Aquella
Sala del Tribunal, preparaba un juicio bastante inquietante por las
dificultades habidas y los entresijos de los contendientes, que muy
bien no se sabía que pretendían conseguir ni donde les llevaba
resolver aquella diferencia judicial.
En
uno de los instantes de la Vista, se escuchó la voz de la Presidenta
de la Sala que decía—Tiene la palabra el Abogado Defensor y asestó
su decisión, con un mazazo sonoro y seco aquella Jueza de
Instrucción, que presidia el hemiciclo del recinto de Justicia.
Una
mujer agraciada, muy rubia y más exuberante, que demostraba un
control extraordinario de la situación y tener una experiencia
dotada de muchos quilates, en el dominio y redistribución equitativa
de los litigios, que presidía.
Con
la mirada y el estruendo del golpe, apareció en la sala un
caballero, que se levantó de su asiento.
Un
togado más bien anciano, de pelo cano que cojeaba de su pierna
izquierda y cuando llegó a una de las esquinas de donde estaba
acomodado el Jurado Popular, se apoyó en la balaustrada que separaba
a las partes y después de toser tres veces, para llamar la atención,
comenzó con toda la parsimonia del mundo y con excesivo preámbulo
dijo; mirando al estrado y buscando la anuencia de la presidencia.
—Solicitud
y permiso de función a su representante—dijo—Con la venia,
Señora Presidenta, dándole ésta la palabra.
—La
Dama de la Justicia, lo miró consintiendo la acción y con ese
sentido comenzó el letrado dirigiéndose a los allí presentes.
Todos ellos, pertenecientes al tribunal, que debería determinar en
aquel litigio, y que esperaban ansiosos los atenuantes.
«—
Imagínense
ustedes, todas las mentiras e imprecisiones con las que se acusa a mi
representada, las que aquí les relato: Llegan
una noche a su domicilio: Tras un día de una ocupación excesiva,
tras un inicio de jornada madrugando, con mucha prisa acceder a las
exigencias perentorias y además de aguantar hora y media en el
transporte público, hacia la oficina, dedicar la jornada a resolver
las disyuntivas de los demás. Enfrentarte al jefe, y recibir
órdenes. Sumarlas al ya ordinario quehacer profesional y soportar
sus alegatos impertinentes, que por lo general, llegan a ser
ofensivos.
En
la pausa del descanso programada, para medio almorzar, en la misma
cafetería de la planta de oficinas, poder comer algo. A base de
emparedados preparados. Ingerirlos con desgana, sin la ingesta
oportuna de alimentos y sin el control debido de las calorías
necesarias. Café, ¡mucho café!, para engañar a la psiquis y
reiniciar la tarde de intrigas laborales.
Hasta
que el reloj marca la frontera de fin de jornada. Volver a meterte en
la vorágine del metro, en el trayecto de vuelta a casa, para que al
llegar muy cansados, ¡muchísimo!, encontrar, a tu pareja… la
mujer, el marido, la amante, o el novio.—interrumpió el comentario
para aclarar—Me da igual el parentesco que
ustedes
tuvieran con la persona que comparte su vida—Adujo haciendo un
receso en su exposición y simulando un ejemplo para lo que deseaba
demostrar, fuera comprendido y continuar alegando, a los escuchantes
del Jurado Popular
—Como
les decía a sus señorías—en este caso, que nos compete y con las
imprecisiones que aquí relato las cuales son del todo embustes
alegados por parte del esposo, que es la fórmula que adopta para
llevar a su mujer a los tribunales.
Aquella
mujer; que dice el marido, se presenta en estado de embriaguez y
fumando tranquilamente, a medio vestir, por no decir sin apenas ropa,
con el cuerpo del delito a sus pies, las cortinas completamente
descorridas, dejando ver a todos los transeúntes lo que se concitaba
en aquel salón. Mostrando sus vergüenzas que a la vista exhibía
tras los ventanales.
Con
el desorden consabido, botellas de licor medio vacías sin control,
yaciendo en el suelo vertiendo con lentitud gotas de líquido.
