Laura
Pinosa, se había aburrido de su marido y lo asesinó.
No
quería penar cual mujer, maltratada y violada por un esposo
que no merece ni el gozo de un coito a desgana.
No
se merecía aquel castigo, al que le
obligó
su padre, por heredar unos acres de labrantío yerto, unos míseros
olivos y dos centenas de terneros.
Desorientada
por
la fuerza del designio y
la presión, de
su falta
de experiencia y detalles como,
su juventud. Su
lujuria sexual sin límites, que
le evitaron pensar y comprender, olvidar
al
doncel, que le subía
sus faldas y le bajaba
sus bragas de
la cintura.
Con
ello mal ganar, un vicioso, puerco y marrano, digno de la cuadra mas
infecta de su región.
Fue
como todo en aquel tiempo, porque lo «“digo
yo”»,
y no
hay «más
que hablar».
Si
le gustaba bien, y si no, ¡pues
a callar!, y
obedecer, como
tantas mocitas del
entonces retrasado país. Lo normalizado,
era
subordinarse
a sus mayores, y más cuando se trataba de conseguir aquel botín,
que
llevaría su hija, si se casaba con aquel “sinvergüenza”
Estaba
todo decidido
con mucha prisa, muy poco
analizado
por parte de Laura, y
aun y así, se unieron en matrimonio.
Aquella
joven,
se había
desposado
a la fuerza y a ella; la anatomía del esposo, le daba un asco
espeluznante. Sin
hallarle
parte digna de acariciar, ni tan siquiera el argumento
desabotonado
de Félix, la ponía libidinosa.
Jamás
lo amó, y cuando trajinaba
encima de ella, a la hora de fornicar, cerraba los ojos y su lujuria
excesiva, la llevaba a pensar en las mejores escenas, vividas con
Lucho, el joven de familia humilde que besaba sus labios, como los
ángeles.
Aquel
niño esbelto que en un principio, le “bebía los vientos” y
rompía las vergüenzas mal llevadas, para hacerla disfrutar, cuando
ambos retozaban al caer la noche, en el pasadizo del puente, junto al
cañaveral.
Desde
que comenzaron a vivir juntos, Félix y Laura, tuvieron diferencias,
ella, procuraba no atraerlo, ni apasionarlo para que, no
se le acercara.
Mostrándose
con frecuencia—siendo
mentira—enferma
y descuidada para evitar despertar las ganas de meneo, de aquel
trozo
de carne asalvajada, del desgraciado personaje.
Empleado
en el ayuntamiento de Yecla, como gestor,
listero
del
cobro de impuestos de la Región Murciana, al que le iban las
brutalidades en la cama, el desprecio por lo femenino y la
disfunción.
Añadiendo
a
su
ganduleria los
peores vicios
en el plano profesional y, su afición por las rameras y los hurtos
específicos de dinero, joyas y valores.
Un
misterioso y trágico personaje irreal, que mal aguantó aquella
sumisa mujer, antes de matarlo. Con todo ello, tuvo que soportarlo
durante veinte meses.
Pronto
comenzaron los atropellos y las discusiones, mucho antes que Laura,
tuviera dispuesta la exacta
secuencia
del accidente mortal, que preparaba para su Félix, al que quería
quitarse de encima como fuera y al precio que costase.
Ese
deseo de espiarle, le llevó a conocer el acto vandálico que tenia
preparado Félix,
con el robo del dinero de los impuestos que llegarían a Yecla,
procedentes del Gobierno Central.
El
atraco lo preparó solo, sin ayudas externas conocidas, que las
tendría, llevadas muy en silencio y en secreto. Hasta que llegó la
hora cero.
Aquella
noche Félix Mondoño, iba a asaltar la caja de los efectos de valor
del
Cabildo.
Los
guardias habían
resguardado debidamente,
las
sacas de efectivo, llegadas desde Madrid,
para
el pago de salarios del personal, las ayudas de inválidos y
pensiones para los retirados jornaleros
de la alcaldía.
