Rosendo
Yañez, recibió aquella mañana un certificado postal, que le
entregó en mano su amigo, el cartero de aquella villa tan apartada
de la ciudad.
Providencio,
era el responsable de la oficina de Correos. El cartero de Calamocha
desde que se instauró la democracia, allá por los años setenta y
cinco del siglo XX.
Cuando
le fue a entregar aquella misiva, entre que «te
la doy y la escondo y luego te
la entrego jugando». La depositó en sus manos con tan mala
fortuna que al intentar recogerla Rosendo, se le escapó de entre los
dedos y fue a parar, sobre el charco que se forma en la esquina de su
casa, por el agua de la lluvia.
—Que
te pasa Providencio, no me ves que intentaba que te aferraras a este
envío certificado y dártelo en mano, sin que se ensuciara.
—¡Joder!
Chico, no se que me ha pasado, ¡menuda sentida!—dijo el receptor
del recado, queriendo justificarse y adujo.
—¡He
tenido un mal fario!, ¡Vaya chispazo!, como si me hubiese dado un
mini calambrazo, al tocar el borde del sobre, así que he dejado de
asir el papel por el impacto y sacudida que he recibido—se llenó
los pulmones de aire y continuó.
—Me
ha dado un ramalazo y he quedado helado, tanto que en no más de tres
segundos, «mi pellejo ha demudado en badana de pollo», o como
vulgarmente se dice. «Se me ha puesto la piel de gallina» Como si
algún tétrico duende, quisiera evitar que recibiera ese
certificado, que me entregas, que posiblemente haga sufrir muchísimo
a gente que me quiere.
—Anda,
que estás medio chalado—le dijo Providencio.
El empleado postal de Calamocha, el pueblo que les acogía y,
les hizo amigos desde chavales.
—Atina
de una vez y firma el conforme, que voy con mucha prisa. Hoy tengo un
reparto abundante y quiero salir a medio día del trabajo, que para
eso es viernes.
El
entregador partió como alma que se lleva el cierzo, y dejó a solas
a Rosendo que después de mirar y revisar muy a fondo el remite de la
carta, no sabía quien era la persona que le hacía llegar semejante
nota.
Aquel
destino partía desde una ciudad de Venezuela, y su remitente venía
a nombre de una notaría de la propia ciudad de Caracas.
Reseñado
por mil lugares, con una cantidad de timbrados oficiales que imponía,
a la vez que los matasellos, daban importancia y mucho miedo por el
desconocer de que se trataba y quizás pusiera nervioso a cualquiera
de los destinatarios, que pudiera llegarles.
Abrió
el sobre sin dañar los sellos, ni tampoco la parte de la membresía
del resguardo, y leyó con interés su contenido. Después de repasar
la fecha del escrito, y los anagramas de la entidad fiduciaria
legalizada, inspeccionó el motivo por el cual aquellos señores se
dirigían a un Rosendo, quizás desconocido para él, puesto que le
cambiaban de entrada el apellido con el que fue acristianado.
Permaneció
perplejo y echo de una pieza, cuando agotó su mensaje y leyó, que
era heredero de una hacienda en Barquisimeto y una casa de reposo en
Bolívar, como posesión y usufructo, por la muerte de su padre
biológico, Don Ramiro De Tienda Quesada.
Informándole
a su vez, de una relación bastante larga, que iba enunciando la
nombradía de sus hermanos, todos ellos, residentes en diversas
ciudades de España, y que además jamás tuvo noticia de que
existían.
Raquel,
Nicolás, Genara y Marcela, que junto a él; Rosendo, debían ser los
cinco elegidos, los hijos beneficiarios de la herencia del mencionado
acaudalado indiano.
Tuvo
que sentarse sin comprender nada, sobre un bordillo del camino,
debajo de su pino preferido, y volver a releer aquella lista de
circunstancias que le trastornaba su creencia y ponía en duda, todas
las enseñanzas que había recibido de sus padres, aquellos que aún
palpitaban y estaban viviendo con él, bajo su techo, su cuidado y su
responsabilidad.
Además
de toda aquella película que se proyectaba en su interior, se
preguntaba, cómo y de qué manera, sabían de todos ellos, de todos
los que decían eran hermanos, y dónde dirigirse llegado este
instante, conociendo direcciones y localidades donde cada uno de
ellos estaba empadronado.
Su
infancia que había sido más bien de escasez, sin alegrías en el
consumo, sin regalos físicos para disfrutar jugando, sin bagatelas
ni caramelos; se desmoronaba por completo.
Muy
querido por sus viejos Emeterio y Escolástica, pero sin ninguna
clase de experiencias divertidas, ni diversiones fantásticas, ni
siquiera, recuerdos en excesos infantiles. Con la justa educación en
el colegio público, sin posibilidad de exigir nada, sin abundancia
en la alimentación, que no fuera la que daba el campo y el corral de
la casa.
Con
mucha pausa, y determinación, se dirigió a su casa, para que sus
padres, aclarasen, si es que había algo que comentar, por la noticia
recibida en el correo de aquel día y con ello enterarse de una
verdad, no explícita. Le pasaron por su inteligencia mil cosas, sin
encontrar excusa para que sus padres, no le hubieran puesto al
corriente de lo que aquel día llego a su conocimiento. Por ello
debía buscar el momento oportuno, para despejar aquella tesitura,
que no sabía como afrontar ni como debía preguntar a sus padres,
Cuando
llegó a la casa, abrió la puerta, la estancia estaba en
penumbra, cuando no era así, encontrarla normalmente. La luz del sol
como la verdad, siempre imperaban en aquellas estancias. De entrada
notó algo raro y pronto se dio cuenta que los padres le esperaban,
junto a la lumbre.
