Aquella
mañana de domingo estaba desesperado, y no sabía donde acudir, ni
con quien desahogarse de todo el mal avenimiento con su pareja. Cada
día era más insoportable e insufrible aguantar en aquella casa, que
no podía abandonar, puesto que no tenía terreno, ni espacio para
plantar su cuerpo ennegrecido, sin
que le supusiera un gasto.
Toda
su desventura radicaba sin más, en «lo
poco que le gustaba trabajar»,
lo holgazán y ayermado, que llegaba a ser. Lo
poco laborioso y organizado del tipo, lo borracho y busca pleitos.
Tanto
que
lo despreciaban hasta los que en un principio, le otorgaron algo de
amistad y aprecio. Retirándole aviso
de reunión, al ver del
«pie
cojeaba»
Pecker, aquel Don
Nadie afincado
en la
Ribera del Río.
Entre
las muchas causas por lo que la gente, sus
conocidos, los compañeros lo apartaban de su vera, se debía a su
adicción a la bebida, que lo transformaba y lo hacía agresivo.
Faltando el respeto a todos los que le pudieran rodear.
Nadie
le
quería cerca,
ni convivir con él,
por lo que ninguno de sus antiguos y
coleguitas,
compartía
hermandad,
y lo
sufría quien le
acompañaba, perdiéndose
Mabel, su pareja, momentos
de diversión, de amistad o disfrute.
Detalle
que a la larga había calado en la determinación de la
mujer,
la que poco a poco, se
estaba quedando sin amigos, llegando
a despreciarle
sin remedio,
y
a
querer
sacárselo de encima,
tras haber compartido los últimos tres años.
Mabel
era el nombre de una joven preciosa, que hasta entonces, aguantaba
sin rechistar todo lo que le propinaba el esqueleto de su avasallador
«follamigo»
A
María Isabel, la conocían por el diminutivo cariñoso, que le
habían puesto sus padres —Mabel—,
cuando acababa de nacer y con el que era distinguida
en el barrio de San Ildelfonso. Querida por sus compañeros de
trabajo, familia, amigos y vecinos. Apreciada
y valorada por su valía, entre ellas destacada, aquella
voz sugerente
que te regalaba, cuando estabas en horas bajas, que
parecían darte fuerzas para seguir un paso más, hacia adelante. El
porte te lo
sobreponía
y
valoraba,
y
aquellas dificultades tan inmensas, quedaban diezmadas y las
adversidades
irreparables,
sumergían
bajo mínimos, dando
una paz necesaria. Tanto
que incluso veías la desventura,
de otra forma.
Cuando
te afligía una racha de las «malas»,
siempre se compadecía y con una palabra de cariño y de sosiego
ayudaba a pasar el trago, a todo aquel que se le acercaba a
cobijarse. Sin embargo, no sabía como desembarazarse de Pecker.
Su
castigo. Un
migrante llegado del otro lado del mar, sin oficio ni beneficio, que
además de ser dictatorial,
creía en su inmensa atracción, cuando no era más que el mayor de
los desgraciados de la comunidad.
Un
déspota, que tuvo que huir de su casa, porque no lo aguantaba ni su
propia madre. Así que un buen día recaló en el país, para vivir
del cuento y del vino. Buscando a una ingenua que lo alimentara, y a
fe de Dios, que lo consiguió, y de qué manera.
Repitió
el cuento, en tres ocasiones, engañando a tres jóvenes de
ciudades diferentes;
hasta que encontró a la guapísima Mabel, que en un momento de
delirio, o melopea, lo acogió dentro de su cuerpo y de su vida.
Al
principio de la relación todo eran caricias y buenas palabritas,
abrazos y arrumacos, mimo
y tocamientos, mentándole a su «diosito»,
por haberle concedido la gracia de descubrirla, tan guapa y limpia,
poderosamente—(Sin
mentarle el fracaso, con las dos muchachas anteriores, que las había
enloquecido y se había aprovechado de ambas)—equilibrada
y con un sustento fijo, por su trabajo.
Hasta
que la enamoró para someterla,
y ceñirla
de forma, que jamás pudiera desasirse. Confiando
en que jamas sería repudiado, hiciera lo que le viniera en gana.
Ahí
fue donde erró, y Mabel, harta
de sus celos, de sus borracheras, y salidas de tono;
le tomó la medida, esperando el momento de
poder extirparlo de sus días.
A
estos botarates su confianza les traiciona y los deja a la altura del
betún. Después de una y tantas
borracheras,
no alcanzan a recordar, donde dejaron los secretos y, su instinto les
sigue llevando a
la inconsciencia; y a
fijarse
y desear a otras mujeres. Ajenas
a la suya, para follarlas y aunque tan solo sea por el «ego»
de su conquista, la camelan con piropos y grandezas, para llevarlas a
la cama y mirar de sacarles todo aquel beneficio o prestancias, que
ellas regalan después, de una copulación satisfactoria
con
un extraño.
