viernes, 28 de febrero de 2014

La Esclava Nica


Su dueña se puso enferma y ella, Ivania la llevó directamente al hospital. Sin perder el mínimo tiempo, en ello les iba la vida a la abuela y a ella misma. Llamó a la central de taxis desde su teléfono celular y tan pronto como una exhalación esperaba el coche amarillo y negro, en la puerta de la calle.
Una intervención propia de una persona adiestrada y entendida, como era la asistente de Mercedes Buñalons.

Ivania Yonith, una residente en el país sin papeles, que se ganaba la vida entre otras cosas atendiendo a personas de edad avanzada y haciendo los trabajos más insospechados que persona imagine. Limpiezas en hogares, acompañamiento de niños a la escuela, recados a domicilio, asistencia geriátrica, ventas en las esquinas, reparto de publicidad. Echaba tanto de menos a su gente, familia, su hijita tan lejos. Su trabajo, su oficio, maestra de instrucción infantil, preparada con tanto ahínco en sus años mocitos, para recibir esto. Una licenciatura en “quitamierdas”


Después con mucho tacto y serenidad llamó a sus hijos y familia para decirles de la exigencia y que su mamá, estaba en urgencias del Sant Joan de Deu. Que no entendía revistiera demasiada gravedad, pero que ha creído oportuno trasladarla para que los doctores la visitaran y dictaminaran la consecuencia de la indisposición.


No contenía demasiada crisis el estado de la señora Mercedes, pero por si acaso Ivania su asistenta hizo lo que tenía encomendado por su familia. Aquellos que a fin de cuentas le pagaban un sueldo más bien escaso, sin ningún día de descanso, sin reconocimiento de antigüedad y lo más penoso. Sin declararlo a la Hacienda Pública, para no darla de alta en la Seguridad Social y así ahorrarse el pagar impuestos. Pudiera acomodarse en el país, justificando un trabajo y con ello la consecución de los documentos necesarios para establecer su residencia estable y definitiva, poder traerse a su hija y comenzar una vida nueva.



Aquella familia de los Buñalons, tenían costumbre de trato incierto para las personas que ellos consideraban de menos clase social y jamás tuvieron gestos generosos con la muchacha, que se desvelaba día y noche por la abuela, sin abrir la boca con quejumbres, ni pestañear sus ojillos de gacela asustada. Dadas las consecuencias de perder la ocupación, de verse en la calle pernoctando en las casas de acogida o en los tugurios bajos de la ciudad. Los Buñalons, no pertenecían a la alta sociedad, son gente trabajadora, que se han hecho con un bienestar y que a pesar de pretender ser buenos contribuyentes, no lo son. Como algún personaje famoso miran de camuflar esto o aquello al fisco. Ahorrarse cuanto puedan en el cuidado de su madre. Recogida, atendida, limpia y distraída. Sin que ellos los hijos, reciban males de cabeza, que el trabajo lo realicen terceras personas, les cueste lo menos posible a pesar de estar recibiendo una paga del Estado.


Las dos y cuarto de la madrugada, cuando aparecieron los primeros familiares de la señora. Caras de anarquía sosegada, en la persona de Ros Mary, hija de Mercedes y esposa de un técnico del Ayuntamiento de la ciudad, que también la acompañaba en esos momentos de prisa y de vacilación.

_ ¡Como está mamá y dónde! _ preguntó Ros Mary mirando a Ivania Yonith, con cara de desprecio desde los pies a la cabeza, esperando una respuesta convincente.

_ ¡Señora Ros Mary, yo la he visto apurada! Por ello, sin más y siguiendo las instrucciones de su hermano el señor Jaime Javier, la he traído al hospital. Estaba muy malita y con muchos sufrimientos. Ya sabe usted, como es, insulta sin parar, cuando siente sus dolores. Ahorita, la van a llevar a planta, ya la atienden los doctores más de hora y media y supongo que la dejaran ingresada.

_ No te podías vestir de otra forma, para venir a Urgencias_ reprochó la hija a la sirvienta, con malos modos. Por observar venia vestida con su camisón de algodón y cubierta con una batita de rayón de un color muy llamativo.

_ ¡Señora, no me regañe!, que lo primerito era su mamá de usted, no quiero que piense que existe negligencia por mi parte, pero tenía que haberla visto y como sufría. Por cierto el taxista le pasará a cobrar por la oficina de su señor esposo, mañana, a lo sumo pasado. Le he dado el nombre y donde trabaja, yo no tengo posibles para sufragar ese viaje, quiero que comprenda.

_ ¡Esa es otra! ¡Tú no puedes llamar una ambulancia! La seguridad social, nos cubre esa contingencia y así nos ahorramos ese pago. La próxima vez hazlo como te explico, o tendrás que pagarlo de tu bolsillo.

_ ¡Señora Ros Mary! Usted sabe que no puedo llamar a sitios oficiales, sería como descubrirme a mí misma, no tengo papeles. Ustedes no quieren darme de alta en esa Seguridad Social, y llevo sirviéndoles más de año y medio.

_ No se lo habrás comentado a nadie, todas esas patrañas. Ni siquiera al taxista, ¿verdad? No vaya a llevar ese chisme al Ayuntamiento y perjudique la carrera de mi Carlos. Porque entonces la que te saco de aquí a patadas hasta la frontera, ¡Soy yo!

