Hacía
tan solo veinte días que había pasado por la consulta del médico,
cuando comenzaba a tener de nuevo, esas expulsiones
tan bruscas
producidas por la tos, ya no tan
incipiente que silenciosamente va avisando que vienen tormentas
bronquiales, si no se atajan de cuajo.
Como
Servando sabía de su padecer crónico, que a fin de cuentas sería
el que se lo llevaría al terrero de los callados, llegado el
momento. Se adelantó lo que pudo a los presagios, para atajar y
aminorar, la crecida de aquel cuadro infame que le impedía la normal
respiración.
En
la sala de espera permanecía tranquilo hasta que le tocara su turno,
había llegado mucho antes, por aquello de si pudiera ser visitado de
los primeros. Detalle difícil en aquella época, por la cantidad de
gente que arrastra los catarros y peores condenas.
Hubiese
sido un puntazo acertar en llegar a tiempo, más que esperar cien
años, como dice el refrán, pero no fue el caso, y por casualidad el
horario se cumplió.
Mientras
tanto recordaba los pasos que hizo justo ahora, al cumplirse la
veintena de días de su primera incursión en el ambulatorio,
procesando uno a uno, los pasos que siguió.
Aquella
mañana, la inicial, iba sin anunciarse, sin orden. Pasó
directamente por las urgencias, dado el caso que le ocupaba, y la
fiebre que aún le mantenía derecho, sobre sus propio calzado.
La
prescripción al tanteo de la doctora fue leve, tan etérea que por
causas de fuerza mayor lo volvieron a llevar, esta vez, con cita
previa frente a la responsable técnica de su salud, en el
Ambulatorio correspondiente, el de su zona.
Seguramente
que por la fiebre, le pasaron mil pensamientos por la cabeza, todos
ellos llenos de salud, amplios de vigor, dentro de una lozanía
espectacular e inaudita. Fuera de peligro y de un sabor de boca
agradable, mientras el tiempo de su turno se acercaba, al horario que
tenía previsto.
Una
de las veces que salía la diplomada a buscar a los enfermos que
aguardaban su turno, nombró a dos pacientes que aún iban por
delante de Servando y le anunció, que a la salida del ultimo entraba
él.
Pensó
«voy a decirle», pero creyó oportuno ser sincero y dejarse visitar
sin abrir la boca, para no enmarañar la situación y que ella misma
viera, que necesitaba un apaño farmacéutico como mínimo urgente.
Cuando
estuvo frente a su sanadora, y ésta le preguntó; comenzó a
narrarle los síntomas, que le volvían a llevar ante su presencia.
Ella sin inmutarse, le indicó con un gesto, fuera tras de la
cortina, se levantara el blusón, y se dejara auscultar por su
fonendoscopio, que colgado desde su cuello ya comenzaba a preparar.
—A
ver como brega ese tórax, tan delicado—dijo la ilustrada y repitió
con certeza, nuevamente, colocando el borne de palpación del
estetoscopio sobre otra parte de la espalda de Servando—aspira, por
favor—le solicitó al enfermo, para volver a repetir—aspira, más
fuerte. Observando que aquella música de cuerdas que salia por la
gola de Servando no era precisamente la de la Real Cámara de
Músicos.
Cambió
de zona, haciendo una comprobación necesaria, realizada con sumo
tacto y sin ningún tipo de prisas, hasta que añadió sin
reservas—Ese pitido profundo no se ha ido, quizás incluso se ha
agudizado, deja que mire tu garganta, para cerciorarme mejor.
Con
el bajalenguas, o depresor lingual, le observó el gaznate y acabó
diciendo, circunspecta y muy seria—Estás peor, ¡definitivamente
peor!
La
receta, que te envié anteriormente no ha hecho su efecto, por lo
cual te cambio desde ahora el fármaco, a ver si en esta ocasión
podemos quitarte esa infección bacteriana de la que has sido pasto y
que no quieres abandonar.
Servando
preocupado, al ver que aquello del reparto de específicos era un
“chocho”, preguntó—Está usted haciendo pruebas conmigo, o es
quizás un reflejo de mi enfermedad, y de la décimas que soporto
desde hace semanas—y siguió argumentando aquel desesperado
paciente—Si de buenas a primeras hubiese ido derecha al grano,
seguramente estaría fuera de este cuadro febril y de toda molestia
corporal. Podría dormir y respirar por las noches y no acordarme de
la salud en cada instante.
La
licenciada, le miró seria, y dando una observación alrededor de la
sala, como pretendiendo no ser escuchada por nadie, le dijo en voz
baja—Tienes razón, pero a los enfermos; inicialmente les
repartimos las medicinas más atrasadas, para ir desabasteciendo las
estanterías, y luego si no se curan y llegan a tiempo, es cuando
entendemos, que deben entrar en la vía directa del antibiótico
sanador, que es tu caso—Hizo un inciso la doctora y le dijo
seria—Te veo muy preocupado, Servando, no te vas a morir aún,
confía en nosotros, los entendidos, que al final o te sanamos o te
matamos—El comentario final, lo pronunció como queriendo aminorar
la fuerza de las palabras del asmático.
Cree
usted señora doctora—Adujo Servando—que vale la pena venir al
médico a prevenir dolencias.
«Pensó»
por unos instantes aquella sutil licenciada en medicina y le
respondió sin ambages, ni dándole importancia al hecho—Venga no
se enfade, que ya veo se ha vuelto a escapar de la Unidad de
Urgencias Mentales. No se me ponga nervioso, ahora llamo y lo vienen
a buscar del Manicomio Comarcal, pero antes y entre nosotros,
cuénteme realmente, que es lo que le pasa realmente.
Servando
quedó arrobado, al intentar ser confundido por la facultativa y
repuso simpático y lleno de ira—Pues mire Vd. ahora que pregunta,
le informaré. Siempre y cuando quede entre nosotros dos—Por
supuesto replicó la médico, tenga toda la confianza, seré una
tumba y dejó que Servando hablara—Un buen día me comenzaron a
tratar de una enfermedad que no tenía, y al final la contraje. Los
responsables no sabían como frenar aquello y tampoco podían dejarme
suelto con esta boca que tengo tan suelta. Entretanto y por ello se
fijaron en mí, me seguían mientras hacía algunas averiguaciones
sobre las normas y el modo de administrar los medicamentos, la cura
de afecciones, los responsables, los que se embolsaban el dinero de
los asegurados, hasta que di con la clave y descubrí algo que no
gustó. Pronto pusieron coto a mis inicios ingresándome en un Centro
de Salud, la cárcel de los locos, inyectándome alguna especie de
bacteria para descerebrarme, y ahora nadie quiere creerme. Mi
dolencia ya es imposible desterrar, por eso quiero que usted,
erradique mi tos o recete algo para dormir eternamente.
Al
llegar los celadores del manicomio, preguntaron a la galena, que
había contado Servando y esta dijo, que lo sabía todo, por ello el
responsable de la captura del paciente hizo que también incluyeran
en el transporte a la Diplomada, por padecer de la misma enfermedad.
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