martes, 5 de abril de 2011

Me bajo en Triunfo... Capitulo 10º

Me bajo en Triunfo... Capitulo 10º  lo sucedido

Me bajo en Triunfo


El reloj iba corriendo en su lento pero inagotable compás, haciendo de aquellos instantes una pesadumbre agotadora y añadiendo mas adrenalina negativa en el cuerpo, porque no era posible solucionar aquello en un santiamén. Respiraba profundamente llenando los pulmones de aquel aire rancio y viciado que junto con las succiones de su cigarrillo, debía ensuciarse los pulmones más que si estuviera en el estercolero de la ribera de Chernóbil. Los dos holgazanes que merodeaban hacía poco por el pasillo habían entrado acompañados de sus abogados en la Sala de juicios y parecía que el magistrado les encontraba mucha miga para poder dejarlos libres como pajarillos silvestres.
Sus cataduras personales invitaban a no tener relación con ellos, o cuando menos a no cruzarse en sus escarpados caminos. El rostro es el espejo del alma, esta máxima no siempre cumple, como todas las reglas tienen deficiencias de bulto y no son exactas, pero a menudo se acercan a la veracidad.
Plácido, el guardia Civil que se había retrasado en su llegada, se mostraba inquieto como todos los demás, pronunciado por el cansancio de su último servicio, jugaba con sus gafas de sol, mordiendo una de sus patillas y cambiándolas de bolsillo, en un devenir nervioso y torpecino. Semejaba tener mucha y estrecha relación con su compañero Antonio Carlos, o por lo visto habían tenido muchas vivencias profesionales en común, no parecía en lo absoluto fuera agente de la ley, más bien recordaba a un repartidor de productos de cosmética, a tenor de lo cuidado de su cabello y de sus manos, muy aseadas y diminutas, pulido en su vestido, sencillo pero acompasado con el color y el rasgo de sus facciones, de carácter dúctil y comprometido con sus creencias.
La funcionaria hizo otra aparición en escena, llamando al testigo, que esperaba tranquilo mirando a los agentes, sin prestarles demasiada atención, solo correspondía a sus intereses por educación y corresponsalía, el sujeto no estaba muy distante y utilizó su zancada para presentarse ipso facto al requerimiento, se anunció a la mujer que desde que comenzó a andar ya lo miraba atentamente y esta lo hizo pasar a un reservado previo al lugar donde se iba a celebrar el encuentro con la interrogación. El lugar no era precisamente un paraíso pero tampoco era espeluznante ni horrísono, allí estaban esperando personas todas ellas prestas a intervenciones frente a las tan traídas y llevadas leyes. Acompañados de sus representantes legales de turno, justo a la diestra, unos despachos con los funcionarios del juzgado, encargados de los archivos y pliegos, sus máquinas de escribir funcionando con la quinta marcha, los teléfonos mordiendo el silencio por no ser descolgados, daba sensación de efectividad y de concentración en el trabajo, carpetas de dosieres por todas partes, soportadas por un mobiliario bastante nuevo, en color crema colada.
Al observar aquel movimiento, pronosticó que no se demoraría por más tiempo su comparecencia, la iluminación era más poderosa y efectiva y los detalles quedaban más denunciados. Después de los pasos del hombre que debía atestiguar, la oficiala que con la sombra de su figura delataba su persecución en la corta distancia, no sin antes haber invitado a los agentes a que estuvieran prestos y caminaran hasta donde se encontraba el primer nombrado.
Volvían a permanecer de nuevo juntos, esperando solo penetrar por el umbral de la puerta que cerrada permanecía y que tras de ella, se escuchaba el golpeo de algún cuerpo contundente sobre una base sorda, amén de murmullo de voces y ruidos provocados por la supuesta gente que allí se encontraba en la Sala de Instrucción.
El comentario de los agentes fue que no habían visto al acusado por ningún sitio, que era probable estuviera cumpliendo la sentencia. Allí sólo estaría su abogado. La oficiala, tomando del brazo izquierdo al testigo lo introdujo antes que ella frente a los magistrados.
Estancia grande y perimetralmente cuadrada, iluminada por uno de los ventanales situados a la izquierda dónde penetraba la luz del día, ayudada por los focos potentes que del techo pendían, amueblada con los clásicos pupitres creados por artesanos, con gusto y clase, propios del sitio dónde se hallaban, el estrado en alto y aposento para la estancia de los ayudantes magistrados, adornada la madera con torneados en las patas y dibujos incrustados en los fondos, engalanados y grabados a mano, los típicos de la balanza ponderando la palabra LEX, con sus características grafías en latín. Una decoración portentosa de auténtica valía.
