—Está perdiendo la
cabeza este hombre mío. Plañidera decía Sandra.
—No vale para una mierda. Se queda mudo y ni replica. Me mira con
esos ojos de pavo y parece como si me odiara.
No me fío nada de él. Cualquier día me agrede. Le comentó la esposa de Néstor a su hermana Mildred, con mucho desprecio hacia el marido y prolongó aún su agrio comentario.
—Tendremos que tomar medidas, porque aquí en casa, no quiero que se
acomode, por estar tan a lo suyo. Tan solo y aburrido. Cada día lo veo más confundido.
Finalizó su perorata aquella mujer que aunque insolente, no dejaba de confesar lo que sentía.
—Si lo hubieras considerado antes. Le comentó Mildred, notando la
crisis que comenzaba a fluir en aquella casa, y prosiguió añadiendo a sus
palabras, con todo el descaro y toda la valentía que se ha de tener, para decir
las cosas tan claras.
—Quizás estaría mejor, si no fueras tan brava. Lo apartaste de su
mundo sin razón. Poniendo distancia entre él y los amigos, vecinos y coleguillas,
que era lo único que le quedaba, y le has adelantado la vejez.
Siempre te ha gustado dominar a la gente. Eres demasiado ansiosa, y
no paraste incluso, hasta que conseguiste cambiar de vivienda.
Encontrándola bien lejos, allí dónde <perdió el apóstol las
zapatillas>. Apartadísima. Más lejos imposible. ¡De qué te quejas ahora!
No tienes razón y no creo que haya alguien que te la dé.
Acabó el comentario Mildred, interpelada con premura por Sandra,
que molesta le dijo con mala leche.
—Perdona nena. Yo tenía que ir al lado de mi hija. No te das cuenta,
que se alejó de nosotros, siguiendo al memo de su maridito. Con la excusa que
trabajaba lejos de casa, va y mi niñita, y lo sigue.
La buena de Irene, pierde el culo por Efrén, como si fuera el
último hombre de la tierra. Le da la razón y los jodidos se mudan a vivir donde
migran los estorninos. Acusó con rabia la madre de Irene y apreció.
—¡No lo ves! que al mudarse de pueblo vivíamos demasiado retiradas.
Explicitó con amargura Sandra, queriendo justificar la cagada por ir detrás de la
familia que intentaba formar Irene.
—Y no lo ves natural, —adujo su hermana. —que tu hija quiera
independizarse de ti, vivir con su marido y sus hijos, y tener otras metas, que
no sea estar debajo de las faldas de mamá. Tan difícil es, hermanita entenderlo.
La codicia de aquella mujer no le daba para más, queriendo tener a
toda la familia bajo su yugo y que se hiciera siempre lo que a doña Sandra le antojara.
—Me estoy haciendo vieja y al final cómo me las arreglaré sin ella. Yo no podré atacar toda la limpieza de la casa, ni todo el trabajo que me está dando este bobo que me ha tocado por marido.
—Ni que tu hija fuese tu esclava, y Néstor una carga para ti. Desde luego eres agoniosa, y con razón tus nietos se quejan y te ponen verde a tus espaldas. Lo tienes mal Sandra, pensando así.
—Pero no seas tonta Mildred, es que no lo ves. Irene es mi hija. Ha
de cuidar de mí cuando no me valga. No lo quieres entender.
Está obligada. Soy su madre y debería estar pendiente de mí. Y no
dedicarle tantos mimos, caricias y atenciones a ese marido que tiene, que no le
deja respirar, estando encima de él como una pegajosa obscena.
Creo que debiera concederme la categoría que tengo. Siendo más importante, que el marido, sus amigos y la misma Biblia.
—Tú te escuchas lo que estás diciendo Sandra. No recuerdo que te
hicieras cargo de mamá en su lecho de muerte, ni mucho antes. Nos dejaste el
quilombo a mí y a mi marido. Y con tus excusas inexistentes, las de siempre,
querer confundir. Sin hacerte cargo de lo que ahora quieres, que tu hija
acarree.
A ti, lo que te mata es que eres una tía compulsiva. Te estás
trasformando en una pesadilla para todos.
Deja de ser tan egoísta y pensar solo en tu comodidad, la pulcritud, la escoba, y la fregona. Oye que todo no es tener la casa como una patena, ¡Que no vives, ni dejas vivir! Háztelo mirar, que tanta ofuscación no es nada bueno.
—Si no lo hago yo. ¡Quien lo hace! En esta casa nadie se menea. Son
tranquilos como los gatos pardos, ¡Todo les importa un pimiento! Si está limpio,
como si está sucio. ¡A ellos que más les da! No ayudan ni por asomo.
A eso le llamo yo tener “cojonazo”.
Bajó un poco la tirantéz de expresión para tomar aire, y optar por el tema que la tenía desesperada, atacando al pobre del esposo.
