Marina explicaba en la consulta del
médico a la pediatra, unos síntomas raros que tenía su nieta tras la enfermedad
que llevó a su hija Thanit al fallecimiento.
Punto final de todo, dejando familia
de muy corta edad y en la forma que Marina, madre de Thanit y abuela de Estela,
lo había padecido en soledad y sentido en un brutal desenlace, tanto que aún no
se ha hecho a la idea de perderla.
Su hija falleció a los veinte y dos
días de contraer unas calenturas víricas un tanto anómalas, que no supieron
curar los médicos del ambulatorio de su zona, puesto que fueron tan atípicas y
extraordinariamente raras, que es después del óbito, que le han llamado fiebres,
puesto que ni eso sabían.
Thanit había estado casada durante nueve
años con un hombre, que iba embarcado en unos de los buques de una naviera
chilena, faenando en alta mar, por lo que contacto marital, ni roce humano se
producía. Ante las grandes ausencias en el hogar, que por motivos laborales
igual podían ser excusadas como pormenores, junto con otros detalles de
infidelidad, fueron distanciando a la pareja hasta convertirlos, en dos
extraños con varios hijos.
Cristóbal, Iba enrolado en un barco
de pesca que faenaba por el Gran Sol hasta Groenlandia, y todo el bacalao y
atún que acumulaban lo almacenaban en unas inmensas cámaras y lo congelaban,
mientras duraba su travesía. De los doce períodos que tiene el año, estaba
fuera de su casa durante nueve largos y rigurosos meses, con sus días y sus
noches, separado del calor familiar y de la cotidianeidad del contacto de sus
hijos y de su mujer. Efecto que creó al tiempo distancias, entre él y sus más
allegados, que acabó rompiéndose por el lugar más frágil.
El matrimonio, tenía tres hijos, y
sin saber ni cómo ni porque se fue al traste, solicitándose por parte de
Thanit, un divorcio a los cinco años de matrimonio, por falta de afecto, de
contacto corporal, de ausencia de sexo y por lo más sangrante, por la falta de
amor.
Habían vivido en una casita
alquilada, en el barrio del puerto, no muy lejos de Marina, su madre, que ésta
cuando quedó viuda, intentó atraerse para consigo a su hija y sus nietos, sin
poder llegar a convencerles, aduciendo la hija, que quería hacer una vida
independiente y sola, por si tenía la oportunidad de rehacer sus días con quien
le interesare y por aquellas tendencias de Thanit, en ver más allá de lo
visible.
Siempre había tenido aquel don, de
predecir o de vaticinar y vislumbrar
detalles, sugestiones y encubres, dónde los demás los llamados corrientes, no
alcanzaban. Una especie de merced para los temas ocultos ostentaba, desde bien
niña, que pocos estaban al corriente.
De hecho, cuando llegó aquella tarde
a su casa con fiebres, ya le adelantó a su madre, que se moría, que de aquella
situación no saldría y que tuviese mucho cariño con sus hijos, que estaban en
edades muy tempranas y quien mejor que su abuela para cuidarlos, ya que no
podían contar con más familia.
Aquel día Thanit había salido de
buena mañana a su trabajo habitual, llevaba a los tres hijos a la escuela y
tras dejarlos en clase, se dirigió directa a su negocio. Abría su carnicería y
despachaba carne desde las nueve de la mañana hasta las siete de la tarde. Ocupación que en un tiempo había sido de Teodosio,
padre de Thanit y maestro de trabajo, en
el que trabajó desde la niñez, aprendiendo el oficio, durante tantos años a su
lado. Hasta que al morir Teodosio, heredó como dependienta y propietaria.
No cumplió con el horario aquella
jornada, sobre las tres de la tarde, dejó la tienda en manos de sus dos
empleadas, dado que ella no estaba en condiciones para poder seguir despachando
como si tal cosa, volviendo con síntomas desconocidos a su casa, para entrar en
la cama que ya no dejó hasta su final.
Al llegar del colegio sus niños,
fueron a ver a su mamá, que les reclamaba para verles por última vez, poco
antes de que perdiera completamente la noción y el sentido. Detalle, que ella
misma debía saber por aquellos poderíos innatos que poseía y que pocos imaginaban.
La niña mayor Estela del Mar, de seis años fue
la primera que llegó a un extremo de la cama, mirándola mientras su madre,
acababa de mojarse los labios, con un vaso de agua que permanecía sobre la
mesilla de noche. No les hacía falta hablar, a ninguna de las dos, para
entenderse, sin embargo y sobre todo Thanit, tomó la mano de su hija, y le
encargó fuera buena con la abuela y con sus hermanos, que ella iba a emprender
un viaje muy largo y sin retorno. Estela ni pestañeó como si esperase la
noticia que le daba su madre en voz baja. Conforme por poseer también aquellas
clarividencias portentosas.
