Aquel hombre,
acostumbraba a querer destacar por encima de sus semejantes, necesitaba saberse
dentro del centro de ebullición de cuanto tocaba.
A pesar de saber que no
le habían ido las cosas tan mal, necesitaba más, como si el artífice no pudiese
vivir sin su público y por ello y a pesar de las circunstancias adversas,
quisiera continuar, sin poder.
Sería porque en su niñez
le faltó aquel cariño, que sus padres, no supieron darle y lo buscaba de forma
exagerada aún y sin darse cuenta. Quizás por ese afán de preponderancia, ese
querer resurgir en primera persona, ese
necesitar que le brindaran aquellos piropos sin palabras. O, sencillamente por
engreído y presuntuoso, siendo de una clase de tipo original, abyecto y
depravado.
Vivía sin percatarse que
los cincuenta los dejaba atrás, le costaba creerlo, pero en esos días, las
muchachas activas en erotismo, las jóvenes y verdes mujeres fecundas,
necesitadas de ternuras, de frases calientes, de gestos obscenos, no le
tuteaban ya. Le llamaban de usted y le veían como si fuese una persona, no vieja aún, pero sí
mayor y caducada; para poder llevar a cabo una aventura sexual, sin levantar
polémica en su entorno.
Jamás se hubiese mostrado
de acuerdo, con estos conceptos. Era demasiado pedante y orgulloso, sin embargo
con algún tropiezo debió colisionar, que miró alrededor de sí y se percató, que
ese tren se había marchado hacía tiempo de su estación. Alguien capaz igual pudo hacerle una demostración y quiso
corregir esa desmesurada obsesión por no ser viejo.
A pesar de cuantos obstáculos
hubiesen, había luchado para conseguir ser un líder dentro de su entorno, y
siempre controlar el último suspiro y el primer gesto de gloria. Su creencia,
era que sin él, nada funcionaría. Un presumido disminuido y vulgar.
Tenía un oficio
remunerado, en el cual había conseguido un status y, ganado muchos escalafones, después de dar
numerosos codazos, y dejar fuera de combate a todo aquel que quisiera hacerle
sombras. Los mismos que él iba recibiendo de sus compañeros, en la jungla
aquella, que transcendía el más fuerte y el más depravado de todos ellos. Lo
que ahora se llama vulgarmente compañerismo óptimo, derivado de la
competitividad.
Comprendía que no podía
estar orgulloso de parte de su trayectoria, ya que a pesar de sus modales
fingidos, de sus formas y urbanidad pomposas y ensayadas, había impedido que
nadie, ninguno de sus colegas le hiciera nube, ni siquiera supo adoptar un
consejo de ellos, que inclusive a veces, no le hubieran ido nada mal, dados los
momentos raquíticos, que a veces había tenido que soportar.
Tan determinado y suficiente
como de costumbre, había osado ejercer su gestión, en la sombra, a escondidas,
sin taquígrafos ni luces. De los más viles y detestables confidentes, ahora
mejor denominados… chivatos, para dejar
a cuantos le molestasen, en la más clarividente evidencia fuera de toda
credibilidad, usando el deterioro de la crítica inapelable y engañosa y colocando pruebas falsas para que las
recogieran aquellos que podían manejarlas en su activo y perpetrar fraudulentas
maneras y pruebas, dejándoles, a sus detractores, fuera de toda posibilidad
frente a sus directores y mandatarios. Las artes del soplón, ese tirar la
piedra y esconder la mano, que tan bien se practica en el mercadeo de la propia
existencia.
No dejaba de pensar, que
aquellas artes, no eran legales, pero estaba en un globo, en este mundo mal
parido, que no hay nada legal, a pesar de parecerlo.
Consecuentemente, sabía
que sus actuaciones eran punibles, que no estaban dentro de la licitud, de la
honradez de las personas, pero esas prácticas eran mucho más fuertes que todas
sus creencias, y que simulando que no era demasiado grave, lo llevaba al pie de
la letra, practicándolo y perfeccionado ese comportamiento incivil.
Esas labores, y ensayos
que había practicado toda su vida, desde la niñez, le habían procurado de un
escudo indoloro, propuesto de un clima de tranquilidad y de una profesionalidad
que a pesar de poder mejorarse, a él le venía como anillo al dedo.
Pocos amigos le abrigaban,
contados y jamás dando pruebas y señales de descuido, nunca contando un secreto
por nimio que fuera, siempre aparentando su leonina carga de organizador, de
conservador y de saber hacer en cada momento lo que procedía. Con la esencia de
querer saber de todas las miserias, de cuantos le rodeaban, hurgar en sus
alcobas, saber de las faltas de sus esposas, de los caprichos y vicios de todas
ellas, para socavar el máximo provecho, y siempre tenerlo a mano por si hubiere
de usarlo.