La
música de Rap, o Rock, a todo trapo, para que desde los balcones
vecinales pudiera mostrar al mundo, el baile que aquella mujer
mostraba, y el desmán que se había cometido en aquel salón.
La
vivienda ocupada por mi representada. La ahora acusada y
completamente inocente según las pruebas que a lo largo de este
juicio, demostraré. Por falsedad de lo antedicho y expuesto, para
que ustedes entraran en detalle.
Con
lo que les ruego, a ustedes, que son los que han de dar el fallo,
escuchen, todas las aportaciones de mi defendida, analicen, las
pruebas que se aportarán, que son los justificantes de lo que se ha
llamado delito y comprendan el sentido y motivo de las acciones
emprendidas.
A
mi representada Madame Griselda Mcroney, se le culpa sin demostrarlo,
de algo que es imponderable e imposible, lo haya podido llevar a cabo
una mujer joven, con todos sus sentidos controlados, y sus
necesidades fisiológicas satisfechas y, demostradas por deducción.
Por
tanto esta Defensa, desestima la culpabilidad de los cargos y valores
negativos, con que se le acusa, por parte del Ministerio Fiscal.
Creyendo
el Ministerio acusatorio, tener la posibilidad de llevarlo a cabo y
presentarlo en este proceso, aportando según creencias de esta
Defensa, pruebas falsas aportadas por los intereses del denunciante.
No
encontrando gota de sangre ni en el suelo ni en las paredes del
apartamento, sin un solo ladrido del perro de compañía que vive en
aquel domicilio, y alertaría de cualquier desorden. Ni rastros
evidentes de forcejeo o desesperación.
—»
El
abogado, se retiró del borde del antepecho de madera y con mucha
teatralidad se dirigió a la Jueza aduciendo—Señoría; este
Ministerio de Defensa, se guarda, para el final del dictamen, las
últimas conclusiones.
En
aquel instante y sin perder pauta, la Jueza dio paso al Gabinete
Fiscal, que acusaba a la defendida del anciano abogado.
—Tiene
la palabra el Ministerio Fiscal— y a reglón seguido se dirigió de
nuevo como añadido a la jurisprudente para advertir—por favor
letrada, vaya al grano y no se extralimite en los preámbulos, ni se
alargue en funciones, para no exceder en demasía el veredicto final.
Tratándose, además, de un juicio de los llamados Exprés.
—Con
la venia—solicitó la acusación, un tanto alterada por la llamada
de atención que le hizo la jueza y , en aquel instante, con la
premura conveniente se dispuso a aclarar en su presentación de
inicio.
La
dama de la maza de palo, la observó de arriba abajo, y con el mismo
sentido que le ofreció iniciar, al letrado de la defensa, accedió a
que tomara la palabra la fiscal. Esta se acercó al bardal donde
aguardaban los hombres y mujeres elegidos para hacer justicia y
comenzó su locución.
«—
Señoras
y señores del jurado, nos encontramos frente a un caso atípico, un
abuso continuado en la persona de Fernando Hoover, esposo de la
señora Griselda, la acusada.
Con
los cargos de indiferencia, malas influencias y daños corporales.
Contra su esposo por dejación de quehaceres y por desamor hacia su
persona.
Por
lo que solicito veredicto de culpabilidad por abusos reiterados, y
pena de tres años de cárcel para la acusada Griselda Mcroney, por
incomprensión manifiesta, abandono de funciones.
Fue
cuando reaccionó Manuela O’conor, del sueño. Que se despabiló
con un temblor más que desagradable. Mientras viajaba sentada en un
quicio de uno de los vagones del metro, volviendo del hospital, tras
acabar su turno doble de enfermera en el Saint Jhones de Filadelfia.
Cerrando
el libro que leía y llevaba en las manos temblorosas y por el que
quedó convulsa comparando su propia vida. Después de haber leído
las acusaciones hechas que la novela reflejaba a protagonistas como
Griselda Mcroney y Fernando Hoover, con sus diferencias directas por
la falta de amor. El mismo problema que a ella le sucedía, desde
hacía años. Desamor y desgana, incompatibilidades entre marido y
mujer y mal, compartiendo su vida con un esposo al que aborrecía.
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