Ahora
en estas fechas, se
habla mucho y bien; de la llegada del hombre a la Luna, y según
exhuman y
dicen
aquellos, que apuntan y todo lo recuerdan, que
justo ahora es el aniversario.
¡Tan
solo ha pasado medio siglo! ¡Se
dice fácil!
Mi
memoria me lleva de nuevo,
al advertir
tantos comentarios, a
revivir aquella época,
un tanto caducada. Remontándonos
media
centena de años atrás. Fue un mes de julio del año 1969, cuando
comenzaron, a publicitar con orgullo y éxito, que unos americanos
pisarían la Luna por primera vez.
Una
hazaña, casi increíble, que sería uno de los comienzos del gran
cambio que la sociedad iba a emprender.
Creo
que cuando el cohete se posó en la superficie lunar, fue el 21
de un caluroso julio, del año sensual del
sesenta y nueve. Cuando
sonaba la popular canción de los The Archies:
Sugar
Sugar
Cuando
medio mundo quedó anonadado
por la noticia y, a muchos de nosotros, nos costaba creerlo, por la
inmensidad de limitaciones que teníamos en este país. «¡Han
llegado a la luja!»
Comenzando
por la tan añorada «democracia», que de momento aún, no la
conocíamos muchos de nosotros. Ese
era uno de los retrasos de nuestro pueblo, cuando otros ya pisaban la
Luna.
Realmente
y es penoso decirlo. No sabíamos que era ese vocablo. “democracia”,
que significaba, y en que medida a nosotros nos afectaba.
Aquí
todo era más cuadrado, más pecado y menos sincero.
La
mitad de los habitantes de la nación, entre las muchas privaciones,
que soportaban, carecían de teléfono
y televisor
en sus hogares, y tan solo unos pocos podían darse el lujo de poseer
un modesto
automóvil utilitario.
Otros
sin remedio; abandonaban sus pueblos, a sus familias y sus casas; muy
a la fuerza, para ir a buscarse la vida fuera de nuestras fronteras,
para poder comer. Encontrar
un puesto de trabajo.
¡No
lo invento! Es realidad.
Es
por ese motivo, que a muchos de nosotros, nos «chocara», tanto la
“Hazaña”. Esa de llegar a pisar la luna y que nuestras vidas
siguieran tan grises como antes.
«En
este tiempo y, en ese caso», comenzaban a despuntar, tantos jóvenes,
como el que suscribe este relato, y a entender; lo que es en «Sí»
el propio Rock and Roll, —por llamarlo de alguna manera—que nos
venía encima, para no poder frenar a partir de ahí, todo el ritmo
de cambio que se avecinaba.
Se
iniciaba, una etapa preciosa. ¡La
juventud!
A
suspirar por sus momentos y ambiciones, «muy pequeñas en aquel
tiempo», pero agradables.
Comenzaba,
despacio pero soterradamente la libertad. Para nosotros; casi todo
estaba prohibido o, era pecado mortal.
De
ahí, que me dejara una huella tan marcada, esa efemérides. Por lo
que tenía de sobrenatural en aquellos momentos y más; por la
repercusión que tuvo.
Aún
recuerdo con agrado, la cara y los gestos de mis abuelos, que lo
encontraban como un mal presagio, un atrevimiento, una barbaridad, y
repetían que «seríamos
nosotros, los que provocaríamos el fin del mundo»
En
mi pensamiento profundo, he de reconocer que, imaginé en mi ilusión
y no; en pocos momentos, que era yo el astronauta.
El
que pilotaba aquel Apolo XI, y que hubiese cambiado mi vida por la de
Neil Armstrong.
¡Bendita
ilusión!
Que
osada y agalluda, era la muy ingenua fantasía. La propia, la
personal, la del soñador incipiente, que fui.
Dada
nuestra juventud, quedamos anonadados con el logro, considerando
héroes a los tres hombres que pisaron el satélite
femenino por antonomasia.
Mi
Luna.
«
¡Bien; lo sé!»
Fueron
tan
sólo dos
humanos,
los únicos que pisotearon aquel suelo lunar.
El
señor Michael
Collins,
se quedó en la nave por si no pasaba ningún taxi para la vuelta.
Después
han pasado muchas cosas, que repercutieron también en nuestros
destinos, pero quizás, no con tanto encanto,
como el dejar «Como dice el refrán» —de estar en «Bavia,
completamente despistados; para llegar a la Luna
de Valencia»
Un
abrazo para todos los lunáticos,
que creo; somos muchos.
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