viernes, 30 de octubre de 2015

Yunta genital


Proviene del capítulo anterior: Estás desnuda ¿Verdad?



_ ¿Dónde estás Cándido, estoy muy despierta y con la excitación que me has regalado no podré dormir?
_ Estoy en el portal de tu casa_ argumentó Cándido_, por si decides abrir la puerta y dejar que te acaricie. Aunque habrás de saber que las cosas no nos serán nada fáciles ni ahora ni después. Por lo que si has de dejarme pasar quiero que lo pienses y lo medites, que luego no valdrán los arrepentimientos.
Se hizo el silencio, pasaron tres largos segundos,  parecía que pesaban como una losa mortuoria de panteón. Fue una espera interminable, pero Carla, contestó sin dudas.
_ Cándido, te abro el portal de la residencia desde el control remoto y sube, que te espero en el umbral de mi casa, con la puerta entornada.
_ ¿Así lo deseas Carla? _ preguntó inseguro Cándido, dudando de la decisión tan seria a la que se enfrentaba. No fingía ni era chirigota, ni contaba uno de sus chistes.
_ ¡Sube por Dios! Te necesito y además te deseo. No tardes, no perdamos más tiempo.
Se precipitó de la cama, nerviosa y desnuda, descalza y sin peinarse, tal y como yacía tan solo hacía minutos cuando dormía plácidamente a mandíbula batiente. Con la cara legañosa y desmaquillada, sin rulos pero con una coletilla ridícula anudada con una goma elástica de esas que sirven para aguantar los muslos de los gallos en la pollería antes de su venta. Le sostenía el moño más o menos torcido y corrió al recibidor de la vivienda, donde estaba el abridor automático, pulsando la presilla y escuchando el risueño sonido característico, que abría la puerta del hall de los apartamentos.
Sin más cuidado de no abrir la puerta hasta que no le viera llegar por el ojo del visor del portón de su vivienda. El sonido del ascensor violó el silencio de la madrugada y la tranquera del montacargas arrojó al pasillo iluminado al hombre que llegaba con parsimonia.
Al llegar frente a la entrada, no tuvo necesidad de pulsar el timbre, ya que desde dentro Carla, le ofreció franco el ingreso, protegiéndose ella misma tras el portón, sin abrirla de par en par, por estar totalmente en cueros, y que nadie desde el exterior pudiera verla sin ropa, en “colitates” para recibirlo con toda la confianza y el descontrol que una mujer ardiente puede usar.
Se abrazaron sin rubor; con prisas, como si se fueran a disipar las ganas de copular. Cándido no tuvo más que bajar las manos por la espalda para tropezar con sus dos nalgas que en su canal tan carnosas y prietas se ofrecían.
El aliento de Carla era de una recién despertada, dulce y a la vez aromático bienoliente, que contrastado con el de Cándido, cargado del odorífero que dan las copas de la tequila ingerida, se ensamblaban en el quicio de los labios mientras se mordían con exageración.
La llevó en volandas tras el pasillo, una vez acerrojaron la entrada a cal y canto, evitando que ella descalza sintiera el fresco del terrazo.
Cándido jamás había estado en aquel apartamento, pero el sentido común y el indicio de la luz de la lamparilla de la mesilla de noche, que lucía opacamente; marcó el itinerario y supo donde depositar aquel peso del cuerpo precioso de la Carla desnuda, la mujer preciosa que le brindaba acogida y amparo en una noche terrible de sinrazón y desaliento.
Ubicada de sopetón sobre la cama matrimonial, amortiguada por el mullido colchón viscoelástico. Fue recibida boca arriba en el trance de extenderla y dejarla acomodada esperando a su macho. Decúbito supino, despatarrada, piernas abiertas, pechos desabrochados, brazos inermes, cuello laxo y prendada, esperando el pene de Cándido, que se desvestía a chorros con esa prisa terminante sin acertar encima de ella. Acompasando, penetrando sus lenguas en sus bocas, magreándose y corrigiendo las poses erróneas y apresuradas para montarla en un santiamén. Mientras ella, al sentir el peso sobre su cuerpo, volviera a tener ímpetu para arrancarle la ropa a jirones, y  no perder tiempo en quedar penetrados como llave en cerrojo mohoso.
Fornicaron hasta agotar las fuerzas. El deseo, la inmediatez y la precocidad no ayudaron a que el acto fuera prolongado, quedando ambos eyaculados sobre el colchón. Enculados, atados y anudados piel con piel, exudando y empapados, por los olores y derrames coitales.
