Acostumbra a
presumir de sus andanzas y de sus consecuciones. Todas ellas fundadas en la
falacia y en la cachondez. No hay cosa que se le resista, ni mujer que no caiga
a sus pies deshechita de deseo y atracción, cuando le oyen declamar sus
anonimatos exasperantes o sus refranes retocados que te dejan fuera de juego,
por no venir a cuento.
Tampoco a su vez
existe, tema del que no entienda o esté
más versado que nadie.
Te lleva la
contraria en todas las conversaciones que trenzas de inicio y si se tercia, se
apodera de palabras, hechos o consecuencias que no le pertenecen a él, que
igual las ha oído, y se ha adueñado. Tíos así se les conoce pronto.
En ambos casos y en
estas dos tesituras explícitas actúan en la misma forma o parecida.
La primera: Se la han
escuchado decir a alguien lejano y se apoderan de la misma por encantarles, la
hacen como si fueran suyas _: entonces nadie le rebate, por desconocimiento
lejano.
La segunda: cuando la
frase o el acudido, o el pensamiento es de alguien cercano y conocido, que
igual está presente, aunque tras del enamoramiento de la palabra no recuerde de
donde procede la autoría; se jacta pronunciándola como tracista e inventor.
Dado ese caso y en ese momento, la tenemos en discusión y risas.
También es verdad
que todo el mundo del entorno está al tanto y ya pues; todas las bravatas y
exageraciones, verdaderas o falsas se transforman en lo que llamamos: N.A.S.A, Normal Adaptation
Situet Accepted, que en nuestro lenguaje coloquial significa: Situación Normal Adaptada y Aceptada. Llevada con la relación de amistad que nos une de siempre.
De ahí que en una
de sus ensoñaciones nos deleitó con una historia verdadera, pero traída a su
antojo para demostrar su gran valentía y su arrojo ante adversidades que no
dejan de ser cotidianas en las vidas normales de los normales a los que
frecuentamos.
Un buen día, con
tanta prisa como lleva siempre, debido a su valiosísimo tiempo, que no se
"puede aguantar", o a ese nervio imperativo y audaz por querer
hacerlo todo rápido y sin complicaciones, se montó en un tren de cercanías con
dirección contraria a donde pretendía llegar, explicando su versión a
posteriori, con ganas de presumir ante quien le rodeaba. Versión especial y
retocada. La que le convenía un falso relato presumiblemente valiente, siendo el mismo protagonista.
_ Ahora que tocamos
el tema, y como viene a colación os he de explicar lo que me ocurrió el pasado
miércoles, y es que me pasa cada cosa que es para cagarse_ informó casi riendo
y muy jocoso Nicolás_ Los allí presentes le dieron orejas al relato que con
premura narró.
Me equivoqué de
dirección, al llegar al andén, y por querer ayudar a una viejita, en el
trayecto de las escaleras mecánicas, pues fíjate por donde fui a entrar con la
abuela, en su vagón y se me cerraron las puertas, no teniendo más remedio que
apearme en San Vicente_ aquella línea no
se detenía ni en La Colonia, ni en Santa Paloma del río_ dos estaciones intermedias distantes
relativamente cerca del punto de donde expresaba.
Los presentes,
esperaron que acabara su cuento, creyendo que sería profundo y merecido, por el
boato que aplicaba en su planteamiento. Gestos no acordes al sentimiento y a lo
sucedido, se dibujaban en la silueta del cuerpo y en la cara de circunstancias
del amigo Nicolás.
_ Cuando bajé traté
de validar el billete en los canjes automáticos para poder salir de la estación
y volver a entrar por la otra puerta, aquella que me permitía la dirección a la
que yo necesitaba. Me negó el acceso y tuve el primer problema. Como todos
sabemos los precios de los tramos difieren en precio y como llevamos el boleto
de pensionista, y la estación de San Vicente, es zona dos, diferente a mi zona
de distrito, donde bajé. No me permitía abandonar sin peaje nuevo aquella
estación.
Intenté forzar la salida,
las dos puertas batientes transparentes, que parece son débiles, solo lo
parecen, pero no fui capaz, sabiendo que la cámara de seguridad me estaba
tomando en película, no forcé nada y sin más dilación y sin llamar por el
locutorio de urgencias de la asistencia de la estación, salí a las vías muy cabreado y fuera de mí y las crucé
saltando una tras otra, para entrar en el andén que me correspondía y en
dirección a la ciudad.
Sin pensar que los
guardias de seguridad están al acecho, esos “Seguratas” que no hacen más que
entorpecer, me detuvieron en el apeadero y quisieron multarme por haber
agredido las normas_ siguió arguyendo el amigo Nicolás sin creerse lo que nos
explicaba.
Me llevaron frente
al Jefe de Estación y allí, se dieron cuenta que soy un ejemplo de la sociedad,
cuando les dije quién era; el porqué de todo aquello, el motivo real de mi
salida de tono, por querer asistir a una anciana me encontraba en aquella
tesitura y lo comprendieron, me dejaron ir sin más y tomé el tranvía siguiente.
