martes, 16 de julio de 2019

El jarabe oculto



Chavalín, te juegas los «güevos» a que tengo más chispa que tú con el capitán Baeza, y te monto un consejo de guerra ¿si me lo propongo?
No mi sargento. No me juego nada, usted es el que manda en esta oficina de la «XVIII» compañía y los demás estamos para cumplir las normas establecidas, siendo el máximo exponente Vd., Don Eladio—siguió adulándole el cabo—Mi sargento ¡A sus órdenes!

¡Te estás burlando de mi, chavalín!—replicó aquel sargento, sin sacarle una palabra al furriel—No me seas desgraciado. ¡Mira que te pateo! Delante del escribiente y el contable—siguió enfadado el suboficial, mientras añadía con fiereza—¡Quien coño te crees que eres!, para hablarme con esa superioridad que usas—Significo a punto de agredir al cabo, que firmes delante de él, permanecía como un clavo, aguantando el chorreo del suboficial. 

Te crees un ungido y, eres un «gilipollas anticuado», bien sabes que esa palabra, no me gusta pronunciarla, pero me sacas de quicio y no me haces caso—mantuvo el sargento—. Así que no te opongas y canta, que debo conocer los hechos.
A sus órdenes, mi sargento—replicó asumiendo su deber, aún más convencido de sus actos.
Aquel cabo se mantenía firme, ¡Como un clavo!, en presencia y en cumplimiento de su deber de asistencia, el que no era para presumir. Sin dejarse doblegar por los caprichos de oficiales, y suboficiales

Déjate de ordenanzas, de cumplimientos y de tanta chorrada y cuéntame quien se chupó el jarabe de la oficina de capitanía, quienes fueron. Les meteremos un “puro como está mandado”—Aquel sargento, quería apuntarse un tanto, frente al capitán, a costa de la confesión revelable del cabo furriel de aquel destacamento.

Eso no es traición, a los compañeros—dijo el suboficial Eladio—, además quiero saber que es lo que hiciste cuando se fueron. Porque, algo hiciste. Todo el mundo lo comenta, como si le hubieras salvado la vida a Gascón.

Así que te descubrieron, al ordenar que lo llevaran de urgencia, en presencia del médico, al pobre soldado Gascón, que había sufrido en aquel instante un derrame ictérico y el llegar tan pronto al dispensario, le salvó la vida.
El interesado Sargento, quería participar del meneo, que incluso había llegado a instancias del Comandante Vallejo, el que, conocedor del hecho, y hasta que se descubriera toda la verdad—, quiere que te arreste y que te mande al hotel Rejas, o sea; a la “Prevención” quince días, a todo confort. Arrestado en tu tiempo libre, que mande al esquilador te rasure al cero y retire tu pase y permiso de pernoctación.
Sancionado desde hoy mismo—siguió explicando el sargento primero Don Eladio—Sin dejar; por supuesto, de cumplir con tus deberes diarios en esta oficina.

Mi sargento—dijo el Furriel—; yo cumplía con mi obligación como siempre, pero no culparé a nadie, porque el único responsable fui yo, y no quiero explicar, como se sucedieron los hechos. Ni siquiera por las consecuencias y presiones del capitán Melchor Baeza, el comandante Vallejo y el Páter del batallón, Elías Miras—anunció muy tenaz y firmes sin menearse de la baldosa donde estaba situado, el cabo.

Un timbrazo se escuchó en la oficina de administración militar, significando aquel toque, que debía entrar en el despacho del capitán; el sargento primero Don Eladio Guías Merlín.
Todos los allí presentes se miraron sin pronunciar palabra y el suboficial se puso en pie, amenazando al cabo, antes de desaparecer por la puerta

Ve preparándote, que cuando vuelva, has de cantar como una almeja.
Cuando la puerta se cerró y se convencieron que había entrado en el despacho del capitán, el soldado contable, Luis de Pardina, le dijo al cabo furriel convencido que mantendría el tipo.
No te la juegues, a fin de cuentas, estamos aquí de pasada, y luego nos vamos a casa. Son ellos los que a veces dejan de cumplir con sus decálogos. Te deberían reconocer el detalle, que tuviste y lo humano que te mostraste, incluso estando en este mundo de despropósitos. Nos licenciamos en tres meses, ¿Crees que vale la pena? Jugársela por orgullo—Entonces—, dijo el cabo, mirándoles a todos—, canto y, en lugar de ir yo a la “Trena,” nos vamos todos al calabozo ¡Eso queréis!
El escribiente, el recién llegado, el de la leva más moderna, le dijo al cabo, sin pelos en la lengua—Yo haría lo mismo, a fin de cuentas, que pecado puede haber en que invitaras a los chavales del grupo de limpieza a beber un trago de la botella de jarabe, del capitán. 