_ No señora, ¡No! ¡Les estoy agradecida por todo lo que hacen por mí!   Es solo que a veces, no sé qué debo hacer, ni lo que les va a gustar a ustedes. Su hermano me da unas órdenes que a usted no le parecen y las que usted me indica, a él, le repatean. Creo que ustedes, si permite que se lo comente, deberían ajustarlo. Perdón por la arrogancia de comentárselo.

_ ¡Bueno eso a ti no te importa! ¡Me oyes! _ con ojos descentrados miraba a Ivania Yonith_. Procura ganarte el sueldo que te pagamos, no tenga que tomar medidas drásticas y sea peor.

_ Lo que usted mande señora Ros Mary, ¿Puedo ir a casa, ahora que ustedes están aquí con su mama? Así me cambio y descanso un rato, para volver más tarde y quedarme con ella.

_ ¡De ningún modo! Tú no puedes ir sola a la casa. Ya te lo dijimos, si mamá está fuera tú has de estar con ella. ¡No! ¿Creerás que vas a dormir sola en el piso? ¡De ningún modo! ¡Ni hablar!

_ Señora, tengo mi ropa allí, permítame pueda cambiarme y coger ropa de abrigo por lo menos. ¡Estoy helada!

_ ¡He dicho que no! Te quedas con mamá hasta que le den el alta. En casa sola tu no haces nada, ¡Vamos que ni pensarlo!






La borde

Se recluía después de la comida y la cena. Si más quedaba sola frente al televisor de su casa y cerraba todas las puertas para que nadie le molestara.
Ella hacía veinte años que era viuda, pero estaba de buen ver y nadie le echaba la edad que realmente tenía. Una señora elegante, dicharachera, amable y muy simpática, con el porvenir resuelto.  Madre de tres hijos ya mayores, todos ellos casados y en sus labores, los que se acordaban de su madre para navidad y cuando necesitaban de su concurso. O sea poco caso, más bien ninguno.

Se las arreglaba de maravillas para disfrutar a su modo sin complicarse demasiado y dando pocas explicaciones.
En la consulta del Doctor Rosendo, tiene el numero tres y quiere contarle al galeno que se le han acabado las pastillas para dormir. Mientras charla con su vecina de las casualidades de la vida y de las consecuencias de las enfermedades que se dan en el pueblo.

_ Tú Milagros, te encuentras la mar de bien, te veo hasta guapa_ le dijo Amalia, una prima de su pobre difunto.
_ Mujer, me cuido y ahora tengo motivos para estar loca de alegría, tengo un pretendiente, y me persigue todos los días_ le dijo a Amalia, Milagros muy alegre.

Entre conversaciones, la estanquera, que esperaba también en la consulta de Don Rosendo, les oía hablar, y recordaba detalles de Milagros.


Vivía en un pueblecito encantador que estando cerca de la ciudad, le llenaba de placeres y comodidades, pudiendo ir y venir a su antojo al centro en transporte público y disfrutar de cuantos hombres necesitara, espectáculos quisiera y necesidades y antojos deseara.

Ella, Milagros tenía un carácter rudo y displicente cuando necesitaba airearlo, no permitía que le tomaran el pelo, ni permitía se aprovecharan de ella. No se amilanaba con nadie, ni a nada le hacia las gracias gratuitas. También sabía comportarse y cuando trataba con personas de bien, aquellas que de buena tinta sabia que la apreciaban de corazón y no la criticaban, su cariño salía a raudales y les engalanaba de cuantos mimos y caricias necesitasen.

En su vida había padecido y sufrido lo indecible, desde niña tuvo que espabilar y zafarse de las mofas de las muchachas del colegio cuando le señalaban con el dedo diciéndole la hija del orfelinato, la niña borde de casa los Vascos.
Sus padres adoptivos, y hermanos la querían y adoraban sin paliativos, a pesar de todos los imponderables que toda la familia tenía que soportar por ese gran gesto de querer, criar, y educar  a una niña preciosa que en su día fue abandonada en la puerta de una iglesia.
De ahí el carácter poco confiado de Milagros y la poca confianza que le regalaba a bote pronto a los imbéciles, enfermizos de sensatez y desconocidos.

Su lealtad a los detalles de trato eran muy cuidados por Milagros, sensibilidad a flor de piel, necesidad que la estimasen definitiva, honradez completa y por ello a la hora de elegir al hombre que fue el padre de sus hijos, cuidó las formas y se casó convencida y alucinada por todos cuantos la querían pero, tampoco fue con el que ella hubiese querido.
Vivieron felices y los hijos que trajeron al matrimonio, fueron deseados y criados con todo la pasión del mundo, soportando todas las represiones de la época y los pocos medios que existían para las gentes trabajadoras. Milagros, de tanto querer, se gastaba sin darse cuenta, se iba consumiendo sin precisar.

Indalecio el marido, no llevaba tan a raja tabla esa máxima de ser cariñoso, y cambió las buenas formas, por las maneras de visitar mucho los bares y dejarse la mitad del sueldo en las cartas. La vida entre ellos se hizo sórdida y a pesar de estar todo callado desde la alcoba hacia fuera, ella recibía golpes, a la par que los devolvía.