Una mañana buscando
aquel disfrute oculto, aquella maldad irracional, aquel desvío de personalidad
tan acusado, aquella falta de honestidad, sin perder de vista a su familia, y
sin querer hacer daño, para no tener que dar explicaciones, ni perder todo lo
que había conseguido después de tantos años de soportar, emprendió una búsqueda
de algo que no sabía pudiera hallar, de experiencias que le llevaran en
silencio a gozar de los tormentos del prójimo. De cualquier detalle, que le
permitiera volver a delinquir a escondidas de sus conceptos, de sus
pensamientos religiosos, de sus hijos y de todo cuanto estuviera reglado como
legal. Que no mancillara toda la trayectoria falsa de su buen nombre, buen
padre y marido.
Vislumbraba que el final
estaba próximo, que sus dotes de varón
macho, se iban quedando en el camino a medida que los meses pasaban. Era
imposible detener la marcha de la vida, aquel tren que se escapaba y que tanto
costaba de comprender, aquellos días de fuerza sensual, que se diluían como un
azucarillo en taza de café, removido y ardiente.
Sospechaba en su mente
enfermiza y febril que con su mujer las cosas no eran como habían sido, se
habían apaciguado aquellas flamas de pasión, ya no la miraba igual. Se
distanciaban cada día un poco más, la observaba y no comprendía el porqué de
las cosas más normales, pretendía seguir siendo el centro de atracción de la
familia y sabía que ese título lo perdía a raudales
Su cónyuge lo observaba,
y dispensaba, a cambio de otras consecuciones y del crédito amplio que tenía en
sus desorbitados gastos, de la permisibilidad en el consumo y de las relaciones
que ella gozaba sin que su marido supiese, ni imaginase.
Él, que hacía tiempo, ya
comenzaba a percatarse de las verrugas y manchas de la cara de la esposa, creyó
que no debía preocuparse por el mantenimiento de la pareja en la alcoba, que
aquella mujer, ya no necesitaba de sus encuentros, que ya no tenía apetencias
sensuales, que solo estaba atraída por conservar su tez estilizada y brillante
con las cremas nutritivas que usaba con destreza, para alargar lo más posible
la juventud.
El tiempo había desganado
trazas de vejez en las carnes de su pareja y creía que en otras mujeres
encontraría nuevas sílfides y un placer lleno de riquezas, sin menoscabo y que
le llenara sus vicios ocultos y poco dados a la publicidad. Sin tener que
cumplir ni bien ni mal, usando el material nuevo sin reservar el periodo de
caducidad, solo de pronto uso y desarmado parcial.
Estos contactos irreales
de las redes, apetecibles por lo fácil y sin conflicto, sin ataduras ni
sujeciones, de cualquier parte del mundo, unívoco y preferentemente féminas,
chicas nuevas y carentes de amor, de gusto, de recato, le regalarían la clase
de sometimiento al que estaba acostumbrado. En cuanto abriera la boca y pidiera
algo, sin más lo tendría al punto, pensando en que todas las mujeres de esta
tierra, estaban esperando que les bajara las faldas y las tomara, como aquel
que disfruta de un helado y al final, tira y desprecia el envoltorio.
Todo lo quería recibir y,
exigir a cambio de nada, sin él ofrecer compromiso, con nada ni con nadie,
meramente deseaba un pasatiempo, dar señales de apariencia comedida a cambio, de
conseguir excitaciones baratas, que le hicieran resurgir de sus vicios. Completamente
a escondidas y de forma cobarde y vil, buscaba una clase de licencia con
mujeres, que le perturbara en su sexo, que le proporcionara momentos de placer
inimaginables, para engreír aún mas su ego.
Necesitaba de ese amor
exprés, sujeto a un encanto inexplicable, con mujer distinta cada vez,
engañándolas para que creyeran en su astucia de buena persona, de hombre cabal,
carente de suerte y abandonado por la estrella de este universo y estas apasionadas
señoras, entretenidas algunas, tras Las conversaciones virtuales, sin más tarea
que el estar horas y horas frente al ordenador intentando arreglar el mundo o
buscando como él, historias plácidas, con amas de casa, empleadas del hogar,
dirigentes de empresa, artistas de medio pelo, no importando la procedencia ni
la cuna, hablaran de sus deseos, contaran gimieran de sus necesidades más
acuciantes.
Una mañana de domingo a
hurtadillas llegó a sus manos un escrito de una revista local, donde se
publicitaban chicas, para la limpieza, alterne, amistad, concurso, propaganda,
entrenamiento como vendedoras, bailarinas con pareja, con toda clase de
posibilidades y formas, encuentros, por carta, teléfono, de todas las edades, citas,
llamamientos generales y privados. La revista: Mete la mano y sácala llena, le
reavivó aquel desespero de encontrar algo que le satisficiera.
