lunes, 7 de julio de 2025

Un gran amante, el hindú.

 

Habían quedado para ir al cine aquel sábado por la tarde después de comer.

Shigwerly recogería a Fertrys Makwelan en la puerta de su casa, a las siete de la tarde. Aquel joven ya en edad adulta, que pretendía a la guapa ciudadana americana, llamado Shigwerly Gerusthynson, era natural de Singapur y de creencias orientales, muy puesto en química cuántica en la cual estaba licenciado y procesaba para una empresa de armamento unos cálculos de la nueva herramienta armamentística del Fire cracker Ciclycal.

Detonante que insertado en los proyectiles aéreos habían ideado los servicios de su país, con vistas de negocio y distribución de la tecnología a naciones adelantadas en la carrera competencial. Entre los muchos estados para el desarrollo y la acumulación exagerada de armas destructivas y poderosas. 

Aquella pareja había quedado de acuerdo para que Shigwerly pasara con su <Escarabajo> el clásico modelo de Volkswagen a recoger a Fertrys a la puerta de su domicilio. Parecía que aquellos tortolitos se habían conocido de forma circunstancial, pero no era así.

Todo estaba preparado por los servicios de inteligencia sin que el inocente Shigwerly pudiera llegar a imaginarlo. La buena de Fertrys, era una espía, una extraordinaria especialista delatora que trabajaba por libre en la nómina del mejor postor. 

Ninguno de ellos imaginaba pasar la tarde que programaron sin análisis previos. Ya que en muchas ocasiones las situaciones se dan y vienen al pelo sin estar previstas. Trabajo que las camufladas espías, saben tratar en cada momento sin que se les arruguen los pliegues de sus encantos. Jugándose la vida en cada uno de los meneos que se suscitan. 

En principio iban al cine a ver la película más guay que ponían. De hecho, partían a la buena de Dios, sin precisar que título escogerían de las seis o siete que siempre estaban dispuestas en la cartelera. La cuestión era, por parte de la preciosa mujer llevarlo al huerto para sacarle lo que pretendía. 

Su relación era incipiente, trataban de conocerse lo más pronto posible, ya que al hindú le atraía el cuerpo estructural de aquella señorita. Sin imaginar que una empleada de corsetería y ropa íntima pudiera ser lo que en realidad disimulaba.

El investigador muy lejos de relacionar a una dependienta con el temido espionaje y fisgoneo de datos sensibles, se dejó llevar por el olor del cuerpo de la preciosa mujer. La que pretendía engañar al muchacho falto de afecto y ternura, queriéndole excitar sin demoras su pasión emocional y montar una relación íntima, lo más rápido posible.

El tiempo en política siempre es inmediato, y no hay nada que se prorrogue tratándose de la seguridad entre países.  Shigwerly había conocido a la señorita Makwelan, no hacía demasiado tiempo, en unos grandes almacenes donde fue precisamente colocada, esperando que el experto cuántico fuera a comprar aquello que ansiaba, siempre que llegaba a lugares alejados.

Aquel individuo coleccionaba ropa íntima de último grito con la cual se sentía atraído en sus meneos frente al espejo, cuando estaba solo, y tanto mejor si alguien lo miraba. Así se sentía de narcisista el bueno de Shigy.

En cuanto apareció por la seleccionada boutique fue atendido por la dependienta más sensual y atractiva del comercio, presentándose como la señorita Fertrys.

La que le ayudó a escoger los modelos y colores, incluso se atrevió a proponerle al caballero indostánico, no se enredara con marcas, modelos y colores. Brindándose ella a ayudarle de buen grado, a escoger las tallas.

Todo preparado. Una mentira, una falsa dependienta entendida en un teatro mil veces ejecutado por Fertrys, con otro nombre y apellido, en otra profesión, originaria de quien sabe dónde y residente en cualquier país inimaginable.

Todo era por parte de Fertrys en caerle bien al resoluto e inteligente cuántico y llevárselo puesto a su casa. A la cama. Y como no, a su huerto. Para sacarle todo aquello que pretendía la guapa y experta Makwelan 

La experiencia de la sílfide, hizo que se encontraran a gusto los dos, y se cayeran bien en un espacio corto de tiempo. Le dio lo que esperaba y le dejó palpar aquello prohibido que con astucia provocó. Pronto Shigy que así le gustaba le llamaran al joven, en las distancias cortas. Cayó en las mallas elásticas y afectivas, piel morena clara y sensual de la versada y deseada mujer. Quedando para verse precisamente aquella tarde para ir al cine.

El auto amarillo aparcó frente al número 77. El setenta y siete de Sunset Strip. Donde justo en la esquina, diez o doce metros a la izquierda esperaba ser recogida por el amigo reciente. El trayecto hasta el cine fue largo en el tiempo, dada la cantidad de tráfico que se estableció aquella tarde de sábado en la ciudad.

La conversación fue muy fluida en el transcurso del trayecto. La guapa Fertrys iba enrollando con su retórica al que creía era un perfecto ingenuo, apariencia que daba tras aquel color cobrizo de su piel. Que engañaba sin duda a cualquiera de las mujeres americanas excepto a las que pretendían conseguir frutos rápidos y productivos. Para aquella simulada dependienta no había imposibles, ni cortapisas a la hora de conseguir las metas que tenía previstas. Disfrutaron del film del cineasta español Garci.  José Luis Garci, el primer Oscarizado autor español, con su película, Volver a empezar y traducida al inglés Beguin the Beguine.  La que disfrutaron a placer por el mensaje que ofrece la trama y el contexto de la historia.

Ella la guapa Fertrys no perdía punto en cuanto a gestos y meneos del falso ligue que tenía a su lado. Todo un ritual, todo previsto por el servicio de espionaje.

El film fue visto con agrado y con algunas interrupciones de atención, debido a los besos que le robaba la mujer al hindú que lo iba preparando para llevarlo encima de su colchón y desnudarle. Quitándole además de la ropa, los documentos de su misil detonante. Haciéndole cantar con su propia lengua, sobre el profundo y peligroso armamento con el que trabajaba. Debiendo conseguirlo aquella espía usando sus galanuras, y palpaciones. Sustrayendo todo aquello que hasta el instante habían descubierto. Para pasarlo a otros interesados. Tratando de despojarlo con la gracia que ella tenía y el técnico quántico, ni pudiera darse cuenta del hurto sufrido.

 

El tiempo de obtención que tenía para conseguirlo era mínimo. Sabiendo que el nacido en Singapur no estaba de momento predispuesto para cantar la melodía que su amiga le propusiera.  A no ser que lo narcotizara.

Al salir del cinema, ella propuso antes de ir al disfrute del <te pillo aquí y te mato allá>. al McDonald’s próximo. Donde se reforzarían con alimento rápido, antes de proponerle la elegante dependienta, el servicio sexual que el inventor pretendía.

