Era
media mañana, y aquel funcionario quería aclarar, y dejar firmado y
bien atado el permiso de vacaciones que necesitaba. Le correspondía
por ley, y estaba muy harto de sacrificios para la empresa, sin que
le reconocieran a penas nada.
Además
necesitaba liberarse de la presión de aquel tormento, en que se
había transformado la labor en la oficina y encima soportar a todos
los indisciplinados directores, a los cuales estaba sometido. Llamó
al líder del proyecto por teléfono a la Central, para ponerle al
corriente y cerrar aquel asunto.
Año
tras año, estuvo aguantando, sin poder expresar su disconformidad y
sus métodos, quizás más sencillos y sin el boato que otros usaban,
pero consiguiendo sus cifras con lo más práctico, que era trabajar
y aportar el conocimiento adquirido y la profesión, para la
resolución de los conflictos.
Con
lo que, igual aquella industria, hubiese ahorrado en zarandajas.
Elías,
ya estaba hasta los tuétanos de tanta falsedad y a toda costa,
pretendía por lo pronto, tener firmadas la autorización de ausencia
anual y salir de aquel pantano de controversias, reunirse con su
familia y descansar. Sobre todo descansar.
Al
inicio de aquella jornada, se puso en contacto con Roberto Birria, su
jefe inmediato. El señor Birria, era uno de los dos, cabecillas
intermedios.
Abanderado
nefasto del departamento, que sumado al otro fanfarrón que competía
en las cuestiones de organización, nunca llegaban a puntos
definitorios y las soluciones las tenían que abordar, los que
estaban por debajo en el escalafón intermedio de la jefatura. El
ínclito presumido, que le acompañaba en el mando era, Saúl
Farsante Sancocho, muy parecido en presencia al famoso torero
valenciano Chévere Letona, el que enamoraba a las mujeres en cuanto
le miraban, y con semejante parecido, no podía entenderse, como
había llegado tan bajo aquel cínico y baladrón personaje.
Contrario al matador de toros, creyéndose que era poco menos que
Dios, y trataba a las mujeres del departamento, como si les perdonara
la vida, sin educación y con un descaro no propio de un caballero.
Intentando
convencer a los veteranos, con sus tesis, totalmente descafeinadas,
por lo que intentó fastidiar no solo a su colega el señor Birria,
sino que lo practicó con todo el departamento. Tan solo para
presumir ante el Presidente de la Entidad, y dejar a todos sus
colegas con un color añejo de incapacidad.
En
«petit comité», lo bautizaron como lo que era: «un cerdo».
Dos
auténticos pelotas, rastreros y «chupa ojetes» Don Birria y Don
Chévere, ambos intendentes de sección de la firma.
Un
dúo de descerebrados, e indignos figuras deslucidas. Usados por los
semi- directores, aspirantes a Delegados en España, para que les
hicieran las labores de baldeo domestico. Los que presentaban las
listas del personal que sobraba, para el despido. Los artífices
generadores de las crisis en la entidad. Los que decidían si éste,
o aquel, se quedaba en plaza o debía ser destinado al punto más
lejano de la geografía.
Impresentables,
que habían conseguido sus puestos, a base de cargarse a compañeros,
haciéndoles la cama y dejándoles con el «culo al aire» Como
intentaron hacer con Cristina, una ejecutiva muy bien preparada, que
a la hora de desprestigiarla, les salió rana, y por poco les cuesta
su propia cabeza.
Creían
que la ingeniera, que además dominaba tres idiomas, no tenía
pelotas ni ovarios. Saliéndoles el tiro por la culata, cuando esta
señora, quedó nombrada como Directora de Futuro, registrándose en
el escalafón de mandos por encima de ellos, con mando ejecutivo y
categoría fuera del Convenio.
Detalle
que aceptaron de buen grado, como cínicos y falsarios, y cuando la
veían de frente la adulaban e incluso la piropeaban—para mofarse
de ella—, siendo la pobre, poco agraciada, con la belleza.
Nada
que ver, con su éxito como ejecutiva y organizadora, al someter con
sus agallas y las pelotas que demostró, gobernando a tanto
sinvergüenza barato, que les amargó la vida, hasta que comenzaron a
dar resultado, simplemente por trabajar y cumplir con el horario.
Se
acercaba la semana del Pilar, era octubre y Elías pretendía estar
ausente de aquel Centro de Trabajo, el resto le daba exactamente
igual, eso es lo que habían conseguido los dos artificieros de la
sinrazón.
Acostumbrado
a una norma, la que había antes, tan rígida y tan sin vibraciones,
que ahora, con estos coordinadores, tan faltos de profesión, tan
sumisos, con tanto miedo y con tan poca experiencia, dejaban mucho
que desear.
