sábado, 30 de abril de 2011

la esquela de Marcelo

Era una mujer joven y triste, sin demasiadas expectativas de futuro, algo delicada sin llegar a estar enferma, que había resignado su vida a recibir mal trato primero de sus padres; hasta que les dejó de lado al llegar a la mayoría de edad y después, reanudar la infelicidad con un marido de conveniencia, que los pocos años de compartir hogar, no fueron un mundo idílico de ilusión amor ni compromiso, hasta que todo se acabó. Fallecido hacia meses, después de un exceso de consumo de alcohol, fue a tropezar con una velocidad inadecuada mientras conducía su coche contra un muro que allí mismo le hizo pagar su tributo permanente. Lo único que no fue lamentable de aquella pérdida, fue la mísera paga mensual que le quedó por viuda y el tiempo exiguo que tardó en conocer a la persona, que podía llevarle a ese mundo de tranquilidad y sosiego.

Conoció a su nuevo compañero una tarde de espera en la academia los “Cachivaches de la cocina”, una escuela para principiantes. Marcelo, un hombre demacrado, también acababa de salir de un mal rollo con su pareja, que le llevó prácticamente al desenfreno y al desinterés. La casualidad quiso, que él fuese el peor alumno y ella la instructora paciente que debía enseñarle a freír huevos y a prepararse la sopa instantánea. Esas coincidencias, les unió hasta que sin darse cuenta llevaban viviendo en pareja, el tiempo necesario para disfrutar de la felicidad. Sin grandes pretensiones, pero manteniendo las constantes de sensatez y de cariño precisas para que ambos se acoplaran como matrimonio enamorado. Poco a poco, a Angélica, le fue retornando su forma característica de sonreír por las cosas más insignificantes y, contar con el amparo y concurso de su compañero. Estaba conociendo lo que era ser dichosa sin plazo de caducidad y con amplias miras en que ese júbilo se prolongara hasta los confines de sus días. Su desposado había vuelto a saborear el suspiro de tranquilidad manifiesta y orden, que fue trucado por aquel sollozo de pena y amargura que a menudo debía soportar. Ahora, cerrando los ojos y aspirando se encontraba en el mundo celestial de ángeles que le proporcionaba aquella mujer que un día conoció, cuando aprendía a cocinar.

Hasta que la enfermedad hizo acto de presencia en su persona y la delicada salud forjó que tras varios meses de resultados, de análisis, pruebas y de achaques con entradas y salidas de los hospitales, hiciera que fuese dado de baja de forma permanente por problemas derivados de ansiedad, nervios y de la detección de una enfermedad crítica, con prisas de liquidación. Al conocer con exactitud que les esperaba en un plazo inminente, el desánimo quiso entrar en la antesala de sus cerebros, sumando a las consecuencias del enfermo, los gravosos días que llegarían, dado que les quedó una paga mínima, con la que debían vivir y abonar aquellas facturas de farmacia que eran constantes.


Imperativo es; ir tirando con las costas de la casa, esos gastos que agravan las familias tanto que hacen que los meses parezcan años y no se llegue nunca a poder alcanzar el cenit, amén de afrontar diversos gastos del hogar y de servicios domésticos implícitamente anexionados a todo el general.

Angélica, antes de reunir su vida con Marcelo, cobrara un subsidio que le había quedado a la muerte de su marido. Además de las pecunias que cobraba dando clases en aquel “Cachivaches” enseñando a los iniciados en las artes culinarias. Con todo ese montante y, lo poco del sueldo de Marcelo podían afrontar las vicisitudes de la vida.

Toda la ilusión de Marcelo es casarse con Angélica, sin embargo esa salud de pronóstico reservado que tenía no acompañaban a sus gustos ni a sus fuerzas.