Acabada la
historia; nadie le interrogó, no parecía ser del interés de ninguno de los
presentes, cada uno escuchó los alegatos, y por supuesto el preguntarle a
Nicolás, era imaginería pura, invención en sus respuestas y ahondar más en las
exageraciones, sin llegar a aclarar nada. Con lo que cada uno, y como dice el
refranero popular murciano: “Cada perrico
se lamió su pijiico”, pasaron a dejar como nueva aventura las manifestaciones
engañosas del amigo Nicolás.
Terminada la
reunión de camaradas y después que cada uno había dejado escapar sus últimas
fechorías, se despidieron hasta otra ocasión cuando se encontraran en nueva
visita semanal, para reunirse y hacer una mesa redonda de colegas con alegrías,
nuevas vivencias de afecto.
Nicolás aquella
tarde debía hacer un viaje a casa de su madre; precisamente en la misma
dirección y en el mismo convoy de la causa comentada por él mismo. Dejando a
horas prudenciales al grupo de amigos, todos pertenecientes al cuadro de Psicópatas del Doctor Marrón, que los congregaba dos veces por semana a todos
sus pacientes para controlar el buen camino y la mejoría de cada cual, llevada
por los afectados en la superación de sus manías, psiquis, locuras, actos
compulsivos y demás, todos ellos asociados en la seguridad benéfica del país.
Eran bien pasadas
las ocho de la tarde, cuando Nicolás tomaba aquel vagón sin pensar en nada más
que la cena que le esperaba, sería opípara, en compañía de su madre y hermanos,
contando con Abigail, que podría dormir en la noche con ella, ya que se encontraba
mucho mejor de su crisis y teniendo todo su amor retenido para dárselo en
cuanto la pillara.
Se acomodó en
aquellas butacas y pronto quedó inmerso en sus pensamientos reales, en los que
le atormentaban y que trataba de escatimar al mundo. Volviendo a revivir de
forma real, el acontecimiento sufrido por él en la estación de la que montó un
cuento increíble para confortar a sus colegas y como no, desahogarse él mismo
de sus estrecheces emocionales.
El sueño le ganó
terreno y quedó soñando mientras viajaba, en la verdadera historia del error de
dirección.
Todo ocurrió muy a
prisa y sin tiempo de reacción: caminaba por los aledaños de la estación y vio llegar
dos trenes, uno partía hacia el norte y el distinto hacia el este, o sea el
centro de la ciudad.
Sin confesarse ni
cosa igual, inició su carrera nerviosa, en pos de alcanzar aquella felicidad,
que sería el llegar al punto de inicio de su trayecto, errando por esos nervios
y además por el cansancio de la carrera.
El convoy que debía
tomar para acercarse donde él pretendía, no abordó; llegando con el resuello
alquilado por el esfuerzo, y al alcanzar el punto de embarque metió la pata, en
un despiste humano, tomó su acomodo en
sentido inverso.
Cuando quiso
reaccionar las puertas se cerraron y aquel tren comenzó su marcha en destino contrario.
Saltó de su asiento y antes preguntó con mucha prisa, por aquello de no querer
admitir su fallo, a una señora latina, que le miraba como se mortificaba.
_ ¿Este tren va
hacia la Condal?
_ No se mijito_ le
respondió la amable pasajera, que permanecía frente a él, muy bien asentada,
agarrando su bolso de mano con una fuerza espectacular
Casi sin esperar a
la respuesta, y sin dar las gracias por la atención de la contestación, se
levantó del asiento y se situó frente a la puerta del vagón, como queriendo
detener aquella velocidad que has de deshacer una vez comprendes que las prisas
son malas consejeras.
El vagón no se
detenía en la estación siguiente, ni en la se mas allá, y fue a apearse en la
que le daría el disgusto de la jornada.
Cuando bajó trató
de validar el billete en los canjes automáticos para poder salir del apeadero y
volver a entrar por la otra puerta, para retomar su dirección real. No pudo
hacerlo ya que no le valía el billete del trayecto.
Se encontraba en
San Vicente y aquellas máquinas expendedoras, no le permitían siquiera
validarse la salida.
Nicolás como en él
costumbre, pretendía engañar a la empresa de transportes, evitarse el pagar
nuevamente el billete y entrar de rositas como si nada hubiese pasado en
dirección a la ciudad, sin que nadie supiera los antecedentes, sin que nadie le
dijese que debía pagar de nuevo. Engañando al mismo mundo.
Intentó forzar la
salida, las dos puertas batientes transparentes, que parece son débiles, pero
no fue capaz, sabiendo que la cámara de seguridad le estaba tomando en
película, no forzó la franquía y no rompió nada para que nadie nunca, le
reclamase desperfectos de mobiliario.
Sin más engaño y
tratando de no llamar la atención más de la cuenta, sin tampoco, usar la cabina
de informaciones al público, salió a las vías
muy cabreado y fuera de sí.
