_ A ver Chavalín, búscame a
dos pintores y les acompañas a mi casa y os miráis el pabellón que necesita un coloreado
completo.
_ ¡A sus ordenes mi Sargento¡ y cuando pretende usted que lo hagamos, porque
ahora mismo, todos los pintores están destinados a carros, pintando tanques y a
tope de curro, con el desfile militar, poco tiempo queda para desplazar a dos que
sepan y pinten en condiciones, sin que el Capitán, pregunte y debamos aclararlo.
_ ¡Eres idiota, o te entrenas! ¡Busca a dos brochas gordas!
Y te vas a la carrera, si no quieres que
te empapele y te meta en la prevención hasta que te pudras de viejo
_ No se hable más mi Sargento, a sus órdenes.
Aquel cabo furriel salió tan a prisa como le permitió su
confianza y su experiencia, haciendo ver que estaba esclavo de aquel sargento chusquero,
buen estratega y mejor negociador furtivo,
Don Eladio Díaz, Cuerpo de Caballería.
Alto, espaldas recargadas, jorobado.
Enjuto, delgado, afilado y
estrecho. Con un bigote de los de pelo de alambre. Patizambo y muy gracioso. Dado muy poco al
bar y a las copas entre pasillos, colega legal y nada jactancioso a costa de
las desgracias de los demás. Sin embargo, nada tonto para dejarse camelar ni
chotear por listillos con galones o, estrellas en las hombreras.
No tardó más que el tiempo necesario, para no enojar al
suboficial, que esperaba en su despacho, atendiendo quehaceres de carácter
militar.
_ Mi sargento lo tengo todo dispuesto para comenzar de
inmediato. He seleccionado a dos decoradores, y un peón, que estaban en los
talleres casi escaqueados y camuflados, viviendo de la vida loca.
_ ¿Pero son pintores, son profesionales?
_ Mejor que eso mi sargento, son unos sinvergüenzas de
tomo y lomo que lo dominan todo, hasta la forma de despistar los materiales,
como esmaltes, papeles decorado, masillas, aparejos y accesorios necesarios de
los almacenes de la Subayudantía.
_ ¡Chavalín estás en todo! Por ello te libras del puro que
te tenía preparado. Por cierto, y escucha bien lo que voy a decirte_, siguió
balbuceante Don Eladio, disparando cardenales salivares mientras hablaba_. Cuando
Micaela, mi mujer, te pregunte lo que sea sobre mí, espero sepas dejarme en
buen lugar y además sepas convencerla. ¡Que no te será fácil! Ya sabes lo que te juegas, ve con “pies de
plomo” que la jodida es muy astuta y huele a los embusteros a mucha distancia.
Si te interroga sobre mis andanzas, ya sabes cuál es el mandamiento que dicta
el decálogo militar. Ni salgo del cuartel, y soy un profesional muy comedido y
abnegado con los deberes de la Patria. Ella, para que lo sepas es hija de un
General de División, ya en la reserva, que fue un gran soldado y una bella persona. Por ese motivo se
conoce todos los entresijos de pasillos y de costumbres castrenses. Además de
una imaginación perversa y creerse que soy un poco beodo, fullero y faldillero.
_ No sabrá nada de usted que ya no conozca y menos de mi
boca. ¡Mi sargento! Usted sabe que en
esta compañía somos como tumbas y estamos preparados para dar la vida como
héroes por nuestros mandos y deberes sin pedir nada a cambio.
_ Menos lobos y usa el mismo poder de convicción que te he
visto, en momentos jodidos, ante el capitán defendiendo a tu escuadra, con un
par de “huevos” y jugándote los pases pernocta y el propio calabozo. Resuelve cualquier contingencia y doblega al
pelotón de hombres que te acompañaran a mi casa y procura que quede preciosa,
no uses mucho tiempo y no marees demasiado a mi mujer.
_ ¡A sus órdenes, mi sargento! ¿Ordena alguna cosa más?
_ Mañana a primera hora, os presentáis. Yo hablaré con
Micaela y le diré que os desplegareis sobre las 9 en punto y con el Capitán
para teneros cubiertos mientras dure el aderezo de mi pabellón. Tendrás el Jeep
tres cuartos camioneta a tu disposición para que carguéis cuanto os haga falta
y aprovechando que entro de guardia, y estaré de puertas, no habrá problemas al
partir cargados hasta los dientes de todo lo que imagino necesitáis. ¡Ah por
cierto! Siguió charlando, el sargento_,
no te pregunto quienes son los mozos que llevas a mi casa, ¡Tú mismo! Te juegas
que te lleve al paredón.
