jueves, 30 de mayo de 2019

Capt.nº14- y se quitó los calzoncillos - Historia : Cuarentena entre Timadores









Aquellas distinguidas Comisarias, pertenecientes a las mejores y más abnegadas pupilas de la orden de las Señoritas Sanitarias del Reino. Habían desembarcado procedentes de la Ciudad Santa, aquella misma semana, dejando solucionado un buen lío que se había promovido años antes durante el Papado de Pio IX y que ahora cuando ya regía otro Santo Padre, el ínclito León XIII, se volvían a suscitar aquellas controversias por la Unificación Italiana, que supuso la liquidación de los Estados Pontificios y el enfrentamiento radical entre la Iglesia Católica y el Estado Liberal.

Sin ruidos ni petardos las Señoritas Sanitarias, hicieron su trabajo en silencio, sin más.
Sus artes y sus mañas tuvieron el éxito pretendido y una vez dejaron las aguas tibias, calmados tantos deseos y satisfechas algunas de las braguetas de los cardenales y obispos con sus artes y aficiones escatológicas, cubiertas. Regresaron con la idea de seguir apagando incendios en las vidas de los soldados de Dios y de los hombres.

Petra Lesmes, Señorita Sanitaria de primer grado, con experiencia dilatada, que se ofrecía como amante sugestiva y delicada.
Era la responsable del grupo enviado y es la que pasó cuentas con los responsables en Italia, al final de las discrepancias y una vez llegó a España y viendo lo bien que trabajaba Petra, la volvieron a enrolar muy pronto, recibiendo las nuevas noticias de embarcar hacia Filipinas.

Está preciosa mujer no tenía más amo que su trabajo que lo desarrollaba a la perfección, semejando ser una máquina, más que una mujer, a pesar de lo guapa y bella que era. Siempre mantenía su secreto y jamás lo descubría ni siquiera con su equipo.

Rosa Miranda, entre morena clara y pelirroja oscura, con grandes facultades medicinales adquiridas en Marruecos, severísima en la limpieza y la educación, es la que se encargó del prelado de más alta gradación, que lo supo aminorar, en cuanto le quitó los calzoncillos y le dio unos azotes en el culo, como si fuera un atleta de la antigua Grecia, por ser o creerse ser un “Adonis perfecto”, enamorado de su propio cuerpo y tan solo feliz, disfrutando con las palizas anales que recibía.

Engracia Losada, farmacéutica por vocación y conocimiento de las plantas autóctonas y drogas opiáceas, seductora de grandes magnates, orientadora de múltiples líos conyugales y gran idealista. Se preocupó de los venenos y de las pócimas que tuvieron que repartir para aclarar a la chancillería de los conventos.
Los más exagerados y destacados fueron exterminados sin excusa, envenenados y enterrados bajo las lápidas generales de los edificios catedralicios.
Otros tuvieron que desaparecer de sus cargos y de sus vidas en las más estrictas condiciones de seguridad. Silencio total inmediato o ejecución mortal adyacente.
Amenazados y amedrentados dejaron de hacer lo que propugnaban con el agravante de tener que dejar el espacio y no aparecer jamás.
Bajo la amenaza de poder no repetirse el perdón que se les otorgaba, por chivatos y desleales con el Papado.

Nadie sospechó nada ni se imaginaron como quedó el tema. Todo quedó oculto y muy desapercibido, sin noticias.
En la institución aludida, jamás se sabe lo que ocurre y todo queda tapado y bien oscuro.
Manuela Morcillo, en su tiempo bandolera en los montes con José María el “Tempranillo”, ayudante y vigorizadora, cameladora de realidades y echadora de problemas en potencia. Fue la que preparó la infraestructura y mezcló los problemas de algunos sacerdotes con verdades y mentiras, con incestos y abusos de gentes muy próximas a ellos, quedando aquellos protagonistas indecentes en el precipicio.
Despedidos de la orden y con las conclusiones muy claras.

