viernes, 19 de julio de 2019

Capit. n.º 16 – Llevó a a Tásimo a la cama – Historia: Cuarentena entre timadores






La ruta marítima, se debía seguir sin alteraciones, en cada puerto había negocio y se debía descargar o embarcar, algún tipo de mercancía. El trayecto se iniciaba en Liverpool, y moría en Manila.
Desde el puerto inglés de Liverpool, inicio de la singladura, navegaba hasta Dublín, dejando las islas inglesas para tocar Francia, en el puerto de Brest y acercarse por el Océano Atlántico, hasta las dársenas españolas de; A Coruña, para alcanzar Portugal y recalar en la ciudad costera de Porto y una vez hecha la descarga de aperos y ferrallas, llegar a Faro, en el Sur de la Lusitania, lo que conocemos como Portugal, tomando el giro suroeste, hacia el estrecho de Gibraltar y atracar en Cádiz. Para desviarse por ruta autorizada hacia en continente africano y surcar en los amarraderos de Tánger, para una vez ventilado el recibo de mercancías y telas autóctonas marroquíes, retornar con la flota a la península Ibérica y pernoctar en Málaga. Desde dónde se aprovisionaba la nave de existencias y mantenía de insuficiencias.

La carga que se fletaba, llevaba dos días de trabajo, que los bastidores del puerto alcanzaban sin preámbulos, y se reanudaba la travesía hasta llegar a Cartagena, para sumarse con las naves españolas de las tres Marías de Cartagena. Las ya afamadas: La Doña, la Dulce y la Hembra.

La ciudad de Cartagena, era el lugar dónde la Naviera Anglosajona; Westland Shipping Corporation Limited, arrimaba sus embarcaciones y, naves, con el gran potencial de la Marítima española: Mensajerías Imperiales, de capital español.
Dirigida por unos potentados entroncados con la familia Real, y el propio ejecutivo del gobierno de Madrid y, que desde hacía ya, unos lustros, administraban el boyante negocio transoceánico de la agencia marina: Olano Larrinaga. Dedicada al transporte marítimo entre Europa y Asia.

El resto de la ruta, se establecía como parte muy principal, desde el puerto de Cartagena, que bogarían ya, hacía el destino final.
Cargado de pasajes y de enseres europeos, hacia Valencia, y Barcelona, para abordar en el único puerto francés de la ruta. Marsella, dirección al muelle italiano de Nápoles, volviendo a acometer con las costas africanas de Túnez, donde nuevamente se carenaban los fondos de las naves y descargaba parte de la mercadería. Embarcaban beduinos y camellos, con destino a tierras asiáticas, volviendo a surcar las cartas marinas, hacia Malta, pasando de largo por la isla, sin detenerse, hasta divisar Alejandría y tomar de nuevo el curso hasta rozar sin recalar en Port Said, en busca del famoso y moderno Canal de Suez, que una vez atravesado y navegado llegar hasta Adén y Colombo, donde volvieron las naves a anclar en sus embarcaderos, para reponer agua limpia, y frutas frescas. Navegando de nuevo una vez cumplimentada la parada técnica en Ceylan, hasta la gran Singapur y acortar la travesía, cumpliendo en la llegada con los cuarenta días establecidos a la capital de Manila, como destino final del aventurado y costoso viaje al archipiélago Filipino.

El resto de las ocho féminas embarcadas, eran de tomo y lomo, muy agraciadas, anímicas e, intelectuales postizas. Eran lo suficientemente positivas, como para solucionar el más liado de los enredos. Todas ellas, compañeras para nada espirituales, también habían estado casadas y se embarcaban en la Hembra, como último recurso para abrir una nueva vía de integración en tierras distintas. Sin querer estar señaladas, por el dedo crítico de nadie y, con todo el derecho de rehacer sus destinos.

Antonia Jerez, conocida en su juventud; como la “Besadora”, por haberle dado un beso mordisco, a un joven de su localidad, del cual quedaron los labios del muchacho, moteados con gotas de sangre. Con el que se casó y se arrepintió a las pocas semanas, ya que aquel beso exigido por ella, no pudo repetirlo jamás, al haber quedado muy relegada y olvidada, por Serafín.