La dotación estaba compuesta por Diego Salazar, alias “el
colilla”, pulidor, pintor de brocha gorda, colocador de parquets en fines de
semana, un pollito redomado nacido en Cardona, hijo de un minero emigrante,
empleado en las minas de potasa de Sallent. Embaucador, gracioso, y re
modelador de voluntades.
Isidro González, alias “el chacho”, un artífice de las
bromas, artista, soñador, chapucero y decorador de salones de juego. Hermano de
un gran pintor reconocido en medio país, empleado en una empresa de tejidos e
hilaturas. Dilucidado de líos programados y mediador en causas y casos
perdidos, un jugador experto.
Carlos Rosa, alias “el sonámbulo” presencia agradable,
fino y selecto, actuaría de tercero, si se diera cualquier tipo de conflicto.
Dicharachero y zumbón. El alias, no era por herencia, lo tenía merecido por sus
actuaciones en vivo y en directo, en los barracones de la compañía del
campamento de reclutas, a altas horas de la madrugada, para susto imborrable de
los imaginarias de la guardia. Paseos dormidos, hablando de ideas inconexas,
desnudo integral y conexión directa con el más allá de las haciendas terráqueas.
El sonámbulo, actuaría de peón de brega, además de sus intervenciones de chico
de recados. Agárrate a la brocha que me llevo la escalera. Limpia y da
esplendor al parquet, y lleva y trae la lata de pintura.
El zumbador del timbre de la vivienda pabellón del
sargento, sito en la parte del ensanche de la gran ciudad, sonó estridente, no
dejando dudas que se estaba llamando a ese departamento. El reloj del furriel
marcaba las ocho cincuenta y cinco minutos.
_ ¡Sí! ¿Quién
llama?
_ ¿Es usted la mujer del sargento Eladio?
_ ¿Sois los pintores?
_ ¡Sí; señora!
Somos los decoradores del acuartelamiento.
La cancela de la puerta se abrió mediante el impulso
eléctrico que Micaela desde la puerta de su casa transmitió. Aquellos muchachos
habían ido acopiando todo el material y herramientas que habían transportado en
el jeep Cherocky color caqui, mientas el cabo,
aquel chavalín mano derecha y amparador del sargento subía por el
ascensor hacia el cuarto piso para presentarle los respetos a la muy honorada
señora esposa de Don Eladio.
La puerta del montacargas se abrió bruscamente y al fondo,
en la entrada del departamento tercero, esperaba una mujer de unos cincuentas
años, vestida con un mínimo quimono, que le transparentaba su cuerpo debido a
la luz diurna procedente de un ventanal amplio que justo alumbraba a las
espaldas de la fémina. Con los brazos apoyados en el quicio de la puerta a la
altura de la cabeza, dibujando a lo lejos unos poderosos pechos que pendían sin
sujetador y unas piernas potentes que entreabiertas permitían el paso del albor
entre ellas, demostrando el calibre gastado. Descalza sobre un suelo de parquet
anaranjado muy brillante, dando un tenue contraluz que se colaba por entre las
pantorrillas llegando hasta la altura de la cintura, proyectando el contorno
del esqueleto de aquella digna señora.
_ Buenos días señora. ¡A sus órdenes!
_ ¿Vienes tu solo, soldadito?
_ Negativo, señora, mis compañeros están descargando el
jeep de transporte, mientras yo he venido a pedir permiso para acceder a su
domicilio, hiciera las preguntas pertinentes y mostrarles los permisos del
cuartel que su esposo mi sargento Don Eladio, nos ha dispuesto.
_ ¡Joder! Si que les dais vueltas a las cosas. Yo solo
quiero que pintéis las paredes de este apartamento y decoréis sus estancias.
Sin que lo dejéis lleno de mierda, ni de restos de pintura.
_ Señora, más que nada, estos trámites se hacen por
seguridad.
_ ¡Déjate de ostias! y acércate a que te vea mejor y
compruebe esos pases.
