La
empresa Pharmestetik,
promocionaba e impulsaba al mercado, su nuevo compuesto. El milagroso
y específico preparado, dirigido a los más orondos y enjundiosos
ciudadanos.
El
nuevo fármaco que podrán recetar los facultativos; Millagrum
Obesindo.
El famoso medicamento antiobesidad que salía al mercado después de
haber estado varios años bajos los controles de la Agencia
Europea del Medicamento,
y ahora ya dispuesto y analizado en más de once mil pacientes, de
edades comprendidas entre los treinta y cincuenta y cinco años, y
con el noventa y tres por ciento de éxito en los resultados. Se
podría despachar en las farmacias, con receta médica.
Diez
años antes buscaban voluntarios, sanos y fuertes, con tendencias a
engordar, para hacer una prueba piloto, que tan solo duraría, según
el patrocinio;
cinco días. —así
lo promocionaron los farmacéuticos del laboratorio.
En
la cual, a
los voluntarios,
no
estaba previsto hacerles
ingerir, ningún
preparado que no fuesen los previstos, por los responsables de la
agencia que lo vigilaba. Ni transfusiones, ni mejunjes tragados por
vía
oral.
Nada
que pudiera invertir la salud de los espontáneos que se sometieran
al test y
que tan solo la pasarían aquellos, que su salud fuese de hierro,
prácticamente.
Manolo
Cambizares, estaba pasando por mal momento económico, se había
quedado inscrito
en las oficinas del Instituto del trabajo, o sea, en
el paro. La empresa donde trabajaba, desde hacía catorce años,
dedicada a la fabricación de toda clase de maquinas tragaperras,
para los salones recreativos y mecanismos para el juego en general y
casinos, cerraba
las puertas y despedía a cuantos trabajaban en ella.
Aquella
entidad
lúdica,
de juegos
permitidos
y desgarro
de
salud en los
ludópatas, tahúres
de barra
del bar,
y de
apuestas benéficas sociales, daba
el cerrojazo.
Dejando
a todos los empleados, en el borde de la crisis. Sin saber dónde ni
a quien recurrir, para poder sacar a su familia adelante.
Fue
una mañana muy temprano, cuando recorría
la ciudad, en busca de alguna oportunidad que disimulada, le
estuviera esperando, con
una ocupación.
Sin
perder la ilusión ni la fe y
un
tanto desesperado,
por
haber transcurrido,
ya
más de
quince días, sin
ocupación alguna,
seguía
esperando su oportunidad.
Donde
fuera, sin necesidad
de elección, esperaba el milagro que surgiera, que produjera pan
para su domicilio. Continuaba
convencido que algo encontraría.
Deambulando
y divagando por la ciudad, muy
atento y concentrado; desde
la mañana a la noche, tan
solo acompañado por su bocadillo
de sardinas de lata y una botella de gaseosa. Se
paró de pronto en un kiosco, que desde sus hornacinas
y repisas;
leía desde
la cabecera del ABC
de Sevilla, una propaganda donde ofrecían cincuenta
euros diarios,
por servir a la caridad,
ofreciendo su tiempo y corpulencia, para el desarrollo y
ensayo de
un beneficio, para
la humanidad en general y
auxilio, de aquellos
que padecen de enfermedades, que no tienen cura ni futuro. Desde
aquel editorial de la prensa ofertaban una ocupación diferente y muy
singular. Humano para test somático de un milagroso fármaco.
Sin
eventualidades, con la máxima claridad
para
el grávido voluntario,
con
mucho respeto
y sobre todo inmunidad segura,
para
la propia salud. Sin
riesgo alguno ni consecuencias para su cuerpo.
Además
asegurando bajo criterio clínico, con la confianza de no contraer
enfermedades ni contra indicaciones en la salud.
Sin
pensarlo, compró el diario y se fue directamente hacia la dirección
indicada en aquella propaganda, hecha a toda página y con fotos del
máximo esplendor. Mostrando imágenes de individuos sanos, que
sonreían a la vida, desde el inicio de la mañana, hasta el ocaso
del día.
Al
llegar al domicilio de los anunciantes y presentarse con el recorte
del periódico, vieron, se trataba de un espontáneo para someterse
al análisis del medicamento, y los promotores del específico, ya no
le dejaron poner la marcha inversa.
Con
fineza, lo escucharon y quisieron saber dónde se había enterado, el
motivo por el cual quería ser uno de los ahondados y qué le
supondría poder dedicar cada día durante dos años, entre dos a
seis horas. Con un contrato de trabajo, sin poder disfrutar sábados,
ni festivos, y con ocho días tan sólo, de vacaciones.
Manolo
puso en marcha su calculadora mental y pronto su totalizador le
arrojó una cifra de; unos
trescientos cincuenta euros a la semana, trabajando como máximo
cuarenta y
dos
horas; en los seis
días, que muchos de ellos, con presentarse
simplemente
un par de ratos,
habría más que de sobras.
Pensó
—« en que no correspondía; el horario que le proponían, con la
publicidad que lanzaron. En
el folleto de patrocinio, se
hablaba de tan solo cinco días, de
sometimiento al plan, y
ahora se encontraba con una disposición muy desigual. También
justipreció,
la larga duración, del experimento y los devengos que de ellos le
correspondería».
