—Chavalín,
te juegas los «güevos» a que tengo más chispa que tú con el
capitán Baeza, y te monto un consejo de guerra ¿si me lo propongo?
—No
mi sargento. No me juego nada, usted es el que manda en esta oficina
de la «XVIII» compañía y
los demás estamos para cumplir las normas establecidas, siendo el
máximo exponente Vd., Don Eladio—siguió adulándole el cabo—Mi
sargento ¡A sus órdenes!
—¡Te
estás burlando de mi, chavalín!—replicó aquel sargento, sin
sacarle una palabra al furriel—No me seas desgraciado. ¡Mira que
te pateo! Delante del escribiente y el contable—siguió enfadado el
suboficial, mientras añadía con fiereza—¡Quien coño te crees
que eres!, para hablarme con esa superioridad que usas—Significo a
punto de agredir al cabo, que firmes delante de él, permanecía como
un clavo, aguantando el chorreo del suboficial.
—Te
crees un ungido y, eres un «gilipollas anticuado», bien sabes que
esa palabra, no me gusta pronunciarla, pero me sacas de quicio y no
me haces caso—mantuvo el sargento—. Así que no te opongas y
canta, que debo conocer los hechos.
—A
sus órdenes, mi sargento—replicó asumiendo su deber, aún más
convencido de sus actos.
Aquel
cabo se mantenía firme, ¡Como un clavo!, en presencia y en
cumplimiento de su deber de asistencia, el que no era para presumir.
Sin dejarse doblegar por los caprichos de oficiales, y suboficiales
—Déjate
de ordenanzas, de cumplimientos y de tanta chorrada y cuéntame quien
se chupó el jarabe de la oficina de capitanía, quienes fueron. Les
meteremos un “puro como está mandado”—Aquel sargento, quería
apuntarse un tanto, frente al capitán, a costa de la confesión
revelable del cabo furriel de aquel destacamento.
—Eso
no es traición, a los compañeros—dijo el suboficial Eladio—,
además quiero saber que es lo que hiciste cuando se fueron. Porque,
algo hiciste. Todo el mundo lo comenta, como si le hubieras salvado
la vida a Gascón.
—Así
que te descubrieron, al ordenar que lo llevaran de urgencia, en
presencia del médico, al pobre soldado Gascón, que había sufrido
en aquel instante un derrame ictérico y el llegar tan pronto al
dispensario, le salvó la vida.
El
interesado Sargento, quería participar del meneo, que incluso había
llegado a instancias del Comandante Vallejo, el que, conocedor del
hecho, y hasta que se descubriera toda la verdad—, quiere que te
arreste y que te mande al hotel Rejas, o sea; a la “Prevención”
quince días, a todo confort. Arrestado en tu tiempo libre, que mande
al esquilador te rasure al cero y retire tu pase y permiso de
pernoctación.
Sancionado
desde hoy mismo—siguió explicando el sargento primero Don
Eladio—Sin dejar; por supuesto, de cumplir con tus deberes diarios
en esta oficina.
—Mi
sargento—dijo el Furriel—; yo cumplía con mi obligación como
siempre, pero no culparé a nadie, porque el único responsable fui
yo, y no quiero explicar, como se sucedieron los hechos. Ni siquiera
por las consecuencias y presiones del capitán Melchor Baeza, el
comandante Vallejo y el Páter del batallón, Elías Miras—anunció
muy tenaz y firmes sin menearse de la baldosa donde estaba situado,
el cabo.
Un
timbrazo se escuchó en la oficina de administración militar,
significando aquel toque, que debía entrar en el despacho del
capitán; el sargento primero Don Eladio Guías Merlín.
Todos
los allí presentes se miraron sin pronunciar palabra y el suboficial
se puso en pie, amenazando al cabo, antes de desaparecer por la
puerta
—Ve
preparándote, que cuando vuelva, has de cantar como una almeja.
Cuando
la puerta se cerró y se convencieron que había entrado en el
despacho del capitán, el soldado contable, Luis de Pardina, le dijo
al cabo furriel convencido que mantendría el tipo.
—No
te la juegues, a fin de cuentas, estamos aquí de pasada, y luego nos
vamos a casa. Son ellos los que a veces dejan de cumplir con sus
decálogos. Te deberían reconocer el detalle, que tuviste y lo
humano que te mostraste, incluso estando en este mundo de
despropósitos. Nos licenciamos en tres meses, ¿Crees que vale la
pena? Jugársela por orgullo—Entonces—, dijo el cabo, mirándoles
a todos—, canto y, en lugar de ir yo a la “Trena,” nos vamos
todos al calabozo ¡Eso queréis!
