No
tengo la costumbre de expresar.
A
menudo lo que adeudo a mi flor.
Tal
vez con gestos me arrimo a su olor,
sin
demostrar saber y sopesar.
Con
el rubor que entraña el confesar,
lo
mucho que la quiero por su amor.
Si
la perdiera, en su ausencia y dolor,
dejaría
de ser y profesar.
Somos
cada cual como nos parieron,
los
unos cariñosos y sensibles
y
los demás tampoco se excedieron.
Si
al disfrutar de flores imperdibles,
que
con sus frutos nos estremecieron
gozaremos dichosos y plausibles.
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