La
ruta marítima,
se
debía seguir sin alteraciones, en cada puerto había negocio y se
debía descargar o embarcar, algún tipo de mercancía. El trayecto
se iniciaba en Liverpool, y moría en Manila.
Desde
el puerto inglés de Liverpool, inicio
de la singladura, navegaba hasta
Dublín, dejando las islas inglesas para tocar Francia, en el
puerto
de Brest y acercarse por el Océano Atlántico, hasta las
dársenas
españolas
de; A Coruña, para alcanzar Portugal y recalar en la
ciudad costera de Porto
y una
vez hecha la descarga de aperos y ferrallas, llegar
a Faro, en
el Sur
de la Lusitania, lo
que conocemos como Portugal, tomando
el giro suroeste,
hacia el estrecho de Gibraltar y atracar en Cádiz. Para desviarse
por ruta autorizada hacia
en continente africano y surcar en los
amarraderos
de Tánger, para
una vez ventilado el recibo de mercancías y telas autóctonas
marroquíes, retornar
con la flota a
la península Ibérica y pernoctar en Málaga. Desde dónde se
aprovisionaba la nave de existencias y mantenía de insuficiencias.
La
carga
que
se fletaba, llevaba dos
días de
trabajo, que los bastidores del puerto alcanzaban sin preámbulos, y
se reanudaba la travesía hasta llegar a
Cartagena, para sumarse con las naves españolas de las tres Marías
de Cartagena. Las ya afamadas: La Doña, la Dulce y la Hembra.
La
ciudad de Cartagena, era el lugar dónde la Naviera Anglosajona;
Westland Shipping Corporation
Limited,
arrimaba
sus embarcaciones
y, naves,
con
el gran
potencial de
la Marítima española: Mensajerías
Imperiales, de
capital español.
Dirigida
por unos potentados entroncados con la familia Real, y el propio
ejecutivo del gobierno de Madrid y,
que desde hacía ya,
unos lustros,
administraban el boyante negocio transoceánico
de la agencia
marina:
Olano
Larrinaga. Dedicada al transporte marítimo entre Europa y Asia.
El
resto de la ruta, se establecía como parte muy principal, desde el
puerto de Cartagena, que bogarían ya, hacía el destino final.
Cargado
de pasajes y de enseres europeos, hacia Valencia, y Barcelona, para
abordar
en
el
único puerto francés de la
ruta.
Marsella, dirección al
muelle
italiano de Nápoles, volviendo a acometer
con
las
costas africanas de Túnez, donde
nuevamente se carenaban
los fondos de las naves y descargaba
parte
de la
mercadería. Embarcaban
beduinos y camellos, con destino a tierras asiáticas, volviendo a
surcar las
cartas marinas, hacia
Malta, pasando
de largo por la isla, sin detenerse, hasta divisar Alejandría
y tomar
de nuevo el curso hasta rozar sin recalar en Port
Said, en busca del famoso y moderno Canal de Suez, que
una vez atravesado y navegado llegar hasta
Adén y Colombo, donde
volvieron las naves a anclar en sus embarcaderos, para reponer agua
limpia, y frutas frescas. Navegando
de
nuevo una vez cumplimentada la parada técnica en Ceylan,
hasta la gran Singapur y acortar
la travesía, cumpliendo en
la llegada con los cuarenta días establecidos a la capital de
Manila, como destino final del aventurado y costoso viaje al
archipiélago Filipino.
El
resto de las ocho féminas embarcadas, eran de tomo y lomo, muy
agraciadas, anímicas e, intelectuales postizas. Eran lo
suficientemente positivas, como para solucionar el más liado de los
enredos. Todas ellas, compañeras para nada espirituales,
también habían estado casadas y se embarcaban en la Hembra, como
último recurso para abrir una nueva vía de integración en tierras
distintas. Sin querer
estar
señaladas, por el dedo crítico de nadie y, con todo el derecho de
rehacer sus destinos.
Antonia
Jerez, conocida en
su juventud; como
la “Besadora”,
por
haberle dado un beso mordisco, a un joven de su localidad, del cual
quedaron los labios del muchacho, moteados con gotas de sangre. Con
el que se casó y se arrepintió a las pocas semanas, ya que aquel
beso exigido por ella, no pudo repetirlo jamás, al haber quedado muy
relegada y olvidada,
por Serafín.
