viernes, 8 de julio de 2016

Un cobarde camuflado

Acostumbra a presumir de sus andanzas y de sus consecuciones. Todas ellas fundadas en la falacia y en la cachondez. No hay cosa que se le resista, ni mujer que no caiga a sus pies deshechita de deseo y atracción, cuando le oyen declamar sus anonimatos exasperantes o sus refranes retocados que te dejan fuera de juego, por no venir a cuento.
Tampoco a su vez existe,  tema del que no entienda o esté más versado que nadie.
Te lleva la contraria en todas las conversaciones que trenzas de inicio y si se tercia, se apodera de palabras, hechos o consecuencias que no le pertenecen a él, que igual las ha oído, y se ha adueñado. Tíos así se les conoce pronto.
En ambos casos y en estas dos tesituras explícitas actúan en la misma forma o parecida.
La primera: Se la han escuchado decir a alguien lejano y se apoderan de la misma por encantarles, la hacen como si fueran suyas _: entonces nadie le rebate, por desconocimiento lejano.
La segunda: cuando la frase o el acudido, o el pensamiento es de alguien cercano y conocido, que igual está presente, aunque tras del enamoramiento de la palabra no recuerde de donde procede la autoría; se jacta pronunciándola como tracista e inventor. Dado ese caso y en ese momento, la tenemos en discusión y risas.
También es verdad que todo el mundo del entorno está al tanto y ya pues; todas las bravatas y exageraciones, verdaderas o falsas se transforman en lo que llamamos: N.A.S.A, Normal Adaptation Situet Accepted, que en nuestro lenguaje coloquial significa: Situación Normal Adaptada y Aceptada. Llevada con la relación de amistad que nos une de siempre.
De ahí que en una de sus ensoñaciones nos deleitó con una historia verdadera, pero traída a su antojo para demostrar su gran valentía y su arrojo ante adversidades que no dejan de ser cotidianas en las vidas normales de los normales a los que frecuentamos.

Un buen día, con tanta prisa como lleva siempre, debido a su valiosísimo tiempo, que no se "puede aguantar", o a ese nervio imperativo y audaz por querer hacerlo todo rápido y sin complicaciones, se montó en un tren de cercanías con dirección contraria a donde pretendía llegar, explicando su versión a posteriori, con ganas de presumir ante quien le rodeaba. Versión especial y retocada. La que le convenía un falso relato presumiblemente valiente,  siendo el mismo protagonista.
_ Ahora que tocamos el tema, y como viene a colación os he de explicar lo que me ocurrió el pasado miércoles, y es que me pasa cada cosa que es para cagarse_ informó casi riendo y muy jocoso Nicolás_ Los allí presentes le dieron orejas al relato que con premura narró.
Me equivoqué de dirección, al llegar al andén, y por querer ayudar a una viejita, en el trayecto de las escaleras mecánicas, pues fíjate por donde fui a entrar con la abuela, en su vagón y se me cerraron las puertas, no teniendo más remedio que apearme en San Vicente_  aquella línea no se detenía ni en La Colonia, ni en Santa Paloma del río_  dos estaciones intermedias distantes relativamente cerca del punto de donde expresaba.
Los presentes, esperaron que acabara su cuento, creyendo que sería profundo y merecido, por el boato que aplicaba en su planteamiento. Gestos no acordes al sentimiento y a lo sucedido, se dibujaban en la silueta del cuerpo y en la cara de circunstancias del amigo Nicolás.
_ Cuando bajé traté de validar el billete en los canjes automáticos para poder salir de la estación y volver a entrar por la otra puerta, aquella que me permitía la dirección a la que yo necesitaba. Me negó el acceso y tuve el primer problema. Como todos sabemos los precios de los tramos difieren en precio y como llevamos el boleto de pensionista, y la estación de San Vicente, es zona dos, diferente a mi zona de distrito, donde bajé. No me permitía abandonar sin peaje nuevo aquella estación.
Intenté forzar la salida, las dos puertas batientes transparentes, que parece son débiles, solo lo parecen, pero no fui capaz, sabiendo que la cámara de seguridad me estaba tomando en película, no forcé nada y sin más dilación y sin llamar por el locutorio de urgencias de la asistencia de la estación, salí a las vías  muy cabreado y fuera de mí y las crucé saltando una tras otra, para entrar en el andén que me correspondía y en dirección a la ciudad.
Sin pensar que los guardias de seguridad están al acecho, esos “Seguratas” que no hacen más que entorpecer, me detuvieron en el apeadero y quisieron multarme por haber agredido las normas_ siguió arguyendo el amigo Nicolás sin creerse lo que nos explicaba.
Me llevaron frente al Jefe de Estación y allí, se dieron cuenta que soy un ejemplo de la sociedad, cuando les dije quién era; el porqué de todo aquello, el motivo real de mi salida de tono, por querer asistir a una anciana me encontraba en aquella tesitura y lo comprendieron, me dejaron ir sin más y tomé el tranvía siguiente.
Acabada la historia; nadie le interrogó, no parecía ser del interés de ninguno de los presentes, cada uno escuchó los alegatos, y por supuesto el preguntarle a Nicolás, era imaginería pura, invención en sus respuestas y ahondar más en las exageraciones, sin llegar a aclarar nada. Con lo que cada uno, y como dice el refranero popular murciano: “Cada perrico se lamió su pijiico”, pasaron a dejar como nueva aventura las manifestaciones engañosas del amigo Nicolás.

