Rocío es una mujer que estaba deseando huir de su casa. Dejar a sus padres y hermano plantados. Así como suena. Sin dar más preámbulo al motivo.
Para
lo único que la consideraban, era para hacer de burra de cargas,
como sirvienta y quitamierdas. Más bien, tirando a esclava, sin
ofrecerle su propia madre, jamás; ningún tipo de apego ni cariño.
Tanto
va el cántaro a la fuente, que llega por derramar el agua, y una
tarde después de pensárselo poco más de lo que llevaba
considerado. Se abrió y desapareció, sin decir nada a ninguno de
los que esperaban el café, después del plato de puchero que les
había cocinado, preparado y servido.
Habiendo
sufrido de antemano con su turno de mañana, en el taller de Corte y
Confección de la empresa Camilzas, empleo que defendía desde
que tenia catorce años, sin haber faltado ni un solo día, con
aquella tediosa verificación de los cuellos de camisas.
Su
madre, no era mala gente, pero si tenía costumbre, de quejarse por
todo y por nada y dolerse de las muchas y tantas enfermedades, que
existen en todos los catálogos y revistas. Por lo cual, se pasaba
muchas horas en cama durmiendo y descansando, cuando no sentada en el
sofá desamotinada con las labores del hogar, viendo telenovelas y
series de suspense, que le encantaban.
Todo
lo conocido, menos afrontar los verdaderos enredos de una casa, sin
atender absolutamente a nadie.
De
su papá, pues tres cuartos y media, sumándole los vicios de un
gomoso, que se pasa media vida en la barra de los bares.
No
siendo personaje de empinar el codo, tan solo en un solo bar, le
encantaba recorrerlos todos y, en cada uno de ellos tomarse lo que le
viniera en gana.
Siempre
decía haciéndose el mil hombres, que había que darle de comer a
todos.
Justo
cumplía con su horario en el tablón y al acabar la jornada de
trabajo y antes de llegar «medio pedo», a su casa, visitar
cualquier esquina, donde hubiera una barrita que sirvieran cerveza y
bebidas alcohólicas.
Con
Rocío, hacía mas de tres meses que no le dirigía palabra, se había
cerrado en banda y creía que la hija, se entendía con el
primogénito de su más encarnizado enemigo. Un ferretero honrado del
barrio.
Roque
el hijo mayor, se sentía atraído por Rocío, desde hacía muchos
años, y esperaba tirarle los tejos a la joven, muy pronto. Con ello
seguían con su amistad juvenil y ambos creían, con el tiempo llegar
a poder relacionarse en plan de pareja, por la atracción que de
ellos se desprendía.
Enemigo
del padre de Roque, por el sencillo motivo que cada vez que jugaban
al póker, en el bareto de la plaza principal, el vivaracho
ferrallista, le metía mano en su egoísmo, soplándole toda la guita
que llevaba y además de humillarle, lo dejaba pelao, sin un centavo.
Su
hermano, Douglas, era como una visita a las horas de la comida y de
la cena. Un joven con pelos en sálvese la parte.
De
los de la llamada saga de los «SinySin». Esos que ni
estudian ni trabajan, pero comen, gastan y piden dinero para vicios a
quien pueden, empezando, por su hermana.
A
la que tenía fuera de si, dado que ya no le sableaba, se lo hurtaba,
cuando ella cumplía con su horario en Camilzas.
Con
ese panorama Rocío, pensaba desde ya; unos años atrás, en que
debía tomar una determinación.
Compartiendo
casa familiar, «pensaba» y dedicada a las labores domesticas sin
descanso, como le pasaba a ella. No le veía ni porvenir, ni manera
de poder cambiarlo, con sus quejas y demostraciones.
Sus
queridos papás, exigían y le echaban en cara, que la vida es así,
que no la habían inventado ellos, que estaba sin alternativas.
Era
la hija mayor y la que debía encargarse de toda la infraestructura y
el devenir de todos.
Opinando
del «SinySin», que por ser un descastado, no le podían pedir
nada, ya que podría quitarles la poca alegría y llevarlos a un
derrotero que no pretendían.
Los
propios padres, le consideraban un alcohólico, sumido en toda forma
al consumo y súper aficionado a los estupefacientes, y en lugar de
corregir aquella disyuntiva, «decían alegremente», que pronto
caería en algún manicomio y ella, la nena de la casa, por fuerza
debía cumplir con los mandamientos familiares.
¡Un
churro, para todos! Pensó y se esfumó.
Dejándoles
a todos, con los orines en el vientre. Desapareció aquella tarde sin
dejar rastro ni modo de poder encontrarla.
Semanas
antes Rocío había pedido el finiquito en Camilzas, y con ese
montante, y todo lo que llevaba recogido de tiempo inmemorial, se
había sacado un pasaje hacia Nueva York. Dejando en su pueblo a la
familia, a su amigo y a todo lo que envolvía su pasado primitivo
para siempre. Comenzando a base de esfuerzos, una nueva existencia en
la ciudad de los «Rasca cielos»
La
señora Romina Wanderclos, que era el nombre que adoptó, al huir de
su casa, volvió a su zona de origen, cuando sucedió el desastre de
las Torres Gemelas, encontrando tan solo vestigios de un tal Roque,
propietario entonces, de un ruinoso almacén de ferreteros.
Desgastado
por el alcohol, abandonado en sus tres matrimonios por causas
inherentes al derecho de las mujeres.
Acabado
como persona de provecho, siendo ya, un ser deprimido, empedernido
jugador y maltratador de seres humanos.
Acusado
de tantas fechorías, que ni tan solo se molestó en saludarle.
El
hermano, murió en el atraco a la Joyería Watson, y los padres
después de la desaparición de Rocío, huyeron de aquella comunidad,
intentando seguir los pasos de su hija, sin llevarse nada, porque
nada tenían.
Vivieron
de la limosna. Jamás
torcieron la espalda para querer tener una casa como dios lo manda.
Ni aderezar a ese hijo que tanto les necesitaba, primero por haberlo
criado sin principios y después por no saber donde acaba el final.
Ahora
siguen ingresados en la residencia estatal de Ohio, como personas sin
recursos. La
madre con sus dolores y el padre con sus designios. Creyendo que no
han tenido suerte en esta vida.
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