Mientras su mujer, se
pintaba los labios y arreglaba las cejas para salir ambos a misa de doce,
juntarse con los vecinos de la parroquia y darse golpes en el pecho de feligrés
sumiso, como unos verdaderos devotos. Ramiro, leyó el cuerpo del mensaje y
observó que había una dama, Longoria, que necesitaba consejo y amistad
desinteresada de persona indistinta, que pudiera aconsejarle en unos dilemas de
legado.
No tuvo más que escribir
un mensaje corto, vía teléfono a la dirección expuesta y esperar respuesta de
aquella infeliz, que necesitaba consejos íntimos y amistad de alcoba funcional,
a cambio de nada que no fuese cordialidad compartida.
A los pocos minutos
salían del brazo el matrimonio, bien avenido por la calle plana camino de la iglesia
del barrio, saludando a diestro y siniestro a todos aquellos vecinos que
recorrían también aquella ruta para recibir la justa palabra.
La esposa, Frangí; una
mujer llena de cordialidad y eufemismo. Tanto que hasta a su propio nombre, lo
había derivado de entonación, abatiendo Fernanda al tornadizo y diminutivo de
Frangí. Ésta, iba con una sonrisa hermosa, dando los parabienes a cuantos la
miraban, una estatura media, repleta en carnes bien dispuestas, y bien ajustada
con una faja que le sisaba de debajo de los pechos hasta el contorno de los
glúteos posaderos, haciéndole más eficaz en su figura y más alargada en su
silueta.
Nadie podía sospechar
tampoco que aquella dama, no estaba complacida en modo alguno por su marido, el
que con asiduidad la menospreciaba y vilipendiaba con sus gracias de inadaptado
y soez. Se buscaba la vida, fuera de su casa, de forma disimulada, sin alertar
a sus allegados y con la convicción de hallar aquello que no encontraba dentro
de su domicilio. Con el disimulo que ofrecen las cosas cuando no se imaginan.
Mientras estaba en el
confesionario Frangí, la respuesta al mensaje dejado por Ramiro, dio sus frutos,
disimuladamente se echó mano al bolsillo interior de la americana y leyó desde
su inalámbrico el mensaje: Hola, soy Longoria, claro es un apodo, vivo en la
ciudad, estoy casada y busco distracción, tampoco me urge, tengo diversión,
pero me aburro a menudo y necesito amigos interesantes que cambien el tedio por
alegría.
Ramiro, ausentándose de
forma rígida de la fila de la eucaristía, se mezcló con aquellos que volvían a
sus bancos para poder concretar de forma ordenada aquel sacramento, sin que él,
ni siquiera lo hubiere tomado. Se desvió dentro de aquella iglesia, a la
izquierda, donde intentaba observar a su mujer, como confesaba, sin suerte por
no estar ya, en aquellos amplios confesionarios acomodados a los feligreses de
aquella Parroquia. Supuso que ya estaría en la secuencia de aquella ordenada
fila y él, aprovechó para de forma rápida enviar respuesta al wasap que había
recibido hacia unos instantes. Sus dedos salpicaban de forma estrepitosa las
teclas del móvil, que en breve tuvo dispuesta para darle salida expedita,
dejando el mensaje en los canales de las redes.
La réplica, ya volaba
hacia el Smartfone de Longoria, con el saludo de Ramiro, queriendo quedar como
un señor educado, y con cierto misticismo religioso, como intentando dar de sí,
una imagen de fiabilidad.
Puedes llamarme Fátimo, también como tú tengo esposa, lo cual no
es excusa para que mi vida se realice libremente y me gustaría conocerte, para
entablar solo una buena amistad, sin engañar a nadie, como tú dices, una
distracción, que nos haga la vida más llevadera. Vivo en esta ciudad, en el
centro, y me dedico a la industria. Espero haya nacido una buena y creciente
amistad.
Longoria, mujer astuta y
resolutiva, sin pretensiones en vivir historias faltas de pasión ni despilfarro,
recibió al punto la respuesta quedando silenciada en el buzón para ser leída en
cuanto dispusiese, no sabiendo de la prisa y la fogosidad de aquel pretendiente tan excitado, que desde la
iglesia, entre rezos, oraciones y cánticos, iniciaba.
Tras la vuelta a la fila
de los congregados, camino ya de aceptar la santa comunión, y con el éxtasis
que todo aquello provocaba en su motricidad, buscó con la vista a Frangí, que
desde que se ausentó para ir a confesar sus pecados no veía. A lo lejos en la
distancia, volvía ella, muy concentrada portando la comunión en el paladar,
arrodillándose en el enjuto banco de madera, esperando cristianamente a su
esposo, para implorar juntos, desde sus internos deseos, las buenaventuras que
el cielo les dispensase.