Las paredes blancas, estucadas con gotéele grueso pero a tono y deslumbrantes por el lumínico de uno de los focos que la golpeaban con su luz indirecta, haciendo que las sombras no existieran, como imperativo a que prevaleciera únicamente la verdad y la autentica claridad. En el suelo, extendida una gran estora morada, gruesa y molluda, dando un placer regenerador a los pies, que de tanta espera soportando el peso del cuerpo, necesitaban de un relajo confortable. A la izquierda bajo los miradores, un estrado más reducido, dando cabida a la parte defensora, construido en madera de roble con un par de peldaños grabados a la usanza y barnizados en tintes caobas. Frente a esta, otra tribuna de dimensiones y de estructuras exactas, dando ubicación al fiscal. Entre el estrado principal y los dos más reducidos, un área dimensional decorada con balizas de bronce entrelazadas por cordones de blonda a modo de balaustrada. El cuartil central estaba fúlgido, esclarecido desde una imaginativa araña cenital, que con sus hercúleos faroles de luz directa, indicaba el punto dónde debían situarse los exhortados. El techo decorado con adornos de escayola, resurgía y llamaba la atención por el buen gusto. En el suelo otra gran y mullida alfombra bermeja, esperaba inerte recibir las pisadas de cuantos allí testificaban. En los laterales del recinto, con una visión optima, de cuantos allí estuvieren, los asientos en madera lucida, para los asistentes a juicio, permanecían desiertos al ser causas sin magnitud y sin concurrencia.
Presidía la Magistrado oficial, acompañada de dos jueces auxiliares también féminas. La Juez, una mujer oronda, provista de una enjundia personal sobresaliente, entre rubia y pelirroja, con un toque de maquillaje sutil y los labios pintados en color rojizo, los ojos ribeteados por una mano hábil al distribuir el rímel negro, miraban atentamente sin pretender perder detalle y con la seguridad que veían mas allá de las presencias personales de cada cual. Las orejas le quedaban disimuladas por la gran cantidad de cabellera que contorneaban su cara. Nariz egipcia larguideforme, con pabellones respiratorios amplios, un tanto desviados hacia la derecha. Sus manos pequeñas e inquietas, jugueteaban con un lapicero. Ornamentada con aquella toga negra zaino, limpia y planchada, todo lo tenía bajo el control de sus ínfulas. A su diestra, la ayudante con el pliego del juicio, leyéndolo y tomando notas en papel separado, pelo muy corto y grandes hombros. Sus movimientos eran de ser una mujer nerviosa e insegura, trataba de no ser observada ni si quiera descubierta, como si la hubiesen puesto allí como pieza decorativa, para que no pudiese quedar menoscabo. Por su postura debía ser de mediana estatura y pies pequeños, no resaltaba por sus cualidades de belleza, pero tampoco era una calamidad, ni una desilusión. Tímida y cortada, siguió tomando notas sin levantar la cabeza y mirando por el rabillo del ojo. A la izquierda, la ilustrada que restaba; una mujer descarada y por su aspecto simpático, sin demasiados alardes de buena educación, pero directa y eficaz, no cesaba de mirar con fijeza y curiosidad, a cualquier movimiento o a indeterminada persona, que allí permaneciera. Sus ojos pequeños y punzantes lo recorrían todo, grandes orejas, soportaban las patillas de unas gafas ridículas, teñida de una coloración entre violáceo y mostaza, barbilampiña y boquigrande.
En el banco de la defensa esperaba el abogado renqueante, el que defendió en primera instancia al ratero, el día del delito y en el pedestal de inculpación otra mujer; la fiscal. Malcarada, seria y locuaz, con predisposición a pocas bromas y amiga de soluciones rápidas, no muy agraciada en lo físico y feminidad escasa. Todas ellas con su toga negra colocada, con el rebosa mangas blanco y el alzacuellos desabotonado. Al entrar el testigo acompañado de la oficial, lo situó en el cedido central, quedándose ella en el lateral justo tras la puerta. La mirada del testigo chocó con la de la Magistrada principal, la cual observó desde los pies hasta la cabeza, al hombre que en posición cuasi de firmes esperaba el comienzo y sólo miraba a la Presidenta a la cara, el resto de letrados estudiaron visualmente al hombre que fue interpelado por la juez.
_ ¿Sabe usted que no se puede mentir? _Preguntó la juez con rotundidad.

