viernes, 11 de octubre de 2019

Adopción temeraria.



Deseaban un niño, no podía ser de otro modo, nada sería igual sin su hijo y luchaban por conseguir su paternidad, para primero; sentirse realizados y segundo; para su satisfacción de futuro. De todos modos, sabían que entre ellos jamas seria posible. Juntos no podrían concebir un embarazo, aunque se lo propusieran, ni llegar a ser padres de forma natural, ni conseguir una descendencia original.
La verdad es que ellos se adoraban y estaban muy enamorados de toda la vida y no les hacía falta interpretar esa pantomima de: Jurarse amor eterno.
Entre otras cosas, «ese estado» no se da con facilidad. «Nada dura para siempre».
Su atracción personal y sexual funcionaba tan fiel como en sus comienzos y de eso; ya hacía muchos años. Se adoraban sin excusas ni mentiras y, sobre todo se respetaban de verdad, sin fingidos ni apariencias. Coincidiendo ambos, que la vida no valía la pena atravesarla, sin poder compartirla entre los dos y esa condición era «sine qua non» No existía nada que pudiera cambiarlo.
La imposibilidad de llegar a ser padres, lo supieron por una casualidad, tras unos análisis hospitalarios, que se realizaron por tranquilidad, siendo los resultados negativos. Arrojando con claridad, que ambos eran infecundos, siendo imposible pudieran llegar a ser papás por su condición de estériles.
Tras mucho pensar y analizar decidieron adoptar un niño, a poder ser huérfano, rubio y ya crecido, con cierta educación y, cariñoso. Europeo y de religión católica.
Buscaron por todos los sitios oficiales y por los menos adecuados y acreditados, para conseguir aquello que buscaban, un hijo a la carta.
Estaban seguros que ambos serían capaces de reeducar y adaptar a la criatura elegida y labrar una educación, formal y cariñosa, como la que gozaban ellos.
Tras muchos pasos, de ida y vuelta, reuniones, tratos, dispendios ocasionados, y por mediación de un sujeto nada intachable, encontraron una coincidencia entre la posibilidad y aquello que deseaban, existiendo perspectiva de éxito.
Debían desplazarse por carretera hasta una ciudad Navarra, un tanto alejada, donde se establecía un orfanato afamado, de mucha clase, en el que se educaban a jóvenes exclusivos.
Con lo que un fin de semana, hicieron un rápido desplazamiento hacia Tudela, para conocer al muchacho. No dudaron para elegir entre los tres candidatos de la terna, en escoger a Serafín. Un muchacho rubio de trece años y medio, que dominaba perfectamente las reglas principales de la urbanidad, el buen gusto y una capacidad natural en dominar el arte culinario.
Conocedor de hortalizas y de frutas, carnes y pescados, era ducho en la cocina, experimentado en guisos y platillos tradicionales y de elaborar una receta delicada por muy difícil que pareciera.
En cuanto a las relaciones afectivas, era un joven que ademas de parecer cariñoso, bordaba de forma artística la relación emotiva, era teatral, cínico y apasionado, celoso y dijeron sus profesores y cuidadores, que debido a su infancia tenia tendencias vengativas, si llegaba el caso. Detalles que Herbert y Lucila, pasaron por alto, y no le dieron la menor importancia, ni trascendencia.
Hicieron los trámites necesarios y pudieron con el cariño de todas las partes, adoptar a Serafín, que sería el hijo que Herbert y Lucila, necesitaban, para darle ademas de todo el cariño y afecto una educación propia de privilegiado.
Al cabo, le dispusieron una habitación funcional y personalizada, con toda clase de lujos. Asistía a una escuela de postín y sobre todo, le daban el último de los caprichos que solicitaba, para tenerle contento y permitirle de tanto en vez demostrar de las labores culinarias.
Aquella familia estaba en plenitud de alegría y de felicidad. Todo parecía ir sobre ruedas dentadas, haciendo dichosos a los padres de Serafín, que habían tocado cielo.
Un buen día Herbert, tuvo una descomposición natural, y se fue haciendo notoria, hasta llevar al enfermo a visitar al médico, que raramente no daba, con las perturbaciones que se daban en su salud. Su doctor, al cabo, le indicó que se controlara en las grandes ingestas. No mejorando la salud, lo ingresaron en el Olímpico Clinic Digestive, de donde Herbert, era director administrativo.
Un amigo Gastroenterólogo, le hizo un cultivo y comenzaron las sospechas, que alguien que le quería mal, le estaba envenenando paulatinamente, con arsénico, sin prisa.
Así que una tarde y con los resultados en la mano, el galeno amigo, hizo que Lucila, se presentara en la habitación del hospital, comentándoles lo descubierto y por qué se producían aquellos síntomas que le llevaban a una gravedad peligrosa.
No lo podían creer, pero los indicios advertían en tan solo una dirección poniendo la cuestión en cuarentena.
Dando conocimiento a la gendarmería de investigación criminal. Sin que Serafín lo supiera, ni conociera los detalles. Instalaron unas cámaras de grabado de audio y video, para el visionado. Todos los objetivos, instalados quedaron disimulados en todas las estancias.
Dejaron de comer del menú que preparaba el hijo, con la excusa de seguir un régimen alimenticio total y desistieron durante unos días.
Manteniendo aquellos padres un dolor de corazón extraordinario, con la normal incredulidad, en que fuera el veneno suministrado por Serafín la causa de la enfermedad de su padre adoptivo.
Sin hacerle sospechar nada al joven, las cosas prosiguieron siendo casi habituales, con la intervención de los cuerpos de la brigada de policía, que fueron los que instaron, el camino para alumbrar las acusaciones, que recaían sobre Serafín.
Descubrieron al reproducir la película, que cuando Lucila, se desnudaba en su habitación y se bañaba, su hijo Serafín, le hacía fotos y videos, enviándolos a sus seguidores por las redes.
Además del consabido delito que cometía al fotografiarla, sin conocimiento de Lucila, usando el móvil que le habían regalado los padres, se excitaba y enloquecía de placer, sin importarle semejante ultraje.
Jaqueado la palabra clave, reservada de la cuenta de ahorros, el insensible Serafín, iba expoliando pequeñas cantidades del banco, haciéndolas coincidir con gastos comunes, variables, que pasasen desapercibidos.
La decisión que volcó la balanza y descorazonó a los padres, fue oírle mofarse de ellos, en una de tantas, de las conferencias que mantuvo, con algún conocido o colega del prohijado, pronosticando la muerte no lejana de Herbert.
Un asesinato el que proyectaba Serafín, del que estaba convencido, que las autoridades identificarían como defunción natural.
Creyendo que nadie se percataría, de la ponzoña que le introducía paulatinamente en el plato, al hombre que lo había sacado del orfanato y le había regalado una mejor vida. Sin apreciarla.





















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