciudad, en busca de alguna oportunidad que disimulada, le estuviera esperando, con una ocupación.
Sin perder la ilusión ni la fe y un tanto desesperado, por haber transcurrido, ya más de quince días, sin ocupación alguna, seguía esperando su oportunidad.
Donde fuera, sin necesidad de elección, esperaba el milagro que surgiera, que produjera pan para su domicilio. Continuaba convencido que algo encontraría.

Deambulando y divagando por la ciudad, muy atento y concentrado; desde la mañana a la noche, tan solo acompañado por su bocadillo de sardinas de lata y una botella de gaseosa. Se paró de pronto en un kiosco, que desde sus hornacinas y repisas; leía desde la cabecera del ABC de Sevilla, una propaganda donde ofrecían cincuenta euros diarios, por servir a la caridad, ofreciendo su tiempo y corpulencia, para el desarrollo y ensayo de un beneficio, para la humanidad en general y auxilio, de aquellos que padecen de enfermedades, que no tienen cura ni futuro. Desde aquel editorial de la prensa ofertaban una ocupación diferente y muy singular. Humano para test somático de un milagroso fármaco.
Sin eventualidades, con la máxima claridad para el grávido voluntario, con mucho respeto y sobre todo inmunidad segura, para la propia salud. Sin riesgo alguno ni consecuencias para su cuerpo. 

Además asegurando bajo criterio clínico, con la confianza de no contraer enfermedades ni contra indicaciones en la salud.
Sin pensarlo, compró el diario y se fue directamente hacia la dirección indicada en aquella propaganda, hecha a toda página y con fotos del máximo esplendor. Mostrando imágenes de individuos sanos, que sonreían a la vida, desde el inicio de la mañana, hasta el ocaso del día.
Al llegar al domicilio de los anunciantes y presentarse con el recorte del periódico, vieron, se trataba de un espontáneo para someterse al análisis del medicamento, y los promotores del específico, ya no le dejaron poner la marcha inversa.

Con fineza, lo escucharon y quisieron saber dónde se había enterado, el motivo por el cual quería ser uno de los ahondados y qué le supondría poder dedicar cada día durante dos años, entre dos a seis horas. Con un contrato de trabajo, sin poder disfrutar sábados, ni festivos, y con ocho días tan sólo, de vacaciones.
Manolo puso en marcha su calculadora mental y pronto su totalizador le arrojó una cifra de; unos trescientos cincuenta euros a la semana, trabajando como máximo cuarenta y dos horas; en los seis días, que muchos de ellos, con presentarse simplemente un par de ratos, habría más que de sobras. 

Pensó —« en que no correspondía; el horario que le proponían, con la publicidad que lanzaron. En el folleto de patrocinio, se hablaba de tan solo cinco días, de sometimiento al plan, y ahora se encontraba con una disposición muy desigual. También justipreció, la larga duración, del experimento y los devengos que de ellos le correspondería».
Detalles que los patrocinadores del evento, indicaron que tan sólo era estrategia publicitaria, sin más, para evitar la avalancha de personas, que querrían someterse a la convalecencia de semejante test farmacéutico.

Lo pasaron a una gran sala de ensayos, completamente estanca y aséptica, muy cercana a la apoteca del propio laboratorio y lo desnudaron completamente.
Analizaron su sangre, orina, la comprobación de ergometría, y capacidad pulmonar, además de hacerle un escaneo general y una comprobación de tiroides, como la clásica prueba de taquicardias y el consabido electrocardiograma.
Le efectuaron un completo análisis corporal, que iba desde el peso, hasta la velocidad de sedimentación en la sangre.

Lo sometieron a los cables y ventosas y pasaron por “rayos x”. Comprobaron la estabilidad, la tolerancia al mareo. Escucharon su opinión, mientras le comprobaban el estado de su piel, la forma de sus uñas, y el interior de los tímpanos. Un completo y redondo ensayo de su físico.
Si Manolo, hubiese tenido atisbo de alguna enfermedad, con aquel meneo, se hubiese descubierto.
Su estado era en aquel instante de apto y en perfecto equilibrio mental.
Cincuenta centímetros de cintura, metro setenta en altura, sesenta y ocho kilos de peso. Presión arterial máxima de 14 y la mínima de 7,5 con setenta y tres pulsaciones por minuto.
Además del lavado de cerebro le hicieron, para que aceptara de inmediato, las condiciones propuestas, la ficha de ingreso, un documento de no agresión al laboratorio, en caso de dejar repentinamente el tratamiento.

Un contrato comercial de compromiso con fecha de hacía ya, una semana y le dieron cincuenta euros en metálico, por su primer día de trabajo. Quedando hasta el día siguiente a las nueve de la mañana.
No sin antes ingerir la primera grajea de Millagrum Obesindo.



Pasaron ocho años ininterrumpidos, tomando día por día el compuesto y comiendo y bebiendo a placer, sin mirarse en la ingesta, comiendo hasta en demasía en muchos momentos. Haciendo vida de auténtico “Marajá” Sin la preocupación de dietas, ni mandangas. Una felicidad hecha a medida.
En ese lapsus y con las condiciones descritas, el peso de Manuel, jamás pasó de los kilos que en un principio, había arrojado aquella báscula, el día de su ingreso. Los sesenta y ocho kilogramos de enjundia que atesoraba.
Tiempo feliz, de los cuales Manolo, no enfermó nunca, ni siquiera un resfriado pasajero. Nada en absoluto.
Su salud era de Millagrum Obesindo, mejor que nunca y así disfrutaba de cuantos caprichos tenía. 

Los médicos e investigadores del fármaco, estaban normalmente, encima de él, cada día y tan solo iba creciendo moderadamente su cabello, las uñas y la bulimia contenida. Una enjundia controlada, como en el resto de los humanos, con la edad, algo más exigente pero igual de peso, de anchura y con la misma presión.

Cuando llegó la primavera del año 1992, se pararon pruebas, y todos los análisis, sin explicación alguna, y a Manolo, como a once personas más en Sevilla, que probaban las ventajas de Millagrum Obesindo. Se les rescindió el contrato, por finalización de Obra y Servicios. Volviendo a quedarse de nuevo en el paro, tras tantos años sometiéndose a controles, ingiriendo la gragea diaria de Millagrum Obesindo, que desde aquel instante, dejaría de tragarla, al causar baja en la empresa farmacéutica Pharmestetik, y pasar a hacer una vida encauzada sin píldoras ni comprimidos.

En los diez meses siguientes, haciendo una vida más o menos exacta y practicando los mismos usos; Manolo Cambizares, había engordado setenta kilogramos, o sea siete quilos por mes. Volvía a pasar por las gripes normales de cada temporada, perdía cabello y su piel se ajaba en demasía, se le agrietaron las plantas de los pies sin explicación alguna. Sus oídos perdieron sutilidad y agudeza, y sus pulmones aminoraron la capacidad en un sesenta por ciento, desequilibrando su salud, que sin prisa y con una pausa más que inmoderada le llevaba con frecuencia a la visita de su médico de cabecera.

Ya estaba en la cola de espera de una reducción de estómago, que su propia mutua personal, le indicó, siguiera adelante, ya que los pronósticos no eran saludables.
Manolo, tan solo tomaba agua, suero y derivados de verduras, por lo que no había explicación del porqué; su envergadura aumentara tanto.

Los abogados de la Dirección General de Sanidad, abrieron investigación por los motivos tan sumamente inmediatos, con que se había cerrado el programa, de Millagrum Obesindo. dejando a Manuel y once pacientes más sin atención y que todos ellos, estaban sufriendo una metamorfosis muy significativa en sus cuerpos.