“Cuando
un amigo se va”… como dice
la canción del genial Alberto
Cortez. Se nota ese vacío
grande y se genera una yaga profunda pero, cuando se tiene ese
aliado, esa sombra benefactora justo a tu lado. Muchas veces pasa
desapercibido y normalmente infravalorado y no debería ser jamás
así.
Cuando
tienes al amigo tan cerca, sin hacer ruido sin decir ni palabra, sin
amañar influencia, sin ningún tipo de celos dolosos para llamar la
atención. ¡Ha de valorarse y de qué manera!
Es
por ese motivo que aquí hoy quiero resaltar el rasgo de mi buen
amigo Eduardo. Esa persona que lo asume todo, que jamás se le pasan
los detalles valiosos por alto, ese que tienes justo a tu vera y
siempre tiene un apelativo potencial para servirte.
Hace muchísimos años, le conocí en las filas del ejército, ambos nos presentamos al examen de aptitud para voluntarios al cuerpo de Automóviles. Pasamos aquellas pruebas técnicas y el destino quiso que nos colocaran muy “cercanos” en el quinto Batallón de la Quince compañía —(Blln nºV - XV Cía).
También
la casualidad de la primera letra de nuestros apellidos es idéntica,
lo que jugó para que en las literas del barracón tres, que era
dónde pernoctábamos y custodiábamos el armamento, quedaran ligados
nuestros envites, alegrías, tristezas y penurias; en el mismo palmo
de terreno.
Nació
ahí la amistad, entre las carencias del tiempo, entre los
racionamientos del avituallamiento militar, entre las cartas a
nuestras chicas que confiaban a lo lejos.
Mezcladas
con las maniobras castrenses, las ausencias gratificantes, la falta
de nuestra seguridad y el miedo a lo que nos sucedía.
Luego
llegó el cuartel, el mismo enclave para los dos, las pruebas de
capacitación dándonos el mismo color de los galones a ambos.
Eduardo
con sus días y su vida y yo claro está con la mía, pero siempre en
el perímetro del mismo radar.
El
que cada minuto nos detectaba con su influencia de amparo y sosiego.
Siempre soportados y conectados por el rigor de aquel cordón
umbilical que de una u otra forma nos diferenciaba y hasta quizás
nos iluminara en alguna de las acciones complicadas que se generan
dentro de la tropa.
“El
tiempo pasó”…. como suena
en otra
canción—Mi árbol y yo—
del cantautor dilecto antes referido.
Llegó
la licencia y cada cual se marchó con su vida a buscárselas para
sobrevivir en este mundo tan alado, tan efímero que cuando te
quieres dar cuenta ha pasado ni más ni menos que medio siglo.
La
colocación en el trabajo, los turnos, las hipotecas, las idas y
venidas al pueblo de origen, el encuentro certero con aquella novia
que dejaste esperando al marchar a cumplir con tus deberes patrios.
Más
tarde, los hijos queridos con sus alegrías y sus penas, las
ausencias de tanta gente querida, las advertencias, las dudas, los
ideales incumplidos, los deseos por llegar, los principios, la
jubilación y los nietos.
Siempre
supimos de nuestros quehaceres, con más distancia que menos, el
tiempo fue reencontrándonos en el barbecho, en tantas ocasiones que
ha sido una completa vida la que ha dibujado nuestros perfiles.
Tantos
momentos buenos, y otros quizás, ausentes que no lo fueron tanto.
A
cada cual les llegó con la puntualidad consabida de aquel destino
que nombrábamos antes y que inexorable, llega para que se cumpla.
Cómo
ha llegado el día de hoy en que Eduardo cumple los sesenta y siete
años, cuando el recuerdo se hace letra y queda impreso para ser
indeleble, para recordarme la suerte que poseo por seguir siendo
buenos amigos.
Ayer,
como aquella bala del “Cetme” que se escapó sin esperar, del
fusil ametrallador del colega que disparaba, en la misma fila que
nosotros.
Burlando
a todos los soldados que confiábamos en la trinchera. Se escapó un
quejido de recuerdo exhumando todas aquellas argucias que pasamos
cuando aún éramos tan imberbes.
Dejando
las prisas del momento, recordé que te debía este recuerdo en el
día de tu cumpleaños y ahí o dejo para el recuerdo.
Virtud
y amistad
Mañana
cumples los sesenta y siete,
naciste
en el cincuenta mas el uno.
Eres
mi amigo, como tú ninguno.
¡Te
felicito con mi gallardete!
Esperando
disfrutes del ramillete
que
brindan los años tan oportuno,
andando
siempre con salud y alguno,
de
los tantos amigos del sainete.
Este
soneto lleva mi seseo,
para
que sigas tan feliz cumpliendo
todos
los años y son mis deseos.
Así
quiero mandarlo disponiendo
del
disfrute, por ser lo que poseo.
Mis
abrazos y, nos seguimos viendo.
Para Eduardo, mi amigo de siempre
con mi mejor recuerdo.
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