miércoles, 23 de marzo de 2011

Me bajo en Triunfo... Capitulo 3


Capitulo 3º Acontecimientos  descriptivos

Me bajo en Triunfo


De satén negro calado; Con lo que demostraba más pícaramente las curvas y redondeces de su tipo. La calidad del vestuario era visible a pesar de la poca tela utilizada en el original y lo inmoderado del indumento. Prototipo de marca reconocida y con elevado caché que por ser únicos, solo lo sabría quien lo había pagado. Del cuello pendía una cadena gruesa y recia con eslabones engarzados y medalla en oro macizo de unos cuantos quilates, la imagen de la Virgen del Rocío, que torpemente tropezaba entre sus tetas.
El mechón recogido en el occipital de la cabeza a modo de cerneja, sujeto con horquillas plateadas, no demasiado arreglado y decolorado, cejas artificiales depiladas, con toque de rímel agresivo dando paso a unos ojos oscuros con bolsas en los párpados, cara maquillada con exageración y su lenguaje de cortas frases y vulgar verborrea. Los labios bordeados por un carmín color ceniza le subía un poco por encima de la comisura de la boca. La portadora del medallón de oro, no era precisamente una seguidora devota de la cofradía de la “Blanca Paloma” Ni cuando la detuvieron estaba de peregrinaje, ofrendando flores a la Patrona de los Romeros.
 Armada en el quicio de aquella ventana, demostraba la poca vergüenza que ofrecía al mundo, su desparpajo pertinaz rayaba lo inaudito, sus poses inelegantes ofendían a su propia persona. Ceñida, más que eso; prieta de indumentaria atraía la atención de cuantos humanos se arremolinaban en aquel perímetro.
Sus piernas no eran precisamente delgadas y curvas como las de “María Sarmiento “. (Por eso cuenta la leyenda que fue a obrar y se la llevó el viento)
En contra del mito popular, a ésta no se la llevaba nadie, si ella no lo permitía.
Enfundadas por unas medias indesmallables brillantes, lucían con privilegio. La dimensión de carnadura que enseñaba era mucha y los que allí esperaban estaban encantados con aquel cuerpo.
Había consumido el pitillo y volvió a su localidad, a repantigarse y asir de un bolso que reposaba bajo su asiento, un biberón repleto de leche ya preparado, que agitó con movimientos cadenciales, mirando a uno y otro lado mientras Rosita estaba ya despierta aún en brazos del pelado, la chispeante se había sentado en la misma plaza que había dejado abandonada, nadie había ocupado el sitial, esperando que de un momento a otro la cristiana de la exhibición se aposentara. No se pestañeaba, todos absortos, listos para ver el desarrollo de los próximos minutos, que prometían ser de lo más cautivador.
Con el gesto menos cuidado y las enaguas más arriba del medio muslo, se preparaba y disponía a dar aquel biberón a Rosita, los espectadores oficiales estaban aparcados frontalmente al banco ocupado por la damisela; seguía agitando el compuesto lácteo que le iba a ofrecer a la criatura. El panzudo ya no hacía fiestas ni ruidos guturales y sus compañeros estaban hermanados junto a él, mirando atentamente aquellas piernas que exuberantes se mostraban desde los tobillos hasta más arriba del liguero, reflejando un panorama seductor. Tomó la niña en brazos y comenzó a darle de comer, mientras veía cómo aquellos gestores de la seguridad ciudadana seguían con sus retinas puestas en el bajo vientre, en la cavidad central y baja del abdomen, dónde podían verse con excelsa claridad, la prenda interior que cubre desde la cintura hasta el arranque de las piernas; unas bragas que mantuvieron complacido a todo bicho viviente y nadie pudo malgastar detalle del nuevo episodio de naturaleza femenina.
Inoportuna complicación cuando unos ruidos estruendosos, hicieron desconectar a los embelesados, porque salían de la Audiencia, la madre del joven de la expectoración perruna. Aquel muchacho de la cara enfermiza, le seguía a unos pasos, la preocupada cómplice que le daba tabaco y consejos, lloraba desconsoladamente pidiéndole explicaciones en la forma que podía y con socaliñas insistentes a la abogada, que se justificaba como una aprendiza de supermercado, sin experiencia.
La tos irrumpió fulminante, ronca y rota haciéndose notar en el pasillo, sonó sus narices con un pañuelo de papel y enjuagó el sudor frío de su frontal, interesándose en el comentario de su representante.