Simona Cruceta, amante inigualable e incansable. Era la mujer que más muertos cosechaba en la cama, después que hicieran el esfuerzo por dejarla medianamente satisfecha. Una vez quedaban exhaustos les hacía un corte por debajo del escroto y los dejaba que se desangraran hasta que morían. Ninfómana acoplada, diestra con el machete, la espada y el veneno.

Usó con descaro, sus artes corporales y frenó elegante al propio Santo Padre. Nadie supo si utilizó el sexo, o fueron las razones que tenía la propia Simona.
La realidad fue que se acordaron las condiciones aceptables para todos, pero León XIII, quedó como si fuera Ladrón XIII, ampliando su capital y sus vasallos.

Sonsoles del Pino, bodeguera, agricultora en sus inicios, gran ejecutora en la cama con los salvajes e incómodos soldados y bruja embaucadora. Estuvo en la imaginería de todas ellas, como ayuda y palanca de sus indecisiones y completando las soluciones pactadas de última hora. Haciendo desaparecer los vestigios y huellas de todas las bárbaras gracias que se llevaron a cabo. Mandando enterrar a todo el que se cargaban por obra y gracia del XIII, que no podía tener testigos de cargo y nadie podía saber y conocer, como se habían pactados aquellas condiciones papales.


Definitivamente y tras mucho indagar se designó el nombre del que se creía sería mejor oficial para comandar aquel bergantín.
Los armadores tras ciertas averiguaciones decidieron fuera, por unanimidad: Don Críspulo Matamala Pinzón, sobrino nieto lejano de aquellos famosos “Pinzones” que acompañaron al gran Almirante Cristóbal Colón, en su primer viaje a las Américas, pilotando aquellas Carabelas, que surcaron los mares y ayudados por los vientos alisios, pudieron cruzar el Atlántico, hasta llegar a Santo Domingo y a las costas de Cuba, después de haberse sucedido varias generaciones de los Pinzón, apareció el descendiente inteligente y preparado para llevar a buen puerto todo lo que tuvieran a bien encargarle los responsables del viaje.
Un teniente de fragata con mucho porvenir y mucho talento, querido por los marinos y braceros que lo acompañaban normalmente, por sus dotes de erudito en las artes de la navegación a vela y sus conocimientos sobre el Universo y sus estrellas.
Geógrafo titulado y escritor de numerosos tratados de ciencias. Críspulo había nacido en Palos de Moguer, siendo toda su ascendencia marinera. Aunque de bien joven había salido a prepararse con sus estudios llegando a licenciarse en la Sorbona de Francia, cursando estudios de Orientación y Geografía y de vuelta en España, en la universidad de Salamanca, matemáticas y Bellas artes.

Ya sobrepasaba los cuarenta años y seguía sin familia porque era del parecer que el auténtico navegante tiene un amor esperándole en cada puerto, en cada esquina del barco, en cada resquicio de la vida y en la propia ilusión que defienden los aventureros. No por ello dejaba de disfrutar de la compañía de las señoras en sus camarotes. Muy discreto y legal después de su personal paseo por el amor, dejaba a la visitadora que volviera a sus quehaceres sin acometer compromiso alguno.

Aunque desde que tenía el mando de la Hembra, se había fijado gratamente en Ramona del Todo, la Jueza, que impartiría sensatez social en el barco, una persona no demasiado madura de buen porte y que imaginando cuerpo debajo del hábito podía descubrirse un pedazo de mujer con unas caderas y unos pechos para rondar cien años. Una monja, en definitiva una dama delicada intentando parecer de hierro, cuando en realidad era mermelada.











lunes, 27 de mayo de 2019

Creemos que no llegará...





Aquella mañana se levantó muy matutino y tras darse un baño ligero se marchó sin destino. 
No le dijo adiós a nadie. La pesadumbre que acarreaba era inconcebible y tampoco supo pedir ayuda. 
No pensaba en ayudas, creía ser un valiente que no la necesitaba. En el fondo, imaginaba que no le importaba a nadie y huyó. Llevando encima tan solo lo puesto. Sin más. 
Tampoco lo iba a necesitar.

