Novela: Crimen Dudoso.
Autor: Emilio Moreno Delgado
Editorial: LETRAME
Fotos y resumen.
Así comienza la novela, intentando disimular, los pecados que tiene cada cual, antes de conectar con los misterios y las dudas, las enajenaciones mentales y los deseos incumplidos. Desde el comienzo hay preguntas sin respuestas…...vean y lean
¿Qué
noticias tenéis de Irene? ¿Sabéis algo sobre si ha hecho un viaje
estas navidades? ¿Alguien puede decirme de su paradero o si ha
hablado últimamente con ella? Hace ya muchos días que no viene por
el gimnasio y ni siquiera ha recogido la papeleta del sorteo de
Reyes, que le dejé en recepción —preguntó Nayim al grupo de
usuarios que permanecía en el vestuario.
—
—Pues no lo
sé, pero ahora que lo dices, ¡es verdad! Cómo no darnos cuenta
antes. Hace bastante que no la vemos —respondió Erick, monitor del
gimnasio de la Travesera de Gracia, donde Irene pasaba gran parte de
su tiempo, dándole bamboleo a su cuerpo.
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—Siempre, o
casi siempre, venía muy de mañana. Al comienzo de cada jornada, que
es cuando ella frecuentaba las barras de pesas y la cinta de paseo,
para después tomar una ducha y marchar a las cuestiones habituales a
las que se dedicaba. Siguiendo esta tónica incluso en los festivos
—finalizó su argumento Erick, esperando respuesta general.
—Jamás se
duchaba en su casa. Al vivir tan cerca, aprovechaba las instalaciones
del pabellón y ahorraba de la factura del agua todo lo que podía.
Saliendo a diario predispuesta para la gran ciudad, para comerse el
mundo por los pies —añadió Celina, que subía al ring.
—Pasaré por
su casa, a ver qué ocurre. Tampoco me toma el teléfono —apuntó
Nayim, mintiendo descaradamente, porque él sabía muy bien qué le
había sucedido a Irene y dónde se encontraba en aquellos precisos
momentos.
Preguntaba por
la falta de Irene, por si alguien más la echaba de menos, notaba su
falta de asistencia y se hubiera alertado viendo la ausencia. A la
vez que notaba el escaso interés que le prestaba Erick, ya embobado
en otra cosa: con la joven Celina, que boxeaba con unos guantes
demasiado pesados para su musculatura y a la que perseguía con sus
miradas y su imaginación.
El
polideportivo de la Travesera abría sus puertas en la madrugada para
dar servicio a clientes, que por razones varias solo podían recurrir
a la puesta a punto de su cuerpo a primerísima hora. Es uno de los
pabellones que permanecen abiertos casi las veinticuatro horas del
día.
Puede
permitírselo por la gran cantidad de clientes que tiene y porque su
oferta es amplia, interesando a gran número de abonados. En su buzón
particular, el que está en la recepción de la entidad, se
acumulaban los avisos dirigidos a Irene, a los que no daba atención
ni por supuesto recogía desde poco antes de final de año,
amontonándose en espera de ser leídos.
Nayim, el
amigo de Irene, un veterano fibroso, aposentado y usuario del mismo
club, se había encaprichado con ella, desde hacía algunos años.
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Don Saturio,
desde aquel instante, fue el dueño y señor de toda posesión y
patrimonio que pertenecía al fallecido señor Lacalle, gran valedor
de Castilla en las Antillas y adelantado de Logroño en Santiago de
Cuba, valiente hacedor de logros para la Corona del Reino y
millonario cuando regresó para perderlo todo por los vicios.
Finalizó su insatisfecha vida del modo más trasnochado que supo,
perdiendo por tener, entre mil y un defectos, aquel orgullo
contagiado de inconsciencia, que lo llevó primero a la ruina, y
después no tuvo tiempo para disfrutar de toda su riqueza y todas sus
posesiones.
Entre otros
bienes perdió a la propia Dolores Zurita, esposa del finado, que de
ser amante desde hacía un tiempo del criminal pasó a engrosar con
todo el derecho la lista de protegidos del insigne matasanos. Perdió
fondos y enseres, animales de carga y de corral, criados y empleados,
poderes bancarios, patrimonio y personas que estuvieren al cargo del
occiso. Así como las cuantiosas deudas de las que era acreedor, que
también pasaron al erario del practicante.
Por lo que
tomó la decisión de dar fe de todo aquello, incluyendo la muerte
del ludópata, de forma oficial; mitigando así las consecuencias
derivadas de aquel enfrentamiento con armas que estaba obligado a
denunciar.
Don Saturio
mandó a llamar a los miembros de la gendarmería, encabezados por el
sargento del destacamento don Práxedes Hidalgo Recio, para que se
personaran en su despacho y hacer el atestado de lo ocurrido por reto
y desafío. Era un personaje nada parecido a los comprometidos
caballeros del cuerpo, un garbanzo oscuro dentro de la gran familia
de uniformados defensores de leyes y normas, un gerifalte de cuento
de terror. Mujeriego, jugador y vicioso bebedor de brebajes
especiales. Facineroso abusador de quien le venía a cuento, hampón
redomado y maleante experto en chantajes. La joya de la justicia
castellana.
Al juez
instructor don Rigoberto Allepuz lo tenía más que sometido.
Adeudaba a Don Saturio Ruzin la nada despreciable cantidad de
efectivo que ascendía y sumaba los cien mil reales, siendo gran
parte de la deuda contraída por juego, alcohol, estupefacientes y
mujeres. Aquel caballero, nacido en Orense, destinado en la zona por
la carrera de la jurisprudencia y atado a los caprichos de Don
Saturio por sus débitos, debía dictar sentencia.