Un día de abril, le dieron la mala noticia, que su marido, fue arrollado por un camión en el quicio de una carretera territorial, mientras hacía las labores de su oficio, peón caminero. Dejándola a ella viuda con cuarenta y dos años, con sus tres hijos, ya creciditos y con trabajo.
Luto que llevó por espacio de dos años, de cara a la galería y a los amigos, pena y dolor inexistente en contra de lo que representaba y mucha alegría y desahogo por escindir relaciones con un bebedor, maltratador que solo la buscaba en las noches para aperrearla y mitigar su embriaguez.

La vida de aquella familia, transcurría sin señales de grandezas, los hijos crecieron sin demasiados estudios y definitivamente se establecieron, cada cual en su trabajo y entre ellos, dejó de haber aquella concordancia, que se vislumbraba en la niñez.


La hija, una pueblerina, aunque ella en su ego creyera que era una gran señora, estuvo a punto en su tiempo de enganchar al veterinario de la zona, saliéndole mal el tiro, con lo cual, se tuvo que conformar con uno de los hijos de un sufrido agricultor. El hijo mediano, continuó con el oficio y los vicios del padre, sin más apego a la vida que una botella de orujo y un cigarro pegado a los labios. Tampoco corrió mejor suerte, el pequeño, que jamás tuvo oficio y deambuló con las cabras y los perros por esos caminos de la estepa castellana, hasta que fue a parar con sus huesos al hospital con una grave dolencia, de la cual, nadie sabe si podrá salir.

El tiempo en la consulta fue pasando cansino y llegó el turno al número tres, el de Milagros, que la llamó Elena, la enfermera con mucho cariño_ Tía Mati, pase usted que Don Rosendo la espera.
El médico de cabecera, llevaba en aquel ambulatorio más de cuarenta años, les conocía a todos los vecinos y sabía de sus enfermedades y de sus anhelos.

_ Qué te pasa Milagros_  saludó Rosendo, acercándose a la mujer para darle un beso.

_ Doctor, quiero decirle que tengo un admirador, que me visita en casa cada día.

_ ¡Qué me dices! y  ¿Es guapo?

_ ¡Mucho! me tiene loca, creo que pronto me pedirá para salir.

_ ¿Dónde le conociste? Hará poco de eso, porque la semana pasada, cuando te receté la pomada para las hemorroides, no me comentaste nada, o sea que lo debes haber encontrado en el casino hace poco.

_ ¡No!  Le conozco de hace años_, siguió tozuda la señora_ pero ahora se atreve a hablarme y me explica lo que pasa en el mundo, es muy atento y de guapo, no le digo más.

_ ¿Dónde le conociste? ¿Cómo se llama, este pimpollo? que te tiene tan enamorada.

_ No me lo ha dicho, pero creo, que se llama Matías. Después de tanto tiempo, se atreve a hablarme y me mira a los ojos, me susurró sin preguntarle nada. ¿Qué bien te queda la nívea? en el pecho. Mire, que se lo tuve que mostrar.

_ No te dio vergüenza enseñarle una teta a un extraño.

_ No porque estamos solos y el jamás se pasa, es muy serio y siempre me sonríe, pero no me toca.
_ Y te visita en tu ¿propia casa?

_ ¡Claro! cada tarde y cada noche. Aparece sin llamarle y me habla, estamos más o menos media hora hablando y luego se marcha, con mucha educación me dice ¡buenas noches!  ¡Así ha sido y así se lo hemos contado! y me dice que no me marche, me tira besos y me deja con la chica del tiempo.

_ ¡No te da miedo de estar a solas con él!   Mira que ahora hay mucho desaprensivo y a ti no te conviene un susto. ¿Cómo es que les abres la puerta a desconocidos?

_ No se la abro nunca. ¡Él entra a buscarme!  Sin llamar, llega a mi por mi televisor y le digo ¡Ya estás aquí!  Solo me responde ¡Buenas tardes! y sonríe. ¡Es un sol!


miércoles, 26 de febrero de 2014

El viaje


Salió al campo y tomó la vereda del pantano, aquella que nadie solía tomar por la fama que le habían dado los vecinos. Como no tenía demasiada orientación, y a falta de miguitas de pan, para marcarse el camino y no perderse, como en el cuento. Fue rociando el camino con sus magnas pastillas para la tensión unas de color blancas muy grandes, que para tragarlas has de beberte media botella de agua y siempre quedan en el esófago atascadas como si tuvieras un atolladero en la primera salida de la autovía estomacal.

Camino hacia el lodazal, aprovechando el día nublado para mitigar la ascensión por la ausencia del sol. Su caminar no era de los que marchan sobre el asfalto pero tampoco se complicaba el paseo, quedándose extasiado con detalles de la flora, que bien podría agudizarle el sentido, por todo el encanto que ese follaje contenía.

El camino duro, pero aceptable, el barbecho bastante ancho y amplio, bordeaba el precipicio de la finca del señor Diógenes, maravillosa heredad llena de noticias fantásticas y difíciles de creer. Con sus almendros y olivos ahora en esta estación a la espera de dar frutos.

Cada cincuenta metros más o menos, dejaba caer una pastilla de los laboratorios Doctor Pinjarme y con la vista más o menos la perseguía hasta que inerte quedaba en el suelo del polvoriento camino. Así daba crédito a su vuelta con una seguridad más o menos aceptable.
Había recorrido un buen trecho, y el camino se hacía mas cómodo menos empinado y cargante, con lo que dio algo más de vigor a su paso y adelantaba mucho más terreno que en los repechos.

