jueves, 12 de septiembre de 2019

Menuda coincidencia.


Entró en la iglesia, decidido a purgar sus pecados. Hizo una genuflexión convencido de lo que le quemaba desde dentro.
Ofreciendo con fiel entereza su mirada resignada, alcanzando el Altar Mayor, y pensó «A la vez, que con las primeras falanges de los dedos índice y anular, de su mano derecha, que los empapaba dentro del pilón del agua Bendita, se santiguaba»

Jamás había demostrado aquella devoción. Inclinando su cabeza; en señal de fervor y serenidad fue a arrodillarse, compungido para acotarse dentro del fastidio que ofrece, por su dureza, el maderamen de las tablas que conforman los bancos de la iglesia.

Con sus ojos entornados, desde el tercer banco, comenzando por el final de la capilla, rezaba. Con aquellas oraciones que sin palabras expresan el padecimiento que aporta «in situ» el propio corazón.
Pasados unos momentos, en cuanto recobró su exhalación, pensó que era un buen momento para manifestar y liberarse de tantos pecados. Se acercó al primer confesionario, el que le quedaba a su mano izquierda, y se arrodilló, en la ventanilla vallada, de uno de los laterales del confesionario de roble. 

Convencido a descargar toda aquella carga negativa y violenta, que llevaba en su alma y con eso; poder purgar y hacer la penitencia a sus pecados.
Las cortinas frontales, del escueto refugio del confesor, estaban echadas, y Gumersindo, creyó que en el interior, estaba el cura que le atendería.
Esperó sus buenos cinco minutos y cuando se iba a levantar, ahíto de esperar, se escuchó una voz que le saludó.

Alabado sea el Redentor, buenas tardes Gumersindo, ¡No te vayas!, esperaba tu reacción, para estar seguro de tus deseos, ¡’Tú dirás hijo! ¿En que puedo ayudar?

Era voz tenue y rala de mujer, la que salía del interior del locutorio, aquella que le daba los parabienes, y le ofrecía ayuda desinteresada.
Una sorpresa nada razonable, que no llegaba a entender, y queriendo ignorarla y salir corriendo de la capilla, tuvo que detenerse porque enseguida volvió a ser abordado, por sus propias creencias religiosas. Aquellas que en su infancia le hicieron mamar.

Pronto volvió a quedar sorprendido nuevamente, con un tono, amable que le incitaba y abordaba. Completamente difuso y titubeante, intentó comprender de que se trataba y volver a la realidad natural. Retornando aquel saludo de cortesía a la voz femenina, que todavía esperaba respuesta.
Gumersindo pensó que la propietaria de la voz escuchada le conocía y no tardó en responder.

Perdone, ¡Usted de que me conoce! Creí encontrar a Manolo, el cura del barrio, quería confesarme, pero ahora mismo, ya no estoy decidido, después del chasco, creo que me voy a ir, ¡Eso sí! muy desinflado, y tal y como he venido, me voy y volveré en otro momento, ¡Así que perdona!
Aquel tono agradable, volvió a llamarle la atención con rotundidad y le obligó a quedarse petrificado—¡Gumersindo, no te vayas! Soy tu «Conciencia» y estoy sustituyendo al padre Manolo.
Además sabía que hoy vendrías a charlar conmigo y ¡Te esperaba!
En aquel momento, Gumersindo en un alarde físico de contorsionista, alargó los brazos y apartó las cortinillas del confesionario, y pudo comprobar que el habitáculo estaba vacío. No había absolutamente nadie sentado en la banqueta usada por el cura.

La garita estaba vacía. ¡Completamente!
Volvió frente a la reja lateral, colocando en posición correcta las cortinas y quiso ver entre el espacio alambrado, sin suerte, por estar completamente oscuro.
Retornó a escuchar el tono metálico femenino, y se energizó esperando.

No verás nada ni por el ventanuco, ni corriendo las cortinillas. Soy un espíritu, una especie de «Embeleso», invisible para los denominados “Humanos”.
Como te he comentado, aunque no lo creas, soy tu «Conciencia» y si no quieres hablar, por tus miedos o cabezonerías, yo misma te relataré los pecados por los que has venido a ver a
Manolo, para que te confesase y con la contrición quedaras absuelto.

¡Que quieres de mi, seas quien seas! No me hagas pasar por este trance, como si estuviera soñando—replicó Gumersindo, creyendo despertar.

Soñando no estás, y no volverás a despertar jamás al mundo que conocías. Estás desplazándote hacia «Una Órbita multicelestial».
Viajas hacia lo que los humanos llaman el «Purgatorio» Por cierto, tus pecados son veniales. Fue anoche, cuando tu corazón dejó de palpitar. 
En la tierra llaman a este milagro «estar muerto» 

No tengas miedo y déjate llevar, entrarás en la nueva Fase.


















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