El
día del libro, me contaba mi amigo Arnaldo, apoltronados ambos, en una mesa de
la tasca del pueblo, con un café americano para mi, y su trago fuerte habitual;
su aventura de hace ya, unos pocos años. Cuando fue marinero de aguas
imaginadas y turbulentas. La conoció
cuando el barco ficticio de piratas, asedió la Guajira, en una incursión mental
que arrasó casi la península al completo.
Al
abordaje en su playa quedaron sin prenda puesta, Arnaldo y la guajira,
quisieron celebrar su exhibición secreta. Mostrando su desnudez, color prieto de la indígena y la blanca paciencia
que da la experiencia. La piel de matiz marino, casi parda, la de ella, con los
reflejos de la luz de luna, se arrollaron en la arena, quedando así tan
fundidos los cuerpos del blanco y la negra.
Ojos
de sensación de miedo. Les unieron sin prebendas tan dentro como los deseos se
transformaron en consecuencias. Mientras los bucaneros asaltaban el pueblo,
ellos encajan, los cuerpos sedientos de tanta naturaleza.
Venía
de tribu autóctona. Los Wayúu, su raza, su etnia, preciosa mujer donde las
haya, íntima morena de blanca playa, serena y adonis cuando desmaya y armónica
y jugosa al ser de nácar.
Sabía
la lengua, la castellana, por esos llamados, descubridores que hace siglos, les
acaudillaran, cuando llegaron a las Américas y sus conquistas asolaran, con
rastros y cicatrices que dolorosas dejaban.
Cuando
comprendió que jamás volvería a desembarcar en semejante playa, ni en su almena,
ni en su cuerpo, ni en su bajo vientre, ni entre su vagina salada.
Aquel
bucanero volvió de nuevo a su tierra, a sus juergas, a perseguir a las mismas
mujeres cansadas de su arrogancia, de su mezquindad y de la propia hacienda
desolada.
La
guajira quedó allí postrada, en aquel río, en aquella vaguada, donde bifurcan
las playas, cerca del Cabo de Vela, en la Guajira Colombiana. Desde donde
partió su barco de papel y tinta colorada, una vez había destrozado cuanto soñaba.
Dejándola sola, sin equilibrio, sin aquel amor prometido, y con la total
ausencia que proporciona, la nada.
Distintos
paisajes, diversas fatalidades, llevaron al olvido y aquella pareja, quedó en
el recuerdo, otra vez en nada.
El
bárbaro después de haber disfrutado de un encuentro de novela, de haber llevado
a la guajira con su imaginación desmesurada a su cama; dudaba si era cierto o
había sido una soñada, que en noche de ardores, le hicieron vivir aquellas
layas.
Viviendo
en la distancia Arnaldo recuerda a su Bunica, la bella Yonithis, la wayuu de la
playa, la indígena morena del mar Caribe, ubicada en el delta del río Ranchería,
aquella que ganó su corazón en la desbandada de piratas.
La princesa congeló todo aquel amor como
prenda, como recuerdo dejó su mechón en el umbral de una portilla, donde se
despidieron para siempre, en la plaza, junto a la iglesia de Riohacha, en la
bancada, esperando celebrar cada aniversario en la memoria, sin la presencia del
corsario, y sin pedirle nada. Únicamente con el pensamiento y los deseos sería
felicitada.
Tan
solo un mensaje, un original recado en el recuerdo, sin papel, sin testigos,
sin nada. Para sus mentes olvidadas, que Arnaldo, confesó recordando batallas,
dichas al contador de estas letras, para que perdurara, aquella tarde de secretos,
en el bar de la plaza, llorando amargamente, pero comprendiendo que la vida es
rara. Por ello recitó ese poema, que a ustedes alcanza, es mí amigo un marinero
de barriada, que le cantaba esta balada a su amiga la Guajira de la playa:
Consuelo tiene el deseo
cuando les hace sentir.
Deseo lleva el consuelo,
el que suelo referir.
Al abordaje de su playa
de mañana se encontró.
Una guayaba guajira
que en su mente se quedó.
Su cara hecha un poema
por tanta satisfacción.
Quedó prendada la hora,
tal y como llegó; marchó
Desnudos cuerpos rozando,
amándose con pasión.
Será que el tiempo apremia.
Llevan prisa, con razón
Bloqueo dejó en su mente
por ser distancia imposible
y ser distintos los rasgos.
caracteres insostenibles
Arnaldo rompió la copa
el vino se difundió
encima de su camisa
con la sangre se mezcló.
Sangrantes labios amargos
mordiendo la taza; cortó.
No le dolían heridas,
el recuerdo,
desangró
2 comentarios:
ME ENCANTA. BESOS NIKITTA.
Gracias por tan lindo escrito, un lindo regalo, directo al corazón, cada sentimiento lo pude sentir. Anónimo de una Guajira
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