Sin esperarlo, su teléfono móvil, se puso a sonar y como no, lo tomó sin problema, pensando en que era raro ese detalle de tener cobertura, estando tan arriba. Abrió con parsimonia, su tapa protectora del aparatito móvil y pregunto, sin más, aprovechando echar una blanca pastilla, sobre el camino y acompañarla con la vista.

_ ¡Sí!  ¡Quién llama!

_ ¡Hola! Señor Reynaldo Buenos días. Mire soy Gladys, de la empresa Veinotornes. ¡Como está usted señor!, le doy la enhorabuena por haber sido elegido para un viaje al cielo. Solo la ida, y además de entrar en un sorteo de un aparato para tomarse la tensión.
Un tensiómetro maravilloso, que además de indicar la presión de su sangre, le aconseja si está bien de glucosa, mide sus tonos de arritmia, controla la sedimentación de la sangre y procura un estado anímico de lo más alegre.

_ Oiga, no me interesa_ anunció Reynaldo con brusquedad ¡Además a usted!  Quien le ha dado mi número de teléfono y como es que me llama en un lugar que pocos tenemos cobertura telefónica. A quien quiere engañar usted, con tanta traca, ¿se cree que soy tonto? Estoy subiendo al pantano pero con la intención de cenar en mi casa con Liliana mi mujer y ver el programa de televisión de la cadena estatal. Tomarme mi pastilla de la tensión, la del colesterol, la de los mareos, el Sintrón, y una muy chiquitilla que ni se como se llama pero me va bien para dormir. ¡No la creo! ¡Esto es un engaño!

_ No se ponga usted de esa forma.  Don Reynaldo, le hemos elegido a usted porque ha destacado por encima de los demás. Nos hemos dado cuenta, que va echando sus pastillas en el camino, para orientarse y eso no es normal. Cuando quiera volver no las encontrará porque nosotros nos hemos encargado de deshacer esas sustancias en el propio terreno y darle suero a las tierras, para que fertilicen mejor las plantas de los bordes de la carretera. Por ello usted se va a quedar aquí en la cumbre con nosotros para siempre y nuestras señoritas de compañía, le darán camino y estancia fijas, para no volver más a ver a su Liliana.


Aquel repelús lo despertó, de la cabezada, que había dado tras el telediario de las tres y media de la tarde, levantándose bastante nervioso y excitado, haciendo unos ejercicios en silencio y sin llamar la atención de Liliana, que acababa de baldear el suelo de la gran y espaciosa cocina, tras fregar los platos del almuerzo. Alterado se acercó a su esposa y le preguntó, sin convicción.

_ Oye Liliana, tú conoces a alguien que se llame ¿Gladys?

_ ¡Pues claro! y tú también la conoces ¿verdad? Cuantas veces habrás escuchado su voz fina y graciosa. ¿Cien Mil?_ La presentadora del programa La salud es nuestro futuro. ¡Anda quita!, que además de todo lo que careces, ahora sin memoria.

_ Ahora no caigo_, pensó Reynaldo_  ¿quién puede ser esa mujer?_ adujo aquel hombre, en voz baja y sin querer saber más, sin pretender asustarse. Mirando su cajita de pastillas y observando que todas las de la tensión permanecían guardadas, tan grandes, tan blancas y tan costosas de tragar.
_ ¡Niña, me marcho al café! ¡Allí te espero! Tomó su chaleco y su bufanda y salió pensativo sin explicar ni una palabra a Liliana, que ya estaba presta para ver el capítulo de la novela.

Bajó con el ascensor a la planta y en la entrada del portal del edificio, se tropezó con su amigo Liborio, que venía sudando la gota gorda de su paseo diario. Sus cinco kilómetros.

_ Reynaldo, donde vas tan preocupado_. Pues mira chico me toca ir al café, un ratito, que después de todo el ejercicio que he hecho hoy, no tengo ganas nada más que de descansar y tomar aire. He caminado como un desahuciado, y la verdad que me he cansado bastante. Tanto que ya me ves, voy directo a la partidita.

_ ¡Anda que chulo! ¿Haces deporte ahora? ¡Qué raro! En ti, no lo suponía.

_ Hoy he ido al pantano, y he subido hasta casi el final, chico que manera de caminar, eso ¡Sí! buen ejercicio. ¡Es broma Liborio! ¡Yo no hago deporte y debería!
¡Nada, lo he hecho desde el sofá del salón!
Era una broma, he dado una cabezadita de ilusión, estaba tan a gusto, que he soñado que subía al propio pantano, pero he despertado bruscamente, por un mal sueño, que no he sabido interpretar. Cosas de mayores. ¡En fin y tú que me cuentas Liborio!

_ ¡Pues lástima! _ comentó Liborio, el sudado amigo, que no paraba de dar saltitos cortos, como si tuviera prisa por ir al retrete a evacuar, sin dejar de moverse, para no perder el calor del cuerpo_ Nos hemos tenido que cruzar_ dijo irónicamente riendo y mirando al sedentario de su amigo.
 Porque yo vengo de allí, ahora mismo. Que por cierto me ha pasado ¡una! que si te la cuento ni me creerías.


