jueves, 28 de noviembre de 2019

No hubo milagro




Se echó el macuto a la espalda y tal cual, salió monte arriba, sin mirar quien le acompañaba. En verdad no le importaba. Había dado unas cuantas charlas, en el bosque de los Gemidos, justo al lado de la alameda de los descarriados, una callejuela que está junto al río, sin que los presentes demostrasen demasiado fervor. 

Sin confiar en ninguna reacción ni entusiasmo actuó y una vez comenzada la marcha, tan solo les dijo: Tomad una piedra y seguidme.
Aquellas palabras quedaron levitando en la atmósfera de la gran zona, haciendo que algunos de los semejantes, después de pensarlo, le siguieran.

El camino no era fácil, pero él, con su luz, su don de gentes, su gracia espontánea y su simpatía les iba enamorando y haciéndoles entrar en la idea de continuar camino allá donde él mismo fuera. 

Asegurándoles que ninguno de ellos, pasaría hambre y que aquella piedra que llevaban se transformaría en alimento.
Sin más y sin rechistar, dejándolo todo atrás, le seguían. A medida que alguno se acercaba, y preguntaba le invitaban, a que tomara la piedra que deseara y siguiera camino.
Algún milagro que otro habría provocado aquel hombre alto enjuto y flaco, que aquella gente viera y le atosigara a pies juntillas. Unos llevaban una piedra mediana, y otros porteaban una gran carga, una piedra pesada y grande como martirio a todos sus delitos.

Llevaban caminando toda la noche y lo que del día precedía, y la gente exhausta, comenzó a preguntar y a pedir, algo con que distraer la ingesta.
El hambre les había llegado a la frontera de la necesidad y Cornelio, preguntó a su amigo y acompañante en aquella singladura. 

El sumiso Damián, que llevaba sin hablar día y medio, tan solo meditaba y consentía—. Tengo hambre—dijo el desmayado Damián en vista que les volvía a enredar la luz de la penumbra—¿Tardará mucho en convertir la piedra en pan?
Cornelio, inmerso en su fe, respondió—Habrás de joderte Damián, nosotros todos, nos hemos traído bocadillo.

Damián abrió los ojos y se vio entubado por doquier, encadenado a un gotero que le abastecía el alimento al cuerpo y al alma, recordando que no hacía tantas horas se había puesto al volante, con una tasa de alcohol que superaba los mínimos y una piedra de granito, evitó fuera a caer al precipicio, una vez lo desplazó la velocidad, tras el ruinoso accidente. Sus acompañantes, no tropezaron con ninguna piedra, quedando en el arcén de aquella carretera.















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