El compañero; …aquel zagal de las piernas enormes, que controlaba no hacía mucho su proceder, se mostraba algo más alterado y pensativo, su semblante había cambiado radicalmente, después de haber pasado ante él la vara de medir. No prestaba esmero a lo que le cercaba, una humedad fría le brotaba, sus manos temblorosas ayudaban torpemente a secarse la sudación de la cara, su mirada fijada en aquel suelo profundamente hediondo, le hacían ausente, se ajustó las gafas y guardó su moquero, recogiéndolo sutilmente.
La madraza con ojos enrojecidos del llanto, gemía y balbuceaba, sin pretensión de ocultar sus sentimientos, comprendiendo que sería implacable el destino inmediato con su hijo, que a pesar de no tener atenuante, tratara de dulcificar la falta cometida por aquellos desbarbados, inducidos por la sociedad, el vicio y las compañas.
_No es posible, mi hijo fue engañado_ hablaba dirigiéndose a la abogada, esperando respuesta.
_Cálmese, recurriremos, además el auto no ha concluido_ le contestaba la abogada, queriendo apartarla de su camino.
La erudita muy nerviosa, se encogía de hombros y articulaba palabras que nadie comprendía, los dos adolescentes no pronunciaban vocablo, asumiendo la realidad y poco a poco fueron abandonando el corredor, todos ellos como alma en pena, abogada, encausados y acompañante, claramente les asediaba un piélago de dudas y confusiones.
Al salir los policías que hicieron la detención de los susodichos, en un comentario manifestaron que iban a escapar mal, faltaba la sentencia pero que les esperaba, la fría celda.
_La falsificación de documentos y el robo con allanamiento, se paga con creces y más tratándose de personas de tan acuciada bisoñez, la corrupción y el tráfico de estupefacientes les ha llevado a esta situación_ Seguía diciendo el agente.
_Estos dos mozos han entrado en un sendero desatinado, trabajaban juntos en un gabinete de bolsa y falsificaron unas acciones y pagarés que habían sustraído de caja a un alto empleado de la compañía.
Los modismos de aquel grupo de juristas y adjuntos fueron eclipsándose hasta la portezuela de salida dónde desaparecieron
Don Raimundo, que había estado inmerso en el espectáculo que ofrecía la “araña negra“, en su ilustración práctica de intimísima lencería oculta; notabase más inestable, con entradas y salidas a la Antecámara de Vistas, hablando con el blondo teñido. La inseparable, tenía las neuronas rotas, pero en la cara se reflejaba la vergüenza ajena que sentía, el sufrimiento que emanaba, no podía ser camuflado, estaba al límite. En cambio Goyito, parecía simular como un feriante circense, se hubiese confundido con el místico más honorable, engañando al mismísimo ángel del mal.
Su cara de espíritu celestial vendía solemnidad y paz, listo como los aduaneros de tributos, su garbo para el embrollo y su requisito de tener bien pertrechado el encéfalo para delinquir aún le hacía más ignominioso.
_Nadie sabe lo más recóndito de otro si éste no lo divulga o lo revela, _ Meditaba aquel varón que no perdía el filamento de lo acontecido, al tiempo que veía el devenir de aquella urdimbre.
Era alucinante la parodia, el pretender pasar por un probo ciudadano; la actuación de flemático y de íntegro rayaba lo sublime, verlo chacharear con Don Raimundo haciendo ceremonia de una exquisita educación y siempre presto a sus solicitudes, sin abandonar la ternura que hacía gala para alentar a su acompañanta y mitigar aquel estrago que estaba vadeando. Bordaba con su actuación el premio “Goya“al mejor protagonista masculino en una de esas películas de intriga.
Le juzgaban por el delito de robo con intimidación. No presentaba ser un individuo brutal sin modales, un vulgar matachín para violentar en el acto de la perpetración, denotaba empaque de frío como carámbano de hielo y codicioso para dar un tiento, de guante blanco.
Todo sucedió en una de esas salidas de juerga satánicas que Goyito Ramírez disfrutaba con su caterva de amigotes en el antro más nefasto de la ciudad, atestado de gentes de mal vivir, donde auxiliaba servicios la impúdica ninfa, la sílfide que enseñaba las prendas interiores.
Aprovechando la nocturnidad y el apoyo de sus colegas, para perpetrar de forma impune un atraco con alevosía, a la vez que se lo pasaban en grande con placeres lascivos incluidos.