La debe llevar controlada—adujo el soldado Pardina—, y se ha dado cuenta que el nivel del brandy ha bajado, y se ha preguntado ¿Quién tiene la llave de la oficina y del armario?—el Furriel—Y las conclusiones le han llevado a ti, o bien, es que aquí, hay algún pajarito que se va de la boca, y le informa directamente al Comandante, ¿No lo creéis así?—dijo el pelusa.

El cabo furriel cumplió los quince días de castigo en la llamada Prevención, la antesala al calabozo del cuartel, sin dejar de atender a su trabajo administrativo, dentro de aquella oficina de la XVIII Compañía, donde nadie consiguió que incriminara a ninguno de los que casi vaciaron aquella botella de jarabe, que se reservaba en el oculto, del despacho del capitán.
Una vez cumplido el castigo el furriel volvió a recuperar el pase pernocta y sus salidas en las horas de paseo, volviendo a ver como su melena crecía, más despacio de lo que deseaba. Asumiendo nuevamente sus deberes y dejando de visitar la sala del Hotel Rejas para militares desobedientes.

Una mañana muy temprano, después de acabar con uno de los refuerzos de guardia y antes de retirarse el capitán Baeza, a sus aposentos, vio en el despacho al cabo y le llamó a su oficina sin testigos ni zarandajas y le dijo al furriel—Me debes una botella de jarabe. La marca ya sabes cual es y estoy seguro, lo habías pensado ¿Verdad?—dijo reticente ¿Mi Cabo?
No tardó nada en responder. Esperaba aquel preciso momento, desde hacía muchos días. Poder a sincerarse con su capitán, el que mandaba en el destacamento. Un hombre, que además de ser buen militar, era una persona medida, justa, poco dada a las aclaraciones, pero muy leal.
Mi capitán, hace días la tiene guardada detrás del gran catecismo que guarda en su biblioteca, mucho antes que me arrestaran, y antes de que me forzaran a incumplir con un deber de amparo. Soy cabo y debo guiar a los cinco componentes de mi pelotón, velar por ellos y guardarles como manda el decálogo del soldado. Por ello evité en dar los nombres de los causantes. Mis galones hacen que vele siempre por ellos, aunque no guste
¡Coño! No dejas de sorprenderme, jodido furriel. Por cierto, porqué no has desvelado a quien invitaste.
No invité a nadie, mi capitán. Realizando limpieza de su despacho, el soldado Gascón, del grupo de los limpia, enfermó. Se desplomó todo lo largo que era. Su boca y su cara se desfiguró, creí que, por una lipotimia, y fui yo; quien sacó su jarabe, y le hice beber de él, para reponerle y volviera a la vida. Cuando seguí atendiéndole, y mandé lo trasladaran al médico. No pude impedir que el resto del grupo de limpieza, echara un traguito, dejando la botella más tiesa que la mojama, pero el único responsable fui yo; después; el sargento intervino cumpliendo con su deber, y creo, que ustedes, no quisieron aclarar el lance. Lo de siempre, secretos militares. 

He pagado el correctivo en la Prevención; durante quince días, me han rasurado la cabeza al cero, como si fuese un tunante. Repuse la botella de jarabe de manzanas de inmediato, y ahora que he podido contarle lo ocurrido a usted, quedo tranquilo, con mi deber cumplido. Gascón, está fuera de peligro, que en definitiva es lo que importa ¡Vivirá gracias a su jarabe! Y a los soldados de la compañía 18, que fueron los salvadores.
El resto, son anécdotas, sufridas o disfrutadas en el Ejercicio.
En definitiva son vivencias de aquel cabo furriel, que ahora, analiza las historias desde lejos, en soledad y a veces sin poderlas compartir con nadie, puesto que desde hace unos años, se abolió el Servicio Militar Obligatorio, para que pasara a ser electivo incluso para mujeres.
Lo que veremos aún, ni se sabe, pero no dejará de sorprender.
Debe ser innato en los genes de nuestros políticos, que a veces ni se entienden, o quizás no valen.













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