Me
senté frente al acceso principal, recuerdo, que era una tarde
bastante calurosa y me dejé llevar por la complacencia. Al pronto se
abrió la puerta, por cierto una batiente muy rara, tanto que
parecía un telón y apareció una señorita, joven, bien parecida,
muy perfumada, teñida de rubio, despampanante, y sin ningún recato,
me miró a los ojos y preguntó—¡Oye tú!, has visto a Charly.
—¡Es
a mí. Te diriges a mi!—pregunté—A quien me voy a dirigir, estás
memo, o quieres parecerlo, ¿A quien podría preguntar, si tan solo
estás tú, o es que esperas a Dorothy Saw. ¡Me dirás que tampoco
la conoces! ¿Sabes por lo menos quien soy yo?—esperó a que
saliera de aquel encanto y le contestara, sin entender que sucedía.
En
cuanto a Charly igual te refieres a ¿Chaplin, quizás?, muy bueno, y
gracioso, pero creo que no viene a cuento y no se perdería por
Cuenca.
Por
este contorno, no hay empadronado ningún americano y me huele, que
te refieres a ellos—,con lo que seguí alegando—A no ser que
Carlos Santo, el que está en la puerta, limpiando zapatos, se haya
cambiado el nombre para intentar agradarte y te haya regalado dos
entradas como a mi.
Ella,
se quitó el pañuelo que le abrazaba el cuello, muy despacio, tanto
que parecía que aquella prenda fuera más larga de lo que
aparentaba, y tapaba más cuerpo del que a él le apetecía.
Con
un meneo reclinatorio de ojos, me concedió una sonrisa, nada vulgar,
que me llegó a lo más profundo de mis sentimientos y se descalzó,
tirando los zapatos a “tomar viento”.
Se
sentó frente a mi, no demasiado retirada, pero más de lo que a mi
me hubiese agradado.
Entendí
que igual Charly, era su pareja y la venía a recoger de un momento a
otro. Por ello, mantuve la calma desde mi lugar y fui de lo más
exquisito. Siendo un caballero, sin preguntar vulgaridades, ni
pretender con extrañas seducciones.
No
tuvo bochorno ni decoro, en tomar asiento de la manera en que se
sentó frente a mi persona, sin importarle que le mirara furtivamente
como lo hacía.
Le
veía las piernas perfectamente desde el comienzo del muslo, en el
inicio de las ingles, hasta los pies, y ella se daba cuenta, que mis
ojos lo agradecían por dejar de pestañear de momento.
Noté
que le agradaba, ser comprobada y revisada con ese cariño placentero
y que no se cortaba ni un pelo, que me provocaba, sin hacer el mínimo
ademán para taparse.
No
hubo recriminación por su parte, en incitar mi atención y
distinguirla de la forma tan agresiva como lo hacía.
—No
sabes nada—, por cierto—¿Cuál es tu nombre?—preguntó la
señora y esperó la respuesta—mientras se encendía un Marlboro al
que le había arrancado el filtro de la boquilla.
—le
respondí—Me llamo Tesifonte Marquina y soy de Cuenca, y usted, con
quien tengo el gusto de hablar.
Ella
me miró desde la distancia y rio, sin ganas, pensando que igual era,
una nueva traba que le ponía su destino, dentro de su película.
Aquella que promocionaba recién estrenada.
Me
siguió la corriente y se dejó caer sobre la fianza de la butaca,
apoyando la espalda sobre el reclinatorio, abriendo las piernas
estilo salto del armario.
Al
pronto me entró una tos seca, que se cortó a la voz de ¡ya!, por
casi, muerte natural y deliciosa.
Ya
no sabía que hacer, ni a quien preguntar. ¡Cómo ponerme!, para
saber más de lo que me ocurría.
—Me
llaman, Lorelei Lee, en la película. Mi verdadero nombre es Marilyn
Monroe y mi amiga es Dorothy Shaw, y la bautizaron como Jane Rusell.
Somos
actrices americanas de Hollywood, y cantantes en el film, y hemos
venido embarcadas en este lujoso crucero. Contratadas por la Fox,
para deleite de los personajes millonarios que vienen en el viaje.
Sabiendo
que los «Caballeros
las prefieren rubias». Yo;
como siempre, me he saltado el guión y he salido tras las cortinas
del escenario y ahí estabas tu. Entre bambalinas, en la butaca del
cine medio dormido, esperándome para conocerme.
—Que
fácil es para ti Marilyn, ser tan original, pero yo ahora, cómo
hago saber al mundo. Cómo presumo que, tú viniste hacia mi, y casi
me traes hasta la mismísima Jane Rusell, para que pudiera conocerla.
Conversando
conmigo, sentada frente a mi, viendo que has lanzado los zapatos por
ahí y que me has confundido en un instante con alguien que te
importa mucho, al que has llamado Charly ¡Cómo lo demuestro!
—No
lo sé, Tesifonte, pero cuidado, que estás en una sala de cine, el
Montecarlo, el de tu pueblo, que la gente ha pagado su entrada.
No
ha hecho como tú, que no te ha costado ni un eurin, gracias a tu
amigo Carlos el limpiabotas, regalándote dos entradas, para que las
aprovecharas conmigo. Estando cerca de un Tesifonte, soñador y muy
cariñoso. Detalle que me llevo allá dónde vaya.
¡Un
placer haber coincidido! En mi próxima película, en mi próxima
ilusión, te buscaré por el mundo y si no te hallo, vendré a
Cuenca.
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