sábado, 7 de diciembre de 2019

Aquel, ocho de diciembre






Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero le quedaban tres días para parir. En aquel tiempo tampoco conocías el sexo del hijo que llegaba. Todo era como muy raro comparado con la actualidad.
Debías trasbordar un par de veces en los autobuses, andar un trecho para llegar al hospital mas cercano, o tomar el transporte de algún conocido, que voluntario se ofrecía a llevarte.
El embarazo a la muchacha le había ido perfecto, con sus respectivos análisis, y con la prudencia de saber en todo momento que es lo que procedía.
Aquella noche, el padre de la criatura y compañero de Gladys, Preston, llegó del trabajo, harto de prisas de exigencias y como tenía unas horas acumuladas, no volvía a la oficina hasta pasada la navidad, con lo cual estaba al lado de su mujer, en el ínterin de dar a luz.
Preston no tenía vehículo, sin embargo lo tenia todo atado, para el nacimiento de su bebé y había quedado resuelto el transporte, desde hacia unas fechas, en que llegado el momento, el joven papá, avisaría para trasladar a Gladys a la Clínica.
Así que en el instante de las prisas, Preston actuaría.
Míster Franki, padre de Preston, vivía unas calles mas abajo, en el mismo barrio, con lo cual nada sería demasiado premeditado, tenia un vehículo utilitario de los chiquitos, tipo Chincochento, con el que trasladaría a la partera al hospital.
El día seis de diciembre no era tan festivo en el país, pero como cayó en sábado solo se trabajaba media jornada.
No había finalizado aún el año 1975, y todavía en la España amplia, estábamos en un régimen completamente diferente al que se vive ahora, en muchas casas aun faltaba el teléfono, la calefacción, el microondas, la alegría y la libertad.
En cambio existía, la estufa de butano, el televisor de blanco y negro, el brasero, el jabón lagarto y el “mejor te callas que estás más guapo” y los payasos de la tele, Gaby, Miliki y Fofó, sin olvidarnos del programa Concurso la Noche del Sábado.
No había más, por lo que la gente consumía lo que estaba al alcance de sus manos.
Aquel fin de semana Preston debía estar al quite, puesto que Gladys, en cualquier momento, podía dejarse venir.
El lunes día 8 se celebraba la Festividad de la Purísima, con lo que la pareja se retiró a sus aposentos a descansar, habiendo decido que iban a hacer en esa festividad, sin imaginar, que su sueño sería interrumpido.
Todo fue como un rompecabezas, pero con las piezas previstas y los lugares reservados para no perder ni un minuto.
Fue hembra, y además preciosa, rubeta y la alegría de la familia. Ahora, pasado el tiempo, Doña Anita, es madre. No es tan rubia, pero muy emprendedora y el domingo día 8, cumple cuarenta y cuatro años. ¡Que edad más bonita! 44, ¡Como lo es ella!
Motivo para que la felicite y le mande millón de besos y mis deseos de que cumpla muchos años más, alrededor de su familia que la quieren.
Firmado: Preston



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