Desconocía
que su mujer Laura, había observado como guardaba una copia de
llaves de la puerta de aquel Consistorio, en una rendija de la
despensa de la cocina, y ella, por
la vigilancia a la que lo estaba sometiendo, imaginó
que
sería
dar el
golpe a
la recaudación.
Entendiendo
sería
abordado en poco tiempo y con
ello
mantuvo observado día
y noche a
Félix,
para atropellarlo en su propia indecencia.
No
le pareció raro a Laura, que aquella noche, saliera tan tarde su
marido. Algo
le decía,
que era
el momento del
robo y, disimulando,
ni
tan siquiera preguntó, al ver que salía sin despedirse.
Ella,
conocía la cantidad de valijas que habían llegado a las arcas, del
Ayuntamiento de Yecla, pero no asimilaba
en que lugar las iba a depositar, caso que las hurtara todas, y con
picardía, la propia Laura, lo
siguió en su camino, para no ser sorprendida.
Subió
a la terraza del
Concejo,
donde divisaba los ventanales de la lonja y
al no
poder llevar a cabo, su magnicidio
desde la distancia, pronto bajó a su casa y se cambió de ropa,
disfrazándose de hombre. Sin
olvidar
recoger el
trabuco
que guardaba el propio Félix en su casa, que usaba cuando iba de
caza con su padre y un amigo tan andrajoso como él.
Cargó
aquella carabina con postas nuevas, de las usadas para la caza del
oso pardo, saliendo a la calle y acercándose entre las sombras,
tapada con su capa, y tocada con un sombrero de flanco
extenso,
hasta la esquina del edificio del Ayuntamiento. Donde el
asaltante, creía y confiaba, que sería aquella, operación
del robo, una transacción limpia y muy rápida. Contando en que
poseía Félix una copia, no lícita de llaves, conseguida de forma
poco legítima.
Evitando
la necesidad
de forzar ni puertas ni ventanas, conocer el camino a seguir, sin
casi alumbrado, por tratarse de su propio puesto de trabajo, y
se
lanzaron a consumarlo.
Sus
adláteres eran su hermano y su padre, hombres regios y muy
influyentes en Yecla, piadosos y honrados caballeros.
Disimulando
el hecho y poniendo
pruebas falsas para luego, confundir
a los Civiles, que pensaran
que, se
trataba de un robo a la usanza de los bandoleros.
Entró
al caer la noche y pronto, consiguió desvalijar las arcas, volviendo
con una saca mediana de billetes de curso legal, sobre sus espaldas,
tan confiado. Dejando
el resto para sus ayudantes disimulados.
De
buenas
a primeras se escuchó una deflagración
brutal, con disparo doble,
procedente
de
aquella carabina de dos cañones, dejando a Félix, sobre la
escalinata del acceso al edificio. Más
muerto que su alegría.
Laura
Pinosa, desdibujada bajó aquella capa y tapada con aquel sombrero
negro, recogió una de las dos bolsas, la menos manchada de sangre,
pero la mas nutrida de billetes, y con las mismas, y antes que sus
compinches pudieran salir huyendo del lugar de los hechos, muy
disimulada, pudo llegar a su casa sin que nadie la viera, ni
relacionara y se acostó dulcemente.
Fue
un escándalo, conocer que Félix, y sus parientes eran los ladrones
de la Alcaldía.
Del
botín se recuperó casi la totalidad de las valijas, excepto una
parte del dinero contabilizado, que desapareció sin dejar huellas.
Jamás
se supo quien disparó a boca de jarro, a Félix, que fue ajusticiado
por algún avieso desconocido, posiblemente el que hurtó los
billetes no encontrados.
Laura
quedó viuda muy joven, con gran desconsuelo y desamparo y con los
comentarios que la gente le regalaba, buscó un destino lejos de su
Yecla natal. Embarcando en la Hembra, que era una de las naves
españolas de las tres Marías de Cartagena. Las famosas: La Doña,
la Dulce y la Hembra.
To
be continued
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