La residencia temporal del científico, estaba situada dentro del perímetro especial de la embajada del país para el que trabajaba, con lo cual las medidas para acceder a los recintos eran del todo comprobadas, y pocos de los acompañantes de los que residían en calidad de invitados podían acceder a las mismas. Por lo que ella imaginando lo y con el propósito de disimular le preguntó, si podían ir a su reservado a pasar la noche y disfrutar del sexo. De un cuerpo, el de color triguero de Shigy, y de los meneos que le iba a proporcionar la amante bandida.

El deseo a veces puede más que la reserva y la seguridad, y le dijo a su rubia amiga. 

A todos los efectos, representas la esposa que esperaba, venida de mi ciudad y estado. País con el mismo nombre que su capital. La preciosa Singapur por lo que no pueden negarte el acceso en modo alguno. Le participó el confiado Shigy. 

Con esa confirmación ella, disfrutó. Imaginando que dentro de las instalaciones algo pillaría, con la cámara disimulada que llevaba en la diadema del cabello y en los tacones del calzado y con una segunda cuestión que era, ver qué al bueno del científico lo había enamorado y podía disponer de sus cosas en cuanto se lo propusiera. No pudo refrenarse aquella mujer y le dijo con aquella argumentación artística que les nace a los actores sublimes.

Eres un pedazo de limbo perenne y anhelado. Que sepas que estoy suspirando por tus caricias, y que sueño en ese momento. En que puedas rasgarme placentero en canal. Me festejes sin prisas, despacio y lento. Perezoso e insolente. Hizo un inciso para respirar y tocarse los pechos y continuó calentando al químico, que la escuchaba atónito.

Debes ser un trueno en la cama. Lo deduzco y no creo engañarme, por el bulto que te he notado al palparte sin vergüenza en el cine. Sin que apenas pusieras freno a mí demencia mientras te retorcías en el deleite al tropezar mis dedos entre tus piernas y el bálano. Al tiempo que jadeabas y te retorcías cuando te acariciaba tu esencia bruta sobre tu pantalón.

Después de los piropos y agasajos de Fertrys que le regaló a Shigy subieron al ascensor de la zona de asueto donde están las salas de proyección, buscaron una taberna y tomaron una ensalada de parmesanos y unos dispendios más excitantes que sabrosos, que solicitó la espía para ir situando al científico en un tono brutal. Preparando la situación y llegado el momento la pudiera penetrar sin demasiados esfuerzos. Cuando agotaron aquellos bocados, Fertrys entendió que ya estaba a punto, que tenía los síntomas de la incontinencia sexual. Invitando a Shigy que la llevara a la cama o al tálamo, lo que tuviera más a mano y con premura. El hindú no se lo pensó ni medio segundo, dada la excitación a la que llegó por las palabras de la espía.

Ámame desnuda y hazme temblar de pasión. Llevo horas queriendo sentir tu poder dentro de mi cuerpo. Le dijo ella y él respondió.  

—Eres impulsiva y abrasadora.

Se levantaron de la cafetería de la Rinconada de los Deseos y se dirigieron hacia la zona del hábitat donde se ubican los empleados de la embajada.

Al llegar a las instalaciones fueron abordados por el personal de seguridad del acceso principal. Solicitándoles la documentación y comprobar sus identidades.

No fue muy laborioso, aquel científico gozaba de toda la credibilidad posible y al presentar a Fertrys como su compañera las cámaras de seguridad registraron sus presencias y ellos ocuparon la suite habitual del destacado ejecutivo, la nº 773 de los pabellones sureste.

Su tarjeta dio acceso y abrieron la portezuela del departamento nº 7, tercera puerta del séptimo piso accediendo a su interior.

La estancia era sencilla y poco espaciosa. Al entrar un recibidor con un mural en la pared. Un espejo y un par de butacas en el fondo, y una puerta que daba camino al dormitorio. La limpieza dentro de aquel espacio no se notaba en exceso, más que nada por el lamentable estado de recogimiento y organización de aquel espacio.

Mostrando que Shigwerly no era excesivamente cuidadoso. Anotaciones a la vista y apuntes esparcidos por todos lados, en el rincón donde estaba el ordenador portátil y la Tablet, sendas memorias extraíbles y una minicámara de fotos disimulada entre una bufanda y unos guantes de invierno.

Fertrys se quedó con todo en un vistazo. Haciéndose cálculo de donde podría estar lo que pretendía encontrar y clonar. La impronta y la imagen que presentaba aquella estancia demostraba que el amigo Shigy era un tanto desquiciado.

La disoluta espía no perdió tiempo y pretendía aprovechar los instantes fuertes de la atracción para finiquitar el trámite, y con grandes aureolas y aspavientos iba despojándose de la blusa y aflojándose los tejanos que ya caídos estaban a la altura de las rodillas.

Shigy encantado y despreocupado ayudó a desnudarse a la veterana Fertrys aflojando los sujetadores al tiempo que la ninfa presentaba un par de senos que obligaban al hindú a perder el equilibrio. Antes de que se desatara la mujer, lo detuvo pidiéndole sirviera un par de tragos, para entrar en batalla. El mimético <sabelotodo>, procuró entender y obedecer sin apenas concentración. Depositando dos copas altas, en las que vertió un chorro de vodka a la vez que se giraba buscando el zumo de naranja. Momento que aprovechó la joven y con una delicadeza extraordinaria sacaba una botellita diminuta de su bolso de mano insertando con el cuentagotas unas chispas en una de las copas. La que le sirvió al hindú y obligó a que diera el primer sorbo. Degustándolo de un trago.

—Cariño bébetelo—le dijo la espía—te sentará estupendamente y nos pondrá a tono para ejecutar ese deseo que tenemos.

Se tendieron desnudos sobre la colcha azulada del lecho, adornado con un quinqué en cada esquina del aposento. Candiles a modo de quemadores de hierbas olorosas supuestamente procedentes de Singapur. La pasión asiática hizo mella en el triángulo sensible de la espía que disfrutó de una sesión desmedida y sin control de desvergüenza, sacándole la información y nombres que ella pretendía, fechas de entrega, países interesados y cuantías adelantadas por quién y de qué modo. Absolutamente todo grabado en el alma de su crucifijo que tenía una memoria interna. Cuando se agotó la pólvora de aquel hindú quedó amodorrado en el rincón de la cama hecho un bledo. Sin fuerza destrozado y roncando como un abuelo octogenario, mientras ella que no había perdido ni un solo instante su propio sitio, se levantó y clonó aquello que para ella era de suma importancia.  Datos, fórmulas que nadie más pensó estuvieran al alcance de una guapa espía. Cifras y métodos, tipificaciones esparcidas, por todo el tapete del despacho. Una vez estuvo y contuvo el grueso disimulado de lo que necesitaba. Lo grabó en el cuerpo de su reloj, ya preparado con una mémory internal, lo suficientemente espaciosa como para albergar todos los expedientes clonados.