Catacumba consagrada a la exhibición de la descollante inspiración pornográfica, despliegue de desmesuradas vedettes de excelsitud, definiendo sus cualidades sensuales, donde es tolerable cualquier cachondez imaginada, con hartura de mujerío y depravación contumaz.
La descocada “mamá me mima” estaba en la barra, sirviendo bebidas a comisión, considerando quien precisaba un trago corto y frecuente, el atuendo que portaba era para evitar la frigidez, mostraba al completo los senos sin pudor y sin remilgos, haciendo despilfarrar más de la cuenta a los parroquianos asiduos y a los ocasionales.
Turba del hampa y truhanes, todos en busca de narcóticos y de sexo, perturbados en su entraña por los rigores de los alucinógenos.
Goyito estaba gracioso y excitado, incitando los privilegios de la madame, que se contorneaba a lo largo del mostrador haciendo acciones y menciones sexuales para mantener despiertos a los clientes, amén de llenar las tazas con bebida afrodisíaca. La poca luz del cubil hacía despertar el afán y ver más allá de lo concebible, la polifonía ayudaba a entrar en el enredo, el alcohol, el humo y los perfumes se federaban haciendo del momento un paradigma de provocación.
Los conflictos estaban a punto de aflorar, tal y como se estaba erizando la madrugada, la caja registradora del escondrijo se abría únicamente para depositar billetes de curso legal, arribados de los más variados favores lúdicos que se estaban produciendo de tanto consumo y tanto descorche. La cajera se negaba a entrar en el acotado con aquel hombre tan original y teñido, sólo pretendía que éste gastara cuanto más mejor, mientras ella vaciaba su copa diligente y de forma disimulada en la clásica maceta con aquel arbusto tropical que son tan borrachas como los propios clientes y sirven de soporte de evacuación a las consumiciones de las entretenidas. La intención de Goyo no era otra que entrar en el privado con la servidora con malévola intención de forzarla y una vez halagado expoliar todo el dinero.
El burdel estaba de bote en bote, atiborrado de gamberros, ebrios y extravagantes que pretendían pasárselo descomunal con aquel aquelarre de mujeres desabrigadas, perfumadas y lujuriosas.
En cuanto la mesalina estaba distraída en su descorche habitual apareció la brutal intimidación, conminó con arma blanca y trató por la fuerza prender lo que no era suyo, se generó un pilfostio descomunal. La disoluta inició a vociferar y a librar batalla con uñas y colmillos protegida y aupada por las prostitutas y travestidos del cuchitril.
Había nacido el meneo y se dimanó una pelotera, entre los frecuentes y los que estaban de paso, habiendo costaladas, combate y desafío. Las botellas y las banquetas en volandas y las magulladuras brotaron respecto de tanta barbaridad.
No era la inicial de la aprehensión de Ramírez, ni sería la ulterior, su trajín no está admitido por la colectividad, aunque subsisten diversos diplomados en rapacidad y chusma que la coronan, no se instruye en las escuelas, se ilustra en el bulevar y a brega de prácticas se llega a ser dómine en delincuencia y despojo de lo ajeno.
Intentaba fingir, el señorito de las galanuras y las atenciones fingidas, desconcertaba a su abogado, sufría una segmentación de personalidad, estaba actuando frente a todos, era un diplomado de su profesión. No correspondía con aquella educación y la tan cuidada urbanidad que mostraba en el patio de juzgados, con todo el rebozado y falso proceder que le rodeaba.
Cuando intervino la autoridad, se llevaron arrestados a todos los que mediaron en el propósito y ahí estaba aquel humilde declarante. El sigiloso del pelo grisáceo, aquel que no abría la boca para nada, el que miraba y callaba. Un tal Cándido; que pletórico en fiestas una vez en su vida, haciéndose un homenaje varonil y, burlando sólo en esa ocasión a su regente esposa, pasarlo en grande con unos amigos, que le llevaron al cabaret, con intención de hacerle pasar una velada inimaginable y pudiera excederse luego en detalles cuando volviera a su ciudad. Contando maravillas y hazañas a sus íntimos, como se suele hacer con exageración falsaria para vigorizar el ego.
Se tropezó con la más amarga de las situaciones, se vio entre bambalinas, pelanduscas y plumas para comenzar y entre rejas, leyes y declaraciones después para rematar. Asenso de las justificaciones a la parienta y de los dispendios que hubo de resistir, tan solo por pasar una noche de parranda.
