viernes, 27 de septiembre de 2019

Viajando desde la App




Graciana es una mujer disoluta, sin miedos, sin problemas, sin vergüenzas, que busca colocarse en el mundo y vivir de los demás.
No quiere trabajar, ni complicar su mundo, con obligaciones de ningún tipo.
Se dedica a la enseñanza musical a jóvenes adolescentes, como podría dedicarse a cualquier otra cosa, que le resolviera el mes y el recalcitrante pago del alquiler, y su manutención.
Procura trabajar, únicamente para vivir. No tiene vicios, ni caprichos grandes. No le ciñe nadie, ni ella se ata a cualquiera. Vive en Tortosa, su ciudad, pero tampoco se aferra a la zona. De momento reside junto al delta del río Ebro, pero podría marcharse, sin dejar lastre en cualquier instante, si las opciones que se le presentaran fueran interesantes para ella. 


No se cierra a nuevas relaciones, aunque ya estuvo casada, y no le fue nada bien. Seis largos años, soportando un matrimonio tan falso, como las prisas que tuvieron en contraerlo, y pronto llegó la pura realidad. La rutina y los chascos.


Al no haber cariño, ni existir absolutamente ningún vínculo de amor, llegaron las desconfianzas en dos cuerpos, que no se deseaban, ni se atraían.
Ella, siguió empleada como profesora en el Ateneo de la ciudad, como enseñante de música, y daba clases de solfeo a los jóvenes de segundo grado.
Hola, eres Graciana—preguntaba Marta—¿Has puesto un aviso para compartir viaje—¡Sí! Así, es. ¡Dime, tu dirás!

¡Hola me llamo Marta!, soy de Gandesa y llamo por la aplicación «Diabla-Car», voy a Zaragoza, y te llamo por si tienes plaza libre.

Pues sí, eres la primera que contacta y te la reservo. Salimos mañana, yo partiré de Tortosa, temprano y te recojo en Gandesa, en la estación de los buses. A las ocho de la mañana. Voy en un Exeo familiar, color negro, con matricula francesa.

Estupendo, pues allí te espero, imagino que en el camino recogerás a alguien más—Interrogó Marta—Pues no lo sé, pero cuantos más viajemos, mejor nos sale el coste del viaje—acabó el comentario Graciana, y se despidió de Marta.

En Gandesa, vive Marta, una joven militar, en ciernes, que quiere acercarse a Calatayud, al examen de suboficial, para poder ingresar en la escuela del Ejército.
Es una tía de muy buen ver. Abierta y moderna, nada puntillosa ni verdulera. Va a lo que le interesa, y poco le importan las penas de los demás.
Si tiene que joder a alguien; porque le hace la vida imposible, lo hace y si lo quiere joder, por atracción sexual. Hace lo mismo. Lo consigue.
Marta, desde siempre, estuvo interesada por opositar a funcionaria como militar, quería llegar a ser oficial del ejercito. Con el empleo de Enfermera, y por ello el motivo del desplazamiento.
Allí en Zaragoza tiene pensamientos de residir, tres o cuatro días, en casa de un antiguo conocido, para desplazarse luego a Calatayud, que es donde se examinan los aspirantes.
Marta, es hija de un barrendero llegado de Extremadura, que se ganaba la vida en un principio como conductor de la linea Hife, Su madre, una cocinera, venida de Rumanía, hace un montón de años, colocada en el bar de la plaza mayor, es la única familia de la aspirante a militar.
Una nueva llamada recibió Graciana, esta vez era de Indalecio, un solicitante a pasajero en ese viaje hacia Zaragoza, que comenzaba en Tortosa.

Hola, soy Indalecio, estoy en Alcañiz, te quedan plazas para viajar a Zaragoza mañana. He visto que lo publicabas en la App Diabla-Car, y me viene de «perillas» el aprovechar el recurso y ahorrar una pasta.

¡Si me quedan plazas, afirmativo!, me llamo Graciana, y me viene muy de paso, serás el segundo usuario, he de subir antes a Marta, en Gandesa, y luego, te recojo, ¿Dónde te va mejor, encontrarnos?—preguntó Graciana.