_ ¡A sus ordenes!
_ ¿Dejarás de hacer el ridículo pronto? ¡¿No?! Te prohíbo que a todo lo que te pida o
pregunte me respondas como si fuera tu dueña. Trátame con respeto y punto. Esas
chorradas se las dices a Eladio, que a él, sí le ponen.
Una vez repasó y observó con atención las acreditaciones
mostradas, comprobó el grado de cada componente de la expedición y donde
cumplían su servicio, retornó los documentos al soldado.
_ ¿Tú eres el cabecilla de esta panda? ¿Cabo?
_ ¡Sí; señora! Respondió dando un taconazo en el suelo y
poniéndose en posición de firmes ante ella.
_ ¿No me dirás que a cada cosa que te pide Eladio, das
esos pisotones de baile flamenco? Que
sepas, no los voy a tolerar. Muéstrate formal y normal y haz que tu pelotón de
hombres lo cumplan también. Puedes ir en su busca y comenzáis cuanto antes.
El cabo volvió a la entrada del edificio y en pocos
segundos informó al resto de los compañeros de lo que había sucedido en el
primer contacto con la sargenta.
_ Ya me habéis escuchado. Nada de trato militar con ella.
Amables, reservados y punto. Pocas bromas y a lo nuestro, nos podemos encontrar
con un arresto a la primera de cambio, si quiere algo, que se dirija a mí, que llevo
el mando. Espero, no me hagáis poner borde, que no quiero tampoco amargaros.
¡Estamos!
_ ¿Está buena la tía, por lo menos? _, preguntó “el
colilla” haciéndosele la boca agua, y mirando al resto de los compañeros, que
de soslayo le retornaron un sesgo maligno.
_ ¡No empecemos Diego! ¡Yo que sé! ¿Crees que he tenido
tiempo de analizarla? _. Replicó sin decir la verdad, ni siquiera hacía diez
minutos, le había recorrido el cuerpo al completo con la vista, ayudado por el
trasluz del ventanal que inerte le mostraba sus redondeces_. Venga vamos a
subir y comenzamos rápido para poder ir a desayunar cuando lo tengamos todo
dispuesto._ ¡Cabo; no has respondido a mi pregunta! ¿Está buena la sargenta?_,
insistió “el colilla”, y por el gesto de los demás, todos esperaban la
respuesta para convencer a su ávida imaginación.
_ Es una tía madura, pero no está nada mal, cuidado con
las miraditas y los suspiros, que es la sargenta, y no tiene miramiento para
decirte una fresca_, sonriendo respondió el cabo. Sabía yo, que ésta paya,
tenía un revolcón_, acabó la charla Diego, claramente emocionado.
¡Buenos días! Contestaron todos al gesto que les hizo
Micaela, cuando les vio entrar uno tras otro al pabellón. Ya vestida de otra
guisa, aunque no se había pasado ningún peine por su escarolada melena, que no
le caía sobre los hombros por no ser lo suficientemente poblada.
Les indicó el lugar donde podían cambiarse, ponerse el
mono de trabajo a cambio de la ropa militar con que se presentaron. No sin
antes advertir con crudeza_ Ojito con las botas, no me ralléis el parquet que
os fundo y encima mando a Eladio que os arreste.
Aquellos militares de leva, tuvieron suficiente respuesta
a todo lo que les había advertido el cabo, momentos antes del primer aviso para
navegantes. Se miraron entre sí; haciéndose cargo de lo que se iban a encontrar
mientras estuvieran decorando y adecentando la estancia.
Entretanto que la tropa especialista se mudaba con la ropa
de trabajo. El furriel preguntó a la señora, qué idea tenía ella, como le
gustaría quedaran las paredes, los techos, los colores que iban a emplear, si
habían de ser iguales para todas las habitaciones.
_ Mi idea es que quede limpio y desinfectado, en color
blanco, techos y paredes, puertas y marcos barnizadas, en el mismo tono que
tienen de origen. Por supuesto, la casa completa.
_ En alguna zona, tendremos que emplearnos a fondo y
rascar, veo que la humedad en ciertos sectores ha pasado factura.
_ A vuestro aire, espero seáis pulcros y sobre todo
profesionales. ¿Por cierto tú cómo te llamas cabo? No pretenderás que te
distinga por el cargo cada vez que deba dirigirme a ti.
