Graciana
es una mujer disoluta, sin miedos, sin problemas, sin vergüenzas,
que busca colocarse en el mundo y vivir de los demás.
No
quiere trabajar, ni complicar su mundo, con obligaciones de ningún
tipo.
Se
dedica a la enseñanza musical a jóvenes adolescentes, como podría
dedicarse a cualquier otra cosa, que le resolviera el mes y el
recalcitrante pago del alquiler, y su manutención.
Procura
trabajar, únicamente para vivir. No tiene vicios, ni caprichos
grandes. No le ciñe nadie, ni ella se ata a cualquiera. Vive en
Tortosa, su ciudad, pero tampoco se aferra a la zona. De momento
reside junto al delta del río Ebro, pero podría marcharse, sin
dejar lastre en cualquier instante, si las opciones que se le
presentaran fueran interesantes para ella.
No
se cierra a nuevas relaciones, aunque ya estuvo casada, y no le fue
nada bien. Seis largos años, soportando un matrimonio tan falso,
como las prisas que tuvieron en contraerlo, y pronto llegó la pura
realidad. La rutina y los chascos.
Al
no haber cariño, ni existir absolutamente ningún vínculo de amor,
llegaron las desconfianzas en dos cuerpos, que no se deseaban, ni se
atraían.
Ella,
siguió empleada como profesora en el Ateneo de la ciudad, como
enseñante de música, y daba clases de solfeo a los jóvenes de
segundo grado.
—Hola,
eres Graciana—preguntaba Marta—¿Has puesto un aviso para
compartir viaje—¡Sí! Así, es. ¡Dime, tu dirás!
—¡Hola
me llamo Marta!, soy de Gandesa y llamo por la aplicación
«Diabla-Car», voy a Zaragoza, y te llamo por si tienes plaza libre.
—Pues
sí, eres la primera que contacta y te la reservo. Salimos
mañana, yo partiré de Tortosa, temprano y te recojo en Gandesa, en
la estación de los buses. A
las ocho de la mañana. Voy en un Exeo familiar, color negro, con
matricula francesa.
—Estupendo,
pues allí te espero, imagino que en el camino recogerás a alguien
más—Interrogó Marta—Pues no lo sé, pero cuantos más viajemos,
mejor nos sale el coste del viaje—acabó el comentario Graciana, y
se despidió de Marta.
En
Gandesa, vive Marta, una joven militar, en ciernes, que quiere
acercarse a Calatayud, al examen de suboficial, para poder ingresar
en la escuela del Ejército.
Es
una tía de muy buen ver. Abierta y moderna, nada puntillosa ni
verdulera. Va a lo que le interesa, y poco le importan las penas de
los demás.
Si
tiene que joder a alguien; porque le hace la vida imposible, lo hace
y si lo quiere joder, por atracción sexual. Hace lo mismo. Lo
consigue.
Marta,
desde siempre, estuvo interesada por opositar a funcionaria como
militar, quería llegar a ser oficial del ejercito. Con el empleo de
Enfermera, y por ello el motivo del desplazamiento.
Allí
en Zaragoza tiene pensamientos de residir, tres o cuatro días, en
casa de un antiguo conocido, para desplazarse luego a Calatayud, que
es donde se examinan
los aspirantes.
Marta,
es hija de un barrendero llegado de Extremadura, que se ganaba la
vida en un principio como conductor de la linea Hife, Su madre, una
cocinera, venida de Rumanía, hace un montón de años, colocada en
el bar de la plaza mayor, es la única familia de la aspirante a
militar.
Una
nueva llamada recibió Graciana, esta vez era de Indalecio, un
solicitante a pasajero en ese viaje hacia Zaragoza, que comenzaba en
Tortosa.
—Hola,
soy Indalecio, estoy en Alcañiz, te quedan plazas para viajar a
Zaragoza mañana. He visto que lo publicabas en la App Diabla-Car, y
me viene de «perillas» el aprovechar el recurso y ahorrar una
pasta.
—¡Si
me quedan plazas,
afirmativo!, me llamo Graciana, y me viene muy de paso, serás el
segundo usuario, he de subir antes a Marta, en Gandesa, y luego, te
recojo, ¿Dónde te va mejor, encontrarnos?—preguntó Graciana.
—¿Conoces
Alcañiz?—indagó Indalecio, como si la conociera de toda la vida.