Detalles
que los patrocinadores del evento, indicaron que tan sólo era
estrategia publicitaria, sin más, para evitar la avalancha de
personas, que querrían someterse a la convalecencia de semejante
test farmacéutico.
Lo
pasaron a una gran sala de ensayos, completamente estanca y aséptica,
muy cercana a la apoteca del propio laboratorio y lo desnudaron
completamente.
Analizaron
su sangre, orina, la comprobación de ergometría, y capacidad
pulmonar, además de hacerle un escaneo general y una comprobación
de tiroides, como la clásica prueba de taquicardias y el consabido
electrocardiograma.
Le
efectuaron un completo análisis corporal, que iba desde el peso,
hasta la velocidad de sedimentación en la sangre.
Lo
sometieron a los cables y ventosas y pasaron por “rayos x”.
Comprobaron la estabilidad, la tolerancia al mareo. Escucharon su
opinión, mientras le comprobaban el estado de su piel, la forma de
sus uñas, y el interior de los tímpanos. Un completo y redondo
ensayo de su físico.
Si
Manolo, hubiese tenido atisbo de alguna enfermedad, con aquel meneo,
se hubiese descubierto.
Su
estado era en aquel instante de apto y en perfecto equilibrio mental.
Cincuenta
centímetros de cintura, metro setenta en altura, sesenta y ocho
kilos de peso. Presión arterial máxima de 14 y la mínima de 7,5
con setenta y tres pulsaciones por minuto.
Además
del lavado de cerebro le hicieron, para que aceptara de inmediato,
las condiciones propuestas, la ficha de ingreso, un documento de no
agresión al laboratorio, en caso de dejar repentinamente el
tratamiento.
Un
contrato comercial de compromiso con fecha de hacía ya, una semana y
le dieron cincuenta euros en metálico, por su primer día de
trabajo. Quedando hasta el día siguiente a las nueve de la mañana.
No
sin antes ingerir la primera grajea de Millagrum
Obesindo.
Pasaron
ocho años ininterrumpidos, tomando día por día el compuesto y
comiendo y bebiendo a placer, sin mirarse en la ingesta, comiendo
hasta en demasía en muchos momentos. Haciendo vida de auténtico
“Marajá” Sin la preocupación de dietas, ni mandangas. Una
felicidad hecha a medida.
En
ese lapsus y con las condiciones descritas, el peso de Manuel, jamás
pasó de los kilos que en un principio, había arrojado aquella
báscula, el día de su ingreso. Los sesenta y ocho kilogramos de
enjundia que atesoraba.
Tiempo
feliz, de los cuales Manolo, no enfermó nunca, ni siquiera un
resfriado pasajero. Nada en absoluto.
Su
salud era de Millagrum Obesindo, mejor
que nunca y así disfrutaba de cuantos caprichos tenía.
Los
médicos e investigadores del fármaco, estaban normalmente, encima
de él, cada día y tan solo iba creciendo moderadamente su cabello,
las uñas y la bulimia contenida. Una enjundia controlada, como en el
resto de los humanos, con la edad, algo más exigente pero igual de
peso, de anchura y con la misma presión.
Cuando
llegó
la primavera del año 1992, se pararon pruebas, y todos
los análisis,
sin
explicación alguna, y
a Manolo, como
a
once personas más
en Sevilla,
que
probaban las ventajas de Millagrum
Obesindo. Se
les
rescindió el contrato, por finalización de Obra y Servicios.
Volviendo a quedarse de nuevo en
el
paro, tras tantos
años sometiéndose a controles,
ingiriendo
la gragea diaria de Millagrum
Obesindo,
que desde aquel instante, dejaría
de
tragarla,
al causar baja en la empresa farmacéutica Pharmestetik,
y pasar a hacer una vida encauzada
sin
píldoras
ni comprimidos.
En
los diez meses siguientes, haciendo
una vida más o menos exacta y practicando los mismos usos; Manolo
Cambizares,
había engordado setenta kilogramos, o sea siete quilos por mes.
Volvía
a pasar por las gripes normales de cada temporada, perdía cabello y
su piel se ajaba en demasía, se le agrietaron las
plantas
de los pies sin explicación alguna. Sus
oídos perdieron sutilidad y agudeza, y sus pulmones aminoraron la
capacidad en un sesenta por ciento, desequilibrando su salud, que sin
prisa y con una pausa más que inmoderada le llevaba con frecuencia a
la visita de su médico de cabecera.
Ya
estaba en la cola de espera de una reducción de estómago, que su
propia mutua personal, le indicó, siguiera adelante, ya que los
pronósticos no eran saludables.
Manolo,
tan solo tomaba agua, suero y derivados de verduras, por lo que no
había explicación del porqué; su envergadura aumentara tanto.
Los
abogados de la Dirección
General
de Sanidad,
abrieron
investigación por
los motivos tan sumamente inmediatos, con que se había cerrado el
programa, de
Millagrum
Obesindo.
dejando a Manuel y once pacientes más sin atención y que todos
ellos, estaban sufriendo una metamorfosis muy significativa en sus
cuerpos.
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