jueves, 30 de mayo de 2013

Corre, corre... ¡Que me rilo!




Subieron en su coche, con mucha prisa, Manolo y Engracia, tras la visita que realizaron a unos conocidos de Caspe, unos piadosos y queridos paisanos, que están estupendamente situados y que ya, no tienen que preocuparse por nada, puesto que su futuro inmediato, sumado con venideros tiempos raros que aún pudiesen llegar, les da lo suficiente para vivir sin preocupaciones por perturbaciones del Euribor, ni caídas del principal indicador de Wall Street, el Dow Jones, aún y sobrepasando máximos históricos.

La única dificultad que ellos tienen, es que son demasiado mirados para malgastar el dinero, tanto es que rozan el: egoísmo, lo tacaño y avariento modo de vivir, proporción desmedida y practicada que les hace sobrepasar bastante lo estándar, no dándose cuenta, que no viven solos, que la gente les rodea y comprende que están casi enfermos de ese mal incurable.

Por si fuere poco, tienen muy cuidado el régimen alimenticio, sumo cuidado en no ingerir mas lejos de lo que el cuerpo permita, y sin pasarse de las calorías establecidas en unas tablas farmacéuticas de un licenciado amigo, que murió de inanición.  Siguen a raja tabla, sus indicaciones, y se mantienen delgados, más diría secos y marcando hueso_ siempre que estén en su casa, otra cosa es cuando devuelven la visita_. En ese caso, la memoria de los regímenes es parca.

Tanto es el caso, que esta tarde, a las visitas llegadas, de diversos lugares geográficos, les han preparado un potingue, llamado infusión nutritiva, con unas hierbas que dicen han encontrado en el Monte Costoso, y elaboradas con un agua que han ido a buscar a la fuente del pantano del Escarmiento, que les ha salido una brebaje en principio, anodino, pero que cuando ha comenzado a surtir efecto, la mayor parte de los convidados, han tenido que interrumpir, excusar y finalizar la visita a la voz de ¡Ya! Sin miramientos y cajas destempladas, han ahuecado la sala de estar de aquella gran casa.

_ Corre, nena, que no llego_ ¡ay, no será para tanto Manolo!_, aguanta un poco, que no estamos muy lejos del hotel.

_ Ojalá, no me entre tos, porque, como me agarre uno de esos ataques que me dan, cuando me pongo nervioso, no sé qué pasará_ que exagerado eres, desde luego tienes a quien parecerte_. Le decía Engracia a su Manolo, que corría, desesperadamente, tirando de su brazo, para llegar al coche cuanto antes.

El coche se puso en marcha, y el freno estomacal, funcionaba a pedir de wáter, solo le quedaban pastillas de fijador anal, para un ratito, ¡más no!_ pensaba Manolo, ¡ya verás!  El pastel que vamos a montar, con el coño de la infusión, y del agua esa que era de color churrete del pantano de los huevos.

En las curvas, Manolo rezaba, ¡Dios mío! Dame fuerzas en los esfínteres para no cagarme, que además de estrenar calzoncillos, los pantalones son tan blancos y claros, que no sabré como voy a disimular las manchas.

Engracia, hacia guiños con los morritos, parecía estaba inquieta, hasta que se sintió en la quietud y el esfuerzo del vehículo un ruidito, de cortinas sonoras que más parecía una ventosidad expelida por el ano, o sea un vulgar pedorro larguero_ ¡ay corre…!   Corre Manolo, que me mancho entera_. Asintió con vocecita desgraciada y poco alevosa la guapa Engracia, aguantando la respiración.

El coche, iba fuera de velocidad, tomaba las órbitas de aquella carretera peligrosa, la que baja hacia Maella, con un vertiginoso, que quitaba el hipo, sin embargo no impedía el tráfico intestinal desenfrenado de los ocupantes de aquel Citroën Saxo de cuatro cuerpos. El tufo vanidoso y pedante se percibida en cabina, no era de una travesía naturalizada, más bien, se olfateaba la tragedia a modo de percance inexcusable.

_ Manolo, deja de correr, y detén el coche, si nos para la guardia civil, encima de multarnos por velocidad, nos encontrará a los dos cagados. No sé que es peor_, dijo Engracia_, cuando ya no hubo tiempo y el mar de encimas, quedo bajo su vestido, manchando de marroncito su bajo vientre y por encima de la tapicería azul del Saxo.

Se escuchó un crujir de intestinos, que no dejó dudas_ ¿paro el coche? dijo Manolo, mirando a Engracia_, que roja como una amapola, descansaba en el asiento del copiloto, abatida y olorosa, mas cagada que una recién nacida de tres días, tras su biberón de frutas silvestres_ Mientras que Manolo, encharcado, no sabía cómo ponerse para seguir conduciendo sin que le resbalasen los pies del acelerador y el embrague, debido al engrase de su culata.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es la mejor narración de humor que jamás he leído sin necesidad de ninguna oportuna ilustración
Gracias Emilio por lo que nos haces reír y disfrutar.

Un abrazo Jose Joaquin

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