¿Conoces Alcañiz?—indagó Indalecio, como si la conociera de toda la vida.
Algo—,respondió la mujer—He viajado varias veces a Zaragoza y lo he cruzado en numerosas ocasiones

Pues me recoges en el puente viejo, el que enlaza con la carretera hacia Zaragoza, frente al restaurante «Los Trigueros»
A mano izquierda en la rotondilla más grande de España. ¿Sabes a cual me refiero, verdad?
Ah, ya sé donde es, pues allí te recojo. Yo saldré mañana desde Tortosa muy pronto, a las ocho quiero recoger a Marta, pues cuenta media hora más o menos estoy en Alcañiz.
De todos modos me quedo con tu teléfono, el móvil por el que has llamado y si hay retraso te doy un toque—Muy bien, entonces mañana nos vemos.

Al poco el Smartphone de Graciana, volvió a sonar, era Giovani, un pintor italiano que normalmente residía en Calanda, pero que pretendía subir al transporte desde Hijar.
Después de retirar un dinero en efectivo, del banco, y acto seguido, pretendía ocupar una plaza del coche que iba a la capital del Ebro


Hola, soy Giovani, y me interesa compartir el viaje, mañana estaré en Hijar, me puedes dar el servicio—le preguntó a Graciana—¡Pues mira, sí!. Usted, cerrará el cupo del coche. ¿Donde le puedo recoger?, más o menos, pasaré sobre las once del día—sin dejar la palabra, siguió dando información a Giovani—que le parece, esperar al pie de la N-232. A la entrada de Hijar, ¿para continuar el viaje?—Finalizó la retahíla la mujer, que acababa de cerrar, el cupo de viaje—Estupendo, me viene de maravilla—replicó el italiano—cuenta conmigo, si hubiera retraso o pasara algo, por favor, comuníquelo y así todos contentos.
En la estación de los autobuses de Gandesa, Graciana recogió a Marta, y antes de continuar viaje, en la cafetería del Hotel Pique, se tomaron un cortado, saliendo a fumar más tarde al aparcamiento, donde se chutaron el primer petardo del día, y a la vez se conocieron las dos mujeres.

Graciana, y Marta, las dos con una personalidad impetuosa, con más vida gastada que las ruedas del camión de bomberos. Ambas estaban sin pareja, y es la primera conversación que tuvieron, «como llegar a ser feliz, a coste cero», con un bobalicón de precoz durada.
Graciana, le contó como y por qué, se divorció de su marido, y Marta, le dijo que se quería ir de la población, por no destrozar uno de los matrimonios mas falsos que conocía, y aprovechar esa máxima, para llegar a ser lo que ansiaba.
Entrar en un cuerpo de hombres, para ver de qué manera podía llegar a mandarles y, a que se mantuvieran bajos sus órdenes. 

Graciana, que presumía de conocer al prójimo, dudó de lo que le contaba, aquella mujer ya algo madura, que titubeó varias veces y se desdijo de sus palabras en alguna ocasión. Lo cual a Graciana, le chocó, pero no entró al trapo. No tenían ni amistad, ni iban a tenerla.
Marta a su vez, le preguntó a Graciana, el motivo de su viaje a Zaragoza y ésta le dijo—A conseguir un tonto, que me pague las facturas, y dejar la enseñanza a los jóvenes, que nada más que daban problemas.
Arrancaron muy «justitas», de concentración y tomaron carretera, para llegar a Alcañiz, en Corbera de Ebro, volvieron a parar, para hacer unas necesidades obligadas, en uno de los bares de la carretera. Tomaron otro café y sin perder demasiado tiempo, llegaron a Alcañiz, donde les esperaba Indalecio.

Detuvieron el Exeo, y pararon en el punto exacto. Donde quedaron, en el puente viejo. Frente al restaurante «Trigueros», y sin más esperas, recogieron a Indalecio.
Desconocido para ellas y para el mundo, un hombre listo y ligero, que trataba pasar desapercibido y huir del territorio, que acababa de esquilmar. La profesión de Indalecio, era la de «ladrón de guante blanco»
Además, si podía, enamoraba a la «más pintada», prefiriendo fuera mujer, mayor, con caudales, o harta del marido. Con acceso a la cuenta del banco y con una buena y gorda tarjeta Visa.
Iba a Zaragoza, después de haber desplumado en las carreras del Motorland a tres Belgas, que dejaron sus caravanas en el parking, y consiguió hacer su agosto.
Sin olvidar el paseo, por las instalaciones de las carreras, donde se hizo con una docena y media de carteras con documentación y dinero. 