—Y esta pareja mía. El gran señor Néstor que parece tonto. Lo he de
oprimir para que haga la cama, friegue los platos, y apañe la comida. Si no lo apuro
ni se menea. Igual se cree que soy dura como el hierro y flexible como el
plástico. ¡Como si fuera su criada! Si supieras Sandrita. ¡estoy harta! Este
hombre no vale para nada. Ni conversación tiene.
Ensimismado con el fútbol y el boxeo y pasa de todo lo que no sea
eso. Lo mando a la tienda a comprar, nada más que para sacarlo del sofá y del
televisor.
Mildred, la escuchaba y no daba crédito a lo que oía.
Dudaba en comprender si su cuñado había perdido ciertamente el
oremos, o era su propia hermana la que estaba como un cencerro.
Sin poder retenerse Mildred le comentó a sabiendas que saltaría como una esquirla metálica, atacándola por no llevarle la razón.
—Siempre has mandado sobre el pobre Néstor, has hecho con él, lo
que te ha dado la gana. Jamás se ha quejado de nada. Le habrán parecido tus
decisiones bien o mal, pero jamás abrió la boca para desdecirte. Ahora pienso
que lo hizo por no tener contigo discusión.
Has hecho de él un pelele cagón. Lo que no sé, es cómo te ha aguantado tantos años. Le dijo Mildred, y continuó aclarando.
—Y de las quejas de tus hijos. ¡Tampoco lo ves!
¡No lo notas o estás ciega! Se están distanciando aunque no lo
creas.
Quizás seas en buena parte, la culpable de ese rechazo. No lo
comprendes que ellos han de hacer su vida y los que hacemos la labor de padres,
no podemos o no debemos influirles tanto.
Detuvo un instante su charla para recordarle a su hermana mayor.
—¡Ya no te suena! No recuerdas cuando te tocó a ti. Los cabreos que
pillabas con papá y mamá. En la forma que criticabas sobre todo a mamá por recriminarte
que le hablaras al que ahora llamas el lelo de tu marido. La de discusiones que
mantuvisteis porque decía madre, que Néstor era ocho años mayor que tú, y por
aquella prisa que te entró en agarrarlo, cuando viste que también se miraba y
se pirraba por el cuerpo de la prima Merceditas.
Sandra quedó meditando en aquellos días que ya eran historia. Creyendo
que a su hermana Mildred, le faltaba un tornillo y la razón. Quedaron ambas
para encontrarse en la peluquería del centro de la ciudad, el fin de semana siguiente.
—Bajarás a la ciudad con Néstor, normalmente siempre te acompaña. Preguntó
Mildred.
—Pues No… Para nada, bajaré a la peluquería y allí nos veremos. Después
he de resolver un tema pendiente. Ya sabes, a él estas cosas no le van. Mejor que
se quede en el pueblo. Atinó Sandra muy segura.
—Entonces podemos quedar… ¿Comemos juntas, y vamos luego de compras?
—No, no insistas es una simpleza, una sorpresa que igual os doy dentro de poco.
—Y no puedes adelantarme algo, soy tu hermana. Sabes que guardo muy
bien los secretos.
—Anda curiosa, tira y no preguntes más.
Con aquellas trazas Mildred salió de la casa de la hermana, sin
haber visto a Néstor, que según Sandra, había ido de compras al super de la
urbanización.
Caminaba calle abajo la decepcionada Mildred, cuando a lo lejos y en la cera opuesta vio que subía Néstor, con la compra. Cruzó la calle, sin ruidos para evitar que el cuñado atravesara aquella vía y al llegar a la altura de aquel hombre, Mildred se congratuló.
—No me vas a saludar Néstor.
—Hola guapa, que gusto verte. No sabía que venías de visita. Tu hermana no me dijo nada, por eso aproveché la mañana para comprar un par de cosillas que necesitamos. Se dieron un abrazo y Mildred sin preámbulos le preguntó.
—Néstor todo va bien por casa.
—Qué quieres decir, con eso de si todo va bien, no llego a comprender ese tono. —Bueno, ya sabes. Mi hermana me ha comentado que te aburres mucho, y te ve un tanto molesto.
—Eso te ha dicho Sandra. Siempre tan concisa, y anecdótica. No te ha comentado nada más.
—Pues no, ya sabes. Mi hermana es una mujer muy exigente, pero no ha dicho nada que no supiera. Es que debiera haberme dicho algo más.
—Pues no sé como decírtelo. A mí me encuentra un hombre memo, y dice que no hablo, ni sirvo para una mierda. ¡Qué le vamos a hacer! Después de resistir durante toda mi vida, ya es una constante.
—Bueno, tendrás que tener paciencia. ¡Ya sabes! Es efusiva y después
nada.
—No te ha dicho que está enamorada de un enfermero, que conoció por la aplicación esa, que tiene de contactos, y quiere mandarme a la calle. Arrojándome de mi casa.
—¡Qué me dices!
—Yo no puedo decirte más. No sé más. ¡Que sea Sandra, la que te
informe. ¡Venga guapa, que os vaya bien!
Néstor siguió caminando hacia su casa con su paso cansino y la
fuerza de un hombre de ochenta y tres años.
28 septiembre de 2025
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