sábado, 29 de junio de 2019

Así fue la verbena de San Juan, 2019



Este año la verbena de San Juan, me encontró muy lejos de mi entorno habitual, podría decirse, que de viaje promocional y, la verdad, que fue del canto de un duro, que no me partieran la cara, a añicos de los más pequeños y a manos de un ruso llamado Sergei que prefiero no recordar.
Por hacer las cosas como dice la canción de Frank Sinatra. El clásico y precioso «My way». «A mi manera». 

De esa manera, como te imaginas, podría haber quedado. Del mismo modo te explico el desarrollo de como acontecieron los hechos y normalmente difieren tan poco de si es correcto o no; que fue un susto de los que el «Kremlin», suele promocionar con pajoleros.

Cuando te dejas llevar por los demás y viendo que no estás de acuerdo con los detalles que se presentan callas, pensando «no pasará nada», y en esos veinte milisegundos siguientes no reaccionas. A reglón seguido o poco más allá, es donde suelen producirse las consecuencias.
Miedo, para manchar los pantalones, quizás sea exagerado pensarlo, porque esa sensación no llegó a tanto. Pero si la tesitura, no hubiese llevado la urgencia de la aparición del «toro de fuego», hubiéramos tenido un problema.

En el caso que nos ocupa fue al «My way de mi amigo Antonio» que es de esos que tira la piedra y luego esconde la mano, dejándote la papa caliente a ti, para que resuelvas como siempre.
Sin más y no me extenderé demasiado para relatar que, fue el Santo de los bautizos, el que nos libró de la quema.

San Juan, nos amparó; gracias a las llamas candentes que desprendía el astado disparando pólvora por sus tuétanos, nos libró de la bronca y de posteriores afrentas punitivas.
Había terminado la cena en el Cien Balcones, hotel digno, limpio y cómodo, central en la población y sobre todo funcional. El postre recuerdo que era helado de vainilla, con troche de melón al Oporto, servido dentro de una taza magenta que hacía sobresalir la exquisitez del fresco bocado.
El café o las infusiones creímos que si nos lo tomábamos fuera de las instalaciones del hotel, nos supondría mejor distracción, ya que el pueblo hervía en fiestas del Corpus Christi, sumadas a las de la clásica verbena del Juan Bautista.

Estaba todo a rebosar, y mira, no sabiendo de que iba la cosa, encontramos en la plaza una mesa libre y ni corto ni perezoso la utilizamos, sin pensar que la habían dejado tan solo treinta segundos antes, porque los vecinos conocen su tradición y saben que el toro embiste, aunque sea de lata. 

Ufanos como dos imberbes, entramos en el bar, correspondiente a las mesas libres de la franja y nadie nos atendía, tampoco había tanta gente en la barra, como para ni tan siquiera mirarnos. Yo insistía educado—Oye, estamos en la mesa de la plaza, ponnos unas tónicas y unas hierbas infusión. Respuesta ninguna nos dio el ruso. Como queriendo ignorarnos, que de hecho así era, nos supo extranjeros, o como mínimo foráneos, que pensó—: A estos les hago esperarse y amargarse.

Dos intentos más hice y de buenas a primeras me respondió con su cara singular de persona non grata y no es que fuera feo, que no. Era desagradable y me espetó—Te esperas y no tengas prisa, que yo, estoy aquí toda la tarde y no me quejo.
Ya no hubo respuesta, por parte de Antonio, que salió como un obús de la barra de aquel baratillo. 

Me lo miré y ahí debí frenarle y hacerle entrar en razón, constatar un acto de paciencia y moldear al nervioso amigo. Salí tras él y entramos en el bar contiguo. Yo; tras de él, mientras nuestros acompañantes ya estaban acomodados en la mesa de la plaza, perteneciente al Bar Patricks, sin conocer el gesto horroroso que había protagonizado Antonio.
Oye tío, la mesa donde estamos sentados es del bar que nos hemos pirado, tendremos problemas, seguros, este tío tiene malas pulgas y unos brazos de hierro, para decirle algo que no le guste.

Nada, ni cuenta, con tanto lío, ni se enterará. Dejádmelo a mí, y veréis como lo encauzo, que se joda y que atienda a los clientes, como debe hacer. Una atención al público, no es eso. ¡Que se vaya a la puta mierda! —Acabó presumiendo Antonio.
Dejé de cavilar y me dije ¡Que sea lo que Dios quiera! Ahora me voy a discutir con mi amigo, después del «tablazo en su orgullo» que se ha dado con el ruso y pensé—« que en vez de venir de vacaciones, parece que se ofende por el mal humor y nefasta educación de un negado».

Pedimos, lo que nos apetecía y fuimos a sentarnos en aquella mesa maldita.
El mocetón ruso, salió a comprobar, imagino si ya llegaba la hora de la pólvora, cuando nos vio acomodados, solos en aquella mesa, sin nadie más, por el inminente paso del carrusel de chispas y se acercó. Al principio no nos relacionó, pero cuando leyó la marca de refrescos que había sobre la mesa, nos miró y ¡Claro, que nos conoció! Mi amigo Antonio, hacía unos segundos que disimulado, corría sin destino.

Han de marcharse, de aquí de inmediato. Viene el toro de fuego, ¿Dónde han comprado estas bebidas?—Preguntó fuera de sí. 

¿No saben que estas bebidas son de la competencia?—¡Cómo vamos a saberlo—Pues por la indicación en el tablero, que está escrito claramente.

No dio tiempo a más, de un potente manotazo, nos arrancó la mesa, retirándola un metro. Recogió los envases de los refrescos y la taza del té al limón y las arrojó con mucha rabia al jardín, destrozándose la loza de la infusión.
Mientras con malos modos y con amenazas, nos despedía aquel mocetón, con ganas de estamparnos contra la fuente de la plaza, como había hecho con las latas de refresco.

La verbena, podía haber sido sonada, por la intransigencia de todos. La dejadez mía, por permitirlo y la suerte del Santo Juan el Bautista, que siempre nos ampara.
Antonio, se refugió en una esquina, temblando y cuando aparecimos, sacó pecho y fanfarroneó, dándonos escusas baratas y rajando de los maleducados. Hasta que le dijimos—Otro día, lo piensas, ¡Valiente!
A todo esto el toro, de fuego daba señales de pólvora quemada.





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