Salió por la puerta sin prisas. Con mucho oficio. Al llegar al fielato de la entrada puso una excusa sencilla para poder cruzar el umbral, sin el más mínimo problema. Adujo recoger un detalle del vehículo aparcado a las afueras del complejo y le facilitaron la huida con el mínimo control. Para no regresar al colchón donde dormía plácidamente Shigy, el que al despertar leyó la nota qué le dejó Fertrys frente al desayuno que había dispuesto antes de ausentarse. Donde escribió con letras exageradas y por supuesto garabatos incomprensibles el texto que le interesaba, sin dejar mácula y sin que nadie sospechara que la chica era una empleada de los secretos gubernamentales del gobierno que más le interesaba.

<Buenos días cariño, fue una noche que jamás olvidaré. Eres un gran amante. He de ausentarme. Me esperan en la boutique. Un beso y a lo mejor nos encontramos. Ha sido fácil, contigo llegar al clímax y bordar mis expectativas. Eres un encanto>.

No tardó en presentarse Shigy en la Boutique de la Sour.  

Al llegar preguntó por ella, pero nadie conocía a la señorita Makwelan, de nombre Fertrys y Shigwerly Gerusthynson con los días la olvidó.

Siguió con sus aportaciones y descubrimientos para el detonante vital de los misiles de crucero sin que llegara a su definitiva patente y distribución.

Tan poco le dio tiempo a nada más, solo transcurrieron dos semanas, para quedar todo desmantelado, incluyendo la vida del bueno de Shigy.

Un vehículo aéreo no tripulado. El conocido Dron fue a bombardear los laboratorios donde se disponía entre otros artefactos el detonante aéreo vital. Aquella madrugada sesgó la vida de cuantos proyectistas estaban en el edificio. Entre ellos el hindú.

Los servicios informativos dieron la noticia, como si se hubiera producido un accidente, al explotar sin causa conocida, parte de unos laboratorios industriales.

Desde Minnesota, una mujer que según su pasaporte se llama Claris Donatella, y está en un asunto secreto de estado frunció el ceño y le cayeron unas lágrimas al ver la relación de los sucesos y de las víctimas del accidente publicado. Recordando al hindú y su ingenuidad y por supuesto su extremidad carnosa.

 







autor Emilio Moreno
7 de julio 2025

sábado, 5 de julio de 2025

Me aconsejaban que serías mi perdición.

 








Siempre había huido del calor, prefería de todas formas el tiempo del fresco. Para Allison el invierno era, además de mucho más refrescante para el cerebro, más permisivo para lucir vestiduras atractivas, que permitían presumir de su palmito y porte. Y no el clásico chaleco veraniego, y los pies calzados con las clásicas albarcas marineras. Sosegándote en cada esquina y secando el sudor que le derretía el maquillaje facial y le desbarataba el rímel en la frontera de sus párpados. Mostrando al mundo que era también una persona normal, como tantas otras. Que sudaba, se cabreaba con según que situaciones y que le molestaban en demasía las personas incompetentes. Las que debía tratar sin ganas. Por la educación y el respeto al ser humano. Aquellas que existen en todos los lugares del cosmos, y ahora temporalmente había dejado en la ciudad, antes de trasladarse a la villa donde solía permanecer los meses a los que le falta la letra erre en su pronunciación.

Aquel lapso de julio venía cargado de calores y tormentas que a buen seguro iban a trastocarle la tranquilidad habitual. Al mirarse al espejo veía que el cuerpo le iba ganando de forma pausada gramos en su enjundia personal. No es que se atiborrara a comer, pero la edad, ya no era la de aquellos tiempos de dulzura presencial. De gustarse a sí misma y de aquellos años verdes que reverberaban de entre todas sus amigas.

No gastaba tantas calorías en los ejercicios habituales y ese estado le molestó. Dejando en el alero la obligación de quitarse de su régimen los helados, las fritangas y los cocteles afrodisiacos que tanto le gustaban. En la actualidad ya no necesitaba del trabajo para comer y mantenerse.

Había llegado a la jubilación y después de toda una vida de trasiegos, de prisas y evitaciones pasaba de todo. De no tener que conducir por la ciudad perdiendo el tino para llegar a tiempo al complejo sanitario donde trabajaba, bajó el nivel de compromiso. Pretendía disfrutar de todo aquello que se había privado en sus últimos cuarenta años.

Los vecinos de su pueblo, parecía que les molestaba que paseara y luciera aquel cuerpo cuidado. El mismo que cuando se graduó en la escuela donde iban todas las niñas de su leva. Aquellas que ahora la trataban con desidia y distancia. Las que no tan cuidadas como Allison, la ponían a caer de un burro en cuanto se daba la vuelta. Envidia marrana.

Su pueblo, aquel enclave precioso de la ribera seguía teniendo las mismas cortapisas y prohibiciones que cuando iba a la escuela. Era el lugar de su nacimiento, y el de sus padres, pero aquel lugar no había prosperado ni en libertades, ni en avances sociales, como lo había hecho el resto de la nación. Seguía siendo un vecindario asustadizo y mediocre, que más se aproximaba a una población tribal cerrada, que no permitía que la modernidad violara sus costumbres. Ni aceptar a nadie de buen grado que no fuera de los límites del poblado.

Jamás le perdonaron a Allison, el que saliera en sus años mozos, de los límites del pueblo y fuera a la universidad de la capital de la provincia. Ciudad, que ellos despreciaban, precisamente por esa falta de erudición que adolecían.

Las pocas amigas que le quedaban de la niñez, a duras penas le dirigían la palabra, con lo que tuvo que traerse amistades de las ciudades donde Allison había triunfado como cirujana y médico de especial nombradía. Sin ningún problema que le perturbara Allison pasaba allí su periodo vacacional, sabiendo que, si le apetecía, tomaba las de Villa Diego y se trasladaba a cualquier lugar donde decidiera. Dado que en aquel lugar no tenía familia.

Sus padres ya no existían y sus hermanos todos habían emigrado del lugar por motivos profesionales o por el destino de la propia vida. Le quedaban unos primos carnales que más se mostraban como extraños y alejados desconocidos.

En aquella villa no existían los domingos. Una vez que la feligresía salía de la misa de las doce, y disfrutaba del vermut en el bar restaurante de la rambla, volvían a sus viviendas. Se metían y encerraban en sus domicilios, para desaparecer del bullicio del lugar. Dejando las calles de la localidad vacías, sin vida y llenas del aire que levantaba el polvo, semejantes a las imágenes vistas de las películas tradicionales del oeste americano.