_ Cuenta, que no llevo prisa, y si es simpática aun me dará más gusto_. Asentó Reynaldo, mirándose a su amigo, como mantenía el ejercicio.

_ Cuando subía por el caminillo_ comenzó a relatar Liborio, mirando alrededor de si, para cerciorarse que estaban los dos solos y nadie podía compartir aquel secreto con ellos dos_. He visto en el suelo unas pastillas blancas grandes, que estaban a más o menos cada cincuenta metros, deberían ser pastillas de la tensión igual que las que yo tomo, unas grandes y blancas, que te destrozan la garganta cuando las tragas.
No he hecho caso y he pensado con guasa, alguien que las usa para no perderse, por lo fluorescentes que son.  
He seguido recorriendo el camino y justo, allí estaban las pastillas en el suelo, en cada tramo más o menos de la misma distancia.

 La verdad, he parado a ver si alrededor había alguien desesperado o perdido y no he visto nada. He escuchado un sonido de teléfono móvil, como una llamada. ¡Imposible no llega allí la cobertura!, pero como estos de las telefonía alcanzan donde ni esperas, pues he puesto orejas al tema_ siguió argumentando Liborio, ahora, ya parado y firme en el suelo, dejando sus saltitos de prisa por hacer pipí.

Una tía estupenda, guapa y casi angelical me ha parado y me ha dicho que se llama Gladys, que había llamado a un tipo por teléfono, que le había despreciado el viaje y que me lo concedía a mí. Además me regalaba un tensiómetro que controlaba la sangre, y cien cosas más.

Reynaldo no dando crédito a lo que escuchaba, lo interrumpió y le preguntó_. ¿Era de una empresa llamada Veinotornes?

_ ¡Sí! de la misma, ¿Cómo lo sabes? ¿Les conoces? ¡Quizás! puedes ampliarme este interrogante.

_ ¡No! para nada, he escuchado hablar de ellos, pero no les conozco, ¡sigue!

_ Nada decirte, que he sido elegido yo, para el viaje, que no me he podido desprender de la tal Gladys,  a pesar de renunciar, me ha sido imposible. Ha comentado que cuando llega, ¡llega! y no es para retrasarlo. Además tampoco se libra el tipo del teléfono, aunque haya dicho que no le interesaba_ dice que también viajará_  y dos vecinos del barrio de San Pedro, que los conoció ayer, a uno en el camino y a otro por videoconferencia. Que solo le falta un par de personas para ocupar todas las plazas.

_ ¿Y el viaje donde será? _ interrogó Reynaldo, con cierto temblor en sus piernas.

_ Me ha dicho, que no lo olvidaré jamás, solo nos pagan la ida, pero que es alucinante y celestial_. Resumió finalmente Liborio_ Bueno Reynaldo, te dejo, que llevo prisa, voy a ducharme y a decírselo a Brenda. Seguro que me regaña por hablar con desconocidos y por dejarme engañar.







Lamentos



El viernes fue a cruzar
las negruras opacas
no queriendo retornar
a su vida cansada.

Anduvo por el quicio
sin la salud, sin color.
Dejando el bullicio,
la esperanza y el dolor

Colofón de semana
para romperme en canal.
Con las luces tempranas
huyó mi mundo irreal.

Si me dejo conducir
llanto ruin me solapa.
Sé que no le veré más
a mi padre en su casa.

Tenso parece dormir
¡¿Es imaginación?!
El cuerpo se puede ir
¡Supliquemos al Señor!

Los que van ya no vuelven
¿Será la vida mejor?
No le designes vida
a la bruma  defunción

El viernes fue a dejar
falto a su rebaño.
No queriendo regresar
a las penas de antaño.



lunes, 24 de febrero de 2014

Cinco minutos. ¡Nada más!




Acostumbrado a contar historias ajenas parece que los misterios y los detalles deben ser distintos de cuando declaras intimidades. No lo son, y lo sabía, aunque no quería darme por enterado.

Las conmociones iguales, y las necesidades las mismas. Siendo comunes para todos los humanos, que las cosas que les ocurren a los demás a ti también te llegan y debemos aceptarlas.

Hoy les hablaré de mí, en primera persona.  Necesito explayarme porque me embarga la pena, una condena ciega no fácil de edulcorar y que tampoco apetece que de ella salga un falso sentimiento. Estoy sentado muy solo, como me gusta, para dejar correr mis sobresaltos y me es tan distinto a otras ocasiones que ni siquiera lo comprendo.


Ayer incineramos a mi padre.  


Después de un Vía Crucis tan doloroso como intenso. Dejando su cuerpo deshecho por el padecimiento silencioso que imprime esa enfermedad maldita. Amén de haberle hurtado su espacio cognitivo que le privó de una despedida natural.


Podría escribir la frase tan asistida de: “estoy vacío y roto”. Sin embargo mentiría puesto que es completamente anverso a lo manifestado. Estoy lleno de rabia e íntegro para desahogarme contigo.


¡Sí! Contigo, porque sé que ahora no me miras a los ojos y puedo emocionarme sin que tu intervengas. Porque si se escapa una lágrima, no tendré que justificar nada y a mi modo, iré expresando si llego a ser capaz, todo ese cúmulo de irritación que me embarga.


