Se
las veía venir en la consulta de la doctora Beatriz Presumido. Sabía
que le iba a propinar la regañina más bullanguera del cosmos por no
haber obedecido a sus advertencias, de conducta en cuanto al régimen
nutritivo “ ¡Pa
que te cuento! “, como
vulgarmente se dice.
Ni
siquiera había llevado a la praxis el segundo precepto médico a
cabo.
El
siempre asistido y mal entendido consejo de caminar. ¡Hasta la
saciedad!
Ahora
son términos costumbristas que no vienen mal ordenar en las esferas
facultativas. A los que “adulterados”
de peso y de simpatía se sientan esperando clemencia médica en las
revisiones periódicas de control de salud.
Andar,
caminar, deambular, marchar, peregrinar, circular. Todo son términos
y verbos, que muy medicinales, son la puerta de la salud.
La
vitalidad andante que por prescripción facultativa nos ha de entrar
por los pies.
El
otro punto filipino del estoico paciente es la llamada obesidad
“veleidosa
y hostil”,
esa premura engañosa, que en cuanto te pasas un pelo en las comidas,
en las meriendas y en las cenas; la “balanza de la ley”
gravitatoria te acusa de estar rechoncho. Ahora para ser más finos
los determinan como si estuvieran más estilizados llamándoles
obesos.
La
consulta estaba repleta y como aquél distraído que, muy confiado y
benévolo espera la visita
de control,
fue llamado al orden y
se escucho al fondo del pasillo la voz de la licenciada, que observó
el patio y a las personas que les daría su vademécum.
—
ahora
entra Pancrudo, luego Morcillo y después usted señor
Delgado—refirió la doctora Presumido, sin sonreír apenas en la
misma puerta del consultorio.
Los
dos primeros fueron hallados de salud regular—Jamás
lo sabremos. Es secreto profesional y deontológico.
la
cara que llevaban al salir del macelo, no daba para optimas
conjeturas— Consideró el señor Delgado, poco antes de ponerse en
pie para acceder a la visita con su galeno.
—
¿Da
usted su permiso doctora? — Pasa, adelante Delgado, y ponte cómodo,
que ahora mismo estoy contigo— Refirió Beatriz la doctora, antes
de mirarle a los ojos y escudriñarle lo que temía.
—Bueno,
pues quítate los zapatos, la camisa y los pantalones. Súbete a la
báscula, iniciaré por ahí la ronda de cómputos, antes de tomarte
la tensión y practicarte el cardiograma. Al final verificaré la
próstata, que
ya te vuelve a ser hora y
procuraré ser sutil, al socavar el dedo por el esfínter y, no te
hagamos demasiado daño.
En
la balanza la doctora, hizo un gesto y soltó una onomatopeya—¡Uy...
qué chasco, no
lo entiendo !
En
el cardio, no pudo reprimir la poca consistencia de los apósitos en
el pecho que no se aguantaban, y al final por la mini impresora, fue
saliendo aquella receta horizontal y traslúcida con rayas idénticas
a las del IBEX35 de
la bolsa española. El tensiómetro no podía dar un repertorio
tipificado, sabiendo que le faltaba el acceso plastificado por donde
amargan los pepinos.
Después
de toda la aventura, el señor Delgado se vistió, la doctora tomó
asiento en la silla del escritorio y frente a frente médica y
enfermo, se miraron sin mediar palabra hasta que Doña Beatriz dijo—:
Estás pasado de peso, ¡Estas
gordo, señor
Delgado!
—Ya
me dirás en que estás pensando y sobre
todo en
que sueñas; porque siguiendo mis instrucciones, deberías estar más
estilizado,
¿No crees?
—
Doctora,
antes; cuando
no venía a revisiones,
yo soñaba con artistas de cine, las más guapas. Sobre
todo con Nickole Kidman, Angelina
Jolie; pero
ahora, desde que estoy todo el día bajo
el yugo que me impone, caminando,
comiendo como
un pájaro,
sin alimento apenas. He
dejado de soñar con bellas damas para que mis alucinaciones
sean
aperitivos suculentos,
con esos grandes bocadillos que hacen en el McDonald ¿Será esa la
razón de mi enjundia?
—
No
me vengas con socarronerías—le dijo la doctora Presumido— come
menos, anda más, bebe solo agua y sueña con quien te de la gana.
¡Eso no engorda!
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