Aquella noche calurosa y tropical, Allison paseaba tranquila por la vereda. Intentando hurtar el fresco que produce el relente en las últimas horas de la jornada. Tomando asiento con sus pensamientos en uno de los bancos de aquella rambla repleta de vegetación y de aquellos llamados plataneros. Árboles que dan mucha brisa y permiten que la gente se acomode para disfrutar del fresco nocturno.

Vestía como ella detestaba, debido a la temperatura que registraba el termómetro de la plaza. Cuando sin esperarlo frente a ella se detuvo Marvin, sentándose en el mismo reclinatorio.

—Buenas noches. Allison. Dijo el recién llegado pidiendo permiso para ocupar aquel lugar. —Hola. Buenas noches. Respondió sorprendida la mujer, diciéndole con guasa.

—Puedes sentarte, si es que no te doy miedo y te atreves.

—Sabes quién soy, preguntó el recién aparecido.

—Pues claro que sé quién eres. Lo mismo que tú sabes quién soy yo y me ves por la calle y ni me miras. Debes ir bebido, o estás desquiciado. Atreviéndote a sentarte a mi lado. Aunque ya lo comprendo. Dadas las horas y la oscuridad de la noche, ya imaginas que no te ven, y estás equivocado, porque aquí lo saben todo y te ven sin que tú los veas.

—Siempre has sido una mujer con carácter. Apostilló Marvin, con una sonrisa forzada y meciéndose el plateado cabello, como escusa. Ofreciéndole una explicación a lo antedicho.

—Cualidad que jamás he tenido y por la que sigo penando ya sin remedio. Acotó Marvin.

—¡Vaya!... —Con un rezongo dijo Allison.

A buenas horas mangas verdes. Ahora me vas a venir con excusas baratas.

Mira que como se entere tu madre. Te la monta. O es que ya no recuerdas lo vivido. Aquellas tardes aburridas que me regalabas, sin que te atrevieras a besarme, y algo más, que prefiero no decir, por no molestarte, ni ofenderte en tu dignidad de caballero. Para finalizar y siguiendo con una duda preguntó Allison.

—Porque tu madre…, aún vive. ¡¿Verdad…?! —esperó un gesto de afirmación de Marvin y siguió.

—Me pareció verla el lunes pasado, regalándome una mirada de las suyas. De las que funden y dañan por ese odio, que jamás la deja.

La vi anciana y cruel como siempre. Quizás el veneno no la deja ser. Sin querer entrar en aquel trapo el recién aparecido expresó.

—Hacía mucho que no hablábamos. Formuló Marvin, con una congoja evidente. Detalle que alteró la paciencia de la mujer que sin pensarlo le atacó con dolor.

—Tendrás valor de decirme semejante disparate. Disparó sin bala. Cuando me ves y giras la cara, o te mudas de acera para no saludarme. Tan mala catadura puedes tener después de lo que me hiciste. Eres un tipo acojonado y cobarde, que no mereces más que lo que te ha pasado. Aunque lo ocultes y finjas que eres feliz.

—La verdad, es que llevas razón. Confesó Marvin.

—Por dejarme llevar por mi madre, mis amigos y por lo que decían cuando me veían contigo. Te traicioné, y no supe cómo salir de aquella situación. He perdido tanto. Que estoy convencido y lo creo sin dudarlo. Por la ausencia de la felicidad que jamás he tenido. Aquella sensación de sentirme lleno contigo, tus caricias imaginarias y, sobre todo. Lo que quien sabe, hubiese pasado o llegado a suceder. De haber proseguido aquella incipiente relación nuestra. Marvin, sobrecogido continuó temblándole la voz.

Llegaron a amenazarme, los chaveas y las jóvenes de mi quinta, aquellos que componían mi peña de juventud. Si me veían acercarme a ti, cuando volvías por vacaciones de tus estudios en los meses veraniegos, dejarían de hablarme durante el invierno.

Fui cobarde, como lo sigo siendo ahora ya maduro. Confesó sin reparos ni cortapisas el arrepentido Marvin. Dejando que Allison tomara la palabra.

—No solo te ha pasado a ti, tener ese miedo por los aldeanos que te rodean. Es un mal, más que eso. Es un defecto intrínseco por falta de seguridad, que imagino se disipará con la mezcla, que se está dando en el país. Aunque para que desaparezca esa conducta en este lugar, han de pasar aun dos o tres generaciones. Siguió aduciendo la esbelta y preciosa Allison. Indicando el suceso habido con su hermana.

—Mirren, se enamoró de Robert, desde la escuela, de bien chiquitos, y por los consejos de las demás nenas, diciéndole que se iría a estudiar a la ciudad, y por detalles que no me atrevo a difundir si no lo hace mi propia hermana, me callo.

—Lo sé, de primera mano—Dijo sin preámbulos Marvin.

—Karel mi hermana pequeña ayudó a que se enfadaran, porque a ella, también le iba el amigo Robert, y no paró hasta seducirlo y que se olvidara de Mirren.

Se casaron y fueron de lo más infelices y desgraciados que puedas llegar a imaginar. El pobre acabó siendo un beodo, y no digo borracho por respeto. Olvidado por mi hermana que después de tanto desprecio que les hacía a los forasteros. Acabó enredándose con un honrado, trabajador y buen africano. Sin importarle nada más que su bragadura.

Allison aun no entendía la valentía de su vecino y conocido de la infancia, y siguió indagando con una ferocidad exportada.

—Te has atrevido a sentarte en el mismo banco que yo. Junto a mí. Esto no es por una casualidad, aunque sea noche casi cerrada. Sabiendo de tu arrojo, ya me dirás que se te ofrece.

—Simplemente quiero que sepas que no tengo compasión posible. El que no es valiente y no se enfrenta a quien sea por su futuro, su felicidad y su dicha, no merece más que el desprecio y el insulto. Y ese soy yo.

Me gustabas de chiquita, de jovencita y no te digo como me ponías a tus quince años, poco antes de marcharte a estudiar a la ciudad.

Lo más seguro es que tu ni me valorabas, ni tan siquiera te hubieras fijado en mí, pero si me hubiese atrevido a poner freno a los detractores, y declararte mi pasión. Igual podríamos haber tenido algún momento de ilusiones, de caricias y de amor platónico.

Lo digo con prudencia porque tú jamás me hiciste señal alguna de tener apego por mí.

Con eso quiero que veas lo atrevida que es la vida y lo desgraciados que somos muchos de los que nos creemos algo. Allison no lo interrumpió y dejó que prosiguiera con aquella confesión en el descansadero de la rambla.

