viernes, 18 de marzo de 2011

Me bajo en Triunfo

Capitulo 1º  Testigos, encausados y licitaciones
Me bajo en Triunfo



Cuando advirtió estaba en el andén del metropolitano en dirección al Supremo, el intervalo le atosigaba, aunque sabía de antemano que él no era el encausado, no vislumbraba ni remotamente, que se iba a relacionar con la diversidad y amalgama mas variada de proscritos, acreditados artesanos de la delincuencia, prototipos deleznables e irracionales, que ciertamente viven fuera de la ley y que ni en los letargos más hostiles hubiera soñado, clases sociales marginadas que están ahí, que circundando la humanidad, violentan a los profanos cuando la casuística y el azar les cruza el camino.

El quejido de las vías del tren le hizo volver a la realidad, cavilaba, que no podía equivocarse y llegar más tarde de la hora en que estaba citado, hizo transbordo para tomar la línea más aproximada al lugar donde estaba su destino.

Concentrado en sus argumentos, no atendía a la muchedumbre que le rodeaba en el itinerario, cuando llegó a su terminal se apeó y andando con paso firme y audaz, llegó a las escaleras mecánicas. Al ascender a la calle observó la mañana tan fantástica que hacía, lucía el sol como si de un día de pleno verano se tratase, de repente volvió a notarse vivo y se fijó en los transeúntes, una auténtica revolución, gentes de toda condición; en caterva, sin coincidir entre ellos, sin saludarse ni tampoco atender el gran alborozo que emitían, aletargados, aseados, desgreñados, indigentes, irrespetuosos. Afluencia terrenal, unos; con más celeridad, sin turbarse, directos a sus penurias, como si el mundo tuviera las horas contadas y de pronto todo concluyera. Otros haciendo de su camino un regodeo, un contento, mirando de no tropezar con aquellos precipitados; y todos sumergidos en sus infortunios.

Mientras caminaba, procuraba de forma particular el estar alerta, generándose en su cerebro, las respuestas a las posibles preguntas del interrogatorio. Los destellos del sol le tocaban suavemente la cara y casi cegaban su vista por el influjo de la luz contra la graduación de los cristales de sus gafas.

Su maquinal le estaba sometiendo a un examen de los incidentes, y se iban presuponiendo las evidencias, quedando muy registradas por si hubiere caso, su convicción estaba conducente y aplomada, y su fonética debía ser templada y con tono comedido, sin ponderaciones, ni teatros, simple y llanamente lo que acaeció.

A fin de cuentas._ seguía reflexionando _ le sacaron de la cama, aquella amanecida del mes de mayo, cuando sonó el teléfono, no eran las cinco de la madrugada todavía, lo despertó la policía, no tenía ni idea de lo que ocurría, hasta que hicieron las preguntas de rigor, y quedó sobrecogido por la noticia.

_ ¿Y ahora qué debo hacer?. Era su última duda antes de aterrizar de su vuelo imaginativo.

Había hecho el trayecto necesario, en un breve espacio de tiempo, transitando las calles de la ciudad. Sin reparar subía la escalinata de los juzgados fijándose en los diferentes carteles indicativos que impávidos, inertes e inviolables mostraban en dos idiomas los diversos departamentos y orientaban a los no habituales.
El vetusto edificio, de una antigüedad no muy lejana, posible construcción mediados del siglo XIX, elegante y señorial visto desde la distancia. Permanecía de puertas abiertas, frente al acceso de entrada los encargados de la protección con ojos cautelosos escudriñaban a todo el que pasaba delante de ellos, al ingresar en el edificio, el servicio de seguridad le hizo desocupar los bolsillos y acceder por la pasarela detectora de metales, el corazón irrumpió en una carrera irrefrenable de pálpitos taquicárdicos, notó que la sangre aceleró su velocidad de sedimentación a niveles extraordinarios. Recogió los objetos personales que habían pasado mediante la cinta transportadora entre las estaciones de control, a la vez que servidumbre especializada lo revisaba desde las pantallas de sondeo. Comenzó a escalar los peldaños, debía subir cuatro pisos, umbrosos, lúgubres y tiznados. Los descansillos anchurosos muy foscos, escasamente un luminoso con el tubo cuasi exhausto pendía del techo con un parpadeo latoso; antagónico con el día tan impoluto que lucía, y que instantes antes había deleitado.

