martes, 7 de octubre de 2025

Derecho sucesorio.


 

En aquella familia las disposiciones hereditarias estaban concretadas. Todos habían escuchado al Patriarca repartir en vida su pertenencia y bienes. Lo había dispuesto con mucho tino y tranquilidad, con asenso de su esposa. Sin atender a preferencias ni estupideces venidas de opiniones escuchadas desde su círculo cercano. 

Lo tenía todo muy claro y conocía divinamente a sus herederos, y de que “pie cojeaba” cada uno de ellos.

Reunió a su prole y descendientes y sin ataduras ni mandangas les comunicó lo que pasaría a ser de su propiedad, una vez faltara el último sobreviviente del matrimonio.

La ralea Rocafuerte parecía tenerlo todo claro, tras la disposición que propusieron los padres. Aunque en realidad entre los tres hijos existían diferencias que eran insalvables.

Aquella casta había resurgido de entre las disputas existentes desde el tiempo de sus ancestros y era imposible para el firmante del testamento, se le pasaran detalles sin ser debidamente estudiados. Con lo que en uno de los inaugurales párrafos del relato de la trasmisión reflejaba como norma esencial la primera de las disposiciones.

En caso de morir los abajo firmantes por causa accidental, o haber sido víctima de muerte súbita, provocada por homicidio, intoxicación, crimen o impulsos ajenos a una enfermedad contraída, la totalidad del legado, iría dirigida a una institución que promoviera la salud de las personas con pocos recursos.

Debiendo entenderse la calificación “legado”, como efectivos en metálico, acciones y obligaciones. Joyas y muebles, y demás enseres.

Ahora depositados en bancos. Tanto en depósitos locales como entidades financieras extranjeras.

Siendo entregadas llegado el caso, a la misma fundación. Hospital de la Infancia y la Vejez.

La totalidad de la heredad de los apellidos Rocafuerte y Masgranada, que son los pertenecientes a los que disponían y firmaban aquel escrito de últimas voluntades, llegado el caso se debería cumplir.

Aquel testamento como segunda obligación exigía, que la parte que cada uno de los hijos debía recibir como legítima, fuera dispuesta como indica la ley.

Sin trabas ni añadidos preestablecidos por conveniencias personales.

Ya que el testador no puede disponer libremente, ni fijar cuantía. Por ser un derecho sucesorio, una porción de los bienes que la ley reserva a ciertos familiares cercanos.

No daba lugar a confusiones aquel legado que dejaron rubricado bajo notario aquel matrimonio, que conocía el poco entendimiento que tenían sus hijos entre ellos mismos, el poco cariño y afecto que se profesaban y las envidias suscitadas surgidas a lo largo de la infancia y juventud.

 

Los Rocafuerte Masgranada, eran tres hermanos que no se llevaban demasiada edad entre ellos. Tan solo cinco años desde la mayor María Eugenia y Jacinta la menor que contaba con cuarenta y dos primaveras. El mediano era varón, y por cierto bastante desinhibido.

Higinio Rocafuerte Masgranada, estaba debilitando con su vicio de ludópata la litografía que le había preparado su padre para que pudiera ganarse la vida de una forma suficiente.

Una empresa de artes gráficas fenomenal, que aglutinaba la totalidad de la impresión de las revistas del corazón de un perímetro vasto y amplio. La que estaba fundiendo a medida que iban pasando los meses.

 

La primogénita María Eugenia, era la más interesada en poseer grandezas; que debían ser a costa de sus viejos. Ya que ella, por su esfuerzo imposible le llegaran. Dado la predisposición que tenía al desencanto.

Quizás todo resultante por la fatal educación recibida de sus padres.

Una mujer disoluta y muy indecente, que jamás se había parado en mirar por los demás, creyendo que todos debían prestarle pleitesía, por llevar el apellido que llevaba.

Sus padres para no ser menos le habían financiado la boutique de moda, la que bien llevada no le hubiera dado problemas. Sita en el centro de la urbe, con prestigio por los diseñadores escogidos que le habían designado y por la garantía que celebraba aquella marca, que en un principio consiguió unos clientes de los que solían ser abonados.

Negocio que iba solo, a tenor de unos retoques que si hubiera tenido ganas de laborar, igual hubiera superado el prestigio, la venta y como no las ganancias.

 

Jacinta, era una mujer inducida y enérgica, que sabía muy bien dónde estaba el norte y hasta que punto podía dar de sí el cordón de prudencia de sus actos. Teniendo muy claro que si no se meneaba ella, nada bueno le podía venir de regalo; y al estar interesada en ser de verdad una persona decente, actuaba en la forma que debía.

Por supuesto conociendo el panorama que le dejaban sus padres en relación con sus dos hermanos. Los que la miraban como si fuera un bicho raro.

La menor de la saga, no había perdido el tiempo y se había encumbrado en su profesión. Letrada de prestigio en uno de los bufetes más acreditados de la nación, con una cartera de clientes lo suficientemente amplia y sana como para que no le faltara ocupación hasta su retiro.

Ella se lo había montado también con la ayuda de su padre, que viendo el interés de la hija movió en un principio todos los hilos y zurcidos necesarios para que Jacinta llegara a conseguir aquello por lo que luchaba.

 

Tras la reunión celebrada en el seno familiar, para describirles a cada uno de los hijos cual sería su legado, hubo disconformidades las cuales no se hicieron eco.

Frente a los padres, nadie abrió la boca, excepto Jacinta, que con franqueza expuso su opinión contrastada.

Ni Eugenia ni tan siquiera Higinio, rompieron un silencio falso el que demostraban, para expresar su quebranto, quedando en los intersticios de cada uno de ellos; que no tuvieron más que pechar con lo dispuesto.

El capricho del destino, que no favorece a nadie, ni se deja mediatizar por ninguna acción, fue cumpliendo y llegando a término dibujando un panorama inesperado a los dos hijos que estuvieron en la no conformidad.

Higinio en una madrugada maldita, regresando con su fenomenal automóvil, se salió de la carretera principal, y dejó en la cuneta su vida y la de las dos hermosas muchachas que le acompañaban, sumiendo a la familia en un disgusto profundo, que dejó consecuencias para sus padres, trastocándolos con la desgracia.

María Eugenia, está desaparecida y así han pasado tres años, que nadie sabe razones ni da crédito al repugnante final que sufrieron.

Fue en un viaje profesional a New York, para recoger nuevos modelos y proyectos para su boutique.

Se supo que su llegada fue en un viernes a las veinte horas acompañada por un caballero que en su pasaporte rezaba como profesional de la moda femenina, y según opiniones estaba ligado a Eugenia de modo afectivo.

No se sabe nada de ninguno de ellos.

En ese tiempo los padres de los Rocamora Masgranada fallecieron por causas naturales, y como indican las leyes, todo está pendiente de trámite.

La única heredera llora a sus padres y hermanos, sin causa y sin prisa por heredar, lo que es suyo.

 

     autor: Emilio Moreno       



fecha: 07 de Octubre de 2025



 

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