—Me casé con la hija del notario. Sin quererla, pero en casa me decían que era buen partido. Que ya me enamoraría de la lozana y morena de buenas caderas para engendrar, y así poder mantener el estatus de macho. Y dejar de ser uno de las tantas docenas de solteros del pueblo. Casi me obligaron a agarrar ese tren, y comprimir todas mis necesidades fisiológicas. Me decían…Aprieta los ojos o mira a otra parte. Cuando veas algo que no te gusta. Acotaba el hombre con desprecio hacia sí mismo.

Lo merezco todo. —confirmó sentenciando Marvin.

—Nuestra unión duró menos de lo que imaginaba mamá.

Me abandonó por un comercial de mercería nacido en Bolivia. Un buen día se marchó del pueblo. Sin dejar pliego notarial. Sus padres jamás entendieron el proceder de Laya. No nos dio tiempo a tener descendencia cosa que agradezco al cielo por lo que hubieran sufrido. Ahora vivo solo, sin el apego de todos aquellos que me aconsejaban que tú serías mi perdición. Los que querían favorecerme diciéndome que me alejara de ti, y te dejara. Que no dudara en olvidarte, porque tú, eras una paloma de muchos comederos.

Ellos sí que han sido mi perdición. A parte de mi cobardía indecente. Los primeros en olvidarme en los momentos malos. Dios les ha castigado a todos, sin dejarse a uno en el tintero. Todos son unos desgraciados como yo. Los que veo y noto que tampoco tienen dicha. Siempre hay alguna excepción, pero a la mayoría no los noto venturosos. Se quedó mudo por unos instantes, y Allison aprovechó para atacarle.

—Cómo es que te atreves ahora—le dijo Allison—al cabo de cincuenta años de todo aquello. A confesar tus sentimientos. Cuando sabes que ya nada es posible. Le interrumpió Marvin la palabra a la doctora y con energía apuntó.

—Porque creo que no tendré otra oportunidad de hacerlo, —dijo compungido—y quiero pasar la vergüenza que me toca y más si pudiera. Tan solo por haberte dicho lo que llevaba en mi corazón y por el castigo que estoy penando desde hace años. Saber cómo te ha ido a ti durante este tiempo en el que has triunfado.

Se hizo una especie de impás aletargado que rompió Allison sin cortapisas.

—Pues no sé si debo ser sincera. Ya que confianza no has tenido jamás conmigo. Y contestando a las dudas que mencionabas antes. Decirte. Que igual te excitaba en aquel tiempo y quedabas fuera de quicio. Como has alegado hace un minuto, pero ni tú, ni tu entorno permitía que llegara a imaginar esos deseos ocultos que sufrías en silencio.

Por lo cual después de intentar seducirte con mucho cuidado y al ver que no se despertaba tu pasión por tenerme. Miré hacia otro lugar y me olvidé del despertar de mis ilusiones. He de decir que de entre todos los nenes de la escuela, eras el que me apetecía pudiera acercarse a mí, y me rozaras con tu piel en los juegos que nos permitían.

No me importa decírtelo ahora que paso de todo. Sin embargo, esperaba con ansia, quisieras besarme alguna tarde de aquellas que nos quedábamos solos bajo aquella higuera. Que me empotraras con todo tu deseo, en el tronco de aquel árbol grandioso y me hicieras ver las estrellas a media tarde.

Jamás sucedió y vi que serías siempre un buen hijo y un mal compañero de vida. Te faltaba arranque, y era porque seguías los consejos de tu mamá, que te limitaba en tus libertades sobre todo si eran referentes a mí.

Yo no estaba para aguantar las costumbres de las gentes que pretendían guiarme en mi conducta. Incluidos hábitos familiares, que también los había, y eran de pronóstico.

Decidí una vez estaba graduada en medicina, no curar a las gentes que siempre me habían despreciado. Hizo un detente en su charla y se miró a Marvin, que bebía sus palabras como un poseso. Para seguir con la cháchara.

—Quedándome en la ciudad, a iniciar mi vida. En contra de mis padres, que tan solo buscaban su comodidad. Arranqué sola como la persona abierta y decidida que creo que soy. Conociendo gentes con sus defectos y malicias, pero lejos de las maquinaciones de los familiares, conocidos y aldeanos de nuestro pueblo.

Conocí a Jeremy y siendo de carácter más o menos como el mío, ese que uso a diario y con esfuerzos sobrellevo, nos entendimos. Creímos que no hacía falta casarnos para compartir las sábanas. Con el hecho de socorrernos en el lecho, dábamos por conclusa esa alianza de orgasmos futuros y ese cooperar en la vida. Sin celos, ni mezquindades. Sin promesas, con las mínimas normas de urbanidad, y sobre todo sin mentiras.

Hijos jamás quise tenerlos, pero esa es otra historia, que no viene al caso.

Duró el idilio hasta que me enamoré de mi ayudante. Un doctor veinte años más joven que yo, que me cuchicheaba guarrerías en el laboratorio y el romance comenzado con Jeremy se acabó, quedando como colegas alejados sin trato.

Una noche de fiesta pillé a Friedrich follándose en nuestro apartamento a una farmacéutica que decía ser amiga. Esperé que finalizaran de disfrutar en un coito prolongado y allí mismo puse fin a todas las andanzas habidas y por haber. De eso hace ahora quince años, los que me dedico a vivir y a pulular como puedo con la gente que me cae, y sin querer cometer errores de bulto. Hasta que deba entrar en la residencia de los Desmayos de la población donde vivo.

Marvin quiso rematar aquellas confianzas confesando a Allison el porqué del despecho de su madre, hacia con ella. Y se lo contó.

—Que sepas Allison, que todo el odio que le notas a la anciana de mi madre cuando te mira y del deseo de fundirte, obedece a un hecho que sucedió. En un principio yo tampoco comprendía aquella rabia desmedida que obraba contra mí, cuando yo le decía que me gustabas y te quería.

Viene dado por una causa que desconoces y yo pude enterarme una noche que estaba completamente bebida. Según habló entre dientes, confesándole a mi hermana, un secreto de alcoba entre mi mamá y tu padre. Ambos estaban enamorados, y él le había prometido matrimonio. De hecho, en alguna ocasión la midió en la era, montándola a placer tantas veces como decidieron. Según dice era pasión y deseo desde hacía años,

Ella enamorada lo permitió, hasta que tu madre se puso por delante y se llevó al hombre al que amaba, sin más.

Que sepas que mi hermana mayor Ros Mery, es hija de tu padre, el que no quiso reconocerla y mamá, tuvo que apañárselas para arreglarse con el mozo que todos despreciaban en el pueblo. Al que jamás amó y fue mi padre fisiológico. De ahí posiblemente mi falta de valor, justicia y arrebato.

Por ello comprenderás que cuando mamá te mira, te escucha y te ve, igual imagina que tu podrías ser hija suya. La conversación quedó salpicada por los desconocimientos de ambos que tan solo se miraron y archivaron sus opiniones.