La placidez esparcida por aquel dormitorio, dio alas a sus pensamientos y en segundos ambos, tanteaban lo que acababa de suceder y adonde irían a partir de ese instante con sus pesares, sus enredos, sus líos parentales y sus hijos.
Fue él, Cándido; quien primero desató su pico queriendo mantener avisada a Carla de lo último que le había pasado y el porqué; de seducirla, buscarla para amarla, y de intentar quedarse a su lado, con ella para siempre.
_ ¿Sabes que tengo una hija en España?
_ ¡Sí! Lo sabía. Yo también tengo un hijo de trece añitos, Trevor_ le confirmó Carla, con un afecto especial al pensar en el chico; esperando que siguiera hablando de sus cosas.
_ Olga María de las Claridades_ la llamamos Olga, para abreviar_. Es una niña estupenda, cariñosa y muy inteligente que ahora ha de estar con los abuelos en Sabadell, una ciudad de la provincia de Barcelona_. Cándido, se incorporó para besar en los labios a Carla y recostado seguir explicando _: A mi hija la tenemos nosotros; la familia paterna; tíos, hermanos, primos, y mis padres por obligación perentoria.
No tengo con quien dejarla y no me la puedo llevar en mis actuaciones_ quiso aclarar Cándido a la preciosa Carla, que desnuda, le hacía carantoñas en la barbilla mientras escuchaba el relato_. A parte del cariño que le tienen, la están criando. Detalle que les agradezco, y que así lo decidimos para que yo pudiera trabajar y mantenerlos.
Están educándola y criándola desde el divorcio_ hizo una pausa y continuó_ La jueza, ante las pruebas de adulterio y de depravación continuada, malos rollos y alcoholismo entre otras cosas; además de la cárcel y de la condena que le cayó a su madre; no tuvo dudas en otorgarnos el amparo sin paliativos_ Lo que llaman en la jurisprudencia española: Guardia y custodia.
Mi ex mujer; Natacha, está en presidio por tráfico de estupefacientes.
Una historia muy larga que te contaré completa, si es que te interesa y por si fuera poco, ahora acaba la condena y nos quiere hacer chantaje, cosa que tenemos en manos de los abogados, porque esta mala pécora, a mí personalmente me ha traído la desgracia.
Es bien verdad, que la culpa ha sido nada más que mía, por no atender los consejos que desoí por parte de los que me quieren. Me sedujo en sus caprichos. Me enchoché de tal manera que no veía más allá de su vagina y aquí me tienes hecho un desgraciado desde entonces.
Por eso te digo_ acabó diciendo un tanto amargado y esperando una especie de consolación por parte de Carla_, que no soy un regalito. Tengo mis defectillos y mis miserias que debo arrastrar.
Es un legado que cada uno se elabora en con el paso de los años y el cúmulo de los errores.
Volvieron de nuevo a la yunta genital, recularon con placer a follar de nuevo, echaron un polvo crepuscular tardío, sin prisas y sin abastos, dejándose llevar por el vaivén del entra y sale anatómico, por la fricción de sus miembros sexuales.
La alborada ya despuntaba dejándose ver el clásico color cobrizo oropel por las rendijas de la ventana del hogar de Carla. Estaban exhaustos, tras su larga y azarosa fricción de pieles y tiznados con sus viscosos líquidos.
Uno tras otro pasaron por la ducha, y se quedaron a gusto para poder relamer un frugal desayuno, que les llevó de nuevo a las emergentes confidencias entre ellos.
Después de un beso de amor, que recibió Cándido al saborear el último sorbo de su café con leche condensada, Carla le pronosticó tomándole de una mano y sujetándosela firmemente.
_ No creas que eres tú solo el que tienes quistes familiares, a mí también las cosas me podían haber ido mucho mejor.
He tenido que solventármelas sola, pero el peaje al que he estado obligada marca mucho. Como te dije nací en San Rafael del Norte, que es zona preciosa y queda muy alejada de todo cuanto se cuece.
Es la ciudad cabecera del municipio del estado de Jinotega. La distancia entre San Rafael y Managua es de 185 km, por carreteras no demasiado cómodas y eso hace que la gente, por cierto estupenda quiera salir de ahí.
Sobre todo la juventud, para abrirse camino en la ciudad o emigrar a otros países, preferentemente europeos. Provengo de una familia de campesinos muy devotos del padre Odorico, a los que las modernidades pues no son habituales_ Tomó aire y prosiguió.


continuará
to be continued...







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