Antonia tenía un carácter duro, y tampoco se dejaba acostumbrar por nadie, y menos por el que fue su cónyuge, durante un periodo tan corto, que ni tan siquiera llegaron a conocerse. Un casamiento manido y obligado, por aquel beso ensangrentado, del que no se pudo zafar jamás. 

No se amaron nunca, y siempre hubieron dudas, eran extraños hasta en la cama y todos se preguntaban; como podían haber transcurrido cuatro años, de aquella frígida celebración. Serafín se escapó con una mujer a Santander. Sin decirlo ni, a su anciana madre. Jamás supieron de él.
Una viuda, de buen ver, oronda y preciosa, que le había echado los tejos con el descaro de su propia lujuria, lo enredó estando presente Antonia, que ni movió un dedo por conservarlo.

Sin enredos ni posturas, directa y concupiscente, lo llevó a su cama, aprovechando un exceso de libido, para evitar que fuera jamás de su esposa Antonia.
Dejándose Serafín, colonizar por los regalos y fiestas que desde que la conocía disfrutaba, y por la fiel creencia de que estaba rebozada y acostumbrada a gastar sin miramiento sus billetes. Dinero que ayudaría a Serafín, y que le resolverían los problemas de manutención de por vida.
Dado que el capital que le había quedado a la viuda, al morir su marido, resolvía la papeleta, para los dos

Quedando Antonia, sola y abandonada en su Daroca natal, defendiendo el oficio y el cargo de maestra, en la escuela de los Escolapios, puesto que defendía desde que se había licenciado.
La profesora era una mujer con mucho carácter que no le asustaban las dificultades, ni los contratiempos. Aunque con el abandono que sufrió, entró en una especie de depresión tomando en ocasiones más de la botella de alcohol, de lo aconsejado. Intentando evitar recuerdos de antaño y problemas diarios.
La profesora Jerez, que rozaba muy poco los cuarenta años, se había mantenido sin dar a luz, por la falta de encuentros con el soso de su marido. Hasta que aquella noche de vino y de cachondez, enredada con los tocamientos de su cuñado, follaron como desesperados.

Con Tásimo, el marido de su hermana, quedó preñada, tras disfrutar de la mejor noche de juerga y lividez que recordaba.
La educadora de los Escolapios, había seducido a Tásimo, muy fácil bajándole los pantalones y poniéndose ella misma a tiro, consiguiendo que se la inseminara.
El remordimiento por haber engañado, a la buena de su hermana mayor, hizo que se replanteara su situación de futuro. Sin encontrar demasiadas salidas honrosas. Por lo que debía poner distancia entre ella y la familia, sin dar explicaciones y solicitar perdones, a hechos que ya pasados, era imposible resarcirlos.

Además así mataba dos disgustos. El primero: ni siquiera llegaba a ser amargura, sin embargo, no era agradable recordar como se deshizo su desposorio y padecer, buscando culpabilidades. Olvidando mejor, si ponías distancia, esos errores.

El segundo de los disgustos, era dar explicaciones a Berta, su hermana, en que forma más torticera, llevó a Tásimo a la cama, «pensaba»—Si se decidía y lo revelaba a Berta, lo fácil sería acabar, destrozando la unión de la que siempre habían presumido, por el desliz sexual que habían disfrutado y celebrado como locos. Aunque él; cuando le bajó los pantalones, no puso los medios para detener aquel adulterio.

Además entre que lo pensaba, y urdía, dejó pasar los días, que sin reparar transcurrieron con la velocidad que llevaban en aquella ciudad, enrocando con arrepentimientos que no acababan de llegar. Notando serias alteraciones en su cuerpo y comprobó que se había quedado en cinta.
Así que con la idea de quedarse con el hijo y no dar más explicaciones manipuló como ella sabía y lo abandonó todo, en poco tiempo.

Conocedora de aquellos viajes al Mundo Asiático, por una alumna suya, que también se escapaba de Daroca, hizo viaje hacia Cartagena, donde tramitó su ingreso hacia las Filipinas, sin dar a conocer su estado de maternidad, ni más razones ni comentarios.








To be continued
Continuará



0 comentarios:

Publicar un comentario