—Tenía que confesarte este detalle, —le adelantó Marvin a Allison y a continuación le expresó.

—Aparte de todas las noticias desenmascaradas, que con seguridad no conocías y entre otros motivos los cuales he procurado dejarte claro. Siempre te quise. Con seguridad no me hubieses aguantado y eso lo sé. No soy tu tipo, quizás ni te llego a la altura de tus pretensiones, me falta educación, por lo que te hubieras cansado de mí. De mi presencia y de todo lo que me rodea. Con seguridad. Se frenó en su emoción evitando sollozar delante de Allison y prosiguió.

—Esta noche me he sentado en este banco junto a ti. Mi hermana sabe cómo yo, lo que acabo de contarte, pero ella jamás lo divulgará a nadie. Sin embargo, me ha dicho para que te lo participe a ti personalmente. Frenó Marvin, ante aquella revelación y cayéndole un par de lágrimas por sus mejillas, mientras Allison temblaba por desazón, le confesó.

—Si tengo el valor de hacer lo que acabo de contarte. Te diga que si la necesitas nada más tienes que buscarla, sin dar explicaciones.

Marvin se levantó del apoyo donde estaba acomodado y sin mediar más conversación se fue alejando de Allison, sin que esta pudiera reaccionar.
















Autor : Emilio Moreno
día 5 de julio de 2025
Me aconsejaron que serías
mi perdición.

miércoles, 25 de junio de 2025

La última de un junio abrasador

 

El viaje fue en principio normal, el madrugón fue casi extraordinario. La noche anterior, no hubo quien durmiera. La temperatura en la alcoba era superior a la acostumbrada. Ahora la llaman alegremente como NOCHE TROPICAL. No se podía descansar, era imposible, desesperante y abrasadora. A las cuatro de la madrugada, completamente mojado en su propio sudor, decidió levantarse. De cabeza entró sin pensarlo, bajo el chorro y una abundante ducha de agua helada hizo que recibiera su cuerpo, que ya sin nutrientes declaraba una guerra sofocante. No recordaba otra situación parecida a la de la noche del 26 de junio. Siempre hay una primera vez, pensaba obsesionado el desvelado viajante.

Claro que podría ser peor, de estar enfermo. Conectó la emisora de radio preferida y comenzó de nuevo con el ritual del aseo. Otro baño, y todo lo que conlleva esa condición diaria empleada.

El taxi en la puerta lo recogería las siete en punto, y no era cuestión de hacerlo esperar. Aún le sobró tiempo para repasar todos los componentes de la casa, que estuvieran en modo pausa hasta el retorno a la misma.

Se concentró en lo que le interesaba y su mente lo llevó treinta años atrás.  Que tiempos aquellos, los mismos que se le escaparon sin poder retenerlos en sus haberes por las prisas, la falta de costumbre, y la escasa experiencia retenida, aun y creyendo en aquel tiempo que lo dominaba todo y con todo podía.

El taxi llamó a su puerta y ya estaba hacía cinco minutos esperando en el umbral. colocó sus maletas en la cajuela del Mercedes y se ató con el cinto de seguridad, como el que se adhiere concienzudo a la vida. El comentario habido con el conductor fue la dirección del destino. Comenzó la travesía, el placer, la dicha de poder volver a reencontrarse con su destino que, a fin de cuentas. Es el que lo viene persiguiendo toda la vida.

Bien… Estamos en la cuenta atrás. Buen viaje amigo. le deseó el chófer, y el viajero respondió con agrado meneando el ceño con desenvoltura. El pronóstico del tiempo nos dice ue viene una ola de calor profunda, que tendremos que sobrellevar como podamos.

Felices Vacaciones a todos, procurad ser felices, no discutir por nada y aceptar todas las posibilidades que nos presente el momento. yo soy _decía el viajero_ De los poco resistentes a la idiotez, pero viendo, escuchando y soportando lo que nos rodea, también seremos cómplices del sopor que produce el calor.













Autor: Emilio Moreno 
fin de junio de 2025

La Verbena de San Juan - 2025.

 






Prudencio del Puedo, es un pensador extraordinario. Ahora a su madurez es cuando le sobreviene aquel pensamiento de lo acaecido con anterioridad, que no supo, no pudo o no quiso analizar en su momento. Sabe que ahora y aunque su tiempo sigue siendo oro. No debe retrasar más la tarea que sigue pendiente valorando o quizás excusando lo sucedido antaño.

Normalmente iba a plazos, poniéndose tareas inconclusas, que a su vez le hacían disfrutar, ya que recordaba con agrado a los que le fueron allegados por motivos varios y a los demás. A los que no podía soportar, incluso a los que pudo detestar por situaciones, posturas o traiciones recibidas.

Llegado el mes de junio, y para ser más exacto la noche mágica y cósmica del día veintitrés. La antesala a quemar en la hoguera particular de cada cual. Todas las sobras, penas y martirios del periodo cuando miméticamente le sobrevinieron aquellas efemérides.

Fue su cita con el recuerdo. Cuando se celebra la verbena más sonada del año. La fecha donde la experiencia del veterano caballero, le retrotrae detalles y gentilezas. Exhorta a sus amigos, colegas, compañeros, sonriendo al recordar los momentos agradables en la más estricta comandita. Instantes sucedidos en un periodo de vida pasada, que jamás podrán dejarse a un lado.

Como es natural los hostiles, momentos y personajes también suman. Aunque en el tiempo la mente trata de olvidarlos y quedan obsoletos y despintados.

En la existencia de cada cual, verdaderamente los individuos y situaciones pasan por tus frecuencias marcándolas en cierto modo, y algunas subsisten como auténticos modelos de cordialidad, de respeto y de estima.

Sin remedio otros sujetos y actores, gracias a Dios los menos, desaparecen con el mismo olvido suprimidos, quedando dentro de la inconsciencia borrando el dolor, la repudia y su ocaso. 

En su balcón tomando la brisa con nostalgia, recordada después de haber brindado por la salud. Como no podía ser de otro modo, y aprovechando su soledad, en dar comienzo a la cita de su recuerdo. Con aquella gente, conocida y que celebraba su onomástica en aquella fecha precisa.

Algunos de los que coincidieron en su suceder y que hicieron mella en su experiencia. Lamentablemente los hay, que ya no estaban en este <Valle de lágrimas>. Sin embargo pronto acudieron a su evocación las diez primeras personas bautizadas como el apóstol… <Juanas… o Juanes>, que aún creía Prudencio del Puedo, disfrutaban de salud, o quizás ya no. Con las que estableció una especie de juego. 

