viernes, 27 de diciembre de 2019

Antitusígeno venial




Hacía tan solo veinte días que había pasado por la consulta del médico, cuando comenzaba a tener de nuevo, esas expulsiones tan bruscas producidas por la tos, ya no tan incipiente que silenciosamente va avisando que vienen tormentas bronquiales, si no se atajan de cuajo. 



Como Servando sabía de su padecer crónico, que a fin de cuentas sería el que se lo llevaría al terrero de los callados, llegado el momento. Se adelantó lo que pudo a los presagios, para atajar y aminorar, la crecida de aquel cuadro infame que le impedía la normal respiración.







En la sala de espera permanecía tranquilo hasta que le tocara su turno, había llegado mucho antes, por aquello de si pudiera ser visitado de los primeros. Detalle difícil en aquella época, por la cantidad de gente que arrastra los catarros y peores condenas.





Hubiese sido un puntazo acertar en llegar a tiempo, más que esperar cien años, como dice el refrán, pero no fue el caso, y por casualidad el horario se cumplió.
Mientras tanto recordaba los pasos que hizo justo ahora, al cumplirse la veintena de días de su primera incursión en el ambulatorio, procesando uno a uno, los pasos que siguió.
Aquella mañana, la inicial, iba sin anunciarse, sin orden. Pasó directamente por las urgencias, dado el caso que le ocupaba, y la fiebre que aún le mantenía derecho, sobre sus propio calzado.

La prescripción al tanteo de la doctora fue leve, tan etérea que por causas de fuerza mayor lo volvieron a llevar, esta vez, con cita previa frente a la responsable técnica de su salud, en el Ambulatorio correspondiente, el de su zona.
Seguramente que por la fiebre, le pasaron mil pensamientos por la cabeza, todos ellos llenos de salud, amplios de vigor, dentro de una lozanía espectacular e inaudita. Fuera de peligro y de un sabor de boca agradable, mientras el tiempo de su turno se acercaba, al horario que tenía previsto. 



Una de las veces que salía la diplomada a buscar a los enfermos que aguardaban su turno, nombró a dos pacientes que aún iban por delante de Servando y le anunció, que a la salida del ultimo entraba él.
Pensó «voy a decirle», pero creyó oportuno ser sincero y dejarse visitar sin abrir la boca, para no enmarañar la situación y que ella misma viera, que necesitaba un apaño farmacéutico como mínimo urgente.



Cuando estuvo frente a su sanadora, y ésta le preguntó; comenzó a narrarle los síntomas, que le volvían a llevar ante su presencia. Ella sin inmutarse, le indicó con un gesto, fuera tras de la cortina, se levantara el blusón, y se dejara auscultar por su fonendoscopio, que colgado desde su cuello ya comenzaba a preparar.




A ver como brega ese tórax, tan delicado—dijo la ilustrada y repitió con certeza, nuevamente, colocando el borne de palpación del estetoscopio sobre otra parte de la espalda de Servando—aspira, por favor—le solicitó al enfermo, para volver a repetir—aspira, más fuerte. Observando que aquella música de cuerdas que salia por la gola de Servando no era precisamente la de la Real Cámara de Músicos.
Cambió de zona, haciendo una comprobación necesaria, realizada con sumo tacto y sin ningún tipo de prisas, hasta que añadió sin reservas—Ese pitido profundo no se ha ido, quizás incluso se ha agudizado, deja que mire tu garganta, para cerciorarme mejor.
Con el bajalenguas, o depresor lingual, le observó el gaznate y acabó diciendo, circunspecta y muy seria—Estás peor, ¡definitivamente peor!
La receta, que te envié anteriormente no ha hecho su efecto, por lo cual te cambio desde ahora el fármaco, a ver si en esta ocasión podemos quitarte esa infección bacteriana de la que has sido pasto y que no quieres abandonar.



Servando preocupado, al ver que aquello del reparto de específicos era un “chocho”, preguntó—Está usted haciendo pruebas conmigo, o es quizás un reflejo de mi enfermedad, y de la décimas que soporto desde hace semanas—y siguió argumentando aquel desesperado paciente—Si de buenas a primeras hubiese ido derecha al grano, seguramente estaría fuera de este cuadro febril y de toda molestia corporal. Podría dormir y respirar por las noches y no acordarme de la salud en cada instante. 



La licenciada, le miró seria, y dando una observación alrededor de la sala, como pretendiendo no ser escuchada por nadie, le dijo en voz baja—Tienes razón, pero a los enfermos; inicialmente les repartimos las medicinas más atrasadas, para ir desabasteciendo las estanterías, y luego si no se curan y llegan a tiempo, es cuando entendemos, que deben entrar en la vía directa del antibiótico sanador, que es tu caso—Hizo un inciso la doctora y le dijo seria—Te veo muy preocupado, Servando, no te vas a morir aún, confía en nosotros, los entendidos, que al final o te sanamos o te matamos—El comentario final, lo pronunció como queriendo aminorar la fuerza de las palabras del asmático.
Cree usted señora doctora—Adujo Servando—que vale la pena venir al médico a prevenir dolencias. 



«Pensó» por unos instantes aquella sutil licenciada en medicina y le respondió sin ambages, ni dándole importancia al hecho—Venga no se enfade, que ya veo se ha vuelto a escapar de la Unidad de Urgencias Mentales. No se me ponga nervioso, ahora llamo y lo vienen a buscar del Manicomio Comarcal, pero antes y entre nosotros, cuénteme realmente, que es lo que le pasa realmente.
Servando quedó arrobado, al intentar ser confundido por la facultativa y repuso simpático y lleno de ira—Pues mire Vd. ahora que pregunta, le informaré. Siempre y cuando quede entre nosotros dos—Por supuesto replicó la médico, tenga toda la confianza, seré una tumba y dejó que Servando hablara—Un buen día me comenzaron a tratar de una enfermedad que no tenía, y al final la contraje. Los responsables no sabían como frenar aquello y tampoco podían dejarme suelto con esta boca que tengo tan suelta. Entretanto y por ello se fijaron en mí, me seguían mientras hacía algunas averiguaciones sobre las normas y el modo de administrar los medicamentos, la cura de afecciones, los responsables, los que se embolsaban el dinero de los asegurados, hasta que di con la clave y descubrí algo que no gustó. Pronto pusieron coto a mis inicios ingresándome en un Centro de Salud, la cárcel de los locos, inyectándome alguna especie de bacteria para descerebrarme, y ahora nadie quiere creerme. Mi dolencia ya es imposible desterrar, por eso quiero que usted, erradique mi tos o recete algo para dormir eternamente.



Al llegar los celadores del manicomio, preguntaron a la galena, que había contado Servando y esta dijo, que lo sabía todo, por ello el responsable de la captura del paciente hizo que también incluyeran en el transporte a la Diplomada, por padecer de la misma enfermedad.













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