Antonia
tenía un carácter duro, y
tampoco se dejaba acostumbrar
por nadie, y menos por el que fue
su cónyuge,
durante
un periodo tan
corto, que ni tan siquiera llegaron a conocerse. Un casamiento
manido
y
obligado,
por
aquel beso ensangrentado, del
que no se pudo zafar jamás.
No
se amaron
nunca, y siempre hubieron dudas, eran
extraños hasta en la cama y todos se preguntaban; como
podían haber transcurrido
cuatro años, de aquella frígida
celebración.
Serafín
se
escapó con una mujer a Santander. Sin
decirlo ni, a su anciana madre. Jamás supieron de él.
Una
viuda, de buen ver, oronda
y preciosa, que
le había echado los tejos con
el descaro de su propia lujuria, lo
enredó estando presente Antonia, que ni movió un dedo por
conservarlo.
Sin
enredos ni posturas, directa y
concupiscente,
lo llevó a su cama, aprovechando
un exceso de libido, para evitar que
fuera jamás de
su esposa Antonia.
Dejándose
Serafín,
colonizar por los regalos y fiestas que desde que la conocía
disfrutaba, y
por la
fiel
creencia de que estaba rebozada
y acostumbrada a gastar sin miramiento sus billetes. Dinero que
ayudaría a Serafín,
y
que le resolverían los problemas de manutención de
por vida.
Dado
que el capital
que le había quedado a
la viuda, al
morir su marido, resolvía
la papeleta, para los dos.
Quedando
Antonia, sola y abandonada en su Daroca natal, defendiendo
el oficio y el cargo de
maestra, en la escuela de los Escolapios, puesto que defendía desde
que se había licenciado.
La
profesora era una mujer con mucho carácter que no le asustaban las
dificultades, ni los contratiempos. Aunque con el abandono que
sufrió, entró en una especie de depresión tomando en
ocasiones más de la
botella de alcohol, de
lo aconsejado. Intentando evitar recuerdos de antaño y problemas
diarios.
La
profesora Jerez, que
rozaba muy poco los
cuarenta años, se había mantenido sin dar a luz, por la falta de
encuentros con el soso de su marido. Hasta
que aquella noche de vino y de cachondez,
enredada con los tocamientos
de
su
cuñado, follaron como desesperados.
Con
Tásimo, el
marido de su hermana, quedó preñada, tras disfrutar de la mejor
noche de juerga y
lividez que
recordaba.
La
educadora de los Escolapios, había seducido a Tásimo, muy fácil
bajándole los pantalones y poniéndose ella misma a tiro,
consiguiendo que se la inseminara.
El
remordimiento por haber
engañado,
a la buena de su hermana mayor, hizo que se replanteara su situación
de futuro. Sin
encontrar demasiadas salidas honrosas. Por
lo que debía poner distancia entre ella y la familia, sin
dar explicaciones y solicitar perdones, a hechos que ya pasados, era
imposible resarcirlos.
Además
así mataba dos
disgustos. El
primero: ni
siquiera llegaba a ser amargura, sin embargo, no era agradable
recordar como se deshizo su desposorio y padecer, buscando
culpabilidades. Olvidando mejor, si ponías distancia, esos errores.
El
segundo de
los disgustos, era dar
explicaciones a Berta,
su
hermana, en
que forma más torticera, llevó a Tásimo a la cama, —«pensaba»—Si
se decidía y lo revelaba a Berta, lo fácil sería acabar,
destrozando
la
unión de la que siempre habían presumido, por
el desliz sexual
que habían
disfrutado y
celebrado como locos. Aunque
él; cuando le bajó los pantalones, no puso los medios para detener
aquel adulterio.
Además
entre que lo pensaba, y urdía, dejó pasar los días, que sin
reparar transcurrieron con la velocidad que llevaban en aquella
ciudad, enrocando con arrepentimientos que no acababan de llegar.
Notando serias alteraciones en su cuerpo y comprobó que se había
quedado en cinta.
Así
que con la idea de quedarse con el hijo y no dar más explicaciones
manipuló como ella sabía y lo abandonó todo, en poco tiempo.
Conocedora
de aquellos viajes al Mundo Asiático,
por una alumna suya, que también se escapaba de Daroca,
hizo viaje hacia Cartagena, donde tramitó su ingreso hacia las
Filipinas, sin dar a conocer su estado de maternidad, ni más razones
ni comentarios.
To
be continued
Continuará
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