Calle San Roque. Valderrobres
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Aquella
mujer se había enamorado de un boleto, que pendía llamativo desde
el rincón donde posaban los macutos del café Juan Valdez.
Participaciones
llamativas hechas en papel de color vistoso, para el sorteo de la
cesta navideña del año 1955.
No
podía permitírselo, pero se preguntaba si pudiera darse el capricho
y entrar en el sorteo de aquella majestuosa ilusión en aquellas
fechas, intentando llevar algún turrón, mantecados y alguna lata de
conservas a su mesa y con ello agasajar a sus hijos, ya que no tenían
costumbre de hacer semejantes dispendios. No porque no les
apeteciera, disfrutar de semejantes majares; sino por no poder
adquirirlos.
El
boleto de la fabulosa cesta, sobresalía desde su enclave en la
estantería donde presumía e incitaba. Reluciente como el café
Colombiano que le acompañaba, el de más categoría de aquel
colmado. La tienda de ultramarinos, de la señora Carmen, la abacería
de la cuesta de la calle Alta de San Pedro, la que abastecía, en
muchos casos con pagos retardados, a casi todos los vecinos del
barrio.
Engracia,
miraba el número y lo comparaba con una fecha, la del ocho de
diciembre del año anterior, que era el día en que había nacido su
preciosa Rita, la niña que había abarrotado de felicidad a toda la
familia, por su venida inesperada, con aquel pan debajo del brazo,
que tanto bien repartió en general.
Sin
embargo deshacerse de los dos reales que costaba la apuesta, le hería
el alma, porque se los había de quitar de otra cosa y a lo mejor más
necesaria.
Cuando
Carmen, la dependienta le preguntó a Engracia, si necesitaba algo
más, ésta; sin más, y con un ademán, le indicó que le bajara un
boleto del reluciente número 0812. Cifra que presumía junto a los
granos del buen cafetero.
Delito
cometido desde quien sabe donde, para que aquella buena mujer, cazara
sin poder, un pasaporte al gozo de la próxima Navidad.
Caso
que les tocara, solucionaban con cincuenta céntimos, la compra de
anís, de cazalla y de vino dulce de las Pascuas, ademas de los
barquillos, las torrijas, salchichón, butifarras, y requesón,
porque de todo aquello llevaba surtido el gran mimbre de la
necesidad.
Tan
solo le hizo una advertencia la vendedora a la clienta, que el boleto
de la rifa se lo había de pagar en el instante, el resto de la
compra que se llevaba, se lo podía apuntar para pagar mas tarde. Sin
embargo la media peseta que costaba el papelito 0812, debía abonarlo
en el momento de la entrega.
Con
esfuerzo, se rebuscó dentro del sostén izquierdo y allí debajo de
su teta, dentro de una frunce, esperaba una moneda blanquecina de
níquel, con un taladro en el centro, con la que abonó aquel
magnetismo que le decía desde el rincón más atávico: Este
año, ¡Si eres valiente!,
comeréis turrón y podréis
brindar todos juntos.
Pasaron
los días y el curso de los acontecimientos, llevó a la familia de
Engracia a recoger el majestuoso lote navideño, como premio al
número elegido, que coincidía con el nacimiento de su hija, la que
vino a la casa, para agradar, y beneficiarles con ese pan bajo el
brazo, que no dejó jamás de beneficiarles, al ser un pan con
muchísimas rebanadas.
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