Rabia por no poder haber hecho mejor las cosas, por haberme perdido tantos instantes que deberían haber sido nuestros y no supimos administrarlos.

Ira por tener que pagar un peaje de vida excesivamente caro, sin poder explicarlo para que me entendiera.

Cólera, por no ser el tipo hábil y desinhibido que a él le hubiese encantado. Pálpito en mi corazón sabiendo se llevaba consigo aquellos momentos que debería haber compartido conmigo y no supo o no quiso hacer.

Dentro de toda la circunstancia, desde el mismísimo momento, en que pereció en mis manos, dando su último suspiro a poca distancia de mi persona, supe que las cosas no están dispuestas por capricho, que debía ser así por algún motivo.

Incluido el momento imborrable de la exhalación de su alma, cuando la enfermera lo asistía y certificaba: le acompaño en el sentimiento.

Comprendí que todo se difuminaba cuando el conserje del Tanatorio se acercó y me dijo_ ¿Quieren despedirse ya?

_ ¿Despedirme? _ pregunté _  y entendí lo que quería transmitir sin necesidad de más verbo. Lo trasladaron a un oratorio contiguo y acompañados de nuestros amigos accedimos sin pensar.

De sus amigos, compañeros, familiares, vecinos, que nos rodeaban en silencio, sin el más mínimo suspiro. El capellán hizo una puesta en escena generalizada y supe entonces que sonaba su canción preferida. El trío de músicos interpretaba su melodía, aquella que tantas veces habíamos compartido cantando, sin pensar que sería la destinada a ser su música celestial

Le siguieron otras oraciones, pero yo ya estaba fuera de aquel lugar, sin él, sin mí y despojado de toda realidad. Fueron cinco minutos, los últimos que estaría con él. Cinco minutos para expresar de forma subliminal. Cuanto le quería.













miércoles, 19 de febrero de 2014

Seísmo y Amor -parte dos-


Viene del capítulo anterior: Seísmo y Amor 1º

Aquel mes de mayo del año 2010, se celebraba el Primero de Mayo en sábado, fiesta del Trabajo en el país, relajo total y descanso a gogó.

Hugo, no había logrado recomponer su situación emocional todavía, cuando distraído en el mismo punto musical, observó fugazmente a alguien con el signo de Libra, accedía a las esferas del chat.
Él ya había retornado de su viaje a Chile, tras intentar de todos los modos y maneras conseguir encontrar a Nuria, aquella mujer sensata más conocida para él como Libra signo.
Que en ese instante aparecía en su pantalla en la brevedad de lo que caduca, alguien se hacía llamar como ella. Nuria Signo natural, en un visto y no visto, sin dejar tampoco huella en el protocolo de la aplicación del chat
.
Accedió con premura a la página del chateo de la música chocante, al ritmo caliente de las guarachas y los mambos, pero no fue posible volver a ver aquel ítem que pasó por delante de sus ojos, en un visto y no visto.

Agotado, por los esfuerzos y su mala suerte en su jornada de búsqueda de trabajo, el que perdió por llegar a Fredes cuando ya nadie le esperaba, fuera de plazo. Los empresarios del restaurante tuvieron que buscar a otro camarero pensando que Hugo estaba también “missing” desaparecido.

Quedó dormido en el sofá de su salón, frente a su ordenador justo a la altura de sus ojos. Soñando con aquellos días de desbarajuste y de prisas, con los nervios por encontrar a una aguja en el pajar más grande e inconcebible, mientras mantenía en sus manos el ratón del PC y una taza brillante con medio bourbon Jack Daniels.



A las pocas horas del tremendo desastre, cundió el pavor sobre los damnificados y muertos que encontraban bajo los cascotes y en los escombros de las esquinas, al remover tantos metros cúbicos de despojos. Sumado con todas las desgracias que se cernían en Chile, derivadas de la tragedia, hacían que los presagios fuesen ingratos y confusos y nadie pudiese entenderlos, si no se residía en el país andino.

Hugo, no tenía para buscar a Nuria, ¡nada!  Ni direcciones físicas, ni relación con nadie que la conociera, no poseía el nombre completo de la mujer que necesitaba hallar ni siquiera ciertas realidades comentadas, podía creerlas como fehacientes.
Todo el tráfico de identidades en el cosmos de la red, no es lo que aparenta, y se transportan muchos datos que no son de fiar. Por lo que Hugo poco podía hacer, aunque hubiese ido a la embajada en España.
Le preguntarían por nombres y apellidos, dirección, residencia, y no podía proporcionar datos de relevancia, ya que ni siquiera sabía cómo se llamaba realmente la señorita bajo el pseudónimo de Libra signo.

Por lo que aprovechando unas vacaciones pendientes, se lanzó a su propia aventura, arriesgándose a viajar sin resultados positivos. Lo calculó mientras trabajaba y lo preparó todo allí en el restaurante la Taberna de Fredes para solicitar los permisos y no hubo demasiadas complicaciones para obtener los días de ausencia.

No sabía dónde dirigirse, únicamente le había comentado en una de sus charlas que pertenecía a la región de Concepción, pero con Nuria la última vez que contactó, aquella tarde noche del 27 de febrero, poco antes que fueran interrumpidos por el seísmo, la señora estaba en Chillan, pasando unos días festivos. Siendo ese destino el que en un principio destacaría.