—Algo—,respondió
la mujer—He viajado varias veces a Zaragoza y lo he cruzado en
numerosas ocasiones
—Pues
me recoges en el puente viejo, el que enlaza con la carretera hacia
Zaragoza, frente al restaurante «Los
Trigueros»
A
mano izquierda en la rotondilla más grande de España. ¿Sabes a
cual me refiero, verdad?
—Ah,
ya sé donde es, pues allí te recojo. Yo
saldré
mañana desde Tortosa muy pronto, a las ocho quiero recoger a Marta,
pues cuenta media hora más o menos estoy en Alcañiz.
De
todos modos me quedo con tu teléfono, el móvil por el que has
llamado y si hay retraso te doy un toque—Muy bien, entonces mañana
nos vemos.
Al
poco el Smartphone
de Graciana, volvió a sonar, era Giovani, un pintor italiano que
normalmente residía en Calanda, pero que pretendía subir al
transporte desde Hijar.
Después
de retirar un dinero en efectivo, del banco, y acto seguido,
pretendía ocupar una plaza del coche que iba a la capital del Ebro
—Hola,
soy Giovani, y me interesa compartir el viaje, mañana estaré en
Hijar, me puedes dar el servicio—le preguntó a Graciana—¡Pues
mira, sí!. Usted, cerrará el cupo del coche. ¿Donde le puedo
recoger?, más
o menos, pasaré
sobre
las once del día—sin dejar la palabra, siguió dando información
a Giovani—que le parece, esperar al pie de la N-232. A
la entrada de Hijar, ¿para continuar el viaje?—Finalizó la
retahíla la mujer, que acababa de cerrar, el cupo de
viaje—Estupendo, me viene de maravilla—replicó el
italiano—cuenta conmigo, si hubiera retraso o pasara algo, por
favor, comuníquelo y así todos contentos.
En
la estación de los autobuses de Gandesa, Graciana recogió a Marta,
y antes de continuar viaje, en la cafetería del Hotel Pique, se
tomaron un cortado, saliendo a fumar más tarde al aparcamiento,
donde se chutaron el primer petardo del día, y a la vez se
conocieron las dos mujeres.
Graciana,
y Marta, las dos con una personalidad impetuosa, con más vida
gastada que las ruedas del camión de bomberos. Ambas estaban sin
pareja, y es la primera conversación que tuvieron, «como
llegar a ser feliz, a coste cero»,
con un bobalicón de precoz durada.
Graciana,
le contó como y por qué, se divorció de su marido, y Marta, le
dijo que se quería ir de la población, por no destrozar uno de los
matrimonios mas falsos que conocía, y aprovechar esa máxima, para
llegar a ser lo que ansiaba.
Entrar
en un cuerpo de hombres, para ver de qué manera podía llegar a
mandarles y, a que se mantuvieran bajos sus órdenes.
Graciana,
que presumía de conocer al prójimo, dudó de lo que le contaba,
aquella mujer ya algo madura, que titubeó varias veces y se desdijo
de sus palabras en alguna ocasión. Lo cual a Graciana, le chocó,
pero no entró al trapo. No tenían ni amistad, ni iban a tenerla.
Marta
a su vez, le preguntó a Graciana, el
motivo de su viaje a
Zaragoza y ésta le dijo—A conseguir un tonto, que me pague las
facturas, y dejar la enseñanza a los jóvenes, que nada más que
daban problemas.
Arrancaron
muy
«justitas»,
de concentración y tomaron carretera, para llegar a Alcañiz, en
Corbera de Ebro, volvieron a parar, para hacer unas necesidades
obligadas, en uno de los bares de la carretera. Tomaron
otro café y sin perder demasiado tiempo, llegaron a Alcañiz, donde
les esperaba Indalecio.
Detuvieron
el Exeo, y pararon en el punto exacto.
Donde quedaron,
en el puente viejo. Frente al restaurante «Trigueros»,
y sin más esperas, recogieron a Indalecio.
Desconocido
para ellas y para el mundo, un hombre listo y ligero, que trataba
pasar desapercibido y huir del territorio, que acababa de esquilmar.
La profesión de Indalecio, era la de «ladrón de guante blanco»
Además,
si podía, enamoraba a la «más
pintada»,
prefiriendo fuera mujer, mayor, con caudales, o harta del marido. Con
acceso a la cuenta del banco y con una buena y gorda tarjeta Visa.
Iba
a Zaragoza, después de haber desplumado en las carreras del
Motorland a tres Belgas, que dejaron sus caravanas en el parking, y
consiguió
hacer su agosto.