Las cruzó saltando
una tras otra, para entrar en el andén que le correspondía y en dirección a la
ciudad. Transgrediendo las normas, sin leer los carteles y bajo la responsabilidad
que estaba sujeto. Jugándose su propia vida, de haberle sorprendido un tren sin
parada.
El servicio de
seguridad de la estación lo detuvo sin paliativos, en cuanto se incorporó al recoveco
del sentido contrario. Dos hombres pertrechados con porras, pistolas y demás
juguetes al uso, para disuadir a cuanto delincuente se sume al juego del
engaño, de la falta de urbanidad y del deber no cumplido
Casi lo arrastraron
frente al Jefe de Estación, tras advertirle los dos agentes muy seriamente la
falta cometida, los decretos que había infringido y la multa y la denuncia que
le correspondía.
Allí comenzaron los
lloros y súplicas de Nicolás, cagado de miedo cuasi llorando pedía clemencia
aduciendo que era un buen hombre y jurando que no lo volvería a hacer jamás.
Aquellos vigilantes,
sin poder ejecutivo no le creyeron y lo llevaron frente a la máxima autoridad
de aquella estación, mientras el amigo Nicolás sollozaba de forma fingida, por
lo que comprendía no debió hacer en
ninguno de los casos.
_ No sabe usted,
que lo que ha hecho, es una falta grave. Saltar las vías, pudiendo haberse
quedado allí mismo de haber pasado en aquel instante un tren_ Le asintió con
crudeza el responsable de la estación
_ Lo sé señor pero
mire usted, me he equivocado de dirección en la plaza de los Boixos y cuando he
querido validar mi billete no me lo ha permitido. No soy un delincuente, mire
soy un pobre hombre que voy con prisa a la ciudad, y me puse nervioso,
infringiendo normas, pero no lo volveré a hacer más. No creo que por eso haya
usted de incomodarme con una denuncia que bien podemos ahorrarnos.
La cara de buen
tipo, que ponía era semejante al actor Humphrey Bogart, y la mentira
representada en su rostro, era para echar a correr y ocultarla a sus amigos más
fervientes, aquellos que le creen cuando habla y cuando matiza.
Temblaba por lo que
se le venía encima y gimoteaba, entre los dos vigilantes y el Jefe de la Parada.
De buenas a
primeras, aquel responsable le preguntó a Nicolás_ ¿Dónde va usted? , ¿De dónde
viene?_ Lo tomó del brazo y casi arrastrándolo comenzaron a caminar
_ Mire voy a la
ciudad, y vengo de dos poblaciones atrás_ Mostrándole el boleto de viaje, que
era la única certidumbre de los comentarios.
El Jefe de Tráfico,
lo acercó a una máquina expendedora, ya fuera del influjo de los dos perros
guardianes, que únicamente querían sangre justificada, y le situó frente a la venta
de tickets, que pagó religiosamente Nicolás, sin comentario por su parte.
Atendiendo a la advertencia del Jefe, que le trasladó una vez tenía el boleto
en mano al lugar donde debía tomar su tren.
_ Mire es usted un
pobre hombre, luego igual; te vas de aquí y te cagas en mis reales, en todo lo
que huela a mí. Con eso cuento cada día al cumplir mi trabajo
De tipos cobardes y
llora migas como tú_, siguió apostillando el Jefe_ estoy harto. Presumís para vuestra
galería y delante de vuestros conocidos; parece entonces que estáis hechos de
una pieza y en realidad a solas os cagáis encima, de puro cobardes que yacéis.
Te voy a dejar
marchar, antes de que me supliques más, eres capaz de vender a quien sea por
salvar tu culo; pero lleve usted cuidado, y cambie esa cara de caga miedos y
aprende a enfrentarte a la puta realidad.
Si lo haces, lo que
sea, págalo y no lloriquees como una modistilla, porque las normas están para
que se cumplan.
Hoy me has dado vómito
por tu falta de hombría, y te dejo ir sin la denuncia correspondiente, porque
yo también soy un poco comodón y no tengo ganas de complicarme la vida con un mierda
de tu calibre, un medio hombre, pero que no suceda más, en esta estación si no
quieres que te joda la vida.
A Nicolás le
flojeaban las piernas, _ "Las cametas li feian figa" de desasosiego
que tenía. Más que eso estaba "Giñao" de miedo y de vergüenza _, cuando
validó su huida, tras los barrotes de aquella máquina de acero inoxidable, quedó
algo más sosegado, viendo que le condonaban la pena.
Dejó con prisas de
mal pagador aquella estación que a partir de ahora, cada vez que la cruce en un
sentido o en el otro, sabrá lo que es la hombría y la caballerosidad de un Jefe
que se apiadó de él.
Dejando muy a gusto
y muy atrás a los guardianes, que con cara de pocas bromas vieron partir al
cobarde Nicolás.
Suspirando y mirando
a derechas e izquierdas; comprobando que no le hubiese visto o reconocido nadie
de su entorno, quedó pensativo en su propia falsedad.
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