Un cuerpo cansado, arqueado por los desaires, cabeza alta orgullosa y en la cara se notaba la desilusión encontrada por tantos años en los que estuvo buscando la felicidad. ¡Su felicidad! La tan escurridiza, jamás atada.

No hacía falta que ninguna fuerza exterior le dijera lo que le iba a pasar en breve.

Comenzó la mañana sabiendo lo que anhelaba y se preguntó para sus adentros.
¿Cómo me llamo?—intento responderse a sí mismo, con un nombre que no era el que figuraba en su documentación. 
Sin ser el suyo, ni siquiera se acercaba por casualidad a que fuese una descripción personal acertada. 

No supo responder ni expresar aquello que intentaba y le sobrevino la notoriedad de un personaje que correspondía al apellido del protagonista del último libro que había leído. 

¡Que había leído hacía más de cinco años!

Creyó que tomando aquella identidad, irreal, la que no era suya, podría llegar a un puerto virtual y partir sin más.
¿Creyó? ¿Podía creer algo? ¿Estaba consciente?

Mientras deambulaba él no lo notaba, pero iba extraviando el sentido a todo lo que debía realizar.

La cordura lo había abandonado. Su propia vida se le iba yendo de su campo de acción y llegó el momento que se desorientó; que no supo donde ir, ni quien era y donde debía detenerse para descansar de aquella falta de respiración y reponerse

Aún tuvo arrestos para caminar por su derecha—como le habían enseñado en su infancia—horas y horas, sin detenerse, sin saber que debía hacer, sin reconocerse él mismo, y cuando ya se notó sediento se estancó en la fuente de un jardín silencioso, lleno de flores de colorines

Un amplio parque sin gente, donde debían jugar los niños y, donde debían festejar los jóvenes, dónde se debían confesar los fogueados y bebió de aquel líquido magistral, que manaba con un chorro grueso y potencial.

Se detuvo una vez ingirió el nítido bebistrajo y se tendió acurrucado bajo aquel árbol que le recordaba su niñez, su juventud, sus ideales e ilusiones.
El almendro que había plantado con la ayuda de su madre cuando no se valía por sí mismo.
Al mirar hacia arriba y observar el fruto que asomaba de las ramas entró en una divina alucinación que le representó una especie de paraíso nada conocido por los hombres de esta tierra y, creyó que estaba viviendo en otra época pasada, donde nada estaba descubierto y notaba la cara feliz de su amada, cuando salía de sus aposentos a la huerta, con la jofaina llena de ilusiones gimiendo aquellas populares tonadas que le alegraban la inquietud y que ella interpretaba para espantar sus penas y no llorar. 

Retornaba y recordaba debajo del árbol, aquel desconocido; el tiempo en que se emocionaba por todo y lloraba por casi nada, antes de que le llegara aquella vida de prisas, de milagros, de sucesos agrios que lo hicieron insensible a todo aquello por lo que vale la pena vivir.

El cielo se oscureció, y bajo las ramas del almendro se colaban las gotas que mojaban al desorientado, cuando se abrieron las nubes que lo cubrían y apareció una imagen de un retablo que había estado siempre en el salón de su casa paternal, una encarnación que había presidido todas sus cenas y reuniones, por estar en el escenario central del recinto.
Un cuadro que colocó su padre hacía más de sesenta años en la casa donde nació y que ordenó que nunca fuera desplazado de aquel frontal, porque era un benefactor al que le tenía mucha fe y que en aquel instante, sin más preámbulo, se dirigió a él; con una voz hueca y conocida.

¡Llevas muerto mucho tiempo! Aunque hayas tenido un plazo nada breve, para que finiquitaras tus compromisos—voceó aquel espíritu, alertando al desconocido de su confusión que lo miró y le dijo sin que él lo esperara.

