Se
echó el macuto a la espalda y tal cual, salió monte arriba, sin
mirar quien le acompañaba. En verdad no le importaba. Había dado
unas cuantas charlas, en el bosque de los Gemidos, justo al lado de
la alameda de los descarriados, una callejuela que está junto al
río, sin que los presentes demostrasen demasiado fervor.
Sin
confiar en ninguna reacción ni entusiasmo actuó y una vez comenzada
la marcha, tan solo les dijo: Tomad una
piedra y seguidme.
Aquellas
palabras quedaron levitando en la atmósfera de la gran zona,
haciendo que algunos de los semejantes, después de pensarlo, le
siguieran.
El
camino no era fácil, pero él, con su luz, su don de gentes, su
gracia espontánea y su simpatía les iba enamorando y haciéndoles
entrar en la idea de continuar camino allá donde él mismo fuera.
Asegurándoles
que ninguno de ellos, pasaría hambre y que aquella piedra que
llevaban se transformaría en alimento.
Sin
más y sin rechistar, dejándolo todo atrás, le seguían. A medida
que alguno se acercaba, y preguntaba le invitaban, a que tomara la
piedra que deseara y siguiera camino.
Algún
milagro que otro habría provocado aquel hombre alto enjuto y flaco,
que aquella gente viera y le atosigara a pies juntillas. Unos
llevaban una piedra mediana, y otros porteaban una gran carga, una
piedra pesada y grande como martirio a todos sus delitos.
Llevaban
caminando toda la noche y lo que del día precedía, y la gente
exhausta, comenzó a preguntar y a pedir, algo con que distraer la
ingesta.
El
hambre les había llegado a la frontera de la necesidad y Cornelio,
preguntó a su amigo y acompañante en aquella singladura.
El
sumiso Damián, que llevaba sin hablar día y medio, tan solo
meditaba y consentía—. Tengo hambre—dijo el desmayado Damián en
vista que les volvía a enredar la luz de la penumbra—¿Tardará
mucho en convertir la piedra en pan?
Cornelio,
inmerso en su fe, respondió—Habrás de joderte Damián, nosotros
todos, nos hemos traído bocadillo.
Damián
abrió los ojos y se vio entubado por doquier, encadenado a un gotero
que le abastecía el alimento al cuerpo y al alma, recordando que no
hacía tantas horas se había puesto al volante, con una tasa de
alcohol que superaba los mínimos y una piedra de granito, evitó
fuera a caer al precipicio, una vez lo desplazó la velocidad, tras
el ruinoso accidente. Sus acompañantes, no tropezaron con ninguna
piedra, quedando en el arcén de aquella carretera.
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