sábado, 13 de julio de 2019

Novela: Crimen Dudoso.



Novela: Crimen Dudoso.
Autor: Emilio Moreno Delgado
Editorial: LETRAME
Fotos y resumen.


Así comienza la novela, intentando disimular, los pecados que tiene cada cual, antes de conectar con los misterios y las dudas, las enajenaciones mentales y los deseos incumplidos. Desde el comienzo hay preguntas  sin respuestas…...vean y lean

¿Qué noticias tenéis de Irene? ¿Sabéis algo sobre si ha hecho un viaje estas navidades? ¿Alguien puede decirme de su paradero o si ha hablado últimamente con ella? Hace ya muchos días que no viene por el gimnasio y ni siquiera ha recogido la papeleta del sorteo de Reyes, que le dejé en recepción —preguntó Nayim al grupo de usuarios que permanecía en el vestuario.

Pues no lo sé, pero ahora que lo dices, ¡es verdad! Cómo no darnos cuenta antes. Hace bastante que no la vemos —respondió Erick, monitor del gimnasio de la Travesera de Gracia, donde Irene pasaba gran parte de su tiempo, dándole bamboleo a su cuerpo.
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Siempre, o casi siempre, venía muy de mañana. Al comienzo de cada jornada, que es cuando ella frecuentaba las barras de pesas y la cinta de paseo, para después tomar una ducha y marchar a las cuestiones habituales a las que se dedicaba. Siguiendo esta tónica incluso en los festivos —finalizó su argumento Erick, esperando respuesta general.
Jamás se duchaba en su casa. Al vivir tan cerca, aprovechaba las instalaciones del pabellón y ahorraba de la factura del agua todo lo que podía. Saliendo a diario predispuesta para la gran ciudad, para comerse el mundo por los pies —añadió Celina, que subía al ring.
Pasaré por su casa, a ver qué ocurre. Tampoco me toma el teléfono —apuntó Nayim, mintiendo descaradamente, porque él sabía muy bien qué le había sucedido a Irene y dónde se encontraba en aquellos precisos momentos.
Preguntaba por la falta de Irene, por si alguien más la echaba de menos, notaba su falta de asistencia y se hubiera alertado viendo la ausencia. A la vez que notaba el escaso interés que le prestaba Erick, ya embobado en otra cosa: con la joven Celina, que boxeaba con unos guantes demasiado pesados para su musculatura y a la que perseguía con sus miradas y su imaginación.
El polideportivo de la Travesera abría sus puertas en la madrugada para dar servicio a clientes, que por razones varias solo podían recurrir a la puesta a punto de su cuerpo a primerísima hora. Es uno de los pabellones que permanecen abiertos casi las veinticuatro horas del día.
Puede permitírselo por la gran cantidad de clientes que tiene y porque su oferta es amplia, interesando a gran número de abonados. En su buzón particular, el que está en la recepción de la entidad, se acumulaban los avisos dirigidos a Irene, a los que no daba atención ni por supuesto recogía desde poco antes de final de año, amontonándose en espera de ser leídos.
Nayim, el amigo de Irene, un veterano fibroso, aposentado y usuario del mismo club, se había encaprichado con ella, desde hacía algunos años. 

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Don Saturio, desde aquel instante, fue el dueño y señor de toda posesión y patrimonio que pertenecía al fallecido señor Lacalle, gran valedor de Castilla en las Antillas y adelantado de Logroño en Santiago de Cuba, valiente hacedor de logros para la Corona del Reino y millonario cuando regresó para perderlo todo por los vicios. Finalizó su insatisfecha vida del modo más trasnochado que supo, perdiendo por tener, entre mil y un defectos, aquel orgullo contagiado de inconsciencia, que lo llevó primero a la ruina, y después no tuvo tiempo para disfrutar de toda su riqueza y todas sus posesiones.
Entre otros bienes perdió a la propia Dolores Zurita, esposa del finado, que de ser amante desde hacía un tiempo del criminal pasó a engrosar con todo el derecho la lista de protegidos del insigne matasanos. Perdió fondos y enseres, animales de carga y de corral, criados y empleados, poderes bancarios, patrimonio y personas que estuvieren al cargo del occiso. Así como las cuantiosas deudas de las que era acreedor, que también pasaron al erario del practicante.
Por lo que tomó la decisión de dar fe de todo aquello, incluyendo la muerte del ludópata, de forma oficial; mitigando así las consecuencias derivadas de aquel enfrentamiento con armas que estaba obligado a denunciar.
Don Saturio mandó a llamar a los miembros de la gendarmería, encabezados por el sargento del destacamento don Práxedes Hidalgo Recio, para que se personaran en su despacho y hacer el atestado de lo ocurrido por reto y desafío. Era un personaje nada parecido a los comprometidos caballeros del cuerpo, un garbanzo oscuro dentro de la gran familia de uniformados defensores de leyes y normas, un gerifalte de cuento de terror. Mujeriego, jugador y vicioso bebedor de brebajes especiales. Facineroso abusador de quien le venía a cuento, hampón redomado y maleante experto en chantajes. La joya de la justicia castellana.
Al juez instructor don Rigoberto Allepuz lo tenía más que sometido. Adeudaba a Don Saturio Ruzin la nada despreciable cantidad de efectivo que ascendía y sumaba los cien mil reales, siendo gran parte de la deuda contraída por juego, alcohol, estupefacientes y mujeres. Aquel caballero, nacido en Orense, destinado en la zona por la carrera de la jurisprudencia y atado a los caprichos de Don Saturio por sus débitos, debía dictar sentencia.
Al capellán de la parroquia, el beato Martín Morcillo Galán, natural de Calatayud y que prestaba servicios sacerdotales en aquella zona. Hombre justo y recto, contrario a las barbaridades habidas en el perímetro y confesor de todos ellos. No podía faltar el enterrador de Arnedillo, don Melquiades Larrazábal de Monroy, empresario de las pompas fúnebres y de los descansos terrenales a largo plazo. Creyente de todo lo misterioso y portador de todas las noticias dadas en aquella comunidad. Era hijo de madre soltera, denostado por ese albur y el brujo oficial del balneario. El adivinador de los deseos de los que viven en el terreno de los callados, el portador de avisos de ultratumba, el mensajero entre los infiernos de la orbe y la gloria.
Mucho antes, el boticario había dado aviso a dos de sus empleadas, las más agradecidas y allegadas. Aquellas que siempre estaban para zurcir un roto, mangonear un disgusto y, llegado el caso, para adecentar al pobre del señor de Lacalle, lavándole aquellos feos cortes y vistiéndolo con mortajas de estreno y planchadas, camisa limpia y corbata, para que a la hora del levantamiento de su propio cadáver, por parte de las autoridades religiosas, sociales y jurídicas, pudiera presentar …………