Sin
olvidar el paseo, por las instalaciones de las carreras, donde se
hizo con una docena y media de carteras con documentación y dinero.
Las
que una vez desplumadas y limpias, «las carteras robadas», dejó en
la oficina de Información de MotorLand, con la previsión, que les
llegara la documentación a los propietarios.
Indalecio
iba a Zaragoza, queriendo llegar antes del domingo, puesto que
«Raphael», el gran «cantante español de todas las épocas»,
actuaba
en el Pabellón Príncipe Felipe, de la ciudad y allí tenía mercado
de valores pendiente.
—Hola
debes ser Indalecio, le preguntó Graciana, ¿verdad?—¡Si lo soy y
tu imagino que la conductora que viene de Gandesa a recogerme, para
llevarme a Zaragoza—adujo muy cordial, dando a la vez un repaso
visual, a los bolsos de las mujeres, que abandonados estaban sin el
más mínimo concurso de vigilancia
—Mucho
gusto, habéis llegado antes de que comenzara a preocuparme—dijo
gracioso Indalecio.
—Y
eso, prisa tienes por llegar, ¿es que te persigue alguna
mujer?—preguntó Graciana— y el bueno de Indalecio, provocando
alguna sonrisa, dijo—¡Mujeres, no! Ninguna, pero, me persigue la
policía local de Alcañiz.
—¿Qué
barbaridad has hecho, con esa «careta» de bueno que tienes—volvió
a discrepar Graciana. Entrando en el camino y la estratagema, que le
estaba tendiendo el listo de Indalecio, para que picara.
—He
engañado a la consejera de turismo, y el marido me persigue, según
él, me he llevado el monedero, y un par de billetes de quinientos,
que guardaban en el picaporte de la puerta de la despensa, en su
cocina.
Rieron,
las dos mujeres, abiertamente, y dejaron ver su dentadura, y las
joyas que llevaban en sus dedos. Mientras el Exeo matricula francesa,
continuaba circulando por la Nacional 232, en camino y parada de
Hijar. Donde esperaba Giovani, un italiano pintor, que venia a
Calanda buscando la vida del insigne director de cine, Buñuel.
Con
la intención de pintar alguno de los pasajes en su tierra natal, y
mientras lo conseguía y sin quererlo, conoció a la señora Consuelo
Morgadez, de la que se enamoró locamente, y se la llevó a la cama,
con el consentimiento de la propia Consuelo, que aún y estando
casada, con el subinspector de la dirección general de seguros
«Monte Pijazo» La compañía de seguros y reaseguros, más grande
de aquella población. Le seguiría a todas partes si el italiano, se
lo pedía.
Giovani
se dirigía a Zaragoza, para hacer un ingreso en el Banco de
Santander, de ciento veinte mil euros, que había cosechado, en los
nueve años, que llevaba en Calanda, y parte de lo que le había
adelantado Consuelo.
Pintando
a los más variados personajes del momento, además de aquellos
paisajes, donde paseó el insigne director del “ perro andaluz”.
A
la entrada a la población, recogieron al artista Giovani, que pronto
se abrió con su agradable sonido italiano, contando con detalle el
más mínimo secreto, de su vida y costumbres. Sin
olvidar—comentar—
que llevaba un fajo importante de efectivo. Detalles, que igual
debería haber callado.
Habían
pasado dos semanas del viaje a Zaragoza, trayecto iniciado en Tortosa,
y que debía finalizar en aquella ciudad, en la que se encontraban
tres de los viajeros, que comenzaron la singladura.
Estaban
en el Palacio de Justicia de la ciudad, declarando, por todo lo qué
se les había sustraído, en el mencionado viaje.
Indalecio,
no presentaba cargos, puesto que a él, tan solo le desapareció el
teléfono y su cartera, con seiscientos euros, los cuales miraría de
recuperarlos en cualquier esquina.
Graciana,
se quedó sin el coche, sin las joyas de sus manos y sin todo el
dinero, efectivo, que se había traído desde Tortosa, para
instalarse en la Almunia de Doña Godina. El más afectado fue el
bueno de Giovani, que le desaparecieron los ciento veinte mil euros,
y todos los cuadros que llevaba para la Exposición de pintura y Arte
de la ciudad romana.
A
Marta, se le busca por la zona de Logroño. Se
cree, que puede haber salido de la comunidad, aprovechando las
oportunidades baratas y cómodas que ofrece la aplicación de viaje.
Diabla-Car.
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