_ Debo estar loco para hacer algo semejante_, pensó en sus adentros Hugo. Mientras estaba en la agencia de viajes, Guía Castellón_. O quizás sea el último eslabón que me queda antes de volverme loco. Necesito, un motivo para sentirme vivo, algo donde pueda desgranar mi esfuerzo y conseguir aquello, que necesito. Mejor motivo que buscar a la mujer que me gusta y que seguro ahora me necesita, no hay_. Interrumpió el pensamiento, cuando la empleada de la agencia, se interesaba hacia donde quería viajar.
_ ¿A Chile, me dice usted?
_ Sí a Santiago, y desde allí ver el transporte más adecuado para llegar cuanto antes a la ciudad de Chillán_ comentó Hugo, mirando a su interlocutora a los ojos, viendo la cara de interrogante que ponía.
_ ¿Sabes que ha habido un terremoto muy gordo?
_ Porque te crees que voy, he dejado de tener noticias de mi chica. Estábamos conectados cuando todo se acabó, no sé, desconozco si está viva, o pueda estar bajo los guijarros de su residencia.
_ Bien, no te preocupes_, dijo la empleada de viajes_, ya tengo toda la documentación necesaria, deja que lo constate y te llamo para que la vengas a recoger_, volvió a mirar a su cliente aquella dependienta, queriendo asegurar que lo que hablaba era lo cierto y no habían yerros_. Los billetes, los has de dejar pagados en cuanto los tenga, por ello te mando una llamada a tu móvil y te pasas cuanto antes. Del hotel, nada, lo buscarás allí donde puedas, o donde haya_. Prolongó con su comentario, la experta_.  Según tú, vuelas ya mismo en cuanto se pueda. Me refiero en cuanto esté abierto el tráfico aéreo.
_ ¡Así es! ¡Cuánto antes! Yo ya tengo los días festivos concedidos.  

A los tres días de aquella reserva, salía desde el aeropuerto de Valencia, con la compañía española Iberia rumbo al aeropuerto de Madrid Barajas para realizar la primera de las dos escalas a la que estaba sometido en ese viaje.
Una vez en Madrid, transportado por la compañía Aeroméxico hasta el aeródromo de Juárez, en México DF, con una duración de la escala de 18 horas aproximadamente, enlazando desde ahí con otra nave de la misma sociedad, que lo llevaba a Santiago de Chile, con una permanencia de escala de once horas minuto arriba o abajo. A parte del trayecto en bus que debía hacer desde la terminal “turbus”.
En más o menos tres días llegó Hugo a Chillán, tras enfrentarse a los contra indicadores del retraso de llegadas y de los imponderables que tuvo que sumarle al trayecto.
Fueron semanas de búsqueda agotadoras, de poco dormir, de llevar cuidado con el pillaje que siempre existe, dada las condiciones existentes, de no tener donde caerse muerto, de comer tarde, mal y poco. Llevar todas las pertenecías encima de sí. Existiendo una higiene mínima, facilitadas las necesidades habidas en la comarca.

Hugo recorrió, entidades gubernamentales, como la embajada española, el comisionado de ciudadanos de Chillán, hoteles, albergues, casas de acogida. Leyó y comprobó listas de heridos, de fallecidos. Ayudó hasta la extenuación a todos aquellos que estando en la zona pudo, sumándose a las brigadas de voluntarios para mitigar cuanto antes el duelo y el dolor producido en todo el país.

¡Nada!

Ni asomo de Nuria, libra signo. Nadie la conocía, no había existido jamás una mujer como aquella, la que mostraba en la única foto que poseía. Una mujer galana, con una cascada de cabello sobre sus hombros rubio, y una cara blanca, tersa, suave, que adornaba con unos labios carnosos bien construidos, bajo un tabique nasal mínimo y unos ojos que podían deslumbrar a cualquier viajante despistado que se fijase en semejantes faroles. Una altura prudencial para lo que se estila, entre metro sesenta y metro setenta y tres de altura, buen porte, no demasiado fina ni con estrías en la piel. Mujer bien formada, guapa hembra, que la sostenían unas piernas largas y homogéneas que finalizaban en un pie de tamaño proporcional a su altura y abarcaba con unos brazos recios, y vigorosos, dignos de la mejor de las trabajadoras sociales, entrenadora de niños, profesora de escuela.
Se la había tragado la tierra, o se supo esconder tan bien, para evitar los daños colaterales, que Hugo, con unas ganas de encontrarla fuera de lo común no supo hacerlo, después del casi mes y medio que duró su estancia en Chile. Hasta que se le agoraron los medios, que volvió de regreso a la región Valenciana, a su pueblo natalicio de Fredes en Castellón de la Plana.

Cuando despertó ¡Súbitamente! del sueño, fue porque la taza del bourbon se había derramado encima de su pijama al caer al suelo y hacerse añicos, siendo las cuatro de la madrugada en España, las doce de la noche en Santiago de Chile y en la pantalla del ordenador personal, unos mensajes esperando respuesta que decían:

Libra comenta
Hola, hola, hola, que tal desaparecido. Todo bien, va todo ¿normal?