Importándoles
a
estos señoritos baratos; muy
poco el
bienestar de sus jóvenes y sufridoras esposas o compañeras.
Poniendo
en juego su bienestar y distrayendo
—
a
la esclava,
que ya
tienen apresada.
En
definitiva, que
los
alimentan,
visten,
abrigan
y calzan.
Conociendo
ellas mismas
que están siendo timadas.
Faltando ese valor
que
no
tienen, ni
poseen tampoco
el arrojo y la valentía de enviarlos a la “«Inmensidad
de su propia
mierda»”.
Error
que con mucha idea y paciencia, Mabel, estaba tratando de mutar,
poniendo en su sitio al «rompe
bragas barato» y
beodo que aguanta como pareja.
Para
eso se valió de una estratagema impensable, la que urdió con su
amiga del alma, Georgina,
que estaba en la misma tesitura, soportando a otro «vividor»
que como Pecker, había desembarcado desde uno de los surcos de
cualquiera
de las ciudades de donde se siguen escapando sus aventureros.
Así
que la mañana del domingo, era el día clave para que Pecker picara
el anzuelo, que le habían tendido aquellas dos amigas, con la ayuda
de Perry
Terry,
un primo lejano de Mabel, detective privado, al que le habían pedido
a su vez ayuda, consejo
y acción.
Hartas
de morenos chulos y flojos, para el trabajo, querían deshacerse de
las
crestas de sus
gallitos de corral, y emprender sus vidas con otros muchachos, menos
«matasietes»
y sobre todo más esforzados,
que supieran traer un sueldo digno a sus casas y
las respetasen como ellas lo hacían a la inversa.
El
teléfono de Pecker sonó y surgió una voz acaramelada, que le decía
cantidad de requiebros, los que le llegaron a tonificar sus
mismísimas ganas de poseerla, y aprovechando que Mabel, se bañaba
tranquila, le habló desde otra estancia instigado por saber quien
era.
—No
serás hispana, ¿Verdad?—preguntó Pecker, sin más—¡Pues No!,
Ah...
qué,
preguntas eso—le dijo aquella voz, dejando que Pecker siguiera
—Pues
porque las mujeres de mi tierra, no me interesan. Yo
vine aquí a pescar una europea. Así que dime de donde eres, antes
de continuar—exigió
Pecker.
—Soy
Helvética, pero criada en esta playa y me llamo Georgina, aunque
puedes llamarme Gina. Pecker insistente quiso saber que se
le
ofrecía y preguntó—Cómo es que me llamas a mí, sin conocerme.
La
voz
de la señorita,
muy preparada le
respondió—Soy compañera de tu mujer, trabajamos juntas y presume
de ti. Ella
cacarea y dice...
que tienes una “Sístole”
muy vigorosa y mira que no me lo creo. Pretende
«darme
gato por liebre»
y en este mundo todos nos conocemos y
pensamos que tu debes ser un «Pincha
uvas»
—¿Donde
estás ahora mismo Gina?—molesto
y presumido cayó
en la trama que le tendían al ínclito Pecker
y
este quiso darse el pisto mostrando su «Diástole»
—Estoy
en la conocida
Pensión
Rejas, de
la calle Hierro, cerca de la bahía.
—Pues
espérame que llego en diez minutos, enredo a Mabel y nos lo pasamos
«Fetén»
a su costa, sin
que ella se entere.
Gina
para seguirle el juego y no descubrirse, le acosó—¡Bien tu
mismo!— Y colgaron el teléfono. Se
acercó a la puerta del baño, donde
el agua se escuchaba repicar en el alicatado
de
granito de
la
ducha,
y tras la puerta, le voceó
a
Mabel, que se ausentaba—Mabel, he de salir rápido—Impetuoso,
clamó Pecker—Me
ha
surgido un asunto que después te explicaré, nos vemos a la hora de
comer.
—¡¿Dónde
vas ahora Pecker?! —Reclamó Mabel fingiendo
nervios,
que tras la puerta del aseo,
esperaba vestida, con el grifo de la ducha gastando,
para simular su uso
y salir tras de sus pasos, intentando
pillarlo en colitates.
—¡Ya
te contaré—Adiós, llevo prisa.
Salio
como
una exhalación, en
busca del apetecible
bocado
de piel
distinta. Sin
saber que un anzuelo, afilado lo esperaba en la Pensión Rejas, donde
el bueno de Perry Terry, lo tenia todo dispuesto, para
usar esas pruebas en el juzgado, si fuera menester.
En
la calle Hierro, todo estaba más que preparado, una cámara de
grabación ya
registraba imágenes
en la suite del encuentro, y alguna
grabadora de voz instalada a lo largo del angosto y lúgubre pasillo
de aquella pensión, guardaba
sonidos válidos para usarlos ante el juez llegado el caso.