_ Me llaman “Furri”; señora, así me conocen en el cuartel.
_ ¿Tú eres ese “chavalín” que siempre tiene en la boca,
Eladio?
_ Sí; señora a sus… pies_. Cambió en el último momento la
palabra “órdenes” por “pies”; saliéndole su pronunciación de forma automática y
poco real.
_ ¡Coño nene, como he de decirte las cosas!
_ Perdone usted, es la costumbre, disculpe no pasará más.
_ ¡Otro detalle importante! Espero que no eche a faltar
nada, que no desaparezca ningún objeto personal, ni dinero y que no salgan de
aquí conversaciones que ni os van ni os vienen y menos llevadas al cuartel,
para escarnio o burla del sargento. Tú eres el responsable de todo, aquí tienes
las llaves del departamento para que podáis entrar y salir, sin que yo os tenga
que abrir o cerrar las puertas. Porque además yo no siempre estoy visible ni en
casa ¿De acuerdo?
_ Señora; no pase cuidado, sabemos estar en nuestro
cometido, yo y mis hombres. Respondo por ellos y por mí. Es más, cuando mi
sargento me ha ordenado, el pasar por su hogar, será porque, confía en mí, tras
tantos meses a su servicio.
Al cabo de cuatro días, aquel grandioso pabellón comenzó a
tomar un aspecto decoroso, se habían lucido los techos y pintado las paredes,
reparando desperfectos y enmasillando algunas zonas para igualar tabiques.
Mientras Diego el “colilla” e Isidro González el “chacho” pintaban, el amigo
Carlos Rosa el “sonámbulo”, iba limpiando y acercándoles los entresijos. El
cabo furriel bastante tenía con llevar la dirección de toda aquella
remodelación y con atender a los caprichitos de Micaela, que cada vez pasaba
más tiempo con el militar.
La dotación de militronchos artistas, echaba el resto, en
pro de que, aquel departamento volviera a retomar su aspecto luminoso, que en
otro tiempo debió tener y que a medida que iban pasando las fechas, realzaba
con cada brochazo que se le daba, con cada detalle que se le incluía y con el
gusto de aquellos hombres, que a pesar de no hacer el trabajo con demasiada
convicción, por cómo les había llegado el encargo, si sabían cumplir con
creces, las órdenes dadas por su mando militar superior, sin rechistar y sin
tan siquiera, interponerse en que aquello llegara a buen puerto. También era
notorio lo que aquel cabo, estaba consiguiendo para sus hombres, trato
especial, obtención del pase de pernoctación fuera del cuartel, permisos
acumulados que el sargento concedería, a medida que veía y escuchaba el agrado
que su señora esposa tomaba por la decoración de su pabellón. En el que con
seguridad, aún debería pasar en él, por un periodo superior a cuatro años, que
es tiempo que le quedaba a su sargento, para el próximo ascenso, a no ser que
se presentara de motu proprio a las pruebas voluntarias.
En una de las ocasiones, que el cabo furriel, indicaba a
sus hombres, que el tono del comedor debía ser más claro, para conseguir mayor
calidez, la señora de la casa, le llamó desde otra dependencia de la casa,
desde la cocina que es donde ella se estaba tomando un café sin azúcar.
_ Cabo, haz el favor de venir_. Raramente le había llamado
por su gradación, cuando ella, Micaela, huía siempre de esos extremos y trataba
de ser algo más formal, en el trato.
_ ¡Da usted su permiso!
_. Con voz controlada y sin estridencias, se presentó el soldado,
solicitando la venia para poder acceder a aquella estancia, que había sido
remodelada por completo en la mañana y que ya disfrutaba, probando sus nuevos
fogones, su recién activado lava platos y esa grifería que tanto costó
encontrar en el Servicio Estación de la ciudad.
_ ¡Pasa chavalín! ¿Te apetece un cafecito?
_ A mí no señora; ¡muchas gracias! pero estoy seguro que mis
hombres, estarían encantados de poder disfrutarlo en su compañía.
_ ¡Pero bueno! ¿Es
que tienes salidas para todo? Yo quería que pasaras a tomarte ese café para
poder interrogarte, creo que ya ha llegado el momento en que me cuentes todo,
lo que sabes y lo que imaginas, de las andanzas de tu venerado sargento.