El inicial que le sobrevino, fue en su tiempo un compañero de trabajo. Juanito Martos, de Chilluévar. Un agradable y competente joven andaluz de la provincia de Jaén, de dónde presumía. Hablando del pueblo, de la tiendecita de comestibles y víveres que gobernaban sus padres, de su aventura al llegar a la gran ciudad y como no; de las muchas chavalas a las que decía había enamorado. Autor de la pérdida del miedo en Prudencio, la ruptura de la vergüenza en la oficina. El que ayudó cuando era meritorio a salir del paso, y ser un poco más pillo. Torear a Luis Pardina, encargado de la sección y establecer buenas vibraciones con el cabeza del departamento Miguel Riazuelo, sin dudarlo el mejor jefe que tuvo durante toda su vida profesional.

Juan Martos, un seductor inolvidable de boquilla, al que siempre estuvo agradecido por enseñarle a menearse entre aquellos armatostes de IBM, llamadas Unidades Centrales, tabuladoras y cintas magnéticas, que le dieron al entonces aprendiz Prudencio del Puedo, el paso a entrar en el mundo de la tarjeta perforada, como vía de los datos de aquella época. 

Disfrutando ya de su espejismo aterrizó en el aeropuerto de su mente la imagen de Juana Caspiluna, la esposa de un “rasga calzas” reparador y vendedor de equipos de imagen, que regentaban un comercio en la provincia de Zaragoza. Toda la vida detrás de Jacinto, su consorte indecente presumido y ligón, tomando los encargos de las averías tras el mostrador del negocio y siendo una esposa más o menos leal. Aficionada a cantar aquellas jotas preciosas que bordaba al entonarlas con aquel genio, y seductoras posiciones al menearse mientras las interpretaba. Que ponía a gozar a todo aquel aficionado que las atendía, por el mensaje evidente que mandaba a sus escuchantes admiradores, por si cogían alguno de los eslóganes que mencionaba y se le acercaban a proponerle algún plan.

Mientras el marido fingía con aquella jeta que poseía, llevando una doble vida sensual y secreta. Detrás de la espalda de su Juana, que bajo una depresión irreal engatusaba y desplazaba al esposo, sabiendo de las artes duplicadas con que jugaba su Jacinto. El que daba la venia para que ella y su espectacular cuerpo yaciera también con el mozo, maduro o jovencillo que se le pusiera a tiro, y que le produjera placer sin que el esposo lo intuyera.

Vislumbrando Juana el meneo que tenía Jacinto cuando iba a reparar los equipos a los domicilios particulares, seduciendo si podía a la hembra guapa, necesitada de trato conyugal esporádico, siempre que tuviera una presencia monumental y un porte seductor.

Energía que no compartía aquel osado matrimonio de la época, que parecía vivían de espaldas a los comentarios de vecinos y reprobadores. 

Pronto imaginó a Juan Bemoles Jordán, un empleado cortito de estatura que presumía a la hora del break en la pausa del desayuno, que contaba la historia que tuvo con Luz, una muchacha canaria que conoció en el periodo que servía como militar en las islas. A la que llevó en más de una ocasión a la Fuente del Avellano dónde la placía al completo. Haciéndole promesas de matrimonio mientras se la encasquetaba, que se cumplirían sin faltar en la hora de su licencia. Tanto la enamoró, que Luz lo llevó a su casa y se lo presentó a toda la familia. Cayéndole estupendamente a los padres, al ver que era un muchacho sincero y culto. Que fue colocado en el negocio de plataneras de su papá, en sus permisos para que tuviera unos duros que poder gastar con su hija Luz.

A todo esto le llegó el permiso correspondiente y oficial, el que el Ejército paga a los soldados una vez han jurado bandera y llevan consumido alrededor de la mitad del tiempo de su servicio militar obligado. Con fines de visitar a su familia y regresar. Con alegría asumió la vuelta Juan Bemoles, y se despidió de Luz y familia.

Un mes por delante llevaba para reunirse con su gente en su localidad de residencia. Tiempo de alegría y de gozo, de encariñarse de nuevo con Maruja, su novia. La de siempre, a la que también le hizo prometer lo esperara hasta su vuelta para casarse. Tantos meses llevaban separados que en la primera semana del reencuentro dejó a Maruja preñada. Conociendo el dato del embarazo de su prometida tan solo tres días antes de retornar a Santa Cruz de Tenerife y reunirse con su amor isleño.

No puso al corriente a Luz, de su devenir con Maruja. Fue un cobarde, y lo mantuvo mientras esperaba la licencia. Siguió tocando a luz, cada vez que prendía el interruptor. Una vez licenciado, volvió a su tierra con la promesa de regresar y jamás lo hizo. Se casó con Maruja, y de vez en cuando sacaba la foto de Luz, que la guardaba a oscuras en el cajón de su pupitre de trabajo. 

Juana Soledad Sorbete, es la esposa de un sumiso y prudente estanquero. Indalecio Granazón. Que se vinieron del pueblo a la ciudad buscando mejor vida y oportunidades para ellos y sus hijos. Personas apegadas a sus costumbres que a pesar del tiempo que llevan residiendo en otra comunidad parecía les era imposible adaptarse a los hábitos de la región que les da trabajo, el pan y el amparo. Sin embargo, no parece ser cierto.

Antes de conseguir la licencia del estanco, trabajaba en la Industria de Altos Hornos, fundiendo hierro y demás metales. Los horarios y cambios de turno de Indalecio, hicieron que Juana encontrara unas amigas que la descararon. Iniciándose con bastante desparpajo fuera de la órbita a la que ella estaba acostumbrada. Inculcándole costumbres como beber de forma desmedida, y esnifar serrines que no son precisamente polvos de talco. Conociendo a hombres diferentes, que llegado el momento la llevaron al catre, siéndole más infiel a su nene, de lo que le tenía acostumbrado. Indalecio por no levantar comentarios ni aguantar el ir de boca en boca, absolvió a Juana de su engaño y ahora aparentan ser los seres más felices de la tierra. Su posición actual, gracias a las mercedes de Juana, que parece ser una sílfide sobre el jergón, les ha hecho subir su categoría y pudieron conseguir licencia de estanco oficial, que le suministró uno de los amigos de la Ponderosa, que es como llaman a Juana sus grandes y vigorosos amigos. Se han olvidado de costumbres y muchedumbres de donde procedían. Siendo ahora unos presumidos inútiles que tan solo se tratan con gentes tan vacías y tan desagradables como lo son ellos. 