_ ¡Angélica, hemos de casarnos! No quiero morir sin ese capricho_ Le decía Marcelo a su compañera, mirándola con tristeza y no comprendiendo que las cosas, no eran como él las planteaba. Ella, no atendía de buen grado su petición dado que las cosas románticas dejan de serlo cuando aprietan los disgustos y el propio impulso de la incertidumbre. Sin embargo, el cariño y el respeto tampoco se pueden aparcar en la esquina del boulevard y cerrar los oídos, convirtiéndote en piedra de sal.


_Yo te cuidaré siempre, por eso no sufras_ le decía con complacencia._ Angélica.

_ No quiero, que en la comunicación mortuoria, conste tu nombre, como: compañera, frente al resto de mi familia, de mis hijos, que jamás han estado a mi lado_ decía Marcelo, sin pensar de forma egoísta en él mismo, sin rumiar más allá de una ilusión, ni en el motivo por los cuales sus hijos le habían dado la espalda.

_ Ese capricho tuyo, no sé dónde quieres llevarlo, ni si es por amargar en algún momento a alguien que no alcanzo a comprender, pero no me parece buena idea. Ahora, no creo estemos ni en trance de afrontar gastos y menos poner cara de alegría. Que pensaran tu familia, tus hijos, tu ex mujer, que lo haces por cabezonería, por darles un disgusto más._ Dijo la mujer entristecida.

_ ¡No, por eso no es! Quiero que seas mi esposa con todas las consecuencias y frente a todas las personas físicas y jurídicas_ Dijo con convicción Marcelo, dejando caer una lágrima que no detectó su compañera Angélica.



Por circunstancias que pasan, por leyes “murphianas”, por detalles que no se tienen en cuenta, por dejarse cómodamente llevar por la ignorancia, sin pensar en más, que en el amor; se celebró una boda, sin demasiados chirridos ni grandezas. En el juzgado estuvieron ellos y sus testigos, unos amigos que había conocido mientras hacia el nuevo esposo, su curso de cocina. Después de la boda, un refresco rapidito en el bar del paseo y cada cual a sus cosas.

Ambos vivían del amor. Sencillos en los planteamientos, bajo el devenir de las cosas, de afrontar los malos momentos tan juntos y compartiendo lo que tenían, viendo la realidad y contando los días. Estaban solos, sin embargo, se les notaban muy felices.

Aquella mujer resignada, recién casada, por el hecho de contraer nuevas nupcias, dejó de percibir por Ley; el subsidio de viuda, que le había dejado su primer marido al fallecer en tremenda tragedia.

_ A partir de ahora, querido; hemos de apretarnos el cinturón, nos han retirado la paga que yo tenía_ Anunció Angélica a su esposo

_ No te preocupes “Cosita”, que el dinero, no lo es todo, podremos salir con mi pensión, que a pesar de todo, nos cubre bien los gastos habituales. Verás como llegará el día que todo sean risas_ decía Marcelo confiado en el milagro


Aquella enfermedad no detenía el tiempo ni el padecer, los tratamientos de quimio comenzaron a dejarle huella manifiesta. Con aquella fuerza y ganas de vivir, iban sobrellevando la rutina, con aquel amor limpio que solo se da en las personas equilibradas. Él, no se dejaba vencer por la adversidad, y volvía a recibir cada nueva sesión de terapia, como si ésta fuera la que le diera el definitivo toque de curación.

Un semestre y una semana habían pasado, cuando se le daba sepultura a Marcelo, tras haber sufrido un cruel y rápido desenlace, quedándose todas las expectativas aparcadas, sin haber cumplido fecha de inicio. Excepto una de ellas, que en la esquela de defunción, señoreaba claramente: su esposa Angélica le llora.


Además de quedarse sin compañero, sin esposo, sin ese amor que tanto y tanto disfrutó en un periodo tan exiguo, al mismo tiempo, se quedó también sin la mísera retribución mensual, dado que hasta que se lo dictaminen las normas y pueda cobrar la infortunada paga de viuda, Angélica, deberá seguir enseñando a cocinar en los fogones de los “Cachivaches”



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