Subieron
en su coche, con mucha prisa, Manolo y Engracia, tras la visita que realizaron
a unos conocidos de Caspe, unos piadosos y queridos paisanos, que están
estupendamente situados y que ya, no tienen que preocuparse por nada, puesto
que su futuro inmediato, sumado con venideros tiempos raros que aún pudiesen
llegar, les da lo suficiente para vivir sin preocupaciones por perturbaciones
del Euribor, ni caídas del
principal indicador de Wall Street, el Dow
Jones, aún y sobrepasando máximos históricos.
La única dificultad que ellos tienen, es que son demasiado mirados para malgastar
el dinero, tanto es que rozan el: egoísmo, lo tacaño y avariento modo de vivir,
proporción desmedida y practicada que les hace sobrepasar bastante lo estándar,
no dándose cuenta, que no viven solos, que la gente les rodea y comprende que
están casi enfermos de ese mal incurable.
Por si fuere poco, tienen muy cuidado el régimen alimenticio, sumo cuidado
en no ingerir mas lejos de lo que el cuerpo permita, y sin pasarse de las calorías
establecidas en unas tablas farmacéuticas de un licenciado amigo, que murió de inanición. Siguen a raja tabla, sus indicaciones, y se
mantienen delgados, más diría secos y marcando hueso_ siempre que estén en su
casa, otra cosa es cuando devuelven la visita_. En ese caso, la memoria de los
regímenes es parca.
Tanto es el caso, que esta tarde, a las visitas llegadas, de diversos
lugares geográficos, les han preparado un potingue, llamado infusión nutritiva,
con unas hierbas que dicen han encontrado en el Monte Costoso, y elaboradas con
un agua que han ido a buscar a la fuente del pantano del Escarmiento, que les
ha salido una brebaje en principio, anodino, pero que cuando ha comenzado a
surtir efecto, la mayor parte de los convidados, han tenido que interrumpir, excusar
y finalizar la visita a la voz de ¡Ya! Sin miramientos y cajas destempladas,
han ahuecado la sala de estar de aquella gran casa.
_ Corre, nena, que no llego_ ¡ay, no será para tanto Manolo!_, aguanta un
poco, que no estamos muy lejos del hotel.
_ Ojalá, no me entre tos, porque, como me agarre uno de esos ataques que me
dan, cuando me pongo nervioso, no sé qué pasará_ que exagerado eres, desde
luego tienes a quien parecerte_. Le decía Engracia a su Manolo, que corría,
desesperadamente, tirando de su brazo, para llegar al coche cuanto antes.
El coche se puso en marcha, y el freno estomacal, funcionaba a pedir de
wáter, solo le quedaban pastillas de fijador anal, para un ratito, ¡más no!_
pensaba Manolo, ¡ya verás! El pastel que
vamos a montar, con el coño de la infusión, y del agua esa que era de color churrete
del pantano de los huevos.
En las curvas, Manolo rezaba, ¡Dios mío! Dame fuerzas en los esfínteres
para no cagarme, que además de estrenar calzoncillos, los pantalones son tan
blancos y claros, que no sabré como voy a disimular las manchas.
Engracia, hacia guiños con los morritos, parecía estaba inquieta, hasta que
se sintió en la quietud y el esfuerzo del vehículo un ruidito, de cortinas
sonoras que más parecía una ventosidad expelida por el ano, o sea un vulgar
pedorro larguero_ ¡ay corre…! Corre
Manolo, que me mancho entera_. Asintió con vocecita desgraciada y poco alevosa
la guapa Engracia, aguantando la respiración.
El coche, iba fuera de velocidad, tomaba las órbitas de aquella carretera
peligrosa, la que baja hacia Maella, con un vertiginoso, que quitaba el hipo,
sin embargo no impedía el tráfico intestinal desenfrenado de los ocupantes de
aquel Citroën Saxo de cuatro cuerpos. El tufo vanidoso y pedante se percibida
en cabina, no era de una travesía naturalizada, más bien, se olfateaba la
tragedia a modo de percance inexcusable.
_ Manolo, deja de correr, y detén el coche, si nos para la guardia civil,
encima de multarnos por velocidad, nos encontrará a los dos cagados. No sé que es
peor_, dijo Engracia_, cuando ya no hubo tiempo y el mar de encimas, quedo bajo
su vestido, manchando de marroncito su bajo vientre y por encima de la
tapicería azul del Saxo.
Se escuchó un crujir de intestinos, que no dejó dudas_ ¿paro el coche? dijo
Manolo, mirando a Engracia_, que roja como una amapola, descansaba en el
asiento del copiloto, abatida y olorosa, mas cagada que una recién nacida de
tres días, tras su biberón de frutas silvestres_ Mientras que Manolo,
encharcado, no sabía cómo ponerse para seguir conduciendo sin que le resbalasen
los pies del acelerador y el embrague, debido al engrase de su culata.
1 comentarios:
Es la mejor narración de humor que jamás he leído sin necesidad de ninguna oportuna ilustración
Gracias Emilio por lo que nos haces reír y disfrutar.
Un abrazo Jose Joaquin
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