Le costaba cada vez más ascender por aquella vía, en la que se cruzaba con nacidos del más amplio trasgo, cada zona tenía su indicación, no había pérdida ni posibilidad de error. En la cuarta planta se encontraba delimitado el distrito de tribunales que buscaba, el público se agolpaba bajo los dinteles de madera, el ruido era ensordecedor, unos por aquí otros por allá, dentro del desorden, se detuvo por unos instantes, observando in situ lo que se le ofrecía, queriendo descubrir alguna salvedad o pretendiendo distinguir algo que le fuese doméstico, se dirigió a uno de los bufetes que estaban con las puertas de par en par, preguntando si era allí, donde estaba convocado, mostrando un despacho, que había recibido hacia ya poco más de un mes y medio. 
_ ¿Perdone, sería tan amable de informarme si estoy en el lugar adecuado? _ Mostrando la misiva con educación y donaire.
Contestó una empleada, de mediana edad, después de hacer una pausa y oteándolo de arriba abajo, exhibiendo unas descuidadas manos y un cabello muy roñoso _
- Pregunte al oficial Judicial, está en ese departamento, lo identificará, lleva gafas y tiene muy mala leche.- indicándole con un gesto hacia la izquierda (...)

Tomó otra vez el sobado telefonema y acechó justo al lado de la embocadura de la Sala de Vistas, allí había un colectivo de personajes bastante llamativo, entre ellos se encontraba una fémina joven de color. Cabello a modo de coleta corta anudada con una cinta elástica, muy aseada y vestida con sencillez, sobresalían unos ojos profundos y diáfanos, una boca con los labios grandes, la dentadura blanca nacarada, extremadamente pulcra e higiénica.
Razonaba con otra hembra más adulta, de tez cobriza, que por su acento debía ser hispana, predicaba en guisa plañidera y desolada, como queriendo enviar su mensaje a alguno de los que allí se encontraba, el resto eran hombres de edades comprendidas entre los treinta y los sesenta años, pero a todos se les presuponía, que se dedicaban; A la tan famosa protección del orden público.
En especial uno de ellos, tenía los bíceps tatuados con la " Romana de la Ley ", que mostraba con el máximo orgullo. Su persona ofrecía todo un espectáculo narcisista.
Regodeaba su presencia y se embelesaba él mismo, al verse reflejado en los cristales de una ventana. La jerga que tenían entre camaradas era propia de un sainete, presumiendo de actos y de historias un tanto increíbles.
Cuando se abrió aquella cancela apareció un togado con gafas, seguía a una exigua comitiva de individuos, salían del sumario que justo se había celebrado. Aún tenía el aviso en la mano, y abordando al letrado; creyendo era la persona a la que debía presentarse, le hizo la pregunta; este se rió y le comentó que no era el agente judicial.
_Perdone, me han dicho, que era un señor con gafas. _
- Oiga, gafas lleva mucha gente.- Volviendo a reír el letrado y siguiendo su camino sin detenerse.

Adivinó por deducción y por lógica, que los togados no eran el mismo ente jurídico que los oficiales de juzgado, se notó inquieto y atribulado, la nula experiencia, el no haber vivido semejante circunstancia, ni tener referencial en estos casos, el respeto a todo lo que sobreviniese, la falta de seguridad, el ridículo que sintió, hizo enmendar la premura y el anhelo por descubrir al secretario.
Nadie le iba a extender una mano de apoyo, no les interesaba ¡porqué! Cual era su móvil, ni si tenía delitos, o si era el interfecto. Comprendió que era uno más de aquella vorágine; no valían prebendas ni subterfugios, precisaba estar atento, impasible y sosegado.

Justo al concluir aquellos raciocinios, aparecía el auxiliar que pretendía, ésta vez, lo descubrió, además de llevar unos superlativos anteojos, certificó el otro dato, la mala leche, se le suponía, por la apariencia y ademanes. Respiró, llenó los pulmones con unos litros de aquel aire infecto, y le abordó con educación como hizo con el picapleitos, éste se excusó con desprecio, conminando a que aguardara. Con una actitud grosera y dando alaridos desapareció a la carrera averiguando para reprochar a alguien.
Volvió a abismarse de nuevo percatándose del conciliábulo que gastaban aquellas mujeres, visó que aguardaban para entrar en la audiencia, incriminadas de algún delito licencioso y que el resto de personajes, el del porte musculoso y los acólitos eran los agentes que habían procedido a la detención.

_Mira Olegaria, aunque tu; hayas salido de Cuba y te creas que estás en el paraíso terrenal, las cosas no son tan bonitas ni fáciles, en este país hay mucha injusticia y xenofobia.-
Hablaba Domitila, la Dominicana; la de color cobrizo dirigiéndose a la negrita, que la miraba a los ojos, queriendo comprender lo que realmente transmitía su comunicante.-
- Y éstos….. Maderos…, nada más hacen que chulear, no te dejan vivir.
Siguió aduciendo en tono despectivo mientras la morenita Olegaria escuchaba sin reflejar en su rostro mueca alguna.