_ Señora Micaela, eso no quita para que mis compañeros,
que a fin de cuentas son los artífices de esta maravilla, se puedan tomar un
breve descanso y degustar ese café que usted hace y que desprende ese aroma de
recién tostado.
_ Bien que entren todos. ¡Porqué no! También les quiero
agradecer, pero pretendía hacerlo, en el momento justo, cuando ya hubieren
acabado totalmente. Sin embargo, parece que todo, lo tienes bajo control y eso
a veces, las más de ellas, me cabrean muchísimo.
No tardaron en pedir permiso para el acceso a la gran
cocina, ya que Carlos como siempre, con sus grandes dotes de médium, había
estado escuchando a su cabo, como les patrocinaba. Dando el silbido de alerta
al “colilla” y a “chacho”, que en un santiamén estaban con sus presencias frente a la casera.
_ Es usted la sargenta más apañada que tiene el Ejército,
señora, que usted lo sepa, se lo dice Diego, más conocido por “colilla”, el
soldado más sumiso de la dieciocho compañía, con el permiso de mi cabo, que
seguro luego me dará un chorreo impresionante.
_ Me parece que eres un poco, sinvergüenza, ¿verdad
Diego?, te noto muy encendido y siempre con esas miraditas de payaso salido, en
el límite del círculo.
_ ¡Señora! ¿Sabe
usted que es estar sin mi rubia eléctrica? La encuentro mucho en falta, ya tres
meses que no la veo, sin permisos, sin fines de semana. Espero que con esta
maravilla, que estamos consiguiendo en su casita, su señor marido, el bigotes.
Perdón; el Sargento de los Milagros.
Saltó en aquel momento “Chacho”, muy listo para despistar
todas las manifestaciones que había hecho Diego, y antes de que se cabreara Micaela,
y quisiera explicaciones más amplias sobre sus vidas.
_ Doña Micaela,
creo que usted sin saberlo, nos ha dado una oportunidad para poder valorarnos
mucho más y rebajarnos de tantas guardias y refuerzos. Nosotros, somos de hecho
la mismísima chicha de los arrestos del cuartel, aún estamos inadaptados y de
hecho vivimos fuera de toda aventura, porque nuestra maestría es hacernos
invisibles, aun y en los momentos más liados. El cabo furriel, ha confiado en
nosotros y en nuestras destrezas íntimas y está sacando de nosotros, la esencia
de lo que llevamos dentro_.
Otra interrupción hubo en esa manifestación de insensatez,
a cargo del más astuto de los tres, el que con sus aptitudes de visionario y de
forma aseada, pedía en pocas palabras, volver al trabajo y dejar asuntos que no
llevaban a buen puerto.
_ Porque no volvemos a dar lustre a las paredes, y dejamos
de molestar a doña Micaela. Nosotros no somos más que obreros, al cargo del
cuartel. Nuestro cometido actual es decorar y pintar la casa del sargento
Eladio, y punto. ¡Vámonos al trabajo!
Quedaron en aquella cocina amplia, la dueña temporal del
lugar y el militar que se preparaba para ser interrogado por la misma mujer que
había preparado aquel café, negro, flojo y frío, que habían intentado degustar
el trío soldadesco.
_ Creo, que no han sabido expresarse, ni han hecho llegar
su mensaje claro para que lo pudiera entender. Debe ser difícil, vivir entre
inconformidades no admitidas. ¿Tanto les afecta, la vida militar? _, sin dejar
que le diera el cabo la respuesta a aquella interrogación, Micaela le miró y le
indicó al furri, que se sentara a su lado.
_ No temas, no te voy a poner en un brete, con preguntas
que tú no quieras contestarme y que dejes en mal lugar a tu sargento. Te he
estado observando estos días y he comprobado la fidelidad que tienen esos
muchachos contigo, creo sin temor a equivocarme, la misma que tú le tienes a mi
marido. Tu Sargento, ese hombre que cada noche me explica alguna de tus
andanzas, debe verse reflejado en ti, cuando tenía tan solo veinte años. Los
mismos que tú tienes ahora. ¿Él te habrá contado la historia?
_ En absoluto, él no cuenta absolutamente nada, es una
persona que todo lo lleva dentro, tiene su genio, pero a mi entender es un
hombre justo y caballero. De las buenas personas, pocas por cierto, que he
tropezado en el intervalo de mi vida militar.