Terminada la reunión de camaradas y después que cada uno había dejado escapar sus últimas fechorías, se despidieron hasta otra ocasión cuando se encontraran en nueva visita semanal, para reunirse y hacer una mesa redonda de colegas con alegrías, nuevas vivencias de afecto.
Nicolás aquella tarde debía hacer un viaje a casa de su madre; precisamente en la misma dirección y en el mismo convoy de la causa comentada por él mismo. Dejando a horas prudenciales al grupo de amigos, todos pertenecientes al cuadro de Psicópatas del Doctor Marrón, que los congregaba dos veces por semana a todos sus pacientes para controlar el buen camino y la mejoría de cada cual, llevada por los afectados en la superación de sus manías, psiquis, locuras, actos compulsivos y demás, todos ellos asociados en la seguridad benéfica del país.
Eran bien pasadas las ocho de la tarde, cuando Nicolás tomaba aquel vagón sin pensar en nada más que la cena que le esperaba, sería opípara, en compañía de su madre y hermanos, contando con Abigail, que podría dormir en la noche con ella, ya que se encontraba mucho mejor de su crisis y teniendo todo su amor retenido para dárselo en cuanto la pillara.
Se acomodó en aquellas butacas y pronto quedó inmerso en sus pensamientos reales, en los que le atormentaban y que trataba de escatimar al mundo. Volviendo a revivir de forma real, el acontecimiento sufrido por él en la estación de la que montó un cuento increíble para confortar a sus colegas y como no, desahogarse él mismo de sus estrecheces emocionales.
El sueño le ganó terreno y quedó soñando mientras viajaba, en la verdadera historia del error de dirección.



