domingo, 8 de diciembre de 2019

Feria Purísima, edición 73.

Año tras año, llega este encuentro, donde la gente se agolpa para ver los tenderetes de venta ambulante, los cachivaches, las hierbas afrodisíacas, la miel de romero que ayer me dijo un vendedor muy puesto y enterado que «excitaba y no es la mejor para la garganta». Queriéndome vender el muy avispado, un tarrito muy pequeño de cincuenta gramos por ocho euros, diciéndome que era miel negra. ¡Miel Negra! y es que es. Todo un personaje.





Si no fuese por lo incómoda que se hace pasear entre las paradas, cosa que nadie parece querer subsanar, habría más encanto y más venta para los feriantes. Ya que la gente no puede detenerse frente a sus productos, porque son empujados por la muchedumbre que aprieta.






Es un paseo por los espacios que dejan entre parada y calle, nadie queda satisfecho, nadie compra a placer lo que le interesa, todos se quejan, pero así es la Feria de la Purísima desde que la conocemos, brutal, sin control, y a lo bestia.
De cualquier modo, tiene algo que te arrastra año tras año a que vayas a verla por su desenfado, su paseo distraído entre los menesteres y comerciantes y por el fresquito que te avala 
después, un buen plato encima de la mesa.



Son numerosas las mercancías que puedes encontrar en sus stands, al aire libre, aunque bien es verdad echamos en falta, aquellos grupos musicales con sus flautas que antaño se colocaban entre las esquinas, interpretando música criolla, unas melodías estupendas que te hacían reverdecer años pasados, y recordar cuando paseábamos con nuestros padres, de la mano, pidiendo de todo aquello que se nos antojaba.
Mi primera Feria fue la del año 1959, cuando el corazón de la Feria, estaba en la Rambla, con las raíces, ya bien crecidas de cuantos árboles, podamos imaginar. 



Cerezos, limoneros, perales, melocotoneros, palosantos, albaricoques, ya despuntaban también frutas nuevas, como la nectarina, y arbustos de todas clases, sin olvidar los rosales de toda la vida, almendros, nogales y algarrobos y cuantas simientes puedas llegar a imaginar, todas muy atendidas por tantos y tantos agricultores que entonces cuidaban sus tierras y huertos. Los tractores nuevos para su exposición los depositaban en calle Jaime I, la bajada de la Guardia Civil, entonces las calles no eran tan amplias y los expositores muchos menos. Aunque ya estaba la tienda de electrodomésticos, y la sastrería del Señor Segura, y un poco mas abajo la señora que vendía los chocolates Nogueroles, de tan buenos recuerdos, para la chiquillería.















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