Deseaban
un niño, no podía ser de otro modo, nada sería igual sin su hijo y
luchaban por conseguir su paternidad, para primero; sentirse
realizados y segundo; para su satisfacción de futuro.
De todos modos, sabían que entre ellos jamas seria posible. Juntos
no podrían concebir
un embarazo, aunque se lo propusieran, ni llegar
a ser padres de
forma natural,
ni
conseguir una
descendencia original.
La
verdad es que ellos
se adoraban y estaban
muy
enamorados
de
toda la vida
y no les hacía falta interpretar
esa pantomima de:
Jurarse
amor eterno.
Entre
otras cosas, «ese
estado»
no se da con facilidad. «Nada
dura para siempre».
Su
atracción personal y sexual funcionaba tan
fiel como en sus comienzos y de eso; ya hacía
muchos años. Se adoraban sin
excusas ni mentiras y,
sobre todo se respetaban de
verdad, sin fingidos ni apariencias. Coincidiendo
ambos,
que
la vida no valía la pena atravesarla,
sin
poder
compartirla
entre los dos y esa condición era «sine
qua non»
No
existía
nada que pudiera cambiarlo.
La
imposibilidad de llegar a ser padres, lo
supieron por una casualidad, tras unos análisis hospitalarios, que
se realizaron por
tranquilidad, siendo
los resultados negativos. Arrojando con
claridad, que
ambos eran infecundos,
siendo
imposible pudieran llegar a ser papás por
su condición de estériles.
Tras
mucho pensar y analizar decidieron adoptar un niño, a poder ser
huérfano, rubio y ya crecido, con cierta educación y, cariñoso.
Europeo y de religión católica.
Buscaron
por todos los sitios oficiales y por los menos adecuados y
acreditados,
para conseguir aquello que buscaban, un
hijo a la carta.
Estaban
seguros que ambos
serían capaces de reeducar y adaptar a la criatura elegida y labrar
una
educación,
formal y cariñosa, como
la que gozaban ellos.
Tras
muchos pasos, de
ida y vuelta, reuniones, tratos, dispendios ocasionados,
y
por
mediación de un sujeto nada intachable, encontraron una coincidencia
entre la
posibilidad y aquello que
deseaban, existiendo
perspectiva
de éxito.
Debían
desplazarse por carretera hasta una ciudad Navarra, un tanto alejada,
donde se
establecía
un orfanato afamado,
de mucha clase, en
el que se
educaban a jóvenes exclusivos.
Con
lo que un fin de semana, hicieron un rápido desplazamiento hacia
Tudela, para
conocer
al muchacho. No dudaron
para elegir entre
los tres candidatos de
la terna, en
escoger
a Serafín. Un
muchacho rubio
de trece años y
medio,
que dominaba perfectamente las
reglas principales de la urbanidad, el buen gusto y una capacidad
natural en dominar el
arte culinario.
Conocedor
de hortalizas y de frutas, carnes y pescados, era ducho
en
la cocina, experimentado en guisos y platillos tradicionales y de
elaborar
una
receta delicada
por muy difícil que pareciera.
En
cuanto a las relaciones afectivas, era un joven que ademas de parecer
cariñoso, bordaba de forma artística la relación emotiva,
era
teatral, cínico y apasionado, celoso y dijeron sus profesores y
cuidadores, que debido a su infancia tenia tendencias vengativas, si
llegaba el caso.
Detalles
que Herbert y Lucila, pasaron por alto, y no le dieron la menor
importancia, ni trascendencia.
Hicieron
los trámites necesarios y pudieron con el cariño de todas las
partes, adoptar a Serafín, que sería el hijo que Herbert y Lucila,
necesitaban, para darle ademas de todo el cariño y afecto una
educación propia de privilegiado.
Al
cabo, le dispusieron una habitación funcional y personalizada, con
toda clase de lujos. Asistía a una escuela de postín y sobre todo,
le daban el último de los caprichos que solicitaba, para tenerle
contento y permitirle de tanto en vez demostrar de las labores
culinarias.
Aquella
familia estaba en plenitud de alegría y de felicidad. Todo parecía
ir sobre ruedas dentadas, haciendo dichosos a los padres de Serafín,
que habían tocado cielo.
Un
buen día Herbert, tuvo una descomposición natural, y se fue
haciendo notoria, hasta llevar al enfermo a visitar al médico, que
raramente no daba, con las perturbaciones que se daban en su salud.
Su doctor, al cabo, le indicó que se controlara en las grandes
ingestas. No mejorando la salud, lo ingresaron en el Olímpico Clinic
Digestive, de donde Herbert, era director administrativo.
Un
amigo Gastroenterólogo,
le hizo un cultivo y comenzaron las sospechas, que alguien que le
quería mal, le estaba envenenando paulatinamente, con
arsénico, sin
prisa.
Así
que una tarde y con los resultados en la mano, el galeno amigo, hizo
que Lucila, se presentara en la habitación del
hospital, comentándoles lo
descubierto y
por qué
se producían aquellos síntomas que le llevaban a una gravedad
peligrosa.
No
lo podían creer, pero los indicios advertían en tan solo una
dirección poniendo la cuestión en cuarentena.
Dando
conocimiento a la gendarmería de investigación criminal. Sin que
Serafín lo supiera, ni conociera los detalles. Instalaron unas
cámaras de grabado de audio y video, para el visionado. Todos los
objetivos, instalados quedaron disimulados en todas las estancias.
Dejaron
de comer, del menú que preparaba el hijo, con
la excusa de seguir un régimen alimenticio total
y desistieron durante unos días.
Manteniendo
aquellos padres un
dolor de corazón extraordinario, con la normal incredulidad, en que
fuera el veneno suministrado por Serafín la causa de la enfermedad
de su
padre adoptivo.
Sin
hacerle sospechar nada al joven, las cosas prosiguieron siendo casi
habituales, con la intervención de los cuerpos de la brigada de
policía, que fueron los que instaron, el camino para alumbrar las
acusaciones, que recaían sobre Serafín.
Descubrieron
al reproducir la película, que cuando Lucila, se desnudaba en su
habitación y se bañaba, su hijo Serafín, le hacía fotos y videos,
enviándolos a sus seguidores por las redes.
Además
del consabido delito que cometía al fotografiarla, sin conocimiento
de Lucila, usando el móvil que le habían regalado los padres, se
excitaba y enloquecía de placer, sin importarle semejante ultraje.
Jaqueado
la palabra clave, reservada de la cuenta de ahorros, el insensible
Serafín, iba expoliando pequeñas cantidades del banco, haciéndolas
coincidir con gastos comunes, variables, que pasasen desapercibidos.
La
decisión que volcó la balanza y descorazonó a los padres, fue
oírle mofarse de ellos, en una de
tantas, de las conferencias
que mantuvo, con algún conocido o colega del prohijado,
pronosticando la muerte no lejana de Herbert.
Un
asesinato
el que
proyectaba
Serafín,
del
que estaba
convencido, que
las autoridades identificarían
como defunción natural.
Creyendo
que nadie se percataría,
de la
ponzoña
que le introducía paulatinamente
en
el plato, al
hombre que lo había sacado del orfanato y le había regalado una
mejor vida.
Sin apreciarla.
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