miércoles, 4 de diciembre de 2019

Para que no haya roce





Recordaba mientras conducía su Chevrolet, Celebrity Sedan verde del noventa, en camino hacia Zaragoza, detalles de su infancia y todo sucedió, de buenas a primeras, y fue que le despertó aquella somnolencia, uno de los carteles anunciadores que en la carretera N-232, divisó a lo lejos.

Embaldosado mensaje, para que fuera casi imperecedero al paso de los años, sobre la pared, posaba sin que nadie le hiciera el menor de los casos, el famoso anuncio de Nitrato de Chile. Un fertilizante que se patrocinaba de modo amplio en su niñez. Aquel rayo directo al recuerdo no hizo en él, más que conducirlo fulminante a entrar en sus doce años. Volver a su niñez, notarse con aquellos calcetines largos que tanto picaban en las piernas, aquellos que querían ganar espacio por encima de la rodilla, no pudiendo llegar a la altura de la pernera del pantalón corto, con que su mamá le vestía.
Volvió a oler el aroma de la colonia de Heno de Pravia, con la que se mojaba la cabeza para peinarse, aquella cabellera tan tiesa que tenía, y del chocolate terroso y negruzco, que le daban por las tardes para merendar con una rebanada de pan.

Fue cuando la recordó con nostalgia y agrado, emocionándose por no esperarse semejante situación, y como si estuviera frente a Adelaida, se sonrojó, no sin echar un suspiro de infelicidad manifiesto, por su falta de agallas, al no poder llegar a tiempo de confesarle lo que por ella sentía. Murió de cáncer muy joven, sin avisar y sin haber disfrutado de una satisfacción que por lo menos ella, merecía.
El estupor de su cavilación le incomodó, en el momento que pensó en ella. En la vergüenza que al principio le daba mirarla directamente a la cara, en su perfume, en su sonrisa, y en como desapareció de su vida.
Quiso despejar ese pensamiento profundo, y sin pretenderlo entró, en el recuerdo de las primera vez que sus padres, le llevaron al cine y no precisamente a ver, una historia de aventuras juveniles.
Tuvo la suerte de emocionarse al encontrar sin presentirlo, con una de las realidades de la vida, su inspiración sexual. Detalle que les pasaba por alto a sus progenitores, cuando le ofrecían la posibilidad de ver con ellos, la película de Gilda.

En su pueblo por aquellos tiempos no era frecuente, que pasaran películas de estreno, y menos del calibre de la que iban a reponer.
Cuando llego el film de la hermosa Rita a la pantalla de aquel burgo, llevaba la friolera de diez años proyectándose en las carteleras de los mejores cines madrileños.
Montándose entre lo lugareños, una especie de cruzada, proveniente del inquilino oscuro de la parroquia, puesto que a Don Jeremías el presbítero, no le parecía nada moral, que las piernas de la citada Rita Hayworth, fueran vistas por los ciudadanos de aquel aislado villorrio.
Se montó una especie de cisma en la villa, pero ganaron los aperturistas amantes del cine.
Entre otras cosas, porque Don Julián, el dueño de la distribuidora del local, había hecho el gasto en traer aquella proyección y no estaba dispuesto a tener pérdidas.

Sus padres le llevaron al ateneo, que era donde estaba la pantalla de cine, por no dejarlo solo en la calle y se juntara con malas compañas, o se fuera a la vera del rio a fumar de aquellos pitillos llamados “Ideales”, que dejaban aquel pestazo en la ropa.
En aquella localidad, no existía censura y como su abuelo era el que llevaba el trajín del bar del centro, les salia gratis, el llevar al nene. No pagaban más, si el chico asistía. Por lo que acudió.
Los padres vieron la película en silencio, ni tan siquiera por la emoción, notaron que a su lado estaba su hijo, que por cierto, tuvo un subidón de adrenalina pasmoso, sin quizás llegar a entender en su conjunto, todo el mensaje que Rita y Glenn, dejaron a bies, para que la gente elucubrara.
Imaginando que Gilda era Adelaida y que él mismo era Glenn Ford, creyéndolo, aún y ahora que de aquello nada existe.


La pregunta que le hizo a su padre al salir del cine, fue escueta y directa—Papá, esos que han hecho la película, los actores. La rubia y el tipo forzudo, ¿Se besan en la boca de verdad? No decís tu y Don Jeremías, que es pecado dar besos a las niñas en la boca.
El padre sin saber que decir, le contestó—una idiotez—de modo indelicado y queriéndose quitar la respuesta de inmediato, le replicó—No hijo; cuando llega el momento de besarse, los ayudantes les ponen un cartón en los labios, para que no haya roce.
Aquella estupidez dicha por su padre, que aun recordaba, le volvió a llevar al deseo de Adelaida, a la que no besó jamás, no por falta de ganas, si no por aquella falta de valor, que siempre le acompañaba.


















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