Los arranques de Don Raimundo no eran usuales, ni tampoco la sonrisa de chungueo del picapleitos del padre de Rosita, que esperaba con suma tranquilidad leyendo unos pliegos y por qué no, echando de cuando en cuando un repaso a la dama de las bragas azabache.
Dentro de todo aquel ambiente, que ya se había transformado en jocundo para algunos y lábil para otros, sólo quedaba la fortuna de ultimar cuanto antes y olvidar toda aquella vivencia, que no más comportaba desconsuelo.
Entre la feligresía que debía declarar como autores de la captura de Meliodoro; Aguardaban unos oficiales que parecían supeditarse al mismo cuerpo, uno portaba unas botas altas de montaña y más bien parecía un jinete, robusto y simpático, el compañero y amigo, inseparable; le custodiaba las espaldas, sería por auto protección que tienen entre sí. Era más bien achaparrado y llevaba unas gafas de sol progresivas demostrando su hipermetropía; otro detalle que le hacía sobresalir de entre el grupo, su tartamudez, cuando hablaba se obstruía.
El tripudo gubernativo, que gustaba de hacer gaterías al bebé y prevalerse para hacer miradas de encantamiento, explicaba a sus dos camaradas detalles de la incoación por escándalos e intento de violación contra éste hombre, Meliodoro. De unos sesenta años de edad, menudo y enjuto; de profesión chatarrero. Causa interpuesta por el padrastro de Dolores, la muchacha del bolso, la que no miraba a los ojos y no tenía documento fehaciente de identidad. Mientras los actuantes estaban en la antesala, estos esperaban por si tenían que concursar a petición del Magistrado.
_ Que le ha pasado a esta tía - preguntó el más letífico como si no supiera del asunto.
_ Se desnudó medio cuerpo para encender al trapero, y con insinuaciones, le provocaba y lo incitaba, para que se acercara a ella. _ contesta el que parecía más profesional de los tres.
_Le aturdió de tal manera que ciego y sin sosiego, aprovechando la hora y dónde se encontraban, el tipo cayó en la maquinación cómo un imbécil. - siguió apostillando.
_Fue una noche del invierno pasado, serían ya bien las doce y media, en el rellano de su escalera, ella estaba bebida o drogada, escondida en la penumbra, medio desnuda, cuando llegó el abuelo, le provocó, y éste entró al trapo; Cuando el añoso estaba dando servicio, y desquiciado apretando a la chavala, ésta debió ver que se había equivocado de víctima y como lo tenían todo urdido entre ella y su colega, quisieron cortar en un plis… plas… y ya no podían frenar al burrito quincallero. Este pobre hombre, quería rematar lo que había comenzado y fuera de sí, dislocado e irracional, sin contemplaciones forzó una cruel situación. Hubo golpes, arañazos y mil cosas. Esperaban a alguien que no sabemos._Afirmo el gubernativo.
_ Bueno pues comenzó a chillar y a vocear formando el gran escándalo. _ Finalizando su charla.
_ Sin embargo oyes la declaración de Dolores y explica que ella estaba para llegar a su casa esa noche y que hacía días que el viejo la perseguía, haciéndole proposiciones carnales y ve tú a saber._ apostillaba su camarada, el parecido a un jinete
_No vayas a pensar que el abuelo es un memo, aunque se haga el tierno y el que no sabía…, cuando vio las carnes prietas y jóvenes, se lanzó a por todas, a pesar de la poca luz, que había en aquella ruinosa escalera, con la agravante, que podía salir su parentela en cualquier instante y sorprenderlo. _ argumentó el tartajoso
_ ¿Este tío, el Meliodoro, el ferrallista para aclararnos, tiene familia y viven en el mismo barrio? _ Preguntó el más alegre, el calzado con botas.
_ Si hombre, pero si el abuelo debe conocer a la nenita desde hace una pila de años y repito, según dice ella, que desmiente todo lo que apostilla el yayo, fue el quincallero, quien hacía meses, que la perseguía incluso ofreciéndole pasta._ siguió charlando el achaparrado con balbuceos ocasionales.