Guardando el comunicado en un bolsillo volvió la cara para mirarlas. La chismosa latina, denotó que el mensaje había llegado dónde pretendía y acto seguido se puso a vaticinar con la muchacha de dientes amarfilados en una jerga, ininteligible para cualquiera de los que aguantaban allí, quizás le avisó de algún detalle, del hombre del atuendo claro y de la agenda, que seguía sin ser atendido, por el mal educado empleado público.

-Ahora entramos nosotros.- un joven le dijo a Domitila con una sonrisa en la boca, mientras pasaba entre ellas sin detenerse.
-De acuerdo _ contestó ella, con su entonación caribeña, no sin ondular su cuerpo con aquel morbo tropical, tan singular de las bailarinas del Combo Puertorriqueño
-¿ Quién es? _ Preguntó Olegaria, mirando con desconfianza al joven, a medida que se iba alejando. -
- Es nuestro abogado _ le dijo la indiana Domitila, sin dejar de observar al joven con lascivia.

La negrita enseñó los dientes al sonreír, haciendo gesto de complacencia, el intercesor volvió a salir de dónde había entrado y le preguntó algo en susurro, acercándose al oído de la cobriza aborigen.

Ésta contestó con la cabeza haciendo signo de negación y apostillando en voz alta.
-!La negra bembona es mi cuñada¡ Haciendo reconocible la parla dulzona, señalando con la mano, hacia la muchacha de color.

-Está casada con mi hermano. . _ Siguió arguyendo, con una guasa en su rostro, que le centelleaba por la cantidad de maquillaje._
El letrado sonriendo y mirándola de forma penetrante y obscena, se excusó, mientras desaparecía por otra puerta, la criolla, rió y dirigiéndose a su emparentada le charló en rumor bajo del detalle poco educado del secreto que le había confesado el jurisperito, matizando según su lenguaje corporal que le había agradado, la broma del joven defensor.
Con el telegráfico de nuevo en la mano y un poco más tenso pero a la vez más intrigado en lo que se cocía allí, seguía alerta a los acontecimientos.
Domitila la criolla teñida de caoba, con su pelusa escarolada, un tanto desamparada de presencia, justificaba a lo que se dedicaba y no fingía ni se ocultaba. El calzado con ausencia de lustre, así como las uñas de las manos; largas mal perfiladas y puercas, eran sinónimo y postal de visita inequívoca de la ínclita mujer, que bien se diferenciaba de la presencia personal de su cuñada.

Al poco, apareció por el corredor el oficial judicial y el caballero pudo abordarlo haciéndole la interpelación, que tanto tardaba en ser respondida, este abrió una carpeta y miró, indicándole afirmativamente, que esperara, punteando el nombre en su hoja, el juicio estaba previsto para las doce menos cuarto horas; faltaba bastante. El oficial procesal le ordenó con autoridad que aguardara fuera, que serian invocados todos a su tiempo.

Dentro quedaron las dos latinas, los guardianes se habían recogido en otra sala contigua a aquel callejón, justo en el lateral de la Sala de Audiencia, estos jaleaban haciendo uso de su falta de tacto y de posesión de la autoridad mal acreditada, haciéndose notar ostensiblemente, queriendo resarcir algún detalle con la alianza de la secretaria de aquel despacho con quien trataban y comentaban particularidades de alguna intervención callejera.
Con las instrucciones que había recibido y su cita documental guardada por enésima vez, entre una de las hojas del dietario que llevaba, escapó del pasillo, cediendo la antecámara, a las dos peponas que estaban esperando de un momento a otro enfrentarse al juez.

Ya en el corredor, después de oír lo que había y no dando crédito a la situación que le amurallaba comenzó a tener síntomas de intriga y trató de enterarse de qué y cómo funcionaba todo aquel entramado que de forma casual le había llevado a participar como artista incidental en un culebrón enigmático.

Leyó minucioso los panfletos que colgaban suspendidos de una chincheta en los tablones de anuncios. Indicaban los procesos y las vistas que habían sucedido o que estaban por celebrarse, lo comprendió divinamente, se relacionaban por orden de causa, aclarando la hora que se debía celebrar el dictamen, el motivo de la querella, el litigante, el acusado y los circunstantes que aportaban tanto la defensa como la fiscalía.
Allí estaban sus referencias, abiertas a todo el que quisiera descifrarlas, claramente los dos apellidos y el nombre, en calidad de testificación, número de expediente y del documento de identidad, con la dirección del domicilio y hora de la incoación. De los acusados únicamente se reflejaba el patronímico.
En aquel momento conoció como se llamaba el pillastre. Aquellos datos así suministrados, no le hicieron chispa de gracia, al caballero.
Pensaba, ...no sin tribulación _ Será todo lo correcto y lo democrático que se quiera, con tanto chorizo que anda suelto; solo falta proveerles ideas y relaciones, por si no quedan complacidos de los damnificados, poder volver a incomodarlos de nuevo.

