La
noche pasada:
¡Mejor
dicho y siendo más conciso!
¡Anoche!
Soñaba
con tus olores,
perfumes y carnes.
Fantaseaba
contigo.
Te
notaba desairada,
como nunca te había detectado, y
eso, que sueles
ser
bastante opaca
y discreta, pero aun y así me hice el disimulado y te seguí el
juego en mi sueño.
Ahondando
aún
más, pero siguiendo el consejo de mi criterio, y estando, como
digo tan dormido
o sea. Dentro
de mis
elucubraciones:
¡Callé!—hice
una pausa dentro del sueño y sin despertarme seguí
elucubrando—Seguro
que pensarás—: «
y
porqué este tipo no me dijo ni media »
—Pues
verás, porque a veces, hacemos cosas, sin razón que con el tiempo,
nos arrepentimos de no haber procedido y
después es tarde.
Sin
embargo no
sabía como
gestionarlo.
Yo;
realmente estaba dentro de lo que llaman un alucinación. Sin
poder casi ni menear un
músculo de mi cuerpo. Ni
por supuesto salirme fuera del guión de ese
sueño tan
pesado
y prolijo.
Detalles,
que por otra parte, jamás
te he comentado. Por
no tener que soportar tus manidas
displicencias
durante un mes.
Tan
desajustada te encontré, que
inclusive pensé
«que
lo estabas pasando mal»
Preferí
dejarlo y no escarbar.
Cruzar
de puntillas por esos vafos, bostezos y recovecos de tus suspiros y
despertar en forma natural, cuando me llegara el momento.
Seguía
soñando y me vi tendido desde mi cama, cuando me levanté y acerqué
sigiloso mi cuerpo a la ventana.
Veía
la avenida. Una vez icé la persiana. Observé las aceras mojadas por
la humedad tras la prolongada lluvia de la noche. Las farolas con
esas nuevas bombillas led, tan resplandecientes y blancas en su
franquía dibujaban la realidad.
Un
ambiente preñado de una atmósfera panorámica, silente y exentas de
realidad.
Por
la hora del crepúsculo, la vía estaba inerte. Ni una sensibilidad
ocupando aquella avenida ancha y sin sombras.
Todos
los umbrales y ventanas yacían sin iluminación. Miré de reojo el
despertador eléctrico y señalaba una anotación leve y breve.
Las
tres y durmiendo profundamente, volví a mi espejismo y me
sobresalté. No podía siquiera palparte.
Volvieron
de nuevo aquellos perfumes tuyos, tus enfados y tiranteces.
No
podía moverme de mi estado semejante a lo que se conoce como
catatónico.
Pasó
por mi mente, un estado de embriaguez, como si estuviera poseído,
como si estuviese dentro del cuerpo de un moribundo, que espera de un
momento otro sucumbir.
De
pronto, fuiste tu la que te acercaste y me dijiste, muy seria y con
un tono de
voz que jamás te había escuchado. ¡Adiós!
No me sigas, olvida que me has conocido, soy etérea,
estoy vacía y pertenezco a tu sueño.
Yo
desde mi postura, la que me permitía aquel sueño, que me atrapaba;
le dije—Yo no sé
quien eres.
Aquella
silueta, discreta y conocida, podría ser mi sombra. ¿Por qué otra cosa? No
podría entenderlo