Así
que Elías propició, «muy Murry» y cicatero, la conversación con
el sospechoso Roberto, para que le firmara los permisos, sin más
pero, con la experiencia del veterano empleado, usó de las mismas
fórmulas que ellos practicaban y con una noticia de ascenso
inmediato, de un compañero externo, al que por cierto, le tenía
mucha fobia, le entró a su responsable el señor; Birria.
—Buenos
días Roberto, te emplazo a que firmes mis vacaciones, tienes los
documentos en tu poder, los remití hace dos días—Los necesitas
todos ahora, precisamente—Instó el firmante, con poco gusto, y
menos ganas de rubricar. Notando que debía disponer a un sustituto,
para cubrir las ausencias.
—¡Pues
claro! No todo van a ser sacrificios, Trabajo para vivir, ¡Como tu,
imagino! Aunque a veces, llego a dudarlo—Asintió Elías con
desparpajo.
Hizo
una pausa de breves segundos y le entró al señor Birria, con lo que
sabía le iba a tocar los testículos, sin usar tan siquiera las
manos.
—Te
has enterado del nuevo cargo de Director de Fábrica, que ha
conseguido en buena liz tu amigo y colega Francisco.
—¿Frank
Protio?—, dudó Birria, al nombrarle—y se le escapó una
onomatopeya díscola y cargada de envidia, intentando disimular.
—¿Al
final lo han ascendido?
—Es
prácticamente un hecho—dijo Elías—, no se ha hecho oficial,
pero ya sabes que tengo oyentes en todos sitios, y lo sé de buena
tinta. Se hará oficial, el viernes, en la Junta de Capacidad.
No
pudo nivelar, ni evitar su disconformidad y demostrar sus celos, por
la noticia del nuevo cargo, en el colega que menos esperaba. Aquel
con el que nadie contaba, ni estaba dentro de la terna de los
futuribles a apoderados.
Otro
artista de los pasillos y de los “chismes al oído”, otro fulano
dedicado al «no
comentes, pero que sepas», y —regalaba los
oídos, con críticas y desatenciones.
Un
gaitan desalmado, que buscaba cargo, prestigio y dinero, como ellos,
los fans Roberto y Saúl, para colocarse, desde ya, en la posición
destacada de los directores de la factoría.
Despacho
y cargo apetecible, que todo advenedizo y petulante aspiraba ocupar
y, entre los presuntuosos, estaba precisamente Roberto Birria, que a
su vez se enteró de buena tinta, por boca de su empleado más
desatento, y que insinuando tener poco valor lo conseguido, por su
amigo Frank, volvió a la realidad y a la firma de las autorizaciones
que tenía pendiente, recalcando con muy mala gana, como era
costumbre en un desgraciado como era aquel pisaverde.
Dejando
aparte, aquella «alegría trampa», que recibía por parte de Elías,
con cierto retintín, insistió, sin modo alguno.
—Aquí
veo, mucho documento, para firmar, ¡Aclárate Elías!,
por favor.
Atosigó
el responsable. El disgusto, se había apoderado del jefe Birria, y
ya obnubilado, no carburaba, «por otra
parte, lo que pretendía Elías, en el momento de la rubrica»,
era evitarse disputas y preguntas, exigencias y negaciones. Así
estando cabreado el capataz, con la buena nueva de su colega Franki,
no haría preguntas, más allá de las que solía hacer.
—He
de firmar los de la semana del Pilar y los de la Navidad, ¿no crees
que es demasiado? —le anunció Roberto Birria
—¡Pues
no lo es!—rebatió Elías, con osadía.
—Llevo
dos años, quedándome sin fiestas en octubre y en Navidad, desde la
canción y el miedo del cambio de siglo, con el susto del que pasará.
Además,
nosotros no somos insustituibles como los sois tu y Saúl, todos
tenemos sustitutos y para eso los habéis previsto, o ¿No?
Continuó
con sus cataplasmas, poniendo la misma voz acostumbrada de
traicionero, y firmó todos los permisos, no sin anunciarle a Elías,
el adelanto de sus últimas infamias, que con seguridad, las tendría
pensadas desde tiempo.
—En
cualquier momento hemos de hablar, igual tengo una oferta interesante
para ti y lo mismo, te interesa aprovechar. Las cosas se están
poniendo muy duras y en el departamento empezamos a querer hacer
cambios.
—Pues
cuando quieras, pero antes de esa conversación que propones, deja
que pasen los días de permiso que has firmado y con eso, ya nos
ponemos en principios del próximo año, y como dicen… quien
sabe donde estaremos entonces, ¿Verdad?, igual tu ya ni eres mi
jefe.
—¿¡Qué
sabes tú de eso!?—preguntó desquiciado el señor Birria, y Elías
no queriendo entender y desviando lo escuchado, se hizo el loco, y no
respondió.
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