Los siguientes días se
desarrollaron, entre las muchas visitas de cuantos médicos, pudo alertar la abuela,
para mirar de paliar aquellas dolencias tan extrañas que le sucedían a Thanit y
que veía impotente, como se apagaba entre las sabanas de aquella cama amplia con
tafetanes y cabezal artesonado.
Fueron 22 días de sufrimiento para
los que la acompañaban, puesto que Thanit, a partir del sexto día, perdió el
conocimiento y el uso de la palabra. Imposible reconocer si libraba una batalla
con el infinito que esperaba recibirla.
En aquel extremo de la cama, aquella
niña Estela del Mar, como una adivinadora, velaba por el cuidado de sus
hermanos, mientras la abuela, regentaba todo aquel variopinto y alterado panorama.
Jacinto de cuatro años y Ramón de dos, no entendían nada del espejismo que les
tocó vivir, mientras que Estela, se impregnaba de toda la realidad existente. Siendo
conductora receptora de todo cuanto le ocurría a su madre, que postrada y sin
que nadie lo advirtiera se comunicaba con su niña.
Un 28 de junio dejó de respirar
Thanit, cuando tan solo contaba con 39 años. Nadie podía entender como una
mujer con una salud desbordante podía haber sucumbido por el influjo de unas
fiebres. Tristeza mortal en su sepelio, acompañada tan solo sus seres más
allegados y no de todos, puesto que el padre de sus hijos, el ya ex marido,
estaba ausente, por esos océanos frondosos, braceando y congelando pescado.
Los pequeños, ni se enteraron de
aquella tragedia, tan solo Estela guardaba para sí todo aquel sufrimiento
silente que administraba como un adulto concienciado.
_ Es como si no faltase de casa. Aún
noto que pasea por el pasillo, se sienta a los pies de la cama de Jacinto y
Ramón y los abrigase__. Replicó la abuela, dirigiéndose a la pediatra, que la
escuchaba con el máximo de los respetos__. En las noches cuando los acuesto,
noto antes de ir a dormir, que el arrebujado de sus ropas, está de forma
diferente, de cómo les arropo y un cierto perfume de cereza que era el que
Thanit usaba, se desprende de sus fisonomías sosegadas.
Frecuente, en la antesala del sueño,
se acerca a mi vera, y noto lindante su
presencia. ¡Es ella! Percibo su inclinación
templada, toma asiento en el balancín, que solía cantarle nanas cuando era una
niña y se mece, me mira y sonríe agradecida. Refiere detalles olvidados, que
sucedieron en mi compañía y que ni siquiera recordaba. Pinceladas de sucesos
acaecidos difíciles de entender de nuestro entorno, que jamás tuvieron luz; los define y aclara, para que los conozca. Es
como si tuviera vida aunque no la podamos ver, como si no se hubiese ido, ni
estuviese ya difunta.
Con Estela, es diferente, parece se
entiendan desde una ausencia invisible, la chiquilla, no está triste, ríe en
solitario, sueña y parlotea en cualquier rincón, fantasea como una persona
desarrollada.
_ Ha observado por parte de Estela
del Mar, ¿Conducta extraña, o desvaríos?__. Indagó la pediatra, muy atenta a lo
que escuchaba y permitiendo que Marina, dejase divagar su comentario.
_ Ayer mismo__, matizó Marina__,
hablaba con mi nieta de cómo van vestidas las compañeras de su clase, y de
pronto, sin esperarlo se estremeció de forma visible y profundamente, tanto es
así que lo percibí tan claro como si me hubiese pasado a mí misma. Ambas
miramos al fondo del pasillo de la casa, por un resplandor aciago y fugaz__,
Marina, se secó las lágrimas que le caían como gotas inertes, recogiéndolas con
su pañuelo y prosiguió__. ¿Qué te pasa
Estela? Pregunté alterada y ella me respondió__. No pasa nada abuelita. ¡No
padezcas!
_ ¿Has visto a tu madre, verdad? __.
Inquirí__. ¡Sí! es ella__. Contestó Estela, sonriente__, no sufras, está con
los nenes, luego vendrá a hablar conmigo y seguro esta noche volverá a sentarse
en la mecedora de tu habitación hasta que te venza el sueño.