Las que una vez desplumadas y limpias, «las carteras robadas», dejó en la oficina de Información de MotorLand, con la previsión, que les llegara la documentación a los propietarios.
Indalecio iba a Zaragoza, queriendo llegar antes del domingo, puesto que «Raphael», el gran «cantante español de todas las épocas», actuaba en el Pabellón Príncipe Felipe, de la ciudad y allí tenía mercado de valores pendiente.
Hola debes ser Indalecio, le preguntó Graciana, ¿verdad?—¡Si lo soy y tu imagino que la conductora que viene de Gandesa a recogerme, para llevarme a Zaragoza—adujo muy cordial, dando a la vez un repaso visual, a los bolsos de las mujeres, que abandonados estaban sin el más mínimo concurso de vigilancia

Mucho gusto, habéis llegado antes de que comenzara a preocuparme—dijo gracioso Indalecio.

Y eso, prisa tienes por llegar, ¿es que te persigue alguna mujer?—preguntó Graciana— y el bueno de Indalecio, provocando alguna sonrisa, dijo—¡Mujeres, no! Ninguna, pero, me persigue la policía local de Alcañiz.
¿Qué barbaridad has hecho, con esa «careta» de bueno que tienes—volvió a discrepar Graciana. Entrando en el camino y la estratagema, que le estaba tendiendo el listo de Indalecio, para que picara.
He engañado a la consejera de turismo, y el marido me persigue, según él, me he llevado el monedero, y un par de billetes de quinientos, que guardaban en el picaporte de la puerta de la despensa, en su cocina.
Rieron, las dos mujeres, abiertamente, y dejaron ver su dentadura, y las joyas que llevaban en sus dedos. Mientras el Exeo matricula francesa, continuaba circulando por la Nacional 232, en camino y parada de Hijar. Donde esperaba Giovani, un italiano pintor, que venia a Calanda buscando la vida del insigne director de cine, Buñuel.
Con la intención de pintar alguno de los pasajes en su tierra natal, y mientras lo conseguía y sin quererlo, conoció a la señora Consuelo Morgadez, de la que se enamoró locamente, y se la llevó a la cama, con el consentimiento de la propia Consuelo, que aún y estando casada, con el subinspector de la dirección general de seguros «Monte Pijazo» La compañía de seguros y reaseguros, más grande de aquella población. Le seguiría a todas partes si el italiano, se lo pedía.

Giovani se dirigía a Zaragoza, para hacer un ingreso en el Banco de Santander, de ciento veinte mil euros, que había cosechado, en los nueve años, que llevaba en Calanda, y parte de lo que le había adelantado Consuelo.
Pintando a los más variados personajes del momento, además de aquellos paisajes, donde paseó el insigne director del “ perro andaluz”.
A la entrada a la población, recogieron al artista Giovani, que pronto se abrió con su agradable sonido italiano, contando con detalle el más mínimo secreto, de su vida y costumbres. Sin olvidar—comentar— que llevaba un fajo importante de efectivo. Detalles, que igual debería haber callado.




Habían pasado dos semanas del viaje a Zaragoza, trayecto iniciado en Tortosa, y que debía finalizar en aquella ciudad, en la que se encontraban tres de los viajeros, que comenzaron la singladura.
Estaban en el Palacio de Justicia de la ciudad, declarando, por todo lo qué se les había sustraído, en el mencionado viaje.
Indalecio, no presentaba cargos, puesto que a él, tan solo le desapareció el teléfono y su cartera, con seiscientos euros, los cuales miraría de recuperarlos en cualquier esquina.
Graciana, se quedó sin el coche, sin las joyas de sus manos y sin todo el dinero, efectivo, que se había traído desde Tortosa, para instalarse en la Almunia de Doña Godina. El más afectado fue el bueno de Giovani, que le desaparecieron los ciento veinte mil euros, y todos los cuadros que llevaba para la Exposición de pintura y Arte de la ciudad romana.
A Marta, se le busca por la zona de Logroño. Se cree, que puede haber salido de la comunidad, aprovechando las oportunidades baratas y cómodas que ofrece la aplicación de viaje. Diabla-Car.







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