Los detectives llegaron aquella mañana a la boutique de Palmira, una apañada superficie donde la belleza se distinguía de lo vulgar y lo cotidiano. Sin llamar la atención ni dar señales de que eran policías, accedieron al recinto. Los atisbó de inmediato y supo quiénes eran y a lo que venían. Discretamente los recibió y fue directa a atenderlos para acabar con aquel trámite que soportaba ya desde hacía días sin compartirlo con nadie. Sabía a qué venían, por lo que no quiso parecer una mujer desinformada y pronto se dispuso a afrontar aquel trance derivado de los cargos que le pudieran caer por toda la trama que se iba a destapar, si aquellos buscadores eran lo suficientemente buenos como para desenmarañar toda la madeja que había tejida en torno a los negocios de ella y de su marido Narciso.
Buenos días, ¿les puedo ayudar en algo? —dijo Palmira, desde la entradilla a la tienda.
Soy el subinspector Cayetano Alegre. ¿Es usted Palmira Gómez Cámara?
¡Claro..! Pero no se queden ahí en el recibidor; pasen dentro, estaremos mucho mejor en mi reservado, donde podremos hablar tranquilamente, sin ser interrumpidos por nadie.
Desde el pasillo le hizo un gesto a la dependienta de caja que fue suficiente para avisar de que no se les molestara. Pasaron y se acomodaron en su despacho, con la suficiente luz y amplitud como para que Palmira demostrara todo aquello que acostumbraba. Los dos agentes que se presentaron eran Cayetano y Molanchi, este último agente tapado que iba con él, al que presentó de pasada y que, en el saludo, hizo un gesto anodino. Sin abrir la boca en todo el interrogatorio. El clásico perro que husmea y controla.
Ustedes dirán a ver qué les puedo aclarar, porque imagino que vienen por el caso de Irene —arguyó Palmira.
¡Uy; sí que vamos a ir derechos al grano! —dijo Cayetano— ¿Y cómo sabe usted que venimos por el caso de Irene y no venimos por un par de asuntos del Banco de Marsella? —Dejó caer Cayetano con una sonrisa espectacular, para inquirir en los motivos de la visita—. Avales y contratos específicos pertenecientes a unos políticos muy conocidos y cercanos de nuestra comunidad… —Asintió el inspector con simpatía—. Y otros chanchullos dinerarios con personajes de la Junta de Andalucía. Con ingresos importantes en cuentas de paraísos fiscales. Empresas a su nombre que arrojan buenos dividendos y no han pagado sus impuestos correspondientes.


Palmira los miró a los dos y sonrió, muy controlada y convencida de que aún no había finalizado de leerle todos los motivos a los que se debía aquella visita, y esperó paciente hasta que Cayetano volvió a usar la palabra.
También podría ser por su relación con una tal Milagros Lucrecia García. —Hizo un descanso postizo en su charla y prosiguió con dureza, añadiendo—. Todo ello tiene relación y me imagino que de una cosa iremos a la otra.
Se miraron fijamente sin que Palmira tuviera gesticulación facial alguna, y ellos fueron directos a las preguntas.
Bien —dijo Cayetano, esperando una señal no verbal—. Pues comenzaremos por el principio. ¿Le parece?
Ella hizo un gesto nervioso con la cabeza, asintiendo, y el agente sacó una libreta del bolsillo de su americana. El acompañante, con descaro y desde el comienzo, tenía en marcha una grabadora que no le importó situar sobre el escritorio de Palmira, sin mediar palabra alguna.
Cayetano tomó aire y le dijo muy tranquilo a Palmira:
Tenemos indicios de que usted, en compañía de su marido, Narciso Yates Imperial, están metidos en unos asuntos bastante delicados, pero a mí me gustaría que fuera usted la que me contara, desde el principio, aquello que deba,










El resto de la historia, no la voy a contar, porque espero tengas la gracia de comprar la novela. Espero que sea de tu agrado. Por mi parte recibe las gracias por el esfuerzo que has hecho al leer este resumen, el que no lo continúo para evitar el Spooiler,




Gracias y mi abrazo
Emilio Moreno
autor



























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