_ ¿Te gustaría saber de nuestra historia?
_ ¿Cree usted, que yo debo conocer esos detalles tan
íntimos? Sin dudar, y si Don Eladio se
entera, que usted confiesa sus fondos conmigo, puede pensarse cualquier
incoherencia, que no quisiera ni imaginar.
_ Es muy posible, que aciertes, incluso hasta en ese
detalle. Sin embargo, he sido tan desdichada y tanto he de agradecerle que voy
a utilizarte de mensajero, de portavoz, de: “corre ve y dile”, para que sin
palabras y usando ese poder especial que tienes con las personas, le hagas
llegar mi cariño.
_ ¿Su cariño? ¿Solo
cariño, siente usted por su marido, señora? Poco rédito me parece concederle.
Después de toda una vida de convivencia, ¿no cree? O es que, dicho con todos mis respetos, lo de
ustedes ha sido un cambalache y un apaño.
Los ojos de Micaela, se humedecieron y sendas lágrimas
recorrieron camino hasta llegar al labio superior, que no supo secarse
correctamente, dejando huella en el rímel de sus ojos. Comenzando una parla
entrecortada y a media voz, que apenas llegaba a los oídos del cabo furriel,
que la estaba escuchando.
_ Soy hija de un militar de mucha gradación, y hemos
llevado una vida casi nómada por el mundo, la verdad que no supe adaptarme a
las realidades, que tuvimos que soportar, una educación cortada, una familia
siempre con la mochila en los hombros, un padre que a duras penas veíamos y una
madre, tan dedicada a las grandezas y tonterías, que jamás pudimos entender el
papel que le tocaba representar, siempre aparentando detalles que no constaban en
nuestra familia, y a menudo con la mentira en los labios, para disfrazar las pocas realidades habidas.
Pronto comencé a tener problemas en casa, mala educación,
poca confianza, muchas excentricidades, algo de vicio, mucho sexo mal
pronosticado y sin el debido control, demasiados hombres en mi agenda, vida
bohemia al uso del barrio, guateques con desconocidos, salidas furtivas,
striptease y despelotes de zona franca. Hasta que quedé en cinta de un hijo no
deseado, por la relación con un Teniente Coronel, poco más joven que mi propio
padre. Muy amigo de la familia, que no quiso saber nada de la criatura.
El follón, no te cuento, porque tú puedes hacerte cargo de
todo, y es ahí donde entra Eladio, que por entonces era un simple soldado, que
estaba en casa como asistente de papá y que pintaba el pabellón de la Avenida
de Asturias, destinados a los grandes jefes militares.
Mis padres repudiaron de su hija Micaela, de la vergüenza
y del escarnio que les infligí y me echaron de casa, sin más amparo que la poca
ropa que una de mis hermanas, pudo sacar de mi habitación. Quedé en la puta calle,
sola con mi barriga y las atenciones del asistente de mi padre, que me llevó a
su habitación de realquilado.
Para no dar que hablar en los mentideros castrenses, lo
trasladaron a una embajada africana al hijo de puta, que me preñó no sé ni
cómo; bueno sí lo sé, por ligera de cascos, pero eso no es eximente, ni quiero
que sirva de excusa y que rebaje la inmoralidad y lo mal que actué, ni que no
deba pagar mi culpa. No me violó, ni me forzó, me tomó franca porque yo se lo
puse todo a punto para que me montara tranquilamente, ni una ni dos veces,
durante medio mes entero fui suya, estando unas veces borracha, otras drogada y
las más, hambrienta de sexo.
Así, quedaba tapada la noticia de que la hija del General
era una fácil y la familia seguía inmaculada y sin lacra, yendo los domingos a
misa de doce y tomando el vermut en la sala de los Oficiales y Jefes, mientras
la realidad es que yo podrida, harta de veneno y de odio, preñada y enferma, le
daba una vida que Eladio no merecía.
