sábado, 14 de septiembre de 2019

Diferencias entre sexos.



Aquella Sala del Tribunal, preparaba un juicio bastante inquietante por las dificultades habidas y los entresijos de los contendientes, que muy bien no se sabía que pretendían conseguir ni donde les llevaba resolver aquella diferencia judicial.
En uno de los instantes de la Vista, se escuchó la voz de la Presidenta de la Sala que decía—Tiene la palabra el Abogado Defensor y asestó su decisión, con un mazazo sonoro y seco aquella Jueza de Instrucción, que presidia el hemiciclo del recinto de Justicia.
Una mujer agraciada, muy rubia y más exuberante, que demostraba un control extraordinario de la situación y tener una experiencia dotada de muchos quilates, en el dominio y redistribución equitativa de los litigios, que presidía.
Con la mirada y el estruendo del golpe, apareció en la sala un caballero, que se levantó de su asiento.
Un togado más bien anciano, de pelo cano que cojeaba de su pierna izquierda y cuando llegó a una de las esquinas de donde estaba acomodado el Jurado Popular, se apoyó en la balaustrada que separaba a las partes y después de toser tres veces, para llamar la atención, comenzó con toda la parsimonia del mundo y con excesivo preámbulo dijo; mirando al estrado y buscando la anuencia de la presidencia.

Solicitud y permiso de función a su representante—dijo—Con la venia, Señora Presidenta, dándole ésta la palabra.
La Dama de la Justicia, lo miró consintiendo la acción y con ese sentido comenzó el letrado dirigiéndose a los allí presentes. Todos ellos, pertenecientes al tribunal, que debería determinar en aquel litigio, y que esperaban ansiosos los atenuantes.
«— Imagínense ustedes, todas las mentiras e imprecisiones con las que se acusa a mi representada, las que aquí les relato: Llegan una noche a su domicilio: Tras un día de una ocupación excesiva, tras un inicio de jornada madrugando, con mucha prisa acceder a las exigencias perentorias y además de aguantar hora y media en el transporte público, hacia la oficina, dedicar la jornada a resolver las disyuntivas de los demás. Enfrentarte al jefe, y recibir órdenes. Sumarlas al ya ordinario quehacer profesional y soportar sus alegatos impertinentes, que por lo general, llegan a ser ofensivos. 

En la pausa del descanso programada, para medio almorzar, en la misma cafetería de la planta de oficinas, poder comer algo. A base de emparedados preparados. Ingerirlos con desgana, sin la ingesta oportuna de alimentos y sin el control debido de las calorías necesarias. Café, ¡mucho café!, para engañar a la psiquis y reiniciar la tarde de intrigas laborales.
Hasta que el reloj marca la frontera de fin de jornada. Volver a meterte en la vorágine del metro, en el trayecto de vuelta a casa, para que al llegar muy cansados, ¡muchísimo!, encontrar, a tu pareja… la mujer, el marido, la amante, o el novio.—interrumpió el comentario para aclarar—Me da igual el parentesco que ustedes tuvieran con la persona que comparte su vida—Adujo haciendo un receso en su exposición y simulando un ejemplo para lo que deseaba demostrar, fuera comprendido y continuar alegando, a los escuchantes del Jurado Popular.

Como les decía a sus señorías—en este caso, que nos compete y con las imprecisiones que aquí relato las cuales son del todo embustes alegados por parte del esposo, que es la fórmula que adopta para llevar a su mujer a los tribunales.

Aquella mujer; que dice el marido, se presenta en estado de embriaguez y fumando tranquilamente, a medio vestir, por no decir sin apenas ropa, con el cuerpo del delito a sus pies, las cortinas completamente descorridas, dejando ver a todos los transeúntes lo que se concitaba en aquel salón. Mostrando sus vergüenzas que a la vista exhibía tras los ventanales.

Con el desorden consabido, botellas de licor medio vacías sin control, yaciendo en el suelo vertiendo con lentitud gotas de líquido.
La música de Rap, o Rock, a todo trapo, para que desde los balcones vecinales pudiera mostrar al mundo, el baile que aquella mujer mostraba, y el desmán que se había cometido en aquel salón.