Sin
dejar que se acomodara, ni tan siquiera que abriera la boca, su
padre, Emeterio, le dijo con mucho cariño a su hijo—¡Siéntate
por favor!.
Mientras
Escolástica, su madre, disimulaba sus lágrimas, Emeterio,
dirigiéndose a Rosendo le anunció.
—Me
encontré esta mañana con Providencio, el cartero y me dijo que has
recibido una carta desde muy lejos ¿Quieres aclararlo todo verdad?
—Padre,
no sé como comenzar a preguntar, para no cometer una falta de
respeto, ni cometer un desagradable incidente. Si tenéis que
aclararme alguna cosa, os escucho, porque la verdad, que no sé por
dónde comenzar, ni a qué me debo atener. Para mi; vosotros habéis
sido mis padres desde siempre y no llego a comprender nada.
Emeterio,
se dirigió a su mujer y con mucho respeto le invito a que fuese ella
la que pudiera comenzar con el relato, que ya no podían retrasar.
—Habla
tú Escolástica, que sabrás mucho mejor que yo, expresar todo lo
ocurrido, además creo que yo no podré aguantar el llanto.
La
madre, se meció el cabello y tras apurar con un pañuelo sus
parpados, le dijo a su hijo—Te trajeron una madrugada escondido en
un fardo tapado con una toquilla de lana, dentro de una cesta amplia
de mimbre, llorando como un descosido, muertecito de hambre y de
calor, después de haber soportado un largo viaje desde la gran
ciudad, intentando librarse de ti y no dejar huella, ni que sus
conciencias se desbarataran y comenzó con un suceso personal y
doliente, que todos escucharon de la boca de Escolástica, palabras
que aunque las pensara, jamás en la vida había pronunciado.
«
— Eres
hijo de la familia De Tienda, y de los renombrados
Quesada. La hija primogénita, María Eugenia Quesada, una
señorita de la saga de la Alta Sociedad, que se quedó preñada, muy
joven y por supuesto sin el consentimiento de sus padres, los Duques
de Tienda—y siguió con la historia, sin detenerse.
—A
la cual, desterraron a este pueblo, bien lejos de donde se
dieron los sucesos, para que viviera aquí, mientras estaba
preñada, para evitar que se conociera el hecho allá en su lugar de
residencia y tras el parto, buscaron a una mujer para que le diera el
pecho, y me eligieron a mí, que acabábamos de perder a nuestro hijo
en el momento de nacer.
Así
podrían aprovechar el jugo de mis ubres y poder darle sin ninguna
dificultad el pecho al niño de ellos, que de momento repudiaban.
Criarlo con salud, y además pasarnos por esa manutención, los
gastos que tuviéramos. Con la condición, que vendrían
a buscarte en cuanto María Eugenia, se bien casara, y tuviera su
propia vida. Pronto se cansaron y cada vez les costaba más
tiempo el recibir el poco dinero que enviaban para tu crianza.
Las
visitas que hacían se distanciaron y llegaron a darse de tarde en
tarde, hasta que en una ocasión la madre de María, la Duquesa de
Tienda, llegó a vernos una noche, casi de madrugada, para que nadie
la pudiera ver y nos propuso que nos quedáramos contigo, que ellos
jamás te reclamarían, al no considerarte suyo.
Realmente;
no te querían, no podían decir que eras hijo de María Eugenia,
porque ella había tomado otro camino con otra persona y no podían
descubrirle.
Pretendían
llevarlo en secreto y no dar a conocer que su hija mayor, había
tenido una aventura con un joven, que no interesaba a la familia, por
sus tendencias políticas y por no tener apellidos de alta alcurnia.
En el caso de negarnos a quedarnos contigo, nos dijo que te hubieran
llevado a un orfanato o cedido a otros padres que hubiesen querido
adoptarte, pero en ningún caso, se podían quedar contigo, por los
motivos que te expongo.
Enseguida
aceptamos. Sin nada a cambio, porque el tenerte con nosotros, el
quedarnos contigo, para nosotros ya era una bendición. Te queríamos
mucho, incluso rechazamos todas las ventajas con las que aquella
mujer nos quería dotar.
Le
dijimos que serías nuestro hijo, con lo poco o mucho que la vida nos
ofreciera. Tan solo pedíamos que pudiéramos bautizarte con nuestros
apellidos, y darte de alta en el juzgado, como hijo legítimo
nuestro, poder sacar tu partida de nacimiento y fueras a todas luces
sangre de nuestra sangre. Aceptaron al momento, y no hubieron papeles
de por medio, con lo que a nosotros no nos hacían falta, ya que por
nuestra parte, no iban a tener ni problemas, ni siquiera relación
alguna.
Ellos,
jamás se pusieron en contacto con nosotros. Nos olvidaron como si no
existiésemos, y contigo no tuvieron un detalle en la vida, ni para
alimentos ni para educación ¡Nunca!
Por
las noticias sabíamos, de las diversiones de la Alta Sociedad, entre
ellas las bacanales de tu madre fisiológica, y de todos los
embarazos fuera y dentro de sus matrimonios, que a la postre fueron
tres.
En
absoluto levantamos una opinión, nunca quisimos ni siquiera
interesarnos por aquella familia. No era la nuestra. Esto es todo lo
que te puedo decir, ya no sabemos más, has sido nuestro hijo siempre
y decidas lo que decidas, nosotros estaremos imperturbables y siempre
te querremos. »
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