Todo tiene su final; nada dura para siempre
Me bajo en Triunfo
Se asemejaba por su genio a una guerrillera montada en yegua jerezana. Golpeando el martillo contra el sufrido paragolpes con aquella fuerza hacía temblar los tímpanos de los allí presentes, que no rechistaban ni siquiera cerraban los párpados cuando sonaba aquel ruido sordo y penetrante.
El abogado defensor había estado atento, o por lo menos así lo parecía, puesto que no había pestañeado, en el concurso de la fiscal y el testigo.
Sentado con su toga negra, en uno de aquellos sillones palaciegos, su pierna dañada un poco más estirada hacia adelante que la otra, las manos cruzadas bajo sus axilas. No sabía ni que preguntar, o tal vez le resbalaba tanto el asunto que después de tantos intentos que había hecho por encontrar por los pasillos a su representado sin éxito, se le habían agotado las fuerzas y se le había secado su fuente de inspiración. Tras unos titubeos puso sus manos sobre el pliego de papeles que esperaban frente a él, apostados en la mesa y alzó la mirada contra el testigo. _ ¿A qué hora aparcó el coche? _Preguntó el defensor_ Quedándose de una piedra el testigo, parecía que el mismo interrogatorio tonto que había sufrido pocos minutos antes, lo iba a tener que repetir de nuevo para el picapleitos. Poco faltó para que aquel hombre interpelado se pusiera a reír a mandíbula batiente. Miró a la juez y se dio cuenta que aquel leguleyo no se había enterado de nada, o quizás quería hacer saltar de nuevo al tipo, para que fuera amonestado por desobediencia.
_ ¿Cómo dice? _Replicó el declarante haciendo un gesto poco ortodoxo.
_ ¿Le pregunto: a qué hora estacionó el vehículo?_ Recriminó el abogado, repitiendo la pregunta.
_ Oiga, acabo de manifestarlo, hace un rato, lo aparqué sobre las tres de la tarde del día anterior.
La señora magistrada volvió a increpar de nuevo con su martillito de madera _ Le recuerdo por última vez, que conteste a lo que se le pregunta, estrictamente sin más comentario. _Dándole la venia de nuevo al abogado de turno que representaba al malhechor no presente.
_ ¿Cuándo lo encontró a faltar?_ El abogado
El manifestante, no rió, ni hizo el mínimo detalle de desprecio, comprendió que posiblemente era una táctica de viejo profesional, el poner encrespado a la parte afectada para sacar con todo aquello algún beneficio para su defendido.
_ Me alertó la Guardia Civil, en la madrugada del domingo, serían entre las cuatro y media y las cinco de la mañana_ Respondió sin dilación
El anciano abogado quedó satisfecho con la respuesta dada por aquel hombre y conminó con otra pregunta que poco antes le había formulado la fiscal, que tenía sentada frente a él y que se miraba con guasa a su colega, esperando que de un instante a otro volviera a replicar el testigo a destiempo, para que fuera corregido por el martillazo de la Señora. La que se estaba aburriendo de tanta farsa.
El hombre que confesaba, había controlado un poco toda aquella comedia y estaba dispuesto a llegar al final de la misma, sin tener que ser interpelado ni requerido por insubordinación.
_ ¿Tenía algún cristal roto el coche cuando lo encontró?_ Preguntó el anciano, con guasa.
_ No, señor, los cristales estaban íntegros, sucios, pero sin roturas, el coche había sido forzado por la cerradura de la puerta del conductor, puesto que estaba rota y allanada_ Contestó amablemente, siguiendo el jueguecillo a que estaba siendo sometido
_ ¿Cómo puede aseverar, eso que manifiesta tan seguro?_ Insistió el abogado
_Puedo concretarlo, ya que me lo comentó la propia Guardia Civil, cuando me hacía entrega del vehículo y me limito a repetir sus palabras, ya que coinciden de lleno con las mías_ Sentenció con educación
_No tengo más preguntas que hacer Señoría_ El abogado, dirigiéndose hacia el hemiciclo principal.
La Señora Jueza, con su música de percusión, la producida por la madera, daba por finalizado el interrogatorio al testigo, que como no reclamaba daños, daba por sentadas las conclusiones aducidas.
_ ¿Tienen alguna pregunta más? _La mediadora, hizo la conjetura mirando a la fiscal, para comenzar repasando a todos los allí presentes con la vista. Nadie habló y con armonía y mucha energía, daba gracias al hombre, que permanecía en el centro de todas las miradas, invitándole a que se retirara de la Sala y aguardara fuera.