¡Nadie te encontrará en este último trecho que has caminado, huyendo de tu ruindad y cuando lo hagan como no le importas a nadie, porque no te has hecho querer por persona alguna.
Pasaran de tu necesidad y serás un difunto más en la morgue comunal

—sin dejarle hablar matizó severo.

Como tú hay mucha gente, aunque de momento no se dan cuenta, porque no lo piensan y ni siquiera les apetece, pero en el momento que te vas ¡Adiós!

Cuando llega tu última exhalación, cuando te mueres; lo sabes.

En muchos casos no reaccionas porque crees que nunca ha de llegar y ¡Llega!
Quedando todo tal cual.









sábado, 25 de mayo de 2019

Qué queda.
















Ahora pienso y pregunto ¿Cuánto tengo?
Excusa que uso con tanta frecuencia
que se ha hecho en mi una norma sin licencia
del cómo dilatar y así me abstengo.

Porque lo evito, me ahorro me detengo,
continúo sin tiempo y sin paciencia,
me desquicia el intento de obediencia
y ahora pruebo y tan solo me retengo.

Quizás el tiempo que me queda es cero,
y vivo de mi cuento y de mi espera,
por eso elijo mi senda y prefiero

andar libre por lo que finjan fuera.
Sin dar pena ni gozo. Ser sincero,
y lo poco que me ate a ti, no muera. 
















viernes, 24 de mayo de 2019

Me atrae













Lo que me alegra más, está en mi mismo.
Es mi felicidad; pasar de lado,
como si nada; estando acostumbrado
a que nadie se fije en mi lirismo.

Lo que aún me atrae más; es mi espejismo.
La ilusión de vivir en paz, sobrado.
Siendo feliz, por no estar extresado,
ni asomarme a ningún áspero abismo.

Lo que no pude hacer antes, no cuenta,
para que tanta prisa, si es rotundo.
Quiero ser normal y vivir de renta.

Sencillo, feliz, riéndome del mundo,
y lo que ahora vendrá. Luz que me alienta,
para expresarme claro y muy profundo.















martes, 21 de mayo de 2019

Capt. nº13 -Tribu de Señoritas Sanitarias - Historia : Cuarentena entre Timadores





Nadie se fijaba en la tercera de las embarcaciones que se habilitaban para partir en breve junto con sus dos homólogas, que junto a La Doña y La Dulce, surcarían en breve, hacia las Filipinas. Dentro del plan de crucero de la travesía de: Las tres Marías de Cartagena.

Aquella que sería la última nao, era la más simpática a la vista y la que cerraría la gira. Sin ser por ello menos importante que sus semejantes.
La flamante y piropeada: Hembra. Botada desde los astilleros de Cádiz hacía cuatro años con un dibujo y una ingeniería de lo más moderno y avanzado de la época. Dotada como las demás sin que le faltase una vela, ni un mástil de repuesto. Además de su tripulación, elegida y dispuesta con los oficiales más destacados de la escuela Naval.

Cargada con todos los pertrechos necesarios, con las viandas oportunas para una gran travesía por alta mar, con rumbo sur suroeste hasta llegar a la costas del mar de la China.
Cargada en sus bodegas con objetos facultativos y fármacos, frutas almibaradas, verduras distintas y tubérculos de los conocidos en Europa, y algunos llegados con Colón desde las Américas.

El tipo de pasajeras que llevaría era similar al resto del convoy. Todas ellas especiales y singulares que la harían a su vez, extraña por lo que de sí; daría en el largo viaje.
En la Hembra, de momento no se habían definido quien seria la figura que estaría frente a los mandos responsables del bajel. Entre los armadores del viaje y de la causa, existían algunas diferencias en la designación del capitán o teniente del buque. Aunque todos ellos estarían sometidos a las ordenes del Almirante de la expedición, pero sí; faltaba designar el nombre del marino responsable de la Hembra.