Esos registros personales en sus manos que escrutan con sosiego, mientras esperan resolver su última fechoría, son una reseña adicional que no debería estar a su alcance.
No daba crédito a leer aquellas líneas en un lugar semejante. Servidos en bandeja por la propia Administración, con todo lujo de detalles.

_ Inaudito _ seguía rumiando al tiempo que mecía sus cabellos_

Con esos indicios te montan un "sarao" y te birlan hasta la cera de las orejas. Quien había autorizado aquel disloque. Se hacía preguntas sin respuesta, quedando perplejo y desolado.

Aquel claustro era miserable y descuidado, tan mugriento que las pisadas quedaban dibujadas en el mosaico, que morado en su color natural y lleno de polvo, por la infinita dejadez humillaba a la mirada, las colillas de los cigarrillos iban directamente al piso; la estancia carecía de ceniceros, en el afán de prohibición y veto a los fumadores.
El ambiente era sofocante, tanto por la enrarecida atmósfera, como por la poca sistemática que denotan estas estructuras públicas; se manifestaba la ausencia de lo necesario que es para cualquier territorio, tener regulado el dogma, para que nadie se quede sin su castigo cuando lo merezca. Parecía lo contrario, a quien se castiga es ...al infortunado que ha sufrido con el escarnio, estafa o vaya a saber; relacionarlo sería ímprobo por la cantidad de fechorías que existen.
Por regla general, los delincuentes cuentan con derechos y ojito que te pases, o intentes hacerles ver donde está la razón, que saben todos los recovecos de las normas vigentes.
Todo quisque esperaba su turno, mezclados policías, letrados, inculpados, testigos y acólitos; habrían quizás una cuarentena de personas, todas postergadas a la llamada del subalterno.
Los rodapiés marmóreos del corredor habrían sido níveos, pero ahora rotos y desconchados como dentadura perdida, yacían asquerosos. Las paredes graníticas de color grisáceo, perseveraban groseras en su parte baja y vulneradas con huellas de zapato, por la propia falta de atención y limpieza, en el techo faltaban algunas de las lamas de aluminio que separaban el cielo raso, entre las cuales se podían ver los cables de la instalación eléctrica y los tubos de la calefacción, un auténtico paradigma del desorden y de la escasez de pulcritud.
Adosados a las paredes cuatro bancadas de madera noble barnizada, soportaban el peso de la concurrencia que permanecía sentada en ellos, el resto de pié o paseando de derecha a izquierda, amén de los que ambulaban de un lado a otro entrando y saliendo de las diversas puertas que daban al inhóspito pasadizo.
Los fulanos denunciados por delitos cometidos, no mostraban el más mínimo atisbo de preocupación, quizás eran los que más asumido tenían su presencia en aquella cámara, salvo honrosas excepciones, que todas las normas las tiene.
La concurrencia, inhibida comentaban entre ellos mientras otros despachaban con sus portavoces, temas dimanantes de su futuro inmediato, resolviendo las últimas dudas y aclaraciones antes de entrar en el hemiciclo.
Se levantaban del banco con movimientos angustiados y se sentaban otros. Estos quedaban quietos por algún tiempo y los que habían estado acomodados quedaban en pié, y viceversa, como si de una noria de festejo se tratara, la mayoría fumaban despiadadamente, de nuevo el ruido era clamoroso, y el ambiente insoportable, pero sugestivo y candescente.

Al pronto salían aquellas dos alhajas que sollozando escuchaban atentas los comentarios del abogado que tan sólo unos minutos antes les había arrancado la risa, con paso lento se iban alejando, hasta que se perdieron al final del pasillo, del corredor, del tiempo, del juicio, que de forma inapelable, con probidad o sin ella habían recibido sentencia, una sanción de la que se deducía por la imagen que les quedó no estaban en absoluto conformes, esfumándose por el portal de acceso a la cuarta planta.