La oficiala se acercó a rescatar al hombre que no se había movido del lugar en donde fue colocado. Posición erguida y viril mantenida a lo largo de su declaración, cuando aún sus piernas enteras soportaban el peso de su cuerpo, ayudado por el beneficio de la alfombra mágica que guarnecía cariñosamente, acariciándole con su felpa, los zapatos.
La puerta se abrió y salieron sin hablar. Una respiración abdominal, abordó al testigo, como descargándole de un peso ficticio que contenía desde que había llegado al Palacio de Justicia, llegando a la antesala donde los dos agentes de la Benemérita aguardaban.
Nombró en voz alta, la oficiala al primer testigo policial: Antonio Carlos. Al que se llevó dentro de la Sala de Enjuiciamiento. Plácido, el otro gendarme quedó en compañía del testigo recién salido de la misma, iniciando una especie de tercer grado personal.
_ ¿Cómo es el juez? _ Plácido, preguntó directamente_ Es una mujer_ El testigo respondió con un regodeo nervioso y siguió argumentando_ No es que tenga nada en contra, ni crea que el hecho de ser mujer, debilite la capacidad en la profesión. Todo lo contrario, en muchos casos nos superan a los varones; pero me he sentido casi humillado, me han sometido a unas preguntas pueriles y sin sentido.
_ ¿Pero en general, como ha ido, ahí dentro, bien? _El policía quería saber el desarrollo del interrogatorio.
_Creo que se acabó, a pesar de no estar el acusado_ Respondió el testigo, indicando con expresiones que el delincuente no estaba presente.
_Estas preguntas tan tontas que lanzan, machaconas… son una técnica para ver, si su declaración corresponde a lo que ya había manifestado _Dijo Plácido, comprendiendo que todo aquel sistema, era desconocido para los no habituales.
_ ¡Bueno pues! …fue lo que pasó, aunque si te sales de lo que quieren escuchar, la jueza con la canción del martillo, corta y reprende, como si fueras el delincuente_ Siguió arguyendo el testigo, no sin mostrar su cabreo palpable
_Eso siempre es igual, usted no debe estar acostumbrado a estos meneos festivos…_Añadía Plácido, con experiencia y profesionalidad. Se quedaron unos segundos sin parla, para tomar aire y seguir preguntando.
_ ¿Son todo mujeres? _ Gimoteó Plácido
_Todas, menos el abogado del tunante_ Dijo el testigo, colocándose un pitillo en los labios.
_No durará mucho, con nosotros no pierden el tiempo demasiado y van al grano. ¿El abogado es el lisiado que le guió el día del robo? _Argumentaba Plácido
_ ¡Sí, creo que está en lo cierto! _Matizó el hombre. El inalterable policía tenía ganas de hablar, de lo que fuera y jocosamente invitó a su interlocutor a que finalizara la frase que estaba a punto de manifestar.
_ No me han dejado mostrar mi queja. Cuando quería explicarles con detalles mi sensación, que realmente es como yo lo veo. Daba la inquisidora unos redobles, semejantes a los herreros contra la fragua. Igual pretendía asustarme.
Comentaba el hombre de la agenda, comprendiendo que todo llegaba al final y si no se remediaba todo quedaría en agua de borrajas. Plácido quedó satisfecho con las respuestas dadas por el testigo y haciéndose eco de las palabras que había manifestado su interlocutor, comenzó a relatar con lujo de detalles y gestos, lo que les ocurrió aquella noche.
“…. Serían las tres de la madrugada, se había montado una redada en la carretera de la zona este a la altura del extrarradio, frente a una discoteca juvenil que los fines de semana se llena a romper, noche calurosa de fin de la primavera, el tiempo acompañaba a los noctámbulos y a los bebedores de tragos sólidos, apostamos una patrulla para sofocar a los que no aguantan más de dos sorbos y que manejan el coche estando cargados en mas de cero con cuatro grados en la sangre. Cuando apareció el pasmoso automóvil blanco. Por una cadencia que se impone, tres pasan uno se revisa, por fortuna le tocó, además llevaba la música altísima, recuerdo que sonaba la canción de moda …Macarena. Detuvimos el carro y le hicimos bajar el volumen de la radio, sometiendo al chofer a la prueba de la alcoholemia. Registró positivo, se le invitó a bajar del vehículo y a que tomara un poco el fresco, para que se oxigenara y poder seguir su marcha siempre en caso de que se repusiera y le bajara la borrachera. El tal Morral accedió a descender y a quedarse sentado al borde de la calzada, a cuatro o cinco metros del coche, mientras nosotros comprobábamos a los que iban saliendo de la discoteca y los que circulaban por aquella ruta nacional. Al cabo de una media hora, volvimos a hacerle soplar en una nueva trompetilla y el pajarraco, no había bajado ni un solo grado de presión en la sangre.