Eladio se reenganchó, al ejército, para no dejarme
desamparada, yo no supe nada hasta más tarde, todo lo llevó en silencio. De
buenas a primeras se presentó al curso de cabo que fue un trámite que hizo en
el mismo cuartel donde radicaba y siguió en las mismas dependencias y con el mismo
destino, uno de tantos asistentes del General. Gracias al él recibía noticias
de mi hermana, y creo que ella a su vez las revertía por lo menos a mi madre,
que según los mentideros de la residencia, ella padeció mucho, pero que no vino
a visitarme jamás a la pensión donde habitaba junto, que no juntos con el
asistente de su marido. Hombre; que no había tenido nada que ver con todo el
escándalo, pero si fue el que tuvo más valor, pena y amor por mí.
Nació mi hija, con una enfermedad hereditaria que causa un
daño progresivo e irreversible a los músculos y a nervios: Ataxia de
Friedreich, la que le detectamos a partir de los cuatro añitos, por sus
frecuentes caídas y su perturbación en el lenguaje. En ese tiempo ya habíamos contraído
matrimonio civil, vivíamos llenos de felicidad, en un departamento chiquito del
ensanche y a base de esfuerzos y de vicisitudes llenos de soplos plenos de gozo
y de inquietud y por el deterioro de la salud de Lola, nuestra niña, que a
medida que pasaba el tiempo, se nos marchitaba sin remedio. Repentinamente y
casi sin esperarlo, por las malas calificaciones que sabíamos había obtenido en
la terna, de las pruebas de instrucción para acceso al empleo de sargento, consiguió
de una forma muy poco normal plaza de Suboficial. El progreso se produjo, y mi
marido fue ascendido, consiguiendo con ello vivienda y mantener el mismo
destino en plaza.
Mi padre murió, sin conocer a su nieta, y sin dar su brazo
a torcer por toda la ofensa que tuvo que soportar por mi parte, aunque sé que,
a menudo preguntaba por nosotros a mi hermana, y mantuvo excelente trato con
Eladio, sin mediar palabra sobre el tema que nos ocupa. Teniendo mucho que ver
en beneficios ocultos en cuanto a la carrera militar de un chusquero. Eladio se
portó con Lola, como un padre, como el padre auténtico que fue mientras vivió
nuestra chiquita.
Yo comienzo a reponerme de grandes depresiones de salud y
poca atención a mi sargento, por ello, sabiendo de la amistad, ¡más que eso!
del cariño que seguramente le profesas, podrías ponerme un poco al tanto de lo
que ha sido su vida en estos dos años que llevas con él, a su lado, a su
sombra, aguantándole su mal humor y seguramente sus decepciones_. Finalizó su
larga exposición aquella mujer, que más que narración de hechos era preámbulo
para que el ayudante, pudiera darle alguna idea o quizás síntoma de optimismo,
para que de una manera irrefutable, agradar a su marido, tras tanta presión,
tanto sacrificio y tanto silencio oscuro.
_ Mire usted señora Micaela_. Intentaba explicar aquel soldado,
después de haber escuchado atentamente, la amplia explicación de sus penas_, Antes
de venir aquí a su casa, a pintarla, Eladio Díaz, me advirtió que, y transmito
palabras textuales: _.”Cuando Micaela, te
pregunte, espero sepas dejarme en buen lugar y además sepas convencerla. ¡Que
no te será fácil! es muy astuta y huele
a los embusteros a mucha distancia. Ya sabes cuál es el mandamiento que dicta
el decálogo militar. Se conoce todos los entresijos de pasillos y cree que soy
un poco beodo, fullero y faldillero”_. Yo no soy ningún ángel de
la guarda, tampoco conozco la relación que tienen ustedes, me han encargado que
sea el responsable de un grupo de soldados metidos a decoradores, en su casa y
se me ocurre hacerle una pregunta con mucho respeto: ¿Usted quiere a su marido?
¡Porque su marido; sí la quiere a usted!
¡No me conteste! Piénselo tranquilamente, nosotros mañana
ya no vendremos, finalizamos esta misma tarde con lo que habíamos convenido y
ésta noche el sargento Eladio acaba su Semana de Reten.
Según me ha comentado en su explicación, hubo un tiempo
que el soldado Eladio, en el curso que comenzaron sus desgracias, estaba en su
casa, de asistente de su padre el General y también habían pintado las paredes
de su pabellón. Justo ahora, hemos repintado
vuestras vidas, vuestras paredes, vuestros deseos e ilusiones. ¿Crees que es
buen momento para …borrón y cuenta nueva?