Menudo
madrugón tuve que darle a mi «body», para poder llegar a subir a
la hora prevista al «bus broad», que nos llevaría; por supuesto,
muy dormidos, a más de uno, a las Fiestas de San Juan. En la ciudad
aragonesa de Daroca.
Donde
además, de encantarse con las Fiestas del Bautista, también
coincidían y se celebraban las fiestas del Corpus Christi.
En
la noche anterior, para darle algún alivio a mi apariencia, me
retiré bastante temprano, para lo que suele ser costumbre en mi
usanza. Ya que entre la hora de separación de actividad y el
entreacto de desconexión, lo adelanté en más de dos horas y aun,
así, no hubo manera de pegar ojo.
Conté
todas las historias fabulosas de mi espiritual, mentalmente desde la
piltra, tendido a discreción y sin tabúes de censura.
Transcurrieron en secuencia, todas las alucinaciones más
fantásticas, de mi historia futura. Circulando sin límites viales;
a una velocidad, comparable a la del «gamo herido».
Hasta
que el desfallecimiento, me desvinculó de la realidad y quedé roto,
cual juguete dañado.
La
diana estaba fijada en el despertador a las cuatro de la madrugada.
Lo que en América se dice:
Las cuatro AM, «antes del meridiano», que fue cuando
levanté del viscoelástico, mi vanidad.
Destrozado
por la astenia y debilidad, del falso sueño.
El
cansancio pretendía hacer grieta en mí debilidad, seduciéndome
para que me abandonara tan solo unos instantes y traicionar mi
puntualidad ya contrastada.
La
ducha reparadora y la rutina «One»,
que es el nombre que le doy, en el idioma de «Shakespeare», a toda
la repetición exacta, que proceso cada mañana, sin menos cabo.
Ingerí
mis pastillas de la tensión y pude afeitarme con precaución
evitando rebanarme la cara, con esas cuchillas inteligentes, que no
necesitan presión para dibujarte un rasguño en el rostro.
Una
indumentaria fresca marcó el arranque de salida hacia una
despreocupación ilimitada.
Cuando
llegué a la plaza, de donde parten todos los buses de las
excursiones, ya había gente esperando.
Madrugadores
de pro, con sus párpados deformados, por el escaso descanso que
disfrutaron.
El
tono de su voz, tampoco daba para jugar con la escala de solfeo. A
otros que fueron más que algunos, les había pasado «lo
mismo que a mí», y aunque sea nombre de un
bolero. Es coincidente, con lo que trato de explicitar y absuélvanme,
si no lo consigo.
¡Es
así! Al llegar saludé y sin dejarme decir nada más; me preguntaron
a renglón seguido
—¿Has
dormido?—A lo que respondí, como ya saben ustedes.
Estos
amigos, por no perder el bus, ya ni siquiera se acostaron. No se
metieron en la cama y aguantaron encima del sofá, viendo cine de los
años negros, muy ameno.
Al
poco, el transporte colectivo llegó, muy a su hora y fuimos cargando
maletas en sus intestinos automáticos, que situados en las bodegas
del ómnibus, bajo los asientos de los pasajeros, permanecen, tan en
silencio como si no «hubiesen roto un plato»
No
voy a hacer una descripción literal de cuanto mis ojos pudieron ver
a lo largo y ancho de todos los días de viaje, aunque es verdad, que
mis facultades muy abiertas, a Dios gracias; supieron entender
situaciones de todo tipo y envergadura.
Unas
acertadas y otras no tanto, pero eso es «harina de otro costal» y
como decía aquel político que nos caía tan bien a todos y
que, con razón denostamos «ahora no toca».
Buen
viaje de tirón, tres horas hasta llegar a Alfajarín, donde el café
es caldo arábigo, de sucedáneos de Borneo. Lo equivalente a una
purga.
Desayunamos
en veinte y pocos minutos y lo principal, para los incontinentes,
descargaron sus vejigas que ya apretadas cantaban aquello de «si me
muevo me meo».
Seguimos
viaje tranquilo y disfrutando de lo que se escuchaba a lo lejos. De
todo, menos exactitudes, pero eso lo lleva el tumulto de personas.
Nos
dieron la «room» la habitación y pudimos disfrutarla antes de
salir, por la tarde y después de comer.
En
todos los lugares, ahorran mano de obra y ¡pues eso!
No
estaban preparadas cuando llegamos, y nos regalaron una excusa
francamente ridícula, ¡Luego si!, la entregaron al punto. Siendo
una bendición del cielo, poder desparramarse sobre un colchón en
busca de un rato de siesta, antes de volver a salir, con el guía que
nos esperaba para poder enseñarnos la bella ciudad de Daroca.
El
amigo Alfredo Vallespin, que nos hizo de guía accidental y muy preciso por
cierto, ya que la ciudad estaba de fiestas y los encargados y
empleados del departamento de Cultura, libraban por tal motivo. Con
lo cual no había personal preparado para tal fin.
Así
que ni corto ni perezoso Alfredo, un amigo de Fructuoso García,
persona grata, que estuvo entre los años 1980 y 1986 en la ciudad,
residiendo y trabajando, nos puso el dato al abasto, de forma
magistral y acompañándonos por la city de Daroca, nos embriagamos
de tanta historia y enjundia maravillosa, que se veía en cuanto
mirabas alrededor.
Muy
serio nos dijo al comienzo de su locución, unos detalles que jamás
había escuchado y no será porque no he puesto interés en todo lo
que me rodea.
¡Ya
verán, les cuento a mi manera! El resumen de lo que me llegó por
parte de Alfredo, para guardarlo muy a gusto, entre las certidumbres
diarias que también existen.
Dejando
aquí y ahora, mi opinión y pasando a describir, como cronista de mi
Bloguer, sucintas sentencias, de las cuales si quieren profundizar,
pueden hacerlo desde el propio Google, que les dará mucha más
información que la que yo les voy a dejar en este instante.
Los
siete sietes, mas o menos, Adolfo, me los contó de esta guisa:
7
iglesias.-. Santa María, San Andrés, San Juan, San Martín de
la Parra, San Pedro, San Miguel, Santiago. Durante 700 años,
existieron siete iglesias parroquiales.
7
Conventos Escolapios.
7
ermitas.
7
Fuentes.
7
plazas.
7
Molinos.
Como
podrán observar, pueden recabar más liturgia y cultura, desde las
páginas del Ayuntamiento de la preciosa ciudad de Daroca, a la cual
les remito
Fotos
y narración escrita:
Emilio
Moreno
Datos de la ciudad:
Guía Alfredo Vallespin, vecino de Daroca
y Google.com
Datos de la ciudad:
Guía Alfredo Vallespin, vecino de Daroca
y Google.com
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