Este
año la verbena de San Juan, me encontró muy lejos de mi entorno
habitual, podría decirse, que de viaje promocional y, la verdad, que
fue del canto de un duro, que no me partieran la cara, a añicos de
los más pequeños y a manos de un ruso llamado Sergei que prefiero
no recordar.
Por
hacer las cosas como dice la canción de Frank Sinatra. El clásico y
precioso «My way». «A mi manera».
De
esa manera, como te imaginas, podría haber quedado. Del mismo modo
te explico el desarrollo de como acontecieron los hechos y
normalmente difieren tan poco de si es correcto o no; que fue un
susto de los que el «Kremlin», suele promocionar con pajoleros.
Cuando
te dejas llevar por los demás y viendo que no estás de acuerdo con
los detalles que se presentan callas, pensando «no
pasará nada», y en esos veinte milisegundos siguientes no
reaccionas. A reglón seguido o poco más allá, es donde suelen
producirse las consecuencias.
Miedo,
para manchar los pantalones, quizás sea exagerado pensarlo, porque
esa sensación no llegó a tanto. Pero si la tesitura, no hubiese
llevado la urgencia de la aparición del «toro
de fuego», hubiéramos tenido un problema.
En
el caso que nos ocupa fue al «My way de mi
amigo Antonio» que es de esos que tira la piedra y luego
esconde la mano, dejándote la papa caliente a ti, para que resuelvas
como siempre.
Sin
más y no me extenderé demasiado para relatar que, fue el Santo de
los bautizos, el que nos libró de la quema.
San
Juan, nos amparó; gracias a las llamas candentes que desprendía el
astado disparando pólvora por sus tuétanos,
nos libró de la bronca y de posteriores afrentas punitivas.
Había
terminado la cena en el Cien Balcones, hotel digno, limpio y cómodo,
central en la población y sobre todo funcional. El postre recuerdo
que era helado de vainilla, con troche de melón al Oporto, servido
dentro de una taza magenta que hacía sobresalir la exquisitez del
fresco bocado.
El
café o las infusiones creímos que si nos lo tomábamos fuera de las
instalaciones del hotel, nos supondría mejor distracción, ya que
el pueblo hervía en fiestas del Corpus Christi, sumadas a las de la
clásica verbena del Juan Bautista.
Estaba
todo a rebosar, y mira, no sabiendo de que iba la cosa, encontramos
en la plaza una mesa libre y ni corto ni perezoso la utilizamos, sin
pensar que la habían dejado tan solo treinta segundos antes, porque
los vecinos conocen su tradición y saben que el toro embiste, aunque
sea de lata.
Ufanos
como dos imberbes, entramos en el bar, correspondiente a las mesas
libres de la franja y nadie nos atendía, tampoco había tanta gente
en la barra, como para ni tan siquiera mirarnos. Yo insistía
educado—Oye, estamos en la mesa de la plaza, ponnos unas tónicas y
unas hierbas infusión. Respuesta ninguna nos dio el ruso. Como
queriendo ignorarnos, que de hecho así era, nos supo extranjeros, o
como mínimo foráneos, que pensó—: A estos les hago esperarse y
amargarse.
Dos
intentos más hice y de buenas a primeras me respondió con su cara
singular de persona non grata y no es que fuera feo, que no. Era
desagradable y me espetó—Te esperas y no tengas prisa, que yo,
estoy aquí toda la tarde y no me quejo.
Ya
no hubo respuesta, por parte de Antonio, que salió como un obús de
la barra de aquel baratillo.
Me
lo miré y ahí debí frenarle y hacerle entrar en razón, constatar
un acto de paciencia y moldear al nervioso amigo. Salí tras él y
entramos en el bar contiguo. Yo; tras de él, mientras nuestros
acompañantes ya estaban acomodados en la mesa de la plaza,
perteneciente al Bar Patricks, sin conocer el gesto horroroso que
había protagonizado Antonio.
—Oye
tío, la mesa donde estamos sentados es del bar que nos hemos pirado,
tendremos problemas, seguros, este tío tiene malas pulgas y unos
brazos de hierro, para decirle algo que no le guste.
—Nada,
ni cuenta, con tanto lío, ni se enterará. Dejádmelo a mí, y
veréis como lo encauzo, que se joda y que atienda a los clientes,
como debe hacer. Una atención al público, no es eso. ¡Que se vaya
a la puta mierda! —Acabó presumiendo Antonio.
Dejé
de cavilar y me dije ¡Que sea lo que Dios quiera! Ahora me voy a
discutir con mi amigo, después del «tablazo en su orgullo» que se
ha dado con el ruso y pensé—« que en vez de venir de vacaciones,
parece que se ofende por el mal humor y nefasta educación de un
negado».
Pedimos,
lo que nos apetecía y fuimos a sentarnos en aquella mesa maldita.
El
mocetón ruso, salió a comprobar, imagino si ya llegaba la hora de
la pólvora, cuando nos vio acomodados, solos en aquella mesa, sin
nadie más, por el inminente paso del carrusel de chispas y se
acercó. Al principio no nos relacionó, pero cuando leyó la marca
de refrescos que había sobre la mesa, nos miró y ¡Claro, que nos
conoció! Mi amigo Antonio, hacía unos segundos que disimulado,
corría sin destino.
—Han
de marcharse, de aquí de inmediato. Viene el toro de fuego, ¿Dónde
han comprado estas bebidas?—Preguntó fuera de sí.
—¿No
saben que estas bebidas son de la competencia?—¡Cómo vamos a
saberlo—Pues por la indicación en el tablero, que está escrito
claramente.
No
dio tiempo a más, de un potente manotazo, nos arrancó la mesa,
retirándola un metro. Recogió los envases de los refrescos y la
taza del té al limón y las arrojó con mucha rabia al jardín,
destrozándose la loza de la infusión.
Mientras
con malos modos y con amenazas, nos despedía aquel mocetón, con
ganas de estamparnos contra la fuente de la plaza, como había hecho
con las latas de refresco.
La
verbena, podía haber sido sonada, por la intransigencia de todos. La
dejadez mía, por permitirlo y la suerte del Santo Juan el Bautista,
que siempre nos ampara.
Antonio,
se refugió en una esquina, temblando y cuando aparecimos, sacó
pecho y fanfarroneó, dándonos escusas baratas y rajando de los
maleducados. Hasta que le dijimos—Otro día, lo piensas, ¡Valiente!
A
todo esto el toro, de fuego daba señales de pólvora quemada.
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