Estaba
en la sala de demora del Notario Quiñones, en Orihuela. Para una
gestión personal sobre una propiedad y su hipoteca. La señora Cruz
del Mar, aguardaba paciente junto a su hija Indálica, de cuatro
años, esperando ser recibida.
No
tardó demasiado en abrirse la cancela del salón de visitas en la
que entraban una pareja también a solucionar temas de certificación
de ciertas posesiones heredadas.
Entre
que esperaban ser visitados por el Notario; los niños que
acompañaban a las respectivas visitas, comenzaron a jugar, y
bailoteaban al son de la música de ambiente, haciendo sus gracias,
gestos, movimientos y desaires, tan sumamente exactas, que parecía
fuesen adiestrados desde la misma cuna, o que tuvieran repetidos
alguno de los genes.
Fue
Ramiro, el padre de Rodrigo, que dijo de pronto, refiriéndose al
encuentro de aquellos zagales que jugaban —Se entienden bien,
parece como si se conocieran de toda la vida. Cruz del Mar, mamá de
Indálica, rio y sin decir ni media palabra, pensó que «parecían
hermanos de leche, ya no por los jeribeques realizados y los meneos,
si no; por un cierto aire de semejanza, que envolvía a los dos
críos.
Los
que presenciaron aquella actuación rieron de forma discreta y sin
dar más atención, se volvieron a concentrar en sus cosas.
Cruz
del Mar, era hija de Herminia, una mujer bondadosa, soltera, que
había padecido muchísimo a lo largo de su vida.
Se
quedó en estado, cuando tenía diecinueve años, de un militar
casado de Artillería, que no quiso saber nada ni de la madre ni del
parto gemelar, que llevaba en su vientre y cuando nació Cruz del
Mar, y Cristiano José, que así se hubiera llamado el hermano. Este;
en cuestión de minutos, desapareció del Hospital Provincial de
Albacete, donde parió Herminia, aquella pobre mujer. Sin que nadie
le diera más explicación, sobre su segundo alumbramiento.
Un
parto doble, ya que Herminia, se dejó venir con un par. Sin haber
padecido más que los esfuerzos del parto. Naciendo según ella,
perfectos y sanos; ambos muy llenos de vida. Una niña y un varón.
Con
la particularidad, que jamás pudo volver a ver a su retoño, ya que
los médicos que atendieron a Herminia, afirmaron que en cuanto nació
el niño, se había puesto grave de la noche a la mañana y se murió,
llevándoselo de la presencia del centro, porque presentaba un cuadro
de infección, sospechoso y los doctores creyeron podría tratarse de
una enfermedad contagiosa.
Herminia,
luchó lo indecible, sin conseguir rescatar a su hijo, ni poder sacar
en claro, porque se lo robaron y quien fue.
No
creyendo jamás las excusas, que los facultativos adujeron, quedando
la cosa en «agua de borrajas», ya que en aquel tiempo, las madres
solteras, ni eran bien vistas, ni se les trataba con cariño.
De
ahí, que Cruz del Mar, no le quitaba ojo a la pequeña Indálica,
mientras bailaba con aquel muchacho tan gracioso.
Consejos
que su madre, ya anciana y siempre a la vera de Cruz del Mar,
obligaba a llevar a cabo, para que no volviera a pasar una
desaparición tan desagradable y dolorosa.
Aquella
familia, al cabo de los años, buscando pistas y detalles para
encontrar al pequeño, Cristiano José, fueron a vivir a la zona de
Alicante, a la población de Orihuela, donde algún chivatazo les
había puesto sobre una pista, que a la postre, jamás se pudo
finiquitar.
Ramiro,
el padre de Rodrigo, vivió siempre a lo grande, fue hijo de uno de
los abogados del Estado, y de una señora de abolengo Alicantina,
gente de muy buena posición y con apellido distinguido, que le
dieron al hijo una educación ajustada y en buenos colegios, tomando
una instrucción poderosa, y de prestigio, que le abrió con el
tiempo y al acabar la carrera, en la dirección del Periódico, la
Voz Cordial del Segura.
Diario
de noticias muy prestigioso, en la franja del la vega baja.
Se
casó con María Esperanza Magarza, descendiente de unos turroneros
estimados en Alicante y todos ellos moraban en la parte noble de la
ciudad de Orihuela, disfrutando de los beneficios de la vida.
En
el pasillo de la Notaría, jugaban amigables, Rodrigo hijo de Ramiro
y María Esperanza, con Indálica, la hija de Cruz del Mar, los
cuales habían hecho buenas migas desde el inicio de conocerse y
estaban encantados.
Fue
María Esperanza, la que comentó—parecen hermanos, no te fijas
Ramiro, que coincidencias tiene la naturaleza, ¿verdad?—anunció
mirándose a la madre de Indálica, que no dijo ni esta boca es mía.
A
su vez, Ramiro, rio, de forma forzada, y no pudo reprimirse en
comentar—Y los gestos con las cejas, los jeribeques con los labios
inferiores, que hace esa niña, los ha hecho siempre nuestro hijo
Rodrigo, son semejantes, en ambos niños. Son exactos.
Hasta
que, en uno de los momentos, el hijo de Ramiro, el jovencito Rodrigo;
se acercó a sus papás y les dijo en tono dulce pero chillón.
—Papá;
esta niña tiene la misma marca del «deseo que tengo yo, en la misma
pierna» —y siguió anunciando, tan alto y claro, como para que
Cruz del Mar, se diera por enterada
—El
costurón del charco de lágrimas que tengo yo, a la misma altura del
trasero de la rodilla, y es ademas del mismo tamaño y color púrpura.
María
Esperanza, se miró descaradamente a Cruz del Mar y preguntó con
suma educación—¿De dónde son ustedes?
Antes
de contestar Cruz del Mar, hizo un gesto con el arco de las cejas, y
con la caída repentina de párpados, que para María Esperanza, no
le pasaría desapercibido, pero no comentó absolutamente nada y dejó
que la mamá de Indálica respondiera.
—Nacidos
en Albacete, pero acogidos en Orihuela, por motivos emocionales y
personales. La mamá de Rodrigo, también reconoció que su marido
era de Albacete, su padre, fue Delegado del Registro, además de
militar en aquella plaza, y luego con los años los destinaron a
Murcia, viviendo ahora en Orihuela.
—¿Verdad
Ramiro?—Sí es cierto, a mi padre, lo destinaban con frecuencia a
diversas ciudades. Yo fui hijo único, no tuve más hermanos, mamá
tuvo complicaciones y no alumbró a ningún hermano, cosa que a mi,
me hubiese gustado.
Cruz
del Mar, le dijo a Ramiro a quema ropa—Estas cosas son así y
ademas hemos de creer lo que nos digan ¿Verdad? Y siguió
inquiriendo—¡No habrá nacido usted por casualidad. el día 6 de
octubre, de mil novecientos setenta y tres? En el Hospital Provincial
de Albacete.
La
respuesta de aquel caballero, fue —y usted, ¿como sabe ese dato,
que es tan cierto? Sobre mi persona. ¿Es que nos conocemos quizás?
Ya
no hubo que decir nada. Todo se dijo sin palabras.
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