lunes, 8 de julio de 2019

New York, ¡Un churro, para ellos!




Rocío es una mujer que estaba deseando huir de su casa. Dejar a sus padres y hermano plantados. Así como suena. Sin dar más preámbulo al motivo.
Para lo único que la consideraban, era para hacer de burra de cargas, como sirvienta y quitamierdas. Más bien, tirando a esclava, sin ofrecerle su propia madre, jamás; ningún tipo de apego ni cariño.
Tanto va el cántaro a la fuente, que llega por derramar el agua, y una tarde después de pensárselo poco más de lo que llevaba considerado. Se abrió y desapareció, sin decir nada a ninguno de los que esperaban el café, después del plato de puchero que les había cocinado, preparado y servido.

Habiendo sufrido de antemano con su turno de mañana, en el taller de Corte y Confección de la empresa Camilzas, empleo que defendía desde que tenia catorce años, sin haber faltado ni un solo día, con aquella tediosa verificación de los cuellos de camisas.
Su madre, no era mala gente, pero si tenía costumbre, de quejarse por todo y por nada y dolerse de las muchas y tantas enfermedades, que existen en todos los catálogos y revistas. Por lo cual, se pasaba muchas horas en cama durmiendo y descansando, cuando no sentada en el sofá desamotinada con las labores del hogar, viendo telenovelas y series de suspense, que le encantaban.
Todo lo conocido, menos afrontar los verdaderos enredos de una casa, sin atender absolutamente a nadie.
De su papá, pues tres cuartos y media, sumándole los vicios de un gomoso, que se pasa media vida en la barra de los bares.
No siendo personaje de empinar el codo, tan solo en un solo bar, le encantaba recorrerlos todos y, en cada uno de ellos tomarse lo que le viniera en gana.
Siempre decía haciéndose el mil hombres, que había que darle de comer a todos.
Justo cumplía con su horario en el tablón y al acabar la jornada de trabajo y antes de llegar «medio pedo», a su casa, visitar cualquier esquina, donde hubiera una barrita que sirvieran cerveza y bebidas alcohólicas.
Con Rocío, hacía mas de tres meses que no le dirigía palabra, se había cerrado en banda y creía que la hija, se entendía con el primogénito de su más encarnizado enemigo. Un ferretero honrado del barrio.

Roque el hijo mayor, se sentía atraído por Rocío, desde hacía muchos años, y esperaba tirarle los tejos a la joven, muy pronto. Con ello seguían con su amistad juvenil y ambos creían, con el tiempo llegar a poder relacionarse en plan de pareja, por la atracción que de ellos se desprendía.
Enemigo del padre de Roque, por el sencillo motivo que cada vez que jugaban al póker, en el bareto de la plaza principal, el vivaracho ferrallista, le metía mano en su egoísmo, soplándole toda la guita que llevaba y además de humillarle, lo dejaba pelao, sin un centavo.
Su hermano, Douglas, era como una visita a las horas de la comida y de la cena. Un joven con pelos en sálvese la parte.
De los de la llamada saga de los «SinySin». Esos que ni estudian ni trabajan, pero comen, gastan y piden dinero para vicios a quien pueden, empezando, por su hermana.
A la que tenía fuera de si, dado que ya no le sableaba, se lo hurtaba, cuando ella cumplía con su horario en Camilzas.
Con ese panorama Rocío, pensaba desde ya; unos años atrás, en que debía tomar una determinación.
Compartiendo casa familiar, «pensaba» y dedicada a las labores domesticas sin descanso, como le pasaba a ella. No le veía ni porvenir, ni manera de poder cambiarlo, con sus quejas y demostraciones.
Sus queridos papás, exigían y le echaban en cara, que la vida es así, que no la habían inventado ellos, que estaba sin alternativas.
Era la hija mayor y la que debía encargarse de toda la infraestructura y el devenir de todos.
Opinando del «SinySin», que por ser un descastado, no le podían pedir nada, ya que podría quitarles la poca alegría y llevarlos a un derrotero que no pretendían.
Los propios padres, le consideraban un alcohólico, sumido en toda forma al consumo y súper aficionado a los estupefacientes, y en lugar de corregir aquella disyuntiva, «decían alegremente», que pronto caería en algún manicomio y ella, la nena de la casa, por fuerza debía cumplir con los mandamientos familiares.

¡Un churro, para todos! Pensó y se esfumó.

Dejándoles a todos, con los orines en el vientre. Desapareció aquella tarde sin dejar rastro ni modo de poder encontrarla.
Semanas antes Rocío había pedido el finiquito en Camilzas, y con ese montante, y todo lo que llevaba recogido de tiempo inmemorial, se había sacado un pasaje hacia Nueva York. Dejando en su pueblo a la familia, a su amigo y a todo lo que envolvía su pasado primitivo para siempre. Comenzando a base de esfuerzos, una nueva existencia en la ciudad de los «Rasca cielos»

La señora Romina Wanderclos, que era el nombre que adoptó, al huir de su casa, volvió a su zona de origen, cuando sucedió el desastre de las Torres Gemelas, encontrando tan solo vestigios de un tal Roque, propietario entonces, de un ruinoso almacén de ferreteros.
Desgastado por el alcohol, abandonado en sus tres matrimonios por causas inherentes al derecho de las mujeres.
Acabado como persona de provecho, siendo ya, un ser deprimido, empedernido jugador y maltratador de seres humanos.
Acusado de tantas fechorías, que ni tan solo se molestó en saludarle.

El hermano, murió en el atraco a la Joyería Watson, y los padres después de la desaparición de Rocío, huyeron de aquella comunidad, intentando seguir los pasos de su hija, sin llevarse nada, porque nada tenían.
Vivieron de la limosna. Jamás torcieron la espalda para querer tener una casa como dios lo manda. Ni aderezar a ese hijo que tanto les necesitaba, primero por haberlo criado sin principios y después por no saber donde acaba el final.

Ahora siguen ingresados en la residencia estatal de Ohio, como personas sin recursos. La madre con sus dolores y el padre con sus designios. Creyendo que no han tenido suerte en esta vida.

















0 comentarios:

Publicar un comentario