_ Además quieren que parezca, que la tal Dolores, es una pobre ingenua, que ha sido forzada siempre al trapicheo y a hacer la calle, por el chulo asqueroso del tipejo que le acompaña, que es padrastro y no sé, pero algo oculta ese cabrón. De hecho, esta pareja fue juzgada antes; son reincidentes y se ganan la vida así, poniendo en jaque a los imbéciles, unas veces les saldrá bien y al pobre que pillen, lo fastidiarán y le sacarán toda la pasta que puedan. No son buena gente, aunque ella tenga esa cara de corderillo. _finalizó el panzudo
El vecindario, oyendo la sonoridad de golpes, gritos y aullidos intentaron poner paz pero al reconocer que los actuantes eran miembros de aquel edificio y alguno, familiares de uno y otro bando, entraron en una alteración áspera dándose azotes y empellones que propiciaron a alguien a dar aviso a los judiciales y se presentaron al lugar de los hechos, de aquella comunidad, de uno de los barrios marginales de la ciudad. El chulo de Dolores interpuso querella por abuso e intento de violación del infausto tripicallero.
_Menuda zorra astuta_ Tartajeó haciendo una pausa y retomando su charla.
_No lo parece; si la vigilas, semeja tímida; Pero es cogotuda y arpía. _ Dijo el mirón, subiéndose los pantalones hasta la cintura, sonriendo como un mentecato.
Todo aquel drama con su desarrollo de actos y concurrencias acabó en el cuartelillo, enchiquerando a los que intervinieron en la bacanal.
Los alaridos de la buscona al verse descubierta sin coartada y por no tener eximente eran de órdago, había tenido que intervenir la fuerza pública para separar a las dos familias que enzarzadas en pelea no ponían fin a la reyerta.
El septuagenario con la cara molida de los arañazos y ostias hacía esfuerzos para que los pantalones no le cayeran al suelo, después de haberlos abrochado mal. Dolores gemía de rabia con la blusa destrozada mostrando los sujetadores que amagaban su fértil cosecha; trataba de zafarse de la familia del pétreo senil. Empellones, mordeduras, improperios, groserías. La camioneta celular los acercó a la comisaría y allí pasaron la primera velada.
El colectivo de gendarmes charlaba y esperaban por si el juzgador, necesitaba las versiones de la policía. Apareció en escena el empleado del juzgado, con la misma impronta que había mantenido, algo sudado y con la energía vital que le caracterizaba, la carpeta de pliegos en la diestra y arreglándose algo el flequillo con la otra.
Citó a las partes litigantes que esperaban por el caso de robo con intimidación. Los letrados miraron alrededor de sí, haciendo señal gesticular de entrada. José Ponce se apresuró y junto con su comitiva penetraron en el pasillo, tras ellos Ramírez y su valedor, quedando ocultos tras la puerta.
En la espera quedaron la ninfa mostrando carne por una banda y la fumadora nerviosa por la otra, se miraron con desdén como dos lobas heridas, prestas a defender lo que cada una pretendía.
Un hombre alto con el pelo engominado y vestimenta deportiva hacía entrada en aquel corredor, accediendo sin cortapisas al despacho dónde estaban los administrativos de juzgados, no pasaron cinco minutos cuando estaba ya de nuevo en el pasillo, recorriendo de un lado a otro la estancia sin prisa, mirando ciertamente su reloj de vez en cuando, observaba al personal que estaba presente en el habitáculo, sin dejar de moverse, escuchaba de forma descarada las conversaciones del resto de los presentes.
El portal se abrió, salían Dolores acompañada por el hombre de las tres insignias agarrados del brazo, en su cara se denotaba el gesto de contrición, el hombre con aires de poca conformidad, puso su brazo sobre la espalda de la chica.
El rictus de la cara de Dolores había empeorado, los ojos húmedos haciendo jeribeques y guiños, el bolso aguerrido bajo su axila y expeditos salieron hasta que se perdieron en el fondo, sin dejar más rastro que el de asiduos a la delincuencia más baja y doliente.
Tras sus pasos, Meliodoro y su erudito representante, comentando detalles de los últimos minutos, hicieron una pausa en su caminar. Al acto los guardias que esperaban como apoyo al testimonio se acercaron a ellos, haciendo suya también la conversación animosa que mantenían.
_ Nada, tranquilo usted es una víctima _ adujo sin convicción el abogado.
_ Pero Lolita, no se marchará de vacío, es reincidente y experta _ prosiguió el abogado.
_ No sé qué debo hacer, tenga en cuenta que vivimos en el mismo barrio._ manifestó el vejestorio, haciéndose el desvalido
_ Podía haberlo pensado antes de meterle mano._ Inquirió el licenciado, riendo como mofándose del abuelo.