Tras sus huellas aparecieron en la escena aquellos agentes que ha poco, reían y hablaban en un tono altísimo, que casi escandalizaban. Reunidos y con voces más intrigantes mascullando, no sin guasa intercambiaban opinión sobre la rápida resolución del Señor Juez.
Cada cual tenía su versión parecía que todos estaban de acuerdo con la condena y celebraban de forma activa como se había desarrollado la vista.
-Ni son cuñadas, ni el que va a camelar a la negrona, es hermano de la dominicana, son dos putones que trabajan en el Blustres, un putiferio del ensanche _ adujo el fiscal.

-No tienen remedio, se les hizo un registro en el antro y se les encontró de todo, drogas, prostitución, menores, una auténtica casa de lenocinio, conculcando pederastas y tipejos de toda calaña. Concluyó el letrado.

Habían protagonizado una de las comedias de teatro más hipócritas, al querer airear sus diatribas para que todo aquel que las oyera, les compadeciese, como mujeres de recto proceder.
Estaban acostumbradas a incurrir en el engaño y prorrumpir escenas pintorescas para camuflar así sus andanzas y disimular el latrocinio; Sin suerte para ellas, los magistrados deben tener muy calados a estos impíos personajes. Las pruebas eran concluyentes y el cierre del establecimiento estaba siguiendo recurso legal.
Aquellos funcionarios se despedían, deseándose suerte, abrazándose y dándose achuchones mientras iban caminando para tomar las escaleras y desaparecer como tránsfugas. El jurisconsulto se encerró en uno de los departamentos de la sala y no se dejó ver más.
Dos agentes de la Guardia Civil, pasaron con sus uniformes tradicionales, con sendos detenidos enmanillados, en el corredor se produjo una silente expectación a su paso, la cara de los reos reflejaba en el primero vergüenza y desesperación, con la mirada perdida hacia el suelo y sobrecogido de hombros, con sus manos en posición de clemencia, en el compañero era muy diferente, desparpajo en su rostro, dañaba profundamente a quien le examinaba, presencia digna del más despiadado de los convictos.

Se dirigían a otros lugares dónde otra Sala de Vistas los acogería, otro juez, les tomaría declaración y dictaría sentencia, el paseo fue breve, no tanto como la incertidumbre que dejó aquella imagen a los que impertérritos miraron y que de alguna forma se les reemplazó su figura entre aquellas cadenas arrastradas por los uniformados de la benemérita.
Pasados unos segundos, volvía la normalidad al lugar, los pulmones de los allí presentes, volvían a henchirse con una respiración abdominal, que llenaban de oxigeno ebrio, aire enrarecido, por la falta de ventilación y de según que alientos expelidos, semejantes a los efluvios que salen de las cloacas más profundas.
La sonoridad del vocerío, fue tomando altura y al poco, aquel silencio desapareció, como si del entreacto de una obra cómica se tratara.
La parroquia no tenía conciencia, ni se imponía el clásico remordimiento, nadie adoptaba postura de delincuente, ni siquiera se evidenciaba el motivo por el que se topaba frente a la ley, no había arrepentimiento.
Los hechos estaban así y de forma inconexa o dudosa se dejaban llevar, como si las aguas de un río caudaloso los arrastrase hacia el mar.
Daba igual, aunque de ésta salieran inocentes, o no inculpados. Quedaban tan a gusto, con certeza cualquiera de los infractores allí presentes, visitarán más a menudo de lo imaginable aquel Edén que la ley y la sociedad tienen destinado a tales fines.
Sentados en el primer sitial de madera, el que daba a la derecha según se salía al pasillo de la Sala Grande. A la diestra una mujer con una hija de meses, no más de seis, la niña dormía a la vez que devoraba un chupete de goma que tenía entre los labios y que suspendido por una cadenilla de eslabones de plástico le colgaba del cuello. Notó que era cría por los aretes y por la ropita de color entre rosa y amarillo, babuchas de lona azules. La madre, un cuerpo orondo vestido con ropas extremadas y llamativas, por lo apretadas, no adecuadas para llevar en un acto como el que debían sufrir. A su lado acompañándoles un tipo fornido con atuendo vaquero, trasquilado con esos cortes de cabello que ahora tan de moda están, no se apreciaba si el pelado era por ir a la moda,  o porque había salido de los correccionales. José Ponce, querellante, expediente 1.996-11-18, padre de la niña y compañero de la “ mofletuda mama “  que lucía soberbio escote y minifalda exigua.




Próximo capítulo de " Me bajo en Triunfo" En breves días.
novela narrativa de suspense: escrita por E.Moreno
Los nombres de los personajes, los datos de expedientes, los lugares citados no se ajustan ni corresponden a la realidad. Cualquier parecido con los personajes, situaciones o datos, es pura coincidencia.
El Capítulo publicado aquí es el primero de la novela, sucesivamente se iran editanto hasta completar.
Reservado los derechos de autor.






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