Libra comenta
Sabes las penas hay que dejarlas la vida continua
contenta por lo que Dios me regala cada día
lo demás no se sabe si vendrá….¿Dónde has estado amigo?

Súbitamente después de leer, y no dar crédito a lo que estaba leyendo, se incorporó al teclado y sin limpiarse el churrete de whisky ni recoger los cristales del suelo del vaso que se había estrellado, comunicó:

Hugo dice
Hola amiga, que tal, que gusto

Tras una espera de bastantes segundos y cuando ya creía que no sería contestado, aguantando el desespero, recibió la siguiente explicación:

Libra comenta
Muy bien

Hugo dice
Desaparecida tanto tiempo, sin saber de ti, te daba por muerta
 poco más o menos. Recuerdas la última conversación

Libra comenta
Como no lo voy a recordar, nos separó el Seísmo

Hugo dice
Te he buscado por tierra y mar, como no sabía de ti fui a Chile
no es fácil, no pude dar contigo. Te había tragado la tierra

Libra comenta
Ni que lo digas, casi hubiese sido mejor, que me hubiera tragado
¿De verdad, que has estado en Chile? ¿Buscándome a mí?

Hugo dice
Cuéntame, no has estado en Chillán, estuve más de un mes intentando
dar contigo pero ha sido imposible. No tenia referencias para poder hallarte
y creía que estabas herida, o ve tu a saber.

Libra comenta
Pero estoy viviendo y eso es mucho ¡Créelo!

Hugo dice
Como te va la salud

Libra comenta
No va bien, por eso no he escrito, ni he dado señales de vida, murió un
hermano querido y además tras superar la supervivencia de este seísmo,
no estoy bien


Hugo dice
Siempre daremos gracias al cielo por encontrarte de nuevo.
Tu hermano falleció por causas del ¿Seísmo?

Libra comenta
No.  Fue por enfermedad, nos ha dejado desolados a todos

Hugo dice
No sabes cuánto lo siento

Libra comenta
Bueno y tu como lo llevas

Hugo dice
Eso es lo que me interesa saber de ti, porque me ha costado encontrarte
sin embargo, veo que al fin podremos hacer algo bonito

Libra comenta
No lo creo, de verdad, llamo para despedirme. Con mucha pena
pero he de hacerlo, no quiero que tomes carrera y sea peor después

Hugo dice
La vida nos da palos, pero, tendremos que ser coherentes y
vivir lo que podamos con alegría

Libra comenta
Jajá eso si que fue muy acertado y sincero de tu parte

Hugo dice
 Dime qué te pasa y porque después de tanto tiempo recibo ese modo tan
distante por tu parte

Libra comenta
todo bien, de verdad

Hugo dice
No sé, ¿estás herida?, si has enfermado, no sé nada

Libra comenta
Sabes, las penas hay que dejarlas la vida continua

Hugo dice
Vas a contarme algún detalle. Para valorar lo que tienes

Libra comenta
Podría estar peor pero con gente tan linda que tengo cercana,
no es justo quejarme, debo disfrutar

Hugo dice
No te entiendo nada. Si vas a continuar con evasivas, ¡Cuelgo!

Libra comenta
Contenta de lo que Dios me regala cada día. Lo demás no se sabe
 si vendrá y  tú si eres parte de esta partecita , muy secreta de mi
pero no podemos seguir más

Hugo dice
Bien pues tu dirás, sin tapujos ni engaños

Libra comenta
Me han hecho unas pruebas médicas y han salido mal
por eso ni quiero promesas, ni puedo dar futuro

Hugo dice
Es grave

Libra comenta
Muy grave y definitivo, casi


Hugo dice
No puedo creerlo, te salvas de un terremoto tan brutal y desapareces,
cuando te encuentro, dura la alegría media hora

Libra comenta
Tú debes tener un montón de chicas, para hacerle mimos

Hugo dice
No seas graciosa, que la gracia, no la veo por ningún sitio

Libra comenta
Tú quieres vivir el momento, yo no sé cuando lo desearé o estaré dispuesta

Hugo dice
No me confundas, no soy como piensas.

Libra comenta
Porque crees que duermo sola

Hugo dice
Tú sabrás, será decisión personal, en la que no entro

Libra comenta
Jajá ves que es fácil para ti

Hugo dice
Te he soñado cerca, diciéndome te equivocas

Libra comenta
Hasta aquí llegamos, fin de nuestro idilio.
Estoy enferma y no sé como irán las cosas, por lo que
no te voy a hacer perder el tiempo. Si las cosas cambiaran
y fuese posible, te llamaré.
Sin embargo, no cuentes con ello. No te despidas. ¡Déjame en paz!


Aquella comunicación se cortó, como se habían lesionado los dedos de los pies de Hugo al pisar los cristales hechos añicos en el suelo, que nadaban junto a la sangre mezclada con el bourbon desteñido que se había vertido al romperse el vaso. Los churretes del pantalón del pijama se mezclaban con dos lágrimas que surcaban en los grandes ojos de Hugo.

Hugo jamás supo, si el cáncer se llevó también a Nuria, si pudo recuperarse y hace una vida entera, con otros aires. De vez en cuando accede a la página de la música aquella, que le llevó a vivir una historia real y triste, quizás esperando que aquella mujer bajo el pseudónimo de Libra signo, aparezca para decirle: Lo ves que fácil es para ti.