_ ¡Si, lo sé! _Contestó el testigo, mirando fijamente. Ordenando en aquel instante que jurase que sus declaraciones fueran verídicas y que debía ajustarlas a la más estricta realidad, sin mediatizarlo con el ritual de levantar la mano derecha y hacer el juramento sobre una Biblia.
_ ¿Conoce usted al acusado?_ Volvió a inquirir la jueza
_ No le conozco de nada_ Sentenció el hombre, ya un poco más relajado, haciendo un repaso visual sobre la sala, los letrados, ayudantes y como estaban dispuestos los detalles. Era la primera vez que se encontraba en un lugar semejante. No le había pasado jamás por la imaginación, una cosa similar, no estaba contento, pero tampoco apesadumbrado, ni temeroso, se hallaba ágil para responder a las preguntas del interrogatorio, e incluso para analizar la situación si hubiese sido pertinente.
Pudo comprender que aquellas magistradas eran de la misma guisa humana que cualquier otro mortal, de los que trataba en la vida. Intentaban desarrollar su trabajo lo mejor que podían, no sin querer implantar una seriedad al más puro estilo del que se ven en los telecines.
La juez le recordó que estaba bajo juramento y que se atuviera a las preguntas del gabinete fiscal. Girando la cabeza hacia donde se encontraba aquella mujer de mirada aguileña, que en todo el transcurso, desde la aparición del testigo había dejado de observarlo profundamente. El declarante siguiendo las instrucciones recibidas volvió la cabeza a su derecha y allí, sentada, elevada por la altura que tenían los estrados, esperaba que sus miradas se cruzasen.
_ ¿Era usted, propietario del vehículo en cuestión en la fecha de autos? _ Preguntó releyendo en sus registros y anotando mientras esperaba la respuesta a la pregunta que había manifestado
_ Si, lo era y lo soy _Contestó, con voz uniforme, sin titubeos y mostrando seguridad y veracidad.
_ ¿Cuándo denunció la desaparición?_ La fiscal
_No pude denunciar absolutamente nada _El testigo con aplomo.
_ ¿Por qué, no lo hizo? _ Siguió aquella mujer
_No advertí el hecho, hasta que me alertó la Guardia Civil de tráfico _Dijo el hombre sin ambages, queriéndose quedar con todos los detalles y sensaciones del momento
_ ¿Cuándo le alertaron a usted? _ Preguntaba la fiscal, ya mas metida en harina y escuchando con una profunda atención. Había dejado de tomar notas y su mirada estaba fijada en aquella persona que tenía de frente contestando de manera cristalina.
_Serían entre las cuatro y media y las cinco de la madrugada de aquel día, cuando sonó el teléfono y me dieron la noticia_ Asentó, no con un esbozo de sonrisa cáustica, intentando seguir argumentando el hombre en su locución con manifestaciones personales y de quejumbre, cuando la magistrada principal, haciendo uso del mazo, golpeándolo tres veces interrumpió el parloteo del declarante.
_Ajústese a las respuestas sin opiniones personales _La jueza. El hombre quedó mutis y mirando a la magistrada, vio que se le comía con su mirada desorbitada, demostrando no estar dispuesta a dejarse desautorizar por nadie y menos con verbos de lamento que no aclaraban nada.
_Prosiga la fiscal_ La soberana dirigiéndose a la parte acusadora.
_ ¿Usted había prestado el vehículo al encausado? _ Preguntó con guasa la representante del Ministerio Fiscal.
_Oiga, si le hubiera prestado el coche, le hubiera dejado también las llaves, para que no tuviera tanto problema en llevárselo_ Respondió el testigo, con indignación a la pregunta formulada. De nuevo abortó la jueza, con aquel repiqueteo sordo del mazo al estamparse contra el círculo de corcho que servía de paragolpes.
_Limítese a responder, lo que se le pregunta_ Arguyó aquella mujer oronda que trataba de encauzar la declaración sin altercados, atisbando a la fiscal y sin mediar palabra, con la mirada, recriminaba el tipo de preguntas que estaba haciendo.
