En aquella
familia las disposiciones hereditarias estaban concretadas. Todos habían
escuchado al Patriarca repartir en vida su pertenencia y bienes. Lo había
dispuesto con mucho tino y tranquilidad, con asenso de su esposa. Sin atender a
preferencias ni estupideces venidas de opiniones escuchadas desde su círculo
cercano.
Lo tenía
todo muy claro y conocía divinamente a sus herederos, y de que “pie cojeaba” cada uno de
ellos.
Reunió a su
prole y descendientes y sin ataduras ni mandangas les comunicó lo que pasaría a ser de su propiedad, una vez faltara el último
sobreviviente del matrimonio.
La ralea
Rocafuerte parecía tenerlo todo claro, tras la disposición que propusieron los
padres. Aunque en realidad entre los tres hijos existían diferencias que eran
insalvables.
Aquella
casta había resurgido de entre las disputas existentes desde el tiempo de sus ancestros
y era imposible para el firmante del testamento, se le pasaran detalles sin ser
debidamente estudiados. Con lo que en uno de los inaugurales párrafos del
relato de la trasmisión reflejaba como norma esencial la primera de las
disposiciones.
En caso de
morir los abajo firmantes por causa accidental, o haber sido víctima de muerte
súbita, provocada por homicidio, intoxicación, crimen o impulsos ajenos a una
enfermedad contraída, la totalidad del legado, iría dirigida a una institución que
promoviera la salud de las personas con pocos recursos.
Debiendo
entenderse la calificación “legado”, como efectivos en metálico, acciones y
obligaciones. Joyas y muebles, y demás enseres.
Ahora
depositados en bancos. Tanto en depósitos locales como entidades financieras extranjeras.
Siendo entregadas
llegado el caso, a la misma fundación. Hospital de la Infancia y la Vejez.
La totalidad
de la heredad de los apellidos Rocafuerte y Masgranada, que son los
pertenecientes a los que disponían y firmaban aquel escrito de últimas
voluntades, llegado el caso se debería cumplir.
Aquel
testamento como segunda obligación exigía, que la parte que cada uno de los
hijos debía recibir como legítima, fuera dispuesta como indica la ley.
Sin trabas
ni añadidos preestablecidos por conveniencias personales.
Ya que el testador no puede disponer
libremente, ni fijar cuantía. Por ser un derecho sucesorio, una porción de los
bienes que la ley reserva a ciertos familiares cercanos.
No daba
lugar a confusiones aquel legado que dejaron rubricado bajo notario aquel
matrimonio, que conocía el poco entendimiento que tenían sus hijos entre ellos
mismos, el poco cariño y afecto que se profesaban y las envidias suscitadas
surgidas a lo largo de la infancia y juventud.
Los Rocafuerte
Masgranada, eran tres hermanos que no se llevaban demasiada edad entre ellos.
Tan solo cinco años desde la mayor María Eugenia y Jacinta la menor que contaba
con cuarenta y dos primaveras. El mediano era varón, y por cierto bastante
desinhibido.
Higinio
Rocafuerte Masgranada, estaba debilitando con su vicio de ludópata la
litografía que le había preparado su padre para que pudiera ganarse la vida de
una forma suficiente.
Una empresa
de artes gráficas fenomenal, que aglutinaba la totalidad de la impresión de las
revistas del corazón de un perímetro vasto y amplio. La que estaba fundiendo a
medida que iban pasando los meses.
La
primogénita María Eugenia, era la más interesada en poseer grandezas; que
debían ser a costa de sus viejos. Ya que ella, por su esfuerzo imposible le
llegaran. Dado la predisposición que tenía al desencanto.
Quizás todo
resultante por la fatal educación recibida de sus padres.
Una mujer
disoluta y muy indecente, que jamás se había parado en mirar por los demás,
creyendo que todos debían prestarle pleitesía, por llevar el apellido que
llevaba.
Sus padres
para no ser menos le habían financiado la boutique de moda, la que bien llevada
no le hubiera dado problemas. Sita en el centro de la urbe, con prestigio por
los diseñadores escogidos que le habían designado y por la garantía que celebraba
aquella marca, que en un principio consiguió unos clientes de los que solían
ser abonados.
Negocio que
iba solo, a tenor de unos retoques que si hubiera tenido ganas de laborar,
igual hubiera superado el prestigio, la venta y como no las ganancias.
Jacinta,
era una mujer inducida y enérgica, que sabía muy bien dónde estaba el norte y
hasta que punto podía dar de sí el cordón de prudencia de sus actos. Teniendo
muy claro que si no se meneaba ella, nada bueno le podía venir de regalo; y al
estar interesada en ser de verdad una persona decente, actuaba en la forma que
debía.
Por
supuesto conociendo el panorama que le dejaban sus padres en relación con sus
dos hermanos. Los que la miraban como si fuera un bicho raro.
La menor de
la saga, no había perdido el tiempo y se había encumbrado en su profesión.
Letrada de prestigio en uno de los bufetes más acreditados de la nación, con
una cartera de clientes lo suficientemente amplia y sana como para que no le
faltara ocupación hasta su retiro.
Ella se lo
había montado también con la ayuda de su padre, que viendo el interés de la
hija movió en un principio todos los hilos y zurcidos necesarios para que
Jacinta llegara a conseguir aquello por lo que luchaba.
Tras la
reunión celebrada en el seno familiar, para describirles a cada uno de los
hijos cual sería su legado, hubo disconformidades las cuales no se hicieron
eco.
Frente a
los padres, nadie abrió la boca, excepto Jacinta, que con franqueza expuso su
opinión contrastada.
Ni Eugenia
ni tan siquiera Higinio, rompieron un silencio falso el que demostraban, para
expresar su quebranto, quedando en los intersticios de cada uno de ellos; que
no tuvieron más que pechar con lo dispuesto.
El capricho
del destino, que no favorece a nadie, ni se deja mediatizar por ninguna acción,
fue cumpliendo y llegando a término dibujando un panorama inesperado a los dos
hijos que estuvieron en la no conformidad.
Higinio en
una madrugada maldita, regresando con su fenomenal automóvil, se salió de la
carretera principal, y dejó en la cuneta su vida y la de las dos hermosas
muchachas que le acompañaban, sumiendo a la familia en un disgusto profundo,
que dejó consecuencias para sus padres, trastocándolos con la desgracia.
María
Eugenia, está desaparecida y así han pasado tres años, que nadie sabe razones
ni da crédito al repugnante final que sufrieron.
Fue en un
viaje profesional a New York, para recoger nuevos modelos y proyectos para su
boutique.
Se supo que
su llegada fue en un viernes a las veinte horas acompañada por un caballero que
en su pasaporte rezaba como profesional de la moda femenina, y según opiniones
estaba ligado a Eugenia de modo afectivo.
No se sabe
nada de ninguno de ellos.
En ese
tiempo los padres de los Rocamora Masgranada fallecieron por causas naturales,
y como indican las leyes, todo está pendiente de trámite.
La única
heredera llora a sus padres y hermanos, sin causa y sin prisa por heredar, lo
que es suyo.
autor: Emilio Moreno
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