Como las restantes naves portaría como cabeza social y ejecutiva a una Jueza, que recayó sobre la persona de Ramona del Todo, una monja no demasiado vieja, todo lo contrario fuerte y madura pero muy bien puesta y dedicada. Una mujer de hierro, que había rehecho a todo un Convento declarado hostil y ruinoso. Por la falta de dirección del mismo, que indefectiblemente iba a la deriva, volviendo a dejar con el culo al aire a la Iglesia, por los sinvergüenzas y tarados que en su momento lo administraban.

Abandono del mantenimiento de las infraestructuras de la colegiata, falta de respeto entre y por las religiosas que lo habitaban, por cuanto Ramona, puso sus dotes de gobernación, saneando todas las vertientes que acompañan la vida monacal. Haciendo de aquel abadiato un lugar de rezo, de concentración y de seriedad. Multiplicando el laborioso trabajo de repostería y la buena pastelería de las manos de las monjitas que, de sus cocinas salían distribuyéndolas por toda Segovia.

La madre Ramona, era una sabia mujer, que disimulaba desde su tierna infancia, al verse rodeada de tristes traidores que pronto la hicieron madurar y saber de qué, iba el verdadero misterio existencial. De sexo, dolor y muerte y aunque maleable por algún capricho, tenía tendencias especiales y un grado altísimo de teatralidad para representar cualquier cosa. Una religiosa de las que en presencia de desconocidos, todo era considerado gran pecado y en las distancias mínimas y cercanías. Inclusive en la oscuridad; nada era punible, ni tenía el rigor que los beatos sacerdotes pretendían. 

Había sido obligada por su infame familia a tomar los hábitos. El abolengo del apellido no les permitía tener en su hacienda a Ramona, con unas tendencias sexuales un tanto criticables en el tiempo. La rancia alcurnia de sus padres le habían hecho un flaco vacío demasiado amplio, como para que la muchacha se sintiera arropada en aquella saga de presumidos y falsos elementos.
Por lo que le quedaron dos caminos, el que sus intercesores le mostraban, pudiendo formarse, educarse y vivir tal como le habían planteado. Fingiendo en el Convento, hasta poder resarcirse ella misma en el momento oportuno, o la negación, el desacato y falta de obediencia que la llevaría con seguridad a no ser ni por asomo, lo que por sagacidad consiguió.

Las Comisarias encargadas y carceleras del orden de la nave, eran Petra, Rosa, Engracia, Manuela, Simona y Sonsoles, las seis venidas del cuerpo de Señoritas Sanitarias del Reino de España, mujeres que habían estado dedicadas al amparo de los heridos de las grandes cruzadas o actividades militares, personas con un arrojo mas que probado y sin ninguna virtud cariñosa. Caracteres duros con poder de decisión y poca intuición de compasión.
El cuerpo de las Señoritas Sanitarias, era una especie de adscripción vinculante con la sociedad civil, que habían fundado en su momento los Masones en Navarra y se había derivado con sus mínimas diferencias por todo el territorio español, incluso se había segregado secretamente a las Américas, en los barcos de Colon y de Hernando Cortés.
Esta institución discreta hacía las veces y servicios a los varones que servían en guerrillas y en cruzadas, que no poseían mujer alguna para la cama, ni para dejarles satisfechos en el juego sexual. Colmándoles ellas durante sus noches de placer intencionado y gusto primoroso. Así las Señoritas Sanitarias brindaban a los campeadores y esgrimidores del clan, alimentación, limpieza de sus ropas, atención en las enfermedades y como no, alguna que otra charanga carnal, como era el servicio de masajes y prostíbulo. Además de los cuidados de enfermería y crianza de huérfanos de la tribu. 

Estas seis personas elegidas para ir en la nave, venían de Milán y del Vaticano, tras haber participado y solucionado una sangradura de algunos prelados que se habían sublevado contra el Sumo Pontífice, dejando las aguas mortecinas nuevamente en la Curia Romana y ya estaban dispuestas para seguir viaje hasta las Filipinas, ayudando al orden en el llamado viaje de Las tres Marías de Cartagena.