Todo ocurrió muy a prisa y sin tiempo de reacción: caminaba por los aledaños de la estación y vio llegar dos trenes, uno partía hacia el norte y el distinto hacia el este, o sea el centro de la ciudad.
Sin confesarse ni cosa igual, inició su carrera nerviosa, en pos de alcanzar aquella felicidad, que sería el llegar al punto de inicio de su trayecto, errando por esos nervios y además por el cansancio de la carrera.
El convoy que debía tomar para acercarse donde él pretendía, no abordó; llegando con el resuello alquilado por el esfuerzo, y al alcanzar el punto de embarque metió la pata, en un despiste humano,  tomó su acomodo en sentido inverso.
Cuando quiso reaccionar las puertas se cerraron y aquel tren comenzó su marcha en destino contrario. Saltó de su asiento y antes preguntó con mucha prisa, por aquello de no querer admitir su fallo, a una señora latina, que le miraba como se mortificaba.
_ ¿Este tren va hacia la Condal?
_ No se mijito_ le respondió la amable pasajera, que permanecía frente a él, muy bien asentada, agarrando su bolso de mano con una fuerza espectacular
Casi sin esperar a la respuesta, y sin dar las gracias por la atención de la contestación, se levantó del asiento y se situó frente a la puerta del vagón, como queriendo detener aquella velocidad que has de deshacer una vez comprendes que las prisas son malas consejeras.
El vagón no se detenía en la estación siguiente, ni en la se mas allá, y fue a apearse en la que le daría el disgusto de la jornada.
Cuando bajó trató de validar el billete en los canjes automáticos para poder salir del apeadero y volver a entrar por la otra puerta, para retomar su dirección real. No pudo hacerlo ya que no le valía el billete del trayecto.
Se encontraba en San Vicente y aquellas máquinas expendedoras, no le permitían siquiera validarse la salida.
Nicolás como en él costumbre, pretendía engañar a la empresa de transportes, evitarse el pagar nuevamente el billete y entrar de rositas como si nada hubiese pasado en dirección a la ciudad, sin que nadie supiera los antecedentes, sin que nadie le dijese que debía pagar de nuevo. Engañando al mismo mundo.
Intentó forzar la salida, las dos puertas batientes transparentes, que parece son débiles, pero no fue capaz, sabiendo que la cámara de seguridad le estaba tomando en película, no forzó la franquía y no rompió nada para que nadie nunca, le reclamase desperfectos de mobiliario.
Sin más engaño y tratando de no llamar la atención más de la cuenta, sin tampoco, usar la cabina de informaciones al público, salió a las vías  muy cabreado y fuera de sí.
Las cruzó saltando una tras otra, para entrar en el andén que le correspondía y en dirección a la ciudad. Transgrediendo las normas, sin leer los carteles y bajo la responsabilidad que estaba sujeto. Jugándose su propia vida, de haberle sorprendido un tren sin parada.
El servicio de seguridad de la estación lo detuvo sin paliativos, en cuanto se incorporó al recoveco del sentido contrario. Dos hombres pertrechados con porras, pistolas y demás juguetes al uso, para disuadir a cuanto delincuente se sume al juego del engaño, de la falta de urbanidad y del deber no cumplido
Casi lo arrastraron frente al Jefe de Estación, tras advertirle los dos agentes muy seriamente la falta cometida, los decretos que había infringido y la multa y la denuncia que le correspondía.
Allí comenzaron los lloros y súplicas de Nicolás, cagado de miedo cuasi llorando pedía clemencia aduciendo que era un buen hombre y jurando que no lo volvería a hacer jamás.
Aquellos vigilantes, sin poder ejecutivo no le creyeron y lo llevaron frente a la máxima autoridad de aquella estación, mientras el amigo Nicolás sollozaba de forma fingida, por lo que comprendía no debió hacer  en ninguno de los casos.
_ No sabe usted, que lo que ha hecho, es una falta grave. Saltar las vías, pudiendo haberse quedado allí mismo de haber pasado en aquel instante un tren_ Le asintió con crudeza el responsable de la estación
_ Lo sé señor pero mire usted, me he equivocado de dirección en la plaza de los Boixos y cuando he querido validar mi billete no me lo ha permitido. No soy un delincuente, mire soy un pobre hombre que voy con prisa a la ciudad, y me puse nervioso, infringiendo normas, pero no lo volveré a hacer más. No creo que por eso haya usted de incomodarme con una denuncia que bien podemos ahorrarnos.
La cara de buen tipo, que ponía era semejante al actor Humphrey Bogart, y la mentira representada en su rostro, era para echar a correr y ocultarla a sus amigos más fervientes, aquellos que le creen cuando habla y cuando matiza.
Temblaba por lo que se le venía encima y gimoteaba, entre los dos vigilantes y el Jefe de la Parada.
De buenas a primeras, aquel responsable le preguntó a Nicolás_ ¿Dónde va usted? , ¿De dónde viene?_ Lo tomó del brazo y casi arrastrándolo comenzaron a caminar
_ Mire voy a la ciudad, y vengo de dos poblaciones atrás_ Mostrándole el boleto de viaje, que era la única certidumbre de los comentarios.
El Jefe de Tráfico, lo acercó a una máquina expendedora, ya fuera del influjo de los dos perros guardianes, que únicamente querían sangre justificada, y le situó frente a la venta de tickets, que pagó religiosamente Nicolás, sin comentario por su parte. Atendiendo a la advertencia del Jefe, que le trasladó una vez tenía el boleto en mano al lugar donde debía tomar su tren.
_ Mire es usted un pobre hombre, luego igual; te vas de aquí y te cagas en mis reales, en todo lo que huela a mí. Con eso cuento cada día al cumplir mi trabajo
De tipos cobardes y llora migas como tú_, siguió apostillando el Jefe_ estoy harto. Presumís para vuestra galería y delante de vuestros conocidos; parece entonces que estáis hechos de una pieza y en realidad a solas os cagáis encima, de puro cobardes que yacéis.
Te voy a dejar marchar, antes de que me supliques más, eres capaz de vender a quien sea por salvar tu culo; pero lleve usted cuidado, y cambie esa cara de caga miedos y aprende a enfrentarte a la puta realidad.
Si lo haces, lo que sea, págalo y no lloriquees como una modistilla, porque las normas están para que se cumplan.
Hoy me has dado vómito por tu falta de hombría, y te dejo ir sin la denuncia correspondiente, porque yo también soy un poco comodón y no tengo ganas de complicarme la vida con un mierda de tu calibre, un medio hombre, pero que no suceda más, en esta estación si no quieres que te joda la vida.
A Nicolás le flojeaban las piernas, _ "Las cametas li feian figa" de desasosiego que tenía. Más que eso estaba "Giñao" de miedo y de vergüenza _, cuando validó su huida, tras los barrotes de aquella máquina de acero inoxidable, quedó algo más sosegado, viendo que le condonaban la pena.
Dejó con prisas de mal pagador aquella estación que a partir de ahora, cada vez que la cruce en un sentido o en el otro, sabrá lo que es la hombría y la caballerosidad de un Jefe que se apiadó de él.
Dejando muy a gusto y muy atrás a los guardianes, que con cara de pocas bromas vieron partir al cobarde Nicolás.

Suspirando y mirando a derechas e izquierdas; comprobando que no le hubiese visto o reconocido nadie de su entorno, quedó pensativo en su propia falsedad.





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