La vivienda ocupada por mi representada. La ahora acusada y completamente inocente según las pruebas que a lo largo de este juicio, demostraré. Por falsedad de lo antedicho y expuesto, para que ustedes entraran en detalle.
Con lo que les ruego, a ustedes, que son los que han de dar el fallo, escuchen, todas las aportaciones de mi defendida, analicen, las pruebas que se aportarán, que son los justificantes de lo que se ha llamado delito y comprendan el sentido y motivo de las acciones emprendidas.
A mi representada Madame Griselda Mcroney, se le culpa sin demostrarlo, de algo que es imponderable e imposible, lo haya podido llevar a cabo una mujer joven, con todos sus sentidos controlados, y sus necesidades fisiológicas satisfechas y, demostradas por deducción.
Por tanto esta Defensa, desestima la culpabilidad de los cargos y valores negativos, con que se le acusa, por parte del Ministerio Fiscal.
Creyendo el Ministerio acusatorio, tener la posibilidad de llevarlo a cabo y presentarlo en este proceso, aportando según creencias de esta Defensa, pruebas falsas aportadas por los intereses del denunciante.

No encontrando gota de sangre ni en el suelo ni en las paredes del apartamento, sin un solo ladrido del perro de compañía que vive en aquel domicilio, y alertaría de cualquier desorden. Ni rastros evidentes de forcejeo o desesperación. »

El abogado, se retiró del borde del antepecho de madera y con mucha teatralidad se dirigió a la Jueza aduciendo—Señoría; este Ministerio de Defensa, se guarda, para el final del dictamen, las últimas conclusiones.
En aquel instante y sin perder pauta, la Jueza dio paso al Gabinete Fiscal, que acusaba a la defendida del anciano abogado.

Tiene la palabra el Ministerio Fiscal— y a reglón seguido se dirigió de nuevo como añadido a la jurisprudente para advertir—por favor letrada, vaya al grano y no se extralimite en los preámbulos, ni se alargue en funciones, para no exceder en demasía el veredicto final. Tratándose, además, de un juicio de los llamados Exprés.
Con la venia—solicitó la acusación, un tanto alterada por la llamada de atención que le hizo la jueza y , en aquel instante, con la premura conveniente se dispuso a aclarar en su presentación de inicio.

La dama de la maza de palo, la observó de arriba abajo, y con el mismo sentido que le ofreció iniciar, al letrado de la defensa, accedió a que tomara la palabra la fiscal. Esta se acercó al bardal donde aguardaban los hombres y mujeres elegidos para hacer justicia y comenzó su locución.

«— Señoras y señores del jurado, nos encontramos frente a un caso atípico, un abuso continuado en la persona de Fernando Hoover, esposo de la señora Griselda, la acusada.
Con los cargos de indiferencia, malas influencias y daños corporales. Contra su esposo por dejación de quehaceres y por desamor hacia su persona.
Por lo que solicito veredicto de culpabilidad por abusos reiterados, y pena de tres años de cárcel para la acusada Griselda Mcroney, por incomprensión manifiesta, abandono de funciones.


Fue cuando reaccionó Manuela O’conor, del sueño. Que se despabiló con un temblor más que desagradable. Mientras viajaba sentada en un quicio de uno de los vagones del metro, volviendo del hospital, tras acabar su turno doble de enfermera en el Saint Jhones de Filadelfia.
Cerrando el libro que leía y llevaba en las manos temblorosas y por el que quedó convulsa comparando su propia vida. Después de haber leído las acusaciones hechas que la novela reflejaba a protagonistas como Griselda Mcroney y Fernando Hoover, con sus diferencias directas por la falta de amor. El mismo problema que a ella le sucedía, desde hacía años. Desamor y desgana, incompatibilidades entre marido y mujer y mal, compartiendo su vida con un esposo al que aborrecía.





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