Relataba aquella vivencia el policía como si estuviera viviéndola en aquel momento, se denotaba la dignidad y el empeño que ponía en la gestión de sus quehaceres, con cara de circunstancias siguió apostillando. _Le dije que me acompañara al coche y me entregara los documentos del vehículo, para ponerle una denuncia en regla, le acompañé al lugar, ya digo… Unos cinco o seis metros de dónde estaba sentado tranquilamente y entonces detecté algo rarísimo, como si no supiera donde guardaba los papeles del seguro y de propiedad del cacharro. En definitiva, se encontraba como si fuese un forastero dentro del habitáculo.
El deponente, propietario del vehículo, que le escuchaba atentamente, increpó en aquel momento preguntándole.
_Y este tío, estaba tan tranquilo. Esperando al lado del coche, que no era suyo, sin pensar en que ustedes le podrían poner en cualquier aprieto, ¿Sin intentar escapar y dejar allí todo lo que no era suyo? _Ya verá usted, la cara tan dura que tiene_ Al iluminar con la linterna en el interior del coche, vemos un amasijo de cables que colgaban debajo del volante. No era nada normal y ya empecé a sospechar, un coche no se lleva en ese estado, la llave no estaba puesta en el contacto. Entonces lo detuvimos, sin condición. Al esposarle; me decía que el coche se lo habían prestado, pero no encajaba nada, ya que se contradecía y a pesar que estaba borracho, no daba sensación de persona honrada, ¡ya sabe! Los jóvenes como son. Sin embargo este, no tenía pinta de ser un tipo legal, que había tenido un desliz con las cervezas en un fin de semana. Por eso le llamamos por teléfono aquella madrugada. Desde la matrícula, buscaron su dirección en Jefatura y dimos con sus datos, al individuo le colocamos dentro del furgón policial y lo llevamos a comisaría….”
La cancela que permanecía cerrada se abrió y como en el caso anterior, salía en primer término la oficiala y la secundaba Antonio Carlos, con cara sonriente, como era en él habitual. Indicativo que no había tenido problemas con la Jueza de Instrucción. Llegó a la altura de sus compañeros y la oficiala se llevó a Plácido, interrumpiendo el relato que estaba confesando.
_ Bueno, ya se ha acabado este rollo_ Habló Antonio Carlos, encogiéndose de hombros y con su pertinaz sonrisa miraba al hombre que, permanecía esperando junto a él.
_ ¿Cómo han ido las preguntas de la Señora Jueza? y compañía _Dijo el testigo, con ganas de enterarse y saber más o menos que le iba a responder el guardia simpático
_Bien, yo no complico el asunto, respondo sí o no y basta, si no quedan conformes, vuelven a preguntar, para que afirmes o niegues_ Repuso con gracia y tiesura.
_Me estaba, relatando su compañero, como atraparon al mocetón_ Dijo el atestiguante, con ganas de tirarle de la lengua, para que explicara su versión.
_ ¡Ah Va! Si fue por pura casualidad, tiene este tipejo unas pelotas. Podría haberse dado a la fuga tranquilamente y nosotros no le hubiésemos echado a faltar_ Afirmo Antonio Carlos.
_ Pero, el coche… no _Volvió a interrogar el caballero.
_ ¡Nada poca leche! El coche hubiera quedado con nosotros, pero el estropicio estaba hecho_ Dijo el guardia, mirando alrededor de él, interesándose como estaba aquella sala tan repleta de gente, que alborotaba tan y tanto _Estos bárbaros siempre salen bien parados y nunca les pasa nada. ¡Es un descaro! _Seguía hablando aquel hombre, ya casi entre dientes y sin esperar respuesta alguna por parte de nadie.
