Erase
una vez un hombre que esperaba su muerte.
La
aguardaba no tan sosegado como él se imaginaba, ni tan sereno como le hubiese
gustado. Ahora postrado en la travesía hospitalaria del tránsito, recapitulaba
con el dolor punzante que dejan los remordimientos.
Jamás
lo hubiese supuesto en sus años de juventud, cuando practicaba una violencia disimulada,
cuando no sospechaba que se haría viejo y poco respetado precisamente por todos
los inconvenientes que él mismo había sembrado. Detalles que ganó tristemente solo;
sin esfuerzos, debido a lo desagradable
de su carácter.
Esperaba
a “Doña Expiración” vencido.
Infectado
de amargura recordando sin poder remediar todo y cada uno de los conflictos que
había generado a lo largo de su longevidad. Tragándose las repercusiones que su
memoria le servía, secuelas tan frías como crudas.
Un
señor que generó miedo entre los suyos por su templanza desconcertante y
torticera, convencido fanatizó que todo lo había hecho bien en su itinerario, a
pesar de no haber respetado, valorado ni querido a nadie. Practicando el
desprecio y los desengaños entre los hijos, amigos, compañeros, vecinos y hermanos.
Sus
aliados más comunes eran ese machismo reconfigurado y barato del que se jactaba
para hacer el más mísero de los ridículos y, el desagravio rencoroso, iban con
su persona allá donde fuera, catando a todas luces su híper desdicha, que era
lo que forjaba a raudales.
Imponía
su tacañería enfermiza en su entorno íntimo, detonando cada reunión familiar o
profesional con su envidia y sus celos, dibujando escenas de desavenencia en
todas las fiestas principales, sembrando cizaña entre la gente.
Dicen
los que le conocían bien, que no tuvo una infancia agradable, y que los
sinsabores de la época, el comienzo del siglo XX, la guerra, el hambre, las
escaseces, la incultura, la falta de libertad, lo marcaron como un miserable. Haciendo
de él, una especie de yerro entre lo humano y lo dantesco.
¡Qué lástima!
…No poder o; no querer distinguir. No
reaccionar, ante los meneos del destino
caprichoso, haciendo mínimas modificaciones para intentar resolver y no hacer pasar
a los tuyos las mismas miserias que su propio ego había sufrido.
Poseído
por sus convicciones desquiciadas y la obsesión al entender que aquellos arranques
de la juventud no le abandonarían de su acomodo, lo hicieron incapaz para que
nadie le ofreciera su afecto.
Significando su indecencia principal.
Los
lloros y el remordimiento llegaron un buen día al despertarse, ¿Cuántos
retrasos? tantos que ya ni podía contener la orina en sus riñones, porque todos
sus esfínteres se dilataron para no estar vivos a partir de ese momento; ¡jamás!
¡Ah…
desgraciados todos aquellos infames que creen que no caducarán! y que seguirán
manteniendo su mezquindad.
Aquel
hombre viejo, que sabía tenía las horas justas volvió a la realidad para
concebir sus últimos pensamientos.
No hay
vida fácil. No vale decir cuando las escenas no acompañan. Ante esa
desorientación que perturba de vez en cuando a los mortales; cuando el agua nos
llega al cuello y creemos que no hay salida.
¡Quiero
morir!
¡Quiero
morir!
Es lo
más fácil.
Después
a renglón seguido darle un reinicio a mi mente, un Shutdown
al lapso y volver a cargar nuestro sistema personal.
Como si
fuese tan natural y tan accesorio que presionando el interruptor de la
existencia y quedar ¡Muerto! A voluntad,
sin más, se tachen todas las dificultades anteriores.
El
ahogo le sobrevino y el aparato médico, que le proveía medicina en las arterias,
comenzó a roncar y sus alarmas se inquietaron tanto que hicieron correr pasillo
arriba a todas las enfermeras de la planta.
Escapándose
de la responsabilidad y del pago de la franquicia de haber vivido tan
inconsciente y tan alejado de lo que los comunes consideramos normal.
Dejando
todo lo pendiente, actos impropios sin resolver, comportamientos desacertados,
engaños, mentiras y falsedades ¡Absolutamente todo! … Inconcluso.
¡Tarde! Muy tardío para el perdón tónico.
Lamentable
ver que te vas y que estás solo debido a tu miseria, tu desconfianza, en definitiva:
tu mierda.
Tarde para poder explicar los motivos por los
cuales llegó a esos extremos de cicatero. No ayudando jamás a su prójimo
cercano con actos de piedad para que le estimasen y respetaran en el trayecto
de su paso por la calle del dolor.
Tarde
para congraciarse dignamente con aquellos a los que hizo pasar malos ratos y
poder pedir con un sencillo gesto, la dispensa que sin duda le hubiesen
otorgado
Tarde
para decirle a los suyos: siempre os he querido y que estos lo pudieran creer.
En el
momento que menos esperaba, se disparó el diferencial vibrante de su existencia
el que le cortó el flujo eléctrico y dijo
¡Adiós!
Sin multa
ni gloria, dejando todo lo que urdió, sin evocaciones para la historia, sin
recibir el beso de despedida, sin dejar gratitud en la memoria.
Dejaron
de bramar las alarmas y las enfermeras le entornaron los ojos salidos de sus
cuencas que pedían tan solo una cosa: Perdón.