Pecker,
salió con la prisa de un rayo, «la
que llevan los malos camareros y los toreros miedosos»,
pero tras de él, iba su Mabel, que esperaba ese momento desde hacía
fechas y que estaba dispuesta a explotar y poner a su usurpador
nocturno, de «patitas
en la calle»,
para que buscara otra
victima que joder.
El
acceso de la pensión estaba entre abierto, y la habitación Cosmos,
con la puerta de par en par, como diciendo «pasa
y cómeme entera»
Pecker,
nervioso por conocer a la partenaire, llamó antes de entrar y al
aparecer la fámula, se quedó muy parado, puesto que era la amiga de
Mabel, que se presentaba frente a él, con un camisón muy
transparente, donde se reflejaban al trasluz, una combinación de
ropa íntima muy sexy, en
color crudo
muy provocativo.
Pecker
sin dejar de “«comérsela
con los ojos»”,
mirando
alrededor de su figura y lejos de asustarse preguntó—¿Tú eres
¡Gina!,
¿La
Helvética, que me
citó?
—¡Sí,
yo
misma; y ya
no pude resistir más a tus encantos—Le dijo para regodeo de sus
oídos.
El
tunante quiso indagar más antes de pasar a la acción y requirió—¿Y
tu marido, mi colega Eros Críspulo, no
lo
imagina?,
que te entregas en mis brazos
—Pues
fíjate, ahora se lo preguntaremos cuando llegue—rieron
los dos—Pecker creyendo que le gastaba una broma. Gina hablando muy
seria—y siguió Gina interrogando—Oye,
pero... y Mabel, tu
mujer, que pensará si se entera, preguntó
Gina, con ganas
de arrancarle su pensamiento real en cuanto a los flirteos que
cometía—No
se va a enterar ¿verdad?—Amenazó
Pecker, como Eros, tampoco sabrá de este feliz encuentro ni
una palabra. Será nuestro secreto que repetiremos cada vez que nos
apetezca ¿Verdad mi negra? —¡Eso
te crees tu Pecker!, que no llegará a sus oídos y
no vendrán ambos a vernos retozar en las sábanas oscuras de este
antro, donde traéis vuestras conquistas.
Pecker sin dejar de fingir
su incredulidad,
aprovechó, para alargar más allá la burla
y confesó
—No
te interesa, que se sepa, que
le
pones cuernos a Eros y menos conmigo, ahora quieras o no, pasarás
por mis deseos, tantas veces como yo disponga...¡Cómo
le llamaste Sístole!—Rio
feliz el desgraciado e infeliz engañador engañado.
Gina
le preguntó para que siguiera largando ante la cámara oculta
—No
te da pena engañar a Mabel, tu mujer, ¿la que te mantiene y paga
los gastos? ¿No tienes corazón?—Forzó
Gina al promiscuo
Pecker.
—Yo
no amé
jamás a tu
amiga Mabel,
pero
si es verdad, que necesitaba
un lugar para vivir, un
techo donde cobijarme
y comer. Ella
me
lo puso a “Guevo”
y
a mi, me quitaba de pagar alquiler. Así que aprovechando su
prisa por dormir
caliente, me apunté al carro y claro, como comprenderás, cada uno
es cómo es. Ahora
todo ha de volver a su cauce, he de hacer mi vida, y
que los gastos corran a cuenta de ella.
—Se
detuvo mirándosela y analizó
sus duras palabras y quiso
saber.
—Gina
y ¿tú?,
siendo viejita,
gordita y nada guapa, cómo
te atreves a engañar a Eros Críspulo? Un
guapo chaval. ¡No te entiendo!
—Pues
mira, estoy de él hasta más arriba de los ovarios. Se ha creído
que es un Adonis, y es más flojo para mantener
un empleo duradero, que
la goma que
«aguanta un pollo» Es
desordenado, cochino
para la casa, no ayuda, en cuanto le
dejas solo se
emborracha, para
tener un tipejo así prefiero estar sola—se detuvo unos segundos
para tomar aire y ser más punitiva y le dijo
—Es
muy parecido a ti. Se os podría confundir por hermanos gemelos
y marranos,
por los defectos ¡Claro!—siguió
apuntando y hablando
a la cámara,
mientras Pecker, comenzaba
a bajarse los pantalones
—Espera que llamo a Mabel y a Eros, porque
no te imaginas
lo que os espera a los dos, a Eros y a ti; desde ahora, y
volvió a gritar—Así
que les daremos paso y exclamó.
—¡Podéis entrar! ¡Entrad! — Y aparecieron los cónyuges.
Perry
Terry, abrió
la puerta de la suite
Cosmos
y entraron Mabel y Eros, que habían presenciado el festival
cómico-erótico
entre Gina y Pecker. Poniéndoles al corriente de la premura en que
debían dejar los domicilios que ahora ocupaban con aquellas dos
mujeres, las que habían preparado aquel teatro para que ambos
salieran de sus vidas, de
inmediato
y con la prisa que exige el
desamor.
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