El testigo, volvió a callar y a esperar nueva pregunta por parte de la fiscal, la que sin menoscabo, se le denotaba una sonrisa de hipocresía.
_ ¿Cuándo vio, el auto por última vez?_ Preguntó
_El sábado, anterior cuando lo estacioné, sobre las tres de la tarde. _Contestó el hombre, llenándose los pulmones de aire.
_ ¿El sábado que usted menciona, era el día anterior al suceso? _La fiscal.
_ Así es, justamente_ Contestó
_ ¿Comprobó al estacionar, que estaba bien cerrado su vehículo? _La fiscal
_Naturalmente, lo hago siempre que estaciono _Respondió el hombre con genio.
_ ¿Dónde dice usted, lo tenía estacionado?_ La fiscal, repitiendo el mismo tipo de preguntas, cansinas que no resolvían nada. _ Frente a mi domicilio habitual_El testigo
_ ¿Cómo encontró el coche?_ La fiscal
_ El coche cuando lo volví a ver, lo habían hallado los agentes de la policía de carreteras y lo tenían en depósito en las dependencias de su acuartelamiento _Contestó con un gesto de pesadumbre y de lamento. A punto de reenviar a cierto lugar a la interrogadora.
_ ¿Tenía desperfectos? _La fiscal
_ Estaba que daba pena, tenía violadas las cerraduras y las puertas, la dirección rota y deterioros y abolladuras en casi todo el chasis_ Contestaba aquel hombre, recordando la imagen de su vehículo, con desilusión, viendo que encima de ser el perjudicado, toda aquella trama de preguntas, iban encaminadas a beneficiar al sinvergüenza y ladrón, para encontrar en todo aquello alguna atenuante a su falta y así no castigarle tanto.
_ ¿Reclama algún detrimento?_ La fiscal
_ No quiero, interponer absolutamente nada. Es así y me han calentado la cabeza, perdiendo tiempo y dinero y….
Fue nuevamente interrumpido por aquel mazo de la jueza, siendo esta vez la sonoridad, más audible.
_Le repito al testigo, que se limite a contestar a las preguntas que la fiscal le hace, sin entrar en valoraciones personales_ La Instructora ya un tanto molesta por los desaires que ofrecía el interrogado. Cerró nuevamente la boca el declarante, con ganas de enviar a sitio célebre a alguien, al tiempo que miraba tras de sí, donde vio a la oficiala muy atenta a lo sucedido.
_ No tengo más preguntas Señoría _Se dirigió la fiscal a la Magistrada, dando por concluida su actuación y perorata de tontas preguntas, pueriles todas ellas y sin transcendencia.
No entendía absolutamente nada, por las referencias que el testigo tenía de lo que era una vista de juicio, o quizás por el cine. Esos famosos juicios, donde se imparte siempre la verdad. El que es inocente sale resarcido y el acusado por culpable paga su delito con equidad. Mirando a la Señora Juez, se diría que el declarante testigo era el infractor del mayor escándalo mundano y el insolente que no había aparecido, era tratado en la distancia como un pobre desvalido, que la sociedad lo ha maltratado, que no trabaja porque nadie le da empleo y por eso se ve obligado a desvalijar y a delinquir.
La Magistrado mirando a su derecha manifestó si había preguntas por parte de la defensa. Alegando el abogado que sí.
_ Por favor, conteste a las preguntas del Defensor_ La togada, dirigiéndose en un tono sosegado al hombre que ya estaba un tanto impaciente e impotente por no haberle dejado expresarse a su forma y así encontrar un desahogo. Con cara de malas pulgas encarnaba su papel. Quien quiera que viere a la tal señora en su cometido de impartir justicia, no podría asociarla jamás a una casera sencilla y humilde mujer.



Capitulo 10º de la novela Me bajo en Triunfo
Todos los personajes, escenas y comentarios, corresponden a la ficción
cualquier semejanza a los hechos, personas y entidades, seran fruto de la coincidencia
...Continuará

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