_Tenga más ojo, Meliodoro y no se busque lo que no tiene _ pronosticó el letrado, mirándolo con ojos de poca confianza.
_Abogado; si no nos necesita nos vamos._ Preguntaron los agentes, con ganas de abandonar mirando con sorna al anciano que parecía una borrega aterrada.
_Ya pueden ir y gracias._ les autorizó el jurista.
El fisgón de las zalamerías y sus colegas se retiraron. Quedaron el legista y Meliodoro viendo cómo era la retirada de los guardianes, que iban a requerir el documento de presencia y el boletín de dietas. Cuando desaparecieron, continuaron privativamente la charla.
_ No creo que el juez de la causa tarde mucho en dar sentencia._El asesor adujo, mirando fijamente a los ojos del chatarrista que no se encontraba en su mejor momento.
_Usted, cree que saldré bien parado de esta pesadilla._ Preguntó Meliodoro.
_ De la resolución del Juez, casi con seguridad, de las repercusiones no lo sé. _ dijo el representante
_ Hemos de esperar, confiemos que Su Señoría haga justicia, aunque a usted _ siguió diciendo.
Con pasos cortos y cansinos iban distanciándose del lugar y la locución se perdía sin dejarse oír, alejándose ambos.
Dejó de merodear por un instante el hombre del pelo rezumante en brillantina, ya estaba en compañía de otro joven colega y ambos se acercaron al hombre del traje y el dietario, que esperaba exhorto y sin perder pormenor de cuantos dilemas habían suscitado su notoria indiscreción.
_ ¿Usted es el propietario del vehículo del procedimiento que viene ahora, verdad?_ Preguntó el hombre bien peinado.
_ Sí, estoy esperando hace rato _contestó con un, ...no sabiendo aún a quien se dirigía.
_Nosotros, somos los guardias que detuvimos al pillo y hablamos por teléfono aquella madrugada.
_ ¡Fueron ustedes, no sabía! _Al escuchar aquellas manifestaciones, ya entendía toda la consecuencia de aquel interrogatorio.
_El jayuelo, no se ha presentado, por aquí no le veo _ Decían entre ellos riendo de forma picaresca
_ ¿Es que le conocen? _ Directamente, argumentó el hombre del traje claro.
_ Una cara como la que tiene, no se olvida fácilmente; además es reincidente. Creo que suspenderán la vista._ Seguía diciendo aquel guardia civil, sin fijeza en los ojos y arropándose en su colega.
_ ¿Eso es legal, después de todas las molestias que han ocasionado y el tiempo que llevo perdido?- Manifestó con rabia aquel hombre, que ya estaba hasta los tuétanos de tanta mierda y tanta espera
_ Así es la vida, caballero. Estamos por el pasillo. Ya nos veremos _ Le dejaron con la palabra casi en la boca sin contestar a la pregunta recorriendo aquel infectado corredor, con las manos en los bolsillos.
Volvió a sentarse por unos instantes, pero ya fue inútil quedarse inmóvil sobre aquel alojamiento, sin que su sesera dejara de hacerle resucitar todo aquel espejismo, que le llevaba de cráneo, hacía ya algún tiempo y según las perspectivas, aun debía durar todo lo que la Ley quisiera, perdiendo horas de trabajo dinero y tranquilidad. Estaba claro que todas aquellas molestias y quejumbres no importaban a nadie más que al interfecto, en esta tragedia gélida siempre salía beneficiado el forajido ladrón, que con su proceder fastidió en grado al hombre del telegrama.

_ La llamada “Justicia “, siempre actúa de “Pilatos “, sus escasos beneficios siempre lo aprovecha quien nada pierde. Pero… eso no era relevante, no fuera que molestemos a los rateros y granujas y sea más caro el ajo que el pollo_ Pensaba con irritación y fiereza. (Continuará…)


Próximo capítulo de " Me bajo en Triunfo" En breves días.
novela narrativa de suspense: escrita por E.Moreno
Los nombres de los personajes, los datos de expedientes, los lugares citados no se ajustan ni corresponden a la realidad. Cualquier parecido con los personajes, situaciones o datos, es pura coincidencia.
Otro capítulo publicado de la novela, sucesivamente se iran editanto hasta completar.
Reservado los derechos de autor.






1 comentarios:

Abel Santos dijo...

Te felicito Emilio, por lo poco que he podido leer está muy bien este libro que te traes entre manos. Y la portada me parece muy pero que muy acertada. Un abrazo

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