Juan Norberto Bifloro, simpatizante del partido que gobierna en cada momento en el país. No tiene problemas en los cambios. Llegó a ser concejal, y de la asociación de vecinos de la calle de la Panza, uno de sus punteros líderes. El amigo que tan solo se acuerda, cuando le conviene. Llama en situaciones puntuales, sobre todo al llegar las elecciones. Por si puede aconsejar y dirigir al votante que duda. Es orientador de voto. Un papanatas engreído que produce hilaridad. Se cree un artista y ser un gran estadista imaginándose tener tanta popularidad fama y poder, que ha llegado a ser una persona descafeinada. Dominada por los gastos que le producen los tres matrimonios que disfrutó. El primero con la frutera de su barrio, la que pronto le repudió por insoportable. Con la segunda esposa que era una coordinadora de las juventudes de su ciudad tan solo les duró el compromiso tres años, y lo eclipsó por chulo y mujeriego. La esposa actual, es una buena mujer, fue gacetillera de la Voz de los Mudos, y tras una publicación no permitida, la echaron y jamás ha vuelto a levantar cabeza como reportera. Sin tardar mucho se cansará de su beodo compañero, que juega y bebe como un cosaco. Ahora llegan a dar algo de pena, lo tuvieron todo y la vida les cerró los portones. Han dejado de cumplir con las obligaciones y ambos viven al margen del precipicio de la vulgaridad. 

Prudencio del Puedo, volvió a la realidad, tras haber recordado las circunstancias de los primeros cinco antiguos conocidos, cuando cayó en como conoció a Juan María Mogollón, un buen muchacho afectado por poliomielitis en parte de sus extremidades. El que por entonces se encontraba un poco acomplejado, por los movimientos anormales que tenía en ocasiones. Podía desarrollar su vida sin demasiadas complicaciones, quizás el único impedimento fuera levantar demasiado peso.  Festejó con una chica muy simpática, y todos creíamos se entenderían y llegarían al matrimonio. Un buen día nos dijo que encontró trabajo en una empresa de droguería industrial con capital anglosajón, y en ella conoció a Marisa, una ayudante de la sección de pinceles y jabones de afeitar. Dejó a Manolita, la simpática chica, sin decirle ni media palabra y ahora, ya jubilado se las da de empresario distinguido. Si tuviera un momento de lucidez, se daría cuenta que es más fácil ser normal. 

Juan Manuel Grosella, es uno de esos alguaciles que los colocan a dedo y por enchufe sin más. Saltándose las listas de espera de los que intentan prepararse para ocupar esos lugares de trabajo. Es del único que no se pueden destacar detalles positivos. La gente que le conoce cuando se refiere al personaje, siempre comenta con desdén aquello tan despectivo y tan vulgar de.

No es tonto, es lo siguiente.

Es joven, y si fuera de otro modo se le podría sacar partido para el beneficio de la población, pero pasa aquello de donde no hay no filtra. Si a esta persona le dieran unos galones y una manguera, por desgracia nos haría pertenecer a la cofradía del desencanto. Nadie le ha dado nada y aun y así, procura tener acogotada a la gente. 

Juan Salame Peor. Que malos recuerdos tenía el bueno de Prudencio. Fue uno de los responsables que le tocaron en su profesión por desgracia. Conocido en su casa y bautizado como Juan de Dios, el que seguramente estaba dejado de su mano. Juan era el hijo de un directivo donde estuvo enchufado y que siempre fue un tipo desleal y se aprovechó de la fama de su padre para conseguir lo que a otros les cuesta una carrera. Otro genio de la mala educación y desprecio y el desgarbo. Un tipo que a menudo y siendo el jefe de todo un departamento, se mofaba de todos ellos. Creyéndose ser un endiosado, cuando era un vulgar borrachín.

Estaba casado con una mujer de la alta sociedad, estos no se juntan con el pueblo jamás, y así les va. Sin embargo procuraba forzar a las empleadas, de su departamento. ¡Que de verdad! Algunas no sé, donde tienen el gusto.

Llegaba a menudo al trabajo mamado y oliendo a cazalla, que sus compadres lo tapaban porque estaban hechos de la misma pasta. Mejor callados, por no perder el estatus. Un tipo indeseable, merecedor del olvido. Una persona que no merecía nada. 

Juan Sánchez, taxista de la urbe. Aquel murciano agradable que además de estar casado con Maribel, durante cuarenta años, se enrolló con la Conchita. La hermana de una compañera de trabajo de su hija, con la que comenzaron en broma, haciéndose cosquillas y acabaron desnudos en la playa una noche de San Pedro. Trataron de ocultar el apego indecente, a escondidas que usaban pero llego a ser tan claro, que todos sabían del rollete y nadie preguntaba nada del meneo del taxista y la desagradecida Concepción. Que demostró ser poco magnánima, y mantuvo al chófer mientras la pudo llevar y traer con su taxi en cuantos viajes le surgían. 

Un buen día desapareció y quien sabe dónde estará.

Sus familiares especialmente Maribel, pocas referencias dan del bueno de Juan, y la tal Conchita ya ni lo nombra. Fue como dice el título de la famosa película. Lo que el viento se llevó. 

Juan José Pérez, sí que es un buen tipo y además de los que siempre recuerdan los buenos momentos. Una persona llena de vitalidad y dotes de cultura destacables que el estar una tarde en su presencia, te hace reciclar en tus ideales, tan solo por escucharlo y por atenderlo. Muchos, la mayoría de los amigos comunes, le recriminaban que se explayara en sus convicciones y trataban de cortarle, por los celos y las pelusas que expiden los versados en cualquier tema. Era imposible cortar a Juan José, ya que él siempre ha sido un extraordinario cambiador de pareceres y un conversador de temas interesantes. No hay ocasión o cita, en la que estés con él y no aprendas algo nuevo. Quizás de haber nacido en otro país fuera u no de esos líderes de masas que vemos en las cadenas de televisión americanas. O quizás si se lo propusiera, sería uno de esos llamados ahora Asesor de Contenidos, que pululan por las redes. Es un tipo fantástico.

Recuerdo aquel día que me arrancó la risa, cuando hablaba de su padre. Al que por cierto, adoraba. El que le dedicó la frase ya para mí grabada y de su pertenencia, que decía así: Dios nos libre del arranque de un gandul. Que se la dedicó su padre un día que le mandó una tarea y la hizo con tanta vehemencia que le arrancó el aforismo indicado. Motivos de salud, de distancia y de meneos largos nos impiden tener más charlas amenas, pero es para mí y de sobras un talento de la imaginación, de la cultura antigua y de la sensatez.

 

 

Había cubierto el tiempo de sus recuerdos y sin contemplaciones habían pasado tres horas de la noche de San Juan. La noche más larga del año, la que siempre se recuerda por un motivo o por otro, la que da entrada al esperado verano. Aquí fue cuando Prudencio puso final a sus elucubraciones y pensamientos, recordando a aquellas personas que en aquella noche celebraban su onomástica, disponiéndose a felicitar a los que seguía teniendo contacto.


Autor: Emilio Moreno / San Juan Año. 2025