En la plaza el reloj del
campanario, tocaba las doce y media y el sol, resplandecía tanto que cegaba la
vista, incluso a los más serenos y justos.
Paseando atados de la
mano, por la acera, sin acelerar el paso, la pareja disfrutaba del buen tiempo,
y como de costumbre se iban acercando al bar de los soportales a tomar ese
vermut tan rico que prepara la tía Engracia, con esa aceituna y ese trocito de
lima que coloca en el mismo vaso.
Sin dirigirse la
palabra, sin el más mínimo detalle de complicidad, sin ese deseo de estar solos
que suelen tener los que atraídos buscan para sí y para sus fantasías sexuales.
Caía la tarde en aquella
casa, serena, tranquila y falta de vicios normales, aquellos que son generados
por el cariño, el contacto y el amor. Emplazados por otras maldades más
inmorales y selectas, como son el distanciamiento, el desdén y la poca
atracción.
Les había desplazado a cada
uno a sus interioridades, quedando Frangí, sentada en el salón, desvaída, desatada
y medio desnuda de la opresión de aquella faja salvaje, acalorada por sus
efluvios sexuales, no satisfechos y con su última distracción favorita. El
curso de cocina practica realizado por el Instituto de Ciencias Laborales, que
imparten vía redes, y a la vez; las
relaciones con sus contactos desde una de las aplicaciones de internet. El
wasap de la dama, dio recuerdo de mensaje pendiente que despreció para leerlo
con más calma y atención en otro instante.
Ramiro, por su parte, en
el mismo recinto, distanciado en deseos y en metros de su mujer, atendiendo a
su futbol y sus distracciones sexuales, esos programas que llegadas las tantas
de la madrugada, emiten por televisión, los cuales se graba en su memoria
drive, para pasárselos a su ordenador portátil y poder disfrutarlos en la
soledad de los mirones desgraciados y;
el acceso a nuevas fórmulas practicadas recientemente, a las que le
lleva a conocer a nuevas amistades.
Frangí, excitada, por el
tedio y la poca flexibilidad de las tardes de los domingos, tomó su celular y
leyó, el mensaje que tenía pendiente. Un hombre de la misma ciudad, atento le
ponía las cosas en franquicia, para entablar una relación a la medida que a
ella le interesase. Con todo lujo de detalles, direcciones de mail, y formas
para que pudieren encontrarse. Lo que ella, aprovechando aquel momento de
turbación y que su amado esposo estaba, en lo suyo, aprovechó, para contestar a
ese aviso, tan sugerente, desde el mensajero de su teléfono.
Longoria dice
¿Estás ahí?
Dejando el aviso en standby, y creyendo que no iba a
recibir respuesta rápida, siguió con el cocinado de las cangrejas al punto de New
York.
No se hizo esperar la alerta de Frangí, cuando al
momento, parpadeó el tono de su aparato.
Fátimo
Longoria, es nombre o apellido. Me suena
a
no ser tu nombre real
Longoria dice
¿Te conozco? Me suenas, ese nombre lo has
usado alguna otra vez, ¿Cuál es tu nombre?
Fátimo
De momento lo dejamos en Fátimo,
o es que Longoria, viene por ser una
artista conocida.
Longoria dice
¿Estás solo?
Fátimo
Por ahí andan el resto de la familia
Longoria dice
Y ese resto, es de serie, o es para la fantasía
Fátimo
Cuéntame cosas de ti, estoy deseando
saber
como eres, y que prefieres, para poder
ayudarte
Longoria dice
Eres tímido, o lo quieres parecer.
Fíjate, que el nombre de
Fátimo, lo he
escuchado a alguien y no se
ahora mismo a quien
Fátimo
Como no se lo hayas escuchado a mí
“Mujer” no sé yo.
Longoria dice
Porque, se lo habría de haber oído a ella,
ni la conozco, ni me apetece nada.
Fátimo
Porque su jefe y el que la seduce,
le paga sus vicios, así se llama.
Longoria dice
Háblame de ella, es ¿cariñosa?
Fátimo
Seguro que menos que tú
Longoria dice
¿Estás con ella ahora?
Fátimo
Ya te digo, está en su curso de cocina
luego se pone a freír un huevo y ni te
cuento
Longoria dice
Ya me acuerdo, de donde viene el
nombre de Fátimo, espera un segundo.
Fátimo
No me dejes solo, que después no
vuelves, antes dame tus señas
Longoria dice
Espera cariño, que enseguida
te voy a señalar para siempre.
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