Al capellán
de la parroquia, el beato Martín Morcillo Galán, natural de
Calatayud y que prestaba servicios sacerdotales en aquella zona.
Hombre justo y recto, contrario a las barbaridades habidas en el
perímetro y confesor de todos ellos. No podía faltar el enterrador
de Arnedillo, don Melquiades Larrazábal de Monroy, empresario de las
pompas fúnebres y de los descansos terrenales a largo plazo.
Creyente de todo lo misterioso y portador de todas las noticias dadas
en aquella comunidad. Era hijo de madre soltera, denostado por ese
albur y el brujo oficial del balneario. El adivinador de los deseos
de los que viven en el terreno de los callados, el portador de avisos
de ultratumba, el mensajero entre los infiernos de la orbe y la
gloria.
Mucho antes,
el boticario había dado aviso a dos de sus empleadas, las más
agradecidas y allegadas. Aquellas que siempre estaban para zurcir un
roto, mangonear un disgusto y, llegado el caso, para adecentar al
pobre del señor de Lacalle, lavándole aquellos feos cortes y
vistiéndolo con mortajas de estreno y planchadas, camisa limpia y
corbata, para que a la hora del levantamiento de su propio cadáver,
por parte de las autoridades religiosas, sociales y jurídicas,
pudiera presentar …………
Los detectives
llegaron aquella mañana a la boutique
de Palmira, una apañada superficie donde la belleza se distinguía
de lo vulgar y lo cotidiano. Sin llamar la atención ni dar señales
de que eran policías, accedieron al recinto. Los atisbó de
inmediato y supo quiénes eran y a lo que venían. Discretamente los
recibió y fue directa a atenderlos para acabar con aquel trámite
que soportaba ya desde hacía días sin compartirlo con nadie. Sabía
a qué venían, por lo que no quiso parecer una mujer desinformada y
pronto se dispuso a afrontar aquel trance derivado de los cargos que
le pudieran caer por toda la trama que se iba a destapar, si aquellos
buscadores eran lo suficientemente buenos como para desenmarañar
toda la madeja que había tejida en torno a los negocios de ella y de
su marido Narciso.
—Buenos
días, ¿les puedo ayudar en algo? —dijo Palmira, desde la
entradilla a la tienda.
—Soy el
subinspector Cayetano Alegre. ¿Es usted Palmira Gómez Cámara?
—¡Claro..!
Pero no se queden ahí en el recibidor; pasen dentro, estaremos mucho
mejor en mi reservado, donde podremos hablar tranquilamente, sin ser
interrumpidos por nadie.
Desde el
pasillo le hizo un gesto a la dependienta de caja que fue suficiente
para avisar de que no se les molestara. Pasaron y se acomodaron en su
despacho, con la suficiente luz y amplitud como para que Palmira
demostrara todo aquello que acostumbraba. Los dos agentes que se
presentaron eran Cayetano y Molanchi, este último agente tapado que
iba con él, al que presentó de pasada y que, en el saludo, hizo un
gesto anodino. Sin abrir la boca en todo el interrogatorio. El
clásico perro que husmea y controla.
—Ustedes
dirán a ver qué les puedo aclarar, porque imagino que vienen por el
caso de Irene —arguyó Palmira.
¡Uy; sí
que vamos a ir derechos al grano! —dijo Cayetano— ¿Y cómo sabe
usted que venimos por el caso de Irene y no venimos por un par de
asuntos del Banco de Marsella? —Dejó caer Cayetano con una sonrisa
espectacular, para inquirir en los motivos de la visita—. Avales y
contratos específicos pertenecientes a unos políticos muy conocidos
y cercanos de nuestra comunidad… —Asintió el inspector con
simpatía—. Y otros chanchullos dinerarios con personajes de la
Junta de Andalucía. Con ingresos importantes en cuentas de paraísos
fiscales. Empresas a su nombre que arrojan buenos dividendos y no han
pagado sus impuestos correspondientes.
Palmira los
miró a los dos y sonrió, muy controlada y convencida de que aún no
había finalizado de leerle todos los motivos a los que se debía
aquella visita, y esperó paciente hasta que Cayetano volvió a usar
la palabra.
—También
podría ser por su relación con una tal Milagros Lucrecia García.
—Hizo un descanso postizo en su charla y prosiguió con dureza,
añadiendo—. Todo ello tiene relación y me imagino que de una cosa
iremos a la otra.
Se miraron
fijamente sin que Palmira tuviera gesticulación facial alguna, y
ellos fueron directos a las preguntas.
—Bien —dijo
Cayetano, esperando una señal no verbal—. Pues comenzaremos por el
principio. ¿Le parece?
Ella hizo un
gesto nervioso con la cabeza, asintiendo, y el agente sacó una
libreta del bolsillo de su americana. El acompañante, con descaro y
desde el comienzo, tenía en marcha una grabadora que no le importó
situar sobre el escritorio de Palmira, sin mediar palabra alguna.
Cayetano tomó
aire y le dijo muy tranquilo a Palmira:
—Tenemos
indicios de que usted, en compañía de su marido, Narciso Yates
Imperial, están metidos en unos asuntos bastante delicados, pero a
mí me gustaría que fuera usted la que me contara, desde el
principio, aquello que deba,
El resto de la historia, no la voy a contar, porque espero tengas la gracia de comprar la novela. Espero que sea de tu agrado. Por mi parte recibe las gracias por el esfuerzo que has hecho al leer este resumen, el que no lo continúo para evitar el Spooiler,
Gracias y mi abrazo
Emilio Moreno
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