_Piense que si hubiera bajado algún grado de alcoholemia, de lo que llevaba en la sangre, le hubiésemos dejado libre y habría pasado el control, desapareciendo con su coche, hasta que se hubiera quedado sin gasolina, o hasta que se pegara un ostión por ahí_ Asintió nuevamente _Veremos, que es lo que le cae de condena a este “hijoputa” _Matizó _ ¡Nada! Oiga, dentro de dos días está con la libertad, haciendo otra. Estos van y vienen, entran y salen de la penitenciaría, como Pedro por su casa_ Acabó su parla el policía.
El gentío que había allí, hacía insoportable mantener una charla comprensible, por tanto ruido, calor y sudor. El olor de las fritangas sobaquinas era insoportable, a algunos les había abandonado hasta su agua milagrosa.
Al fondo del corredor, se veía ya a Plácido que llegaba sin la compañía de la oficiala, que se quedó dentro de la Sala de Proceso, cerrando el asunto. La cara del policía recién llegado era de normalidad y cuando estuvo a la altura de su compañero de profesión, le puso la mano sobre el hombro.
_Acabó, otra menos, por lo pronto este tema creo que quedará claro _Le comentó Placido a su compañero.
_ ¿Te has fijado, en la Juez? _Antonio Carlos_ La tuvimos en otro juicio, aquel que pájaro que robaba a su suegro, que de una paliza lo llevó al hospital
_ No recuerdo_ Plácido
_ ¡Sí, hombre! Aquel chulo de putas que le daba unas palizas a su mujer y a su suegro le robaba_ Confesó con ganas Antonio Carlos
_ ¡Ah Sí! _Después de pensarlo por unos instantes y recordarlo vagamente Plácido y volver a la realidad.
_ ¿No sabes que le ha caído? _ Antonio Carlos, preguntaba a su colega, volviendo al asunto por el que les había hecho ir aquel día al juzgado.
_ Ni idea, le caiga lo que le caiga, en cuatro días, lo tienes en la calle _Placido
_ Hemos de esperar mucho _Preguntó el perjudicado, haciendo un inciso en la conversación de aquellos agentes.
_Usted si quiere ya se puede marchar, nosotros veremos a la oficiala para que nos extienda el justificante y la hoja de dietas, que si no es así no cobramos y yo vengo de bastante lejos _Le habló Antonio Carlos al hombre, como invitándole a que no se preocupara mas, siguiendo de nuevo con su charratina.
El hombre, encendió un pitillo, esperando le retornaran el documento nacional de identidad y el certificado de asistencia, por si alguien lo reclamase.
Las manecillas del reloj, se encontraban juntas en el mediodía y el pescado estaba vendido. Al poco apareció la oficiala retornando los documentos crediticios a los agentes y al testigo. Sin abrir la boca para comentar que clase de sentencia le había sobrevenido, quizás por no saberla, ya que la señora Juez, podía guardarse la potestad de sentenciar mas tarde.
Nadie preguntó y entraron con ella al despacho donde los teléfonos seguían bullendo y las máquinas de escribir dando tela y consumiendo formularios.
Solicitaron a una empleada los documentos necesarios que requerían aquellos caballeros esperando un poco más, para quedar liberados de aquel trance. El destino los había reunido temporalmente, conocerse fugazmente y departir de temas relacionados con la injusticia. Eran distintos unos de otros, cada cual en su personalidad y en su perfil.
Se despidieron con un apretón de manos, un deseo de suerte y un adiós. El hombre del traje dril, de la agenda, se iba abandonando la primera planta, descendiendo la escalinata, a la vez que abandonaba aquella dantesca vivencia. Recordando la frase que había pronunciado uno de los policías _ ¡Nada! Oiga, dentro de dos días está con la libertad, haciendo otra.
Pasaron cinco años y dos meses, cuando una tarde aquel hombre del traje dril, que actuaba de testigo, leía una información de la prensa nacional muy ilustrada en las cadenas de televisión del país. Dónde se explicitaba que un delincuente llamado Morral Silla, había sido detenido por los delitos de asesinato y robo a mano armada en una oficina de la Caja Rural de la provincia_ El hombre pensó súbitamente… En unas palabras que al fin fueron una premonición.
Fin del relato Me bajo en Triunfo
novela escrita y registrada, reservado los derechos de autor
Todos los personajes, escenas y comentarios, corresponden a la ficción
cualquier semejanza a los hechos, personas y entidades, seran fruto de la coincidencia
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