El
escribiente, el recién llegado, el de la leva más moderna, le dijo
al cabo, sin pelos en la lengua—Yo haría lo mismo, a fin de
cuentas, que pecado puede haber en que invitaras a los chavales del
grupo de limpieza a beber un trago de la botella de jarabe, del
capitán.
La
debe llevar controlada—adujo el soldado Pardina—, y se ha dado
cuenta que el nivel del brandy ha bajado, y se ha preguntado ¿Quién
tiene la llave de la oficina y del armario?—el Furriel—Y las
conclusiones le han llevado a ti, o bien, es que aquí, hay algún
pajarito que se va de la boca, y le informa directamente al
Comandante, ¿No lo creéis así?—dijo el pelusa.
El
cabo furriel cumplió los quince días de castigo en la llamada
Prevención, la antesala al calabozo del cuartel, sin dejar de
atender a su trabajo administrativo, dentro de aquella oficina de la
XVIII Compañía, donde nadie consiguió que incriminara a ninguno de
los que casi vaciaron aquella botella de jarabe, que se reservaba en
el oculto, del despacho del capitán.
Una
vez cumplido el castigo el furriel volvió a recuperar el pase
pernocta y sus salidas en las horas de paseo, volviendo a ver como su
melena crecía, más despacio de lo que deseaba. Asumiendo nuevamente
sus deberes y dejando de visitar la sala del Hotel Rejas para
militares desobedientes.
Una
mañana muy temprano, después de acabar con uno de los refuerzos de
guardia y antes de retirarse el capitán Baeza, a sus aposentos, vio
en el despacho al cabo y le llamó a su oficina sin testigos ni
zarandajas y le dijo al furriel—Me debes una botella de jarabe. La
marca ya sabes cual es y estoy seguro, lo habías pensado
¿Verdad?—dijo reticente ¿Mi Cabo?
No
tardó nada en responder. Esperaba aquel preciso momento, desde hacía
muchos días. Poder a sincerarse con su capitán, el que mandaba en
el destacamento. Un hombre, que además de ser buen militar, era una
persona medida, justa, poco dada a las aclaraciones, pero muy leal.
—Mi
capitán, hace días la tiene guardada detrás del gran catecismo que
guarda en su biblioteca, mucho antes que me arrestaran, y antes de
que me forzaran a incumplir con un deber de amparo. Soy cabo y debo
guiar a los cinco componentes de mi pelotón, velar por ellos y
guardarles como manda el decálogo del soldado. Por ello evité en
dar los nombres de los causantes. Mis galones hacen que vele siempre
por ellos, aunque no guste
—¡Coño!
No dejas de sorprenderme, jodido furriel. Por cierto, porqué no has
desvelado a quien invitaste.
—No
invité a nadie, mi capitán. Realizando limpieza de su despacho, el
soldado Gascón, del grupo de los limpia, enfermó. Se desplomó todo
lo largo que era. Su boca y su cara se desfiguró, creí que, por una
lipotimia, y fui yo; quien sacó su jarabe, y le hice beber de él,
para reponerle y volviera a la vida. Cuando seguí atendiéndole, y
mandé lo trasladaran al médico. No pude impedir que el resto del
grupo de limpieza, echara un traguito, dejando la botella más tiesa
que la mojama, pero el único responsable fui yo; después; el
sargento intervino cumpliendo con su deber, y creo, que ustedes, no
quisieron aclarar el lance. Lo de siempre, secretos militares.
He
pagado el correctivo en la Prevención; durante quince días, me han
rasurado la cabeza al cero, como si fuese un tunante. Repuse la
botella de jarabe de manzanas de inmediato, y ahora que he podido
contarle lo ocurrido a usted, quedo tranquilo, con mi deber cumplido.
Gascón, está fuera de peligro, que en definitiva es lo que importa
¡Vivirá gracias a su jarabe! Y a los soldados de la compañía 18,
que fueron los salvadores.
El
resto, son anécdotas, sufridas o disfrutadas en el Ejercicio.
En
definitiva son vivencias de aquel cabo furriel, que ahora, analiza
las historias desde lejos, en soledad y a veces sin poderlas
compartir con nadie, puesto que desde hace unos años, se abolió el
Servicio Militar Obligatorio, para que pasara a ser electivo incluso
para mujeres.
Lo
que veremos aún, ni se sabe, pero no dejará de sorprender.
Debe
ser